
El actor que da vida al Gaucho Rivero en El jinete helado, la obra de Andrés Binetti, nos habla del sentimiento patrio en el arte y las lógicas de pensamiento que siguen circulando alrededor de la historia en conexión con el teatro. Un camino por el circuito independiente con un artista de a pie que, en la esencia misma de la representación, encuentra la trascendencia del mensaje por el bien común.
Por Marvel Aguilera.
Son las cinco de la tarde en Almagro. El Teatro del Pueblo parece cerrado, pero del otro lado de la puerta vidriada hay una figura tras el mostrador. Héctor Bordoni está mirando un partido en el monitor. Se acerca. Me invita a pasar mientras pide tiempo para terminar unos trámites con el celular. A pesar de que no son horas de funciones, estar en un teatro, incluso en oficinas adyacentes a las salas, implica formar parte de un clima de introspección. Allí entra en juego esa calma que precede al acontecer mágico de la representación. En los artefactos, en los cuadros, en las láminas de las obras en cartelera; en ese silencio que parece decir algo más ante cada palabra suelta, entre cada paso resonando en medio del eco. Héctor, mientras calienta agua para un mate amargo, cuenta que agarró la boletería del teatro hace tres años como un reemplazo temporal, sin embargo, desde ese momento, es un factor clave del funcionamiento de la sala. Recuerda que, tras arreglar unos problemas de cañerías, le dijeron “negro, necesitamos alguien como vos acá”. Una suerte de comodín al servicio de cualquier desperfecto que pueda surgir en las instalaciones o en lo que respecta a dirimires administrativos. Un artista con alma de obrero.
No es difícil pensar que Héctor, con esa barba larga, algo blanquecina, su postura erguida y la voz grave, pueda interpretar a una figura histórica como el Gaucho Rivero. Dice -con cierta comicidad- que su físico lo empuja a ese tipo de personajes. No obstante, hay algo en el Gaucho Rivero que parece llevarlo a un lugar de refugio. Un espacio donde la resistencia por el bien común es parte esencial de la vida. Quizás sus años de militancia en el peronismo de base o su formación con el siempre comprometido Norman Briski o esa capacidad de encontrar en el teatro una síntesis del oficio y el arte, son los que le permiten espejarse en ese gaucho que recita, pregona y conduce a una cruzada por la soberanía. Una forma de comprender nuestra identidad y nuestra historia como pueblo.
En El Jinete Helado, la obra de Andrés Binetti, la gesta heroica de Rivero contra la usurpación malvinense de los británicos, es puesta en perspectiva histórica. Pasado y presente se cruzan para construir una alegoría sobre la sumisión y la transgresión, sobre el sentimiento colectivo y el “mejor no te metas”. Dos miradas sobre la realidad social, cultural y política que pregnan una y otra vez a lo largo de nuestra historia como nación. Rivero, una suerte de abanderado de lo indomesticable, y Luna, quien elige adaptarse a las condiciones del poder imperante. Bordoni, con pericia de conocer los entramados de los discursos apátridas, y de esa simpatía lúdica por el lenguaje en verso, columna central del “ser criollo”, nos entrega un gaucho sincero, con altibajos anímicos y obsesiones, pero siempre anclado en las convicciones que hicieron grande a nuestro país, la solidaridad y la justicia.

¿Cómo creciste y cuáles fueron tus primeras conexiones con los artístico?
Soy de José León Suárez. Y no había estudiado ni visto una obra de teatro. Tenía 26 años y era profesor de educación física. Entonces trabajaba ahí en una escuela, en una de las villas de Suárez. Y los directores de esa escuela habían sido miembros de la JP, viejos militantes, ¿viste? Y cada vez que había una fiesta patria, la festejaban los sábados. Se hacían fiestas que comenzaban a las diez de la mañana y terminaban a las diez de la noche, en donde había un escenario.
Los padres de los chicos vendían algunas cosas para comer y los pibes armaban las escenas. Y los directores invitaban a amigos músicos de ellos para que vengan a tocar un par de temas. Y venía Teresa Parodi, Miguel Ángel Estrella, León Gieco, Víctor Heredia. Se quedaban un rato ahí con la gente, comiendo unos choris, y mientras tanto también pasaba el tío de uno de los pibes que tocaba el bandoneón y cantábamos unos chamamé, como si fuese un fogón. Uno de estos que venía con el grupo era Norman Briski.
Cuando en un momento decidí venirme a vivir a Buenos Aires, y dejar de hacer las cosas que estaba haciendo, lo llamé a él. Se me ocurrió que quería estudiar teatro y como lo conocía, me fui a estudiar con él. Ahí empecé.
