Literaturas

Andrés Fuentes: “Hay un gorilaje que piensa que toda alegría popular es chata”

Meterse en el mundo de la timba sin caer en la romantización ni en los lugares comunes es difícil. Sin embargo, en La cueva de los sueños (Tinta Limón) Andrés Fuentes logra justamente eso: observar en sus luces y sus sombras.


Por Federico Müller. Fotos Eloy Rodríguez Tale

Agotados, quemados, reventados. Todos los que viven en las sociedades modernas se sienten en algún u otro momento agobiados por las heridas que causan los latigazos incesantes de la vida contemporánea. De diferentes maneras, todos buscan una manera de escapar, aunque sea por un rato, de esas realidades. La última serie de Netflix, un atracón de comida, y el alcohol son algunas de las más conocidas y aceptadas. Pero también está la timba.

En La cueva de los sueños, Andrés Fuentes se adentra en el mundo de los bingos. Lo que sostiene es una verdad incómoda: a través de los bingos se puede entender lo que le pasa a todos. ¿Puede uno decir que los que van a “perder plata” en el bingo son bobos mientras se fuma un atado de cigarrillos para calmar la ansiedad? El autor invita a los lectores a mirarse en un espejo en el cual quizás no quieran verse reflejados, porque, a fin de cuentas, aunque no sean jugadores, todos tienen algo de timberos. 

En línea con otras publicaciones de la editorial Tinta Limón, este ensayo requiere que el lector invierta su tiempo y concentración en desmenuzarlo, en sacarle el jugo y digerirlo. Quien lo haga, sin embargo, encontrará una mirada que, sin romantizar a los bingos, los describe con sus luces y sombras como lo que son: cristales a través de los cuales mirarnos.


Hay algo de misterio que rodea a los bingos: en el imaginario social a veces están relacionados con la timba, el pecado, lo oscuro.

Es porque hay un gorilaje que piensa que toda alegría popular no tiene espesura, que es chata.  No se le da mucha importancia a los bingos y pasan desapercibidos de una forma paradójica. Son lugares con mucha presencia, una arquitectura notoria, majestuosa, parecida a un templo. Hay una especie de aire de cuento mágico. Los bingos juegan con la religiosidad, lo mitológico,. Son lugares muy presentes pero a la vez muy misteriosos. 

Vas mucho más allá de analizar sólamente a los bingos. Terminás hablando de rasgos de esos lugares y de quienes los frecuentan que son aplicables a casi cualquier persona. 

El libro es sobre bingos, es cierto, pero es principalmente para pensarnos a través de ellos. El bingo es un cristal a partir del cual mirar a la sociedad, nos permite acercarnos a cosas que están presentes en todos nosotros. Es como una gota de sangre social que nos permite sacar información que nos sirve, seamos o no jugadores. Es muy productivo pasar por este lugar si uno quiere entender cómo vivimos, cómo llegamos a ser lo que somos, cómo podemos generar condiciones para transformarnos. Estos lugares son como una caricatura social, muestran unos rasgos muy marcados. Es un lugar que muy en crudo muestra las formas en las que vamos viviendo. Por eso juego con la imagen de una caricatura, no son un retrato ni una foto de la sociedad, pero te muestra los rasgos preponderantes.

“El bingo es un cristal a partir del cual mirar a la sociedad, nos permite acercarnos a cosas que están presentes en todos nosotros.”


Quizás una de las cosas más llamativas de tu libro es que te referís a los lectores como “ustedes los timberos” o “ustedes los jugadores”. ¿Por qué elegiste interpelar al lector así?

A muchos les llamó la atención cómo está escrito. Pero es porque muchas veces me pasa que leo libros que no le hablan a las personas de las que hablan. Muchísimas personas juegan, de todos los ámbitos y colores, personas que puede ser que en su casa tengan muchos libros y que sean lectores. El libro busca ser un diálogo directamente con ellos. Por otro lado, aunque uno no tenga la práctica de ir a jugar, todos tenemos mucho de jugadores.