El estudio con él me abrió la posibilidad de amar. Pareciera medio frívolo lo que digo con respecto a “amar”, pero me refiero a tenerle respeto, a querer hacer, a gustarme la cosa de la actuación, de ser actor, del teatro y el cine. De todas las posibilidades que hay con la profesión.
¿Uno aprende con este tipo de directores, como Norman, una forma de pensar el arte inevitablemente desde un posicionamiento o una cosmovisión social?
Sí, totalmente. Toda la enseñanza de Norman, más allá que es una enseñanza académica, también daba esa circunstancia. Había que analizar una obra que te daba al principio, cuando llegás. Primero hacés improvisación unos meses y después te empieza a dar una lista de textos de pequeñas escenas para que vos elijas un compañero o compañera y una escena que te guste.
Y lo primero que había que hacer con eso eran carteles, porque sobre la escena había que dar una charla a los compañeros habiendo investigado la historia del dramaturgo, en qué año escribió la obra, y cuál era el contexto sociopolítico que había alrededor. Te quiero decir que era desde ahí su enseñanza. Después sí, claro, la enseñanza del método.
Tenía una manera muy buena de trabajar el método. Por ejemplo, para que te des una idea, él te decía “si un día te llaman para hacer un excombatiente Vietnam, no te veas las cinco películas de Rambo. Andá e internate un mes en la selva”.
Esto es como un extremo, pero es más o menos su idea de la actuación o del nivel de sensibilidad a la que debería llegar un actor sobre un personaje.

¿Y ahí arrancaste como “a ver qué pasa con esto” o tenías alguna intención de convertirte en un artista?
Era bastante militate en ese momento.
¿En dónde militabas?
El peronismo de base, de curas tercermundistas. Y la obra de Norman era la primera obra que veía en mi vida. No había visto obras, ni en la escuela me habían llevado a ver una. Él vino como con diez pibes, entre pibes y pibas.Y la gente llegaba. Lo que hacían los pibes, que se distribuían por el lugar -imagínate el patio de una escuela grande de una manzana- donde había un carro de choris, sillas, muestras con cosas de los chicos, era salir y recorrer un poco. Iban a la calle, porque obviamente las puertas del portón del colegio estaba abierto, y la gente entraba y salía todo el día. Ellos iban a charlar con la gente y sobre lo que charlaban con la gente se metían ahí en un lugar en donde nosotros los hacíamos descansar. Ellos llegaban y había un lugar preparado.
Se ponían a charlar sobre lo que habían hablado con la gente y con eso armaban una obra en quince minutos. Miraban el lugar y hacían algo. Tiraban unos textos de pura improvisación. Yo me entero después de esto. Unas cosas magníficas. Pibes muy de abajo. El colegio tenía un primer piso, y había todo un balcón alrededor del patio. Entonces allá arriba, hablando sobre cosas que le pasaba a la gente, casi que nos reíamos, pero nos reíamos de nosotros mismos. Eso me pareció súper revelador. Sentí que desde el teatro uno podía decirle a muchas personas una cosa, eso sentí.
De todas maneras, cuando hablé con Norman -que me hizo una entrevista previamente- yo le dije que quería estudiar, y él me dice, “Bueno, ya se te va a olvidar eso” Y es verdad, lo que va pasando es que van sucediendo otras cosas. De todas maneras, considero que el teatro en muchos aspectos es revolucionario. Ahí pasan unas cosas que al espectador indefectiblemente algo también le pasa, y es ese movimiento el que yo digo que es revolucionario.

“Considero que el teatro en muchos aspectos es revolucionario. Ahí pasan unas cosas que al espectador indefectiblemente algo también le pasa, y es ese movimiento el que yo digo que es revolucionario”
Además del teatro, laburás mucho en cine, tanto en películas más independientes como en producciones más reconocidas como Carancho. Me interesa preguntarte por la actuación como oficio, más allá de lo artístico o estético, de alguien que vive de producción en producción. ¿Cómo transitás eso y que implica para vos?
Por ejemplo, con Norman, una de las cosas que uno aprende allí es que, seas mujer o seas varón, vos te preparás tus escenas y también le tenés que poner las luces, y le tenés que poner la escenografía y el vestuario. Entonces, con todos mis compañeros aprendimos a subirnos a una escalera y colgar un tacho, hasta los que nunca lo habían hecho, que no habían subido una escalera ni para cambiar una lamparita. Porque había gente de todos los rangos ahí en los cursos. Y bueno, puede ser que yo también traía una cosa así de laburante.
Pero viendo tu estructura de laburo, veía que también hay una cosa muy multifacética de conocer cada uno de los resquicios de la producción.
Eso también es porque durante cuatro o cinco años estuvimos armándonos un grupo de producción con Luciano Cáceres. El grupo se llamaba Tintoba, con el que hicimos cuatro o cinco obras, y hasta producimos una especie de festival en concordancia con Canadá, y ahí eramos seis: cuatro varones y dos mujeres que teníamos distintos roles según la obra en la que estábamos trabajando.
A veces tocaba actuar, y el que no actuaba le tocaba hacer otra cosa, asistente de dirección o hacer en ese momento la producción, que es toda la parte productiva de pedir subsidios, por ejemplo, de ordenar los días de ensayo, etcétera. Después están las funciones: cobrar, repartir. Entonces pasé por todos los lugares.
Trabajé mucho con Mariel Asensio y con Muscari, ahí ya como actor, como asistente y como productor. Tuve ahí posibilidades de poder pasar por todos los rubros y el teatro independiente tiene también un poco eso, es así. Más las primeras obras. Todo súper a pulmón. Entonces como que casi todos escuchan lo que hacen todos, más allá de que haya distribución de roles. Hay reuniones grupales en donde se cuenta y uno empieza a ver qué hace cada uno.
Investigando algunos laburos tuyos, hiciste hasta un video de Él mató a un policía motorizado, El día de los muertos.
Fue un flash ese video. Ni bien hicimos el video, me invitaron a verlos una noche que tocaron en Vórterix, estuvo bueno. Ahí conocí al cantante que no había ido a ver el rodaje. Y aparte el rodaje fue en Epecuén, un lugar paradisíaco, y a vivir un rol alucinante. A mí me encantaba ese guerrero del apocalipsis, con ese arma que tira flechas.
Era buenísimo. Aparece el Diego. Los muchachos que hacen de los trogloditas son el resto de la banda. Y la pasé bárbaro, aparte estuvo buenísimo porque ese fin de semana jugaron Estudiantes y Gimnasia, y medio que en la banda son mitad y mitad. Así que fue como completísimo. Me trataron bien, me dieron un lugar re lindo para dormir y la pasé con ellos tomando unas birras la tarde ahí sentado, después del rodaje.
Pienso a partir de ese personaje y lo relaciono con el Gaucho Rivero, esta cosa de cuán distinto es hacer quizás un personaje que tiene un bagaje histórico, tan relevante como el Gaucho. ¿Cómo arrancás a construir eso?
El texto me encantó de movida. Me gustó mucho ese detalle que tiene de la fibra patriótica, por así decirlo, que les agarra y se ponen a hablar en verso. Eso me encantó y también lo que dice y lo que pasa.
Y mirá, con el Gaucho Rivero previamente, también al ser un personaje histórico, me remití un poco a ver qué dice la historia sobre este hombre y encontré en Felipe Pigna, que me parece un historiador confiable, que fue un héroe sin querer serlo.
Simplemente por un sentimiento, como decir, patriótico. Pero que se entienda bien patriótico. ¿Qué pasa? La idea es que al gaucho este lo llevaron a laburar a las islas cuando las tomaron. Los dejaron ahí, no les daban bola, porque se llevaron tres gauchos y ocho indios. Y claro, les prometieron una cosa que no les daban, y estos locos en un momento, como a los tres meses, se pudrieron y mataron cuatro o cinco, y tomaron nuevamente las islas. Así, tal cual, bajaron un pabellón inglés que habían subido.
Dice Pigna que subieron uno parecido al color del que Belgrano había hecho. La cuestión es que estuvieron ahí dos meses, hasta que llegaron los ingleses. Se los llevaron a juzgar a Londres. En Londres los encontraron inocentes, vaya a saber por qué, y los dejaron en Uruguay. Cuenta Felipe Pigna, que la leyenda dice que el Gaucho Rivero terminó muriendo en la batalla de Vuelta de Obligado.
A mí, más allá de no saber, como una cosa media nebulosa en el medio y antes, que puede ser o no mitológica, me gustó pensar que en esos momentos de bravura que vivía la Argentina, en donde había una pelea interna entre los federales y los unitarios, y había también pelea con los que querían entrar de afuera, este gaucho se anotaba en todas las que hacía falta. En ese momento los ejércitos casi que se armaban ahí, un rato antes, y la valentía de ese hombre… Desde ahí lo jugué siempre, e intentando sentir ese patriotismo. De ahí lo trabajé, desde el primer día.