Comenzás hablando de la función “terapéutica” del bingo, ¿por qué decidiste empezar por ahí? 

Porque es importante pensar que para muchas personas la experiencia de ir al bingo tiene algo de expansivo, de potente. Algo que los levanta y les da momentos de alegría y de belleza. Para los que van a jugar es un lugar enormemente atractivo y seductor. Esto no es negar que el bingo funcione en base a un verticalismo muy poderoso y brutal.  No tengo una mirada festejante ni romántica de estos lugares, pero tampoco una mirada gorila porque uno se pierde la oportunidad de pensar una institución fundamental y -en definitiva- de pensarnos.

¿Cómo opera esa terapéutica en el timbero que va al bingo? 

Los bingos nos ofrecen tranquilidad, olvido, nos dejan desenchufarnos y que nuestro cuerpo quede protegido sobre ciertas zonas que son lastimadas recientemente para poder salir con otro oxígeno y otra fuerza. Muchas personas van ahí para estar solas, pero en un lugar donde hay otros. Es una forma distinta de pensar la soledad, una soledad acompañada. Hay una idea de compañía, de aislamiento tumultuoso. Está todo el mundo deambulando, cada uno por su cuenta, pero con cierto calorcito humano. Eso que parece contradictorio, funciona.

¿Es peligrosa esta terapéutica? ¿Cuáles son los riesgos, más allá de lo económico, para el jugador? 

Puede ser un agujero negro que puede causar desde la pérdida de dinero hasta el suicidio. Recuerdo que un vecino mío tuvo una discusión con la mujer por dinero que gastó jugando y a la mañana siguiente se tiró abajo de un tren. Es una forma de arruinarse. Pero ojo, hay muchas otras formas contemporáneas de arruinarse, como la medicalización: la gente que tiene que tomar pastillas para poder dormir y antidepresivos para poder levantarse y que también tienen un montón de efectos destructivos; la comida, cuando tenemos ansiedad y nos damos atracones; o la prevalencia del alcoholismo. Hay muchas experiencias de soledad y de desesperación, de deriva y de estar a punto de besar la lona, donde gracias a la terapéutica del bingo uno evita caer en ese derrumbe del que capaz no se puede levantar. Los bingos vienen de alguna manera a ser un pulmón libidinal humano. Por eso hay que tener cuidado con muchas críticas irresponsables que no entienden el rol y la función práctica concreta que tienen estos lugares.

“Muchas personas van ahí para estar solas, pero en un lugar donde hay otros. Es una forma distinta de pensar la soledad, una soledad acompañada.


¿Pero por qué insistiría en seguir jugando alguien que sabe que el bingo puede ser un agujero negro? 

Porque está muy presente en ellos – y en la sociedad en general – la idea de salvarse. Hay personas que perdieron su casa, trabajo, familiares y siguen pensando que a través del bingo se van a salvar. Como las familias con chicos que juegan el fútbol y piensan “con el pibe me salvo”. No son lo mismo las inferiores de Vélez que el bingo de Ciudadela, que quedan a quince cuadras uno del otro, pero sin embargo tienen un proyecto político con muchos componentes muy similares. Esa insistencia nos va disminuyendo, nos enrosca.

¿Está perdiendo entonces?

Es una pérdida, seguro, pero ¿cuál es la ganancia de esa pérdida? ¿Cuál es la productividad? Por ejemplo: yo soy profesor. Hace un año un señor alcohólico vino a un reunión de padres. Me cuenta que cuando toma le pega a los hijos. Y que toma porque, si no lo hace, le explota la cabeza. Pero al mismo tiempo no le quiere pegar a los pibes. Que quede bien claro: es un problema. Pero ¿qué productividad está obteniendo de eso? Él toma porque siente que le explota la cabeza. ¿Por qué nos explota la cabeza? Del mismo modo, la gente que va a jugar sabe que va a perder plata pero ve que hay otras productividades. Igual insisto: no hay que tener una mirada romántica.



Andrés Fuentes
La cueva de los sueños. Precariedad, bingos y política. Una investigación de Andrés Fuentes
Tinta Limón
2018

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