“Me gustó pensar que en esos momentos de bravura que vivía la Argentina, en donde había una pelea interna entre los federales y los unitarios, y había también pelea con los que querían entrar de afuera, este gaucho se anotaba en todas las que hacía falta”
Pensamos con Andrés [Binetti] trabajarlo ahí, pero traerlo a la tierra, sin hacer alarde de aquello, mostrando un gaucho humilde, con convicciones, y con estas ideas: de que en vez de elegir una cosa, elige la otra. Porque ahí hay un compañero (Luna) que elige otra cosa y también estuvo, hasta ahí. Pero en el momento, el Gaucho decidió otra cosa y a mí me copa más la de Gaucho. Es como natural. Entiendo que otras personas no les podría gustar. Viendo cómo estamos ahora, otro grupo de personas -vamos a decirlo con todas las letras- que sostienen estos gobiernos, pensarían como Luna.

Pienso también que, al menos en mi caso, el Gaucho Rivero no es un personaje tan presente en la cuestión de la historiografía, en las escuelas. Que no es tan recordado ni tiene la misma mención que puede tener uno ficcional como es el Martín Fierro. Y aún así lo que representa es la resistencia argentina, algo que es muy vigente. Esa resistencia a la lógica de la desigualdad, de la explotación, de la pérdida de soberanía, ¿no?
Creo que principalmente en eso de que se salve cada uno. Y me parece que esta idea del grupo es la que va. No sé, todos somos uno, ¿no? Decía un gran maestro alguna vez, como para hablar sobre una filosofía religiosa. Esa otra actitud me parece de orco. En el sentimiento de lo que es el orco en esa película y una persona que no puede pensar en el bien común, es lo mismo para mí. La obra te muestra las dos actitudes y bueno, cada uno elige.
Un poco lo lo venís hablando, pero ¿qué es lo que terminaste de interpretar de este personaje? ¿Qué es lo que a vos te quedó de toda esa gesta?
El ser patriota siento que es un sentimiento que puede tener cualquier persona con el lugar donde nace, donde se cría, con la cultura que mama. Es como defender eso. Estar siempre pendiente de la defensa del lugar y la defensa de las personas que conviven con vos en el mismo lugar, que son tus compatriotas, tus vecinos. Ese sentimiento patriota me queda sonando. Con este personaje me pasa también que cuando estoy allí voy pensando todas esas ideas que tiene el gaucho. El texto me va llevando. Desde que se imagina un fortín para aguantar los trapos.
Voy haciendo el análisis que hace este gaucho hasta que su compañero decide abandonarlo. Pero hasta ahí me gusta, y lo disfruto al gaucho. A veces pienso que muchas veces me tocaron hacer roles así, más gauchescos, por mi físic du rol seguramente.
Y de todos los roles que hago, el que más me gusta hacer tiene que ver con eso. Hay roles que están más cerca de uno y otros que están más lejos, entonces por ahí el laburo es más: hay que meterle más cosas o hay que llegar más profundo; pero a veces te tocan personajes en donde enseguida te vinculás y ya sentís que algo funciona. Y me pasa con este gaucho.
Esta cosa de que buena parte de tus líneas sean recitadas, si bien vi que estuviste también en otras obras más musicales, esto es bastante más particular, ¿cómo trabajaste eso?
Sí, muy agradable además. Me encanta hablar en verso, pero me encanta. Considerando que es una fiebre que te vuela la peluca. Me pareció superpoético, dentro de una historia real. Y nosotros siempre nos jugamos la historia real. Más allá que el hablar en verso puede parecer ¿bizarro? Es teatro, y es una parte muy poética y a mí me gusta cómo está escrito también. Dice muchas cosas en verso. Me gusta mucho ese lugar de la rima, porque también es una cosa muy de argentino
Recién vos hablabas de esta cuestión de la valoración del patriotismo, incluso vos le ponías como un asterisco. ¿Por qué crees que está medio depreciado el sentimiento patriótico?
La derecha apareció fuertemente en todo este sistema democrático que se había armado en el mundo. Y entonces, ¿qué pasa? Ellos también se agarran de ese sentimiento patriótico que es de lo que hablábamos antes del “sálvese cada uno”, que no haya demasiado pensamiento social, comunitario. Todo es plata, todo es mérito, ¿viste? Como una meritocracia ficticia, porque no entienden que eso no existe. Me parece que ahí es donde ocurre esta dicotomía tan fuerte.
Si nos ponemos a pensar, en los unitarios y en los federales, que uno puede considerar estar en un bando y el otro, creo que aquellos unitarios también eran patriotas. Me parece que ahora es todo más ficticio.
Es todo más superficial. Fijate que están todos jodiendo con las finanzas, reivindican el golpe de Estado porque para ellos esos militares son patriotas, lo dicen todo el tiempo. Eso también ensombrece un poco la idea del patriotismo.
Pensando en la lógica de la obra, ¿se puede pensar una resistencia desde la cultura, cuando hoy es blanco de desfinanciamiento y desprestigio de muchos sectores de poder? ¿Está hoy en condiciones el movimiento cultural o la fragmentación del mercado lo hace difícil?
Me parece que es difícil que puedan tumbar, lo están intentando, ¿no? Pero cualquier manifestación artística puede elevarse por sobre una decisión de un individuo. Porque hay en juego otras cosas que la hacen poder elevarse. El teatro se va a seguir haciendo, los pibes van a seguir cantando y las chicas van a seguir armando bandas y los pintores van a seguir pintando. Es no entender el valor de la cultura. Ellos como que tienen un sesgo en cuanto al valor que tiene la cultura.
De alguna manera el Teatro Independiente en Buenos Aires se armó por una cuestión de necesidad. Se fueron los militares y había una necesidad muy grande de decir cosas y se multiplicó. Así que me parece que aunque la ataquen, vamos a resistir.
Y también lo que quiero decir es que si hay alguien que sostiene el teatro independiente en Buenos Aires de alguna manera es la clase media, que uno podría considerar que está más cerca de aquellas ideas. El teatro también se puso masivo en cuanto a artistas, y a gente pensante y con ganas de decir cosas. Pero también hay espectadores hambrientos de que le digan y que le cuenten. E ir a pasar ese rato. Y ese es el que lo sostiene. Porque podría haber habido un boom de artistas en Buenos Aires, pero si nadie te va a ver, hay un momento en que quizás se empiece a dejar de hacer. O que ya las salas no se sostengan o que pueda pasar otra cosa, pero lo que pasó acá fue que también hubo un nivel de espectadores muy buenos.

“El teatro también se puso masivo en cuanto a artistas, y a gente pensante y con ganas de decir cosas. Pero también hay espectadores hambrientos de que le digan y que le cuenten. E ir a pasar ese rato. Y ese es el que lo sostiene“
Me parece que hay gente que quizás esté más cerca de aquella idea, pero no todas. Hay muchos que les gusta seguir yendo a sus fiestas tradicionales en su pueblo, cuando este hombre en algún momento bastardeó eso, con que era plata gastada el pedo. Esas cosas también son de orco. Decir ¿para qué queremos que el que el mercado regule la ciencia? Me parece que la cultura resiste y creo que también por eso la ataca. Resiste y puede crear conciencia.
¿Ves en el reclamo de Malvinas una causa que aún sigue siendo un puente para la unión del pueblo?
Cuando fue lo de Malvinas estaba en quinto año. Vivía en una pensión en San Miguel del Monte y estaba lejos de mi familia. Vivía con 11 pibes más en una pensión afuera de la escuela. Y lo viví intensamente, pero seguí haciendo mis cosas, ¿no? Quizás era la charla o era enterarme o saber. Había algunos pibes de ahí que eran alemanes, y los locos se habían armado como un papel en donde dibujaban los avioncitos y los barcos que le iban rompiendo a cada uno.
De alguna manera también por eso me enteré cómo iba la guerra. Más allá de que con un par de compañeros que iban conmigo a la escuela nos interesaba, hicimos también colectas. Y sentimos ahí como un poco de apoyo. Pero bueno, seguí haciendo mis cosas.
Entrenaba fútbol, después me iba a jugar el campeonato, y había varios momentos que no me acordaba. Creo que después empecé a tener un poco más de conciencia. También fui más grande. Cuando empecé a militar, como que te resignifica de alguna manera todo lo que pensás y aquellas cosas que por ahí no tenían tanto valor, empiezan a tenerlo. Ahora soy hincha fanático de Malvinas, ya hace varios años. De los pibes militares que pelearon.
Por eso también me da un poco de bronca. Como con Macri, que le dejaron de dar importancia. Yo tampoco sé si conviene o no conviene, pero es nuestra tierra. Es parte del pedazo de roca en el que estamos. Más allá que sea un hueco en el medio, estos tipos impunemente vienen y se meten. Eso también me da bronca. Que vengan a hacerse los guapos… Porque si está ahí perdida la isla y la agarraste, todo bien, pero acá hay demostración de que es parte de la roca en la que nosotros estamos.