Literaturas

Minutella y Álvarez: “La concentración de medios en muy pocas manos hace difícil pensar un periodismo con pretensiones objetivas”

En Progresistas fuimos todos, María Noel Álvarez y Eduardo Minutella exploran el aire de época de las revistas políticas de finales de los ’90. En esta entrevista repiensan las derivas de la relación entre periodismo y política al día de hoy.


Por Marvel Aguilera. Fotos Juliana Miceli

“Hoy las diferencias ideológicas no son tan grandes como las de ejecución”, decía Mauricio Macri, un modesto empresario con pretensiones de proyectar la “nueva política” tras su afamado paso como presidente de Boca. Era el año 2002 y el progresismo atravesaba su último pico de popularidad en el programa Detrás de las noticias. Su conductor, Jorge Lanata, el adalid del denuncismo periodístico, y el actual mandatario escuchaban atentos el preámbulo de casi diez minutos de Horacio Verbitsky, que enumeraba -a contracorriente de los tiempos de la televisión- la infinidad de causas que comprometían al grupo familiar Socma. A un costado, Reynaldo Sietecase intentaba esbozar una pregunta inquisidora. Macri era evasivo e insensible, pero real. Lejos del aura optimista y mesurada que vende en estos días por las redes sociales. Ese viejo video de archivo, además de traer a colación el encuentro de personajes hoy sumamente dispares, parecía dar en el clavo en una cuestión: la era del pragmatismo que trataba de anunciar el actual líder de “Juntos por el Cambio” más que una carta de presentación de su incipiente espacio parecía un análisis de la corriente de aquellos años, que incluía por antonomasia al periodismo. La destrucción de los partidos tradicionales y la falta de credibilidad en los referentes políticos tras la crisis del 2001 -basta recordar el “Que se vayan todos”- hacían del periodismo “progresista” el refugio de la honestidad para vastos sectores de la población. Un artículo podía bajar a un ministro y definir el futuro político de un espacio. El periodismo, como institución de poder, era una garantía. Pero, ¿qué había detrás de esa noción que solo un año después, tras la asunción de Néstor Kirchner, empezó a resquebrajarse? ¿Cuáles eran las razones para que en la práctica el orden moral estuviera por encima de la discusión ideológica? ¿Cómo conseguía el progresismo aglutinar en esa definición a referentes tan opuestos como Joaquín Morales Solá y Claudia Acuña?

Eduardo Minutella y María Noel Álvarez escribieron Progresistas fuimos todos (Siglo XXI), un ensayo que pone el foco en los principales semanarios de los años noventa y principios del 2000, medios nacidos al calor de la sensibilidad de aquellos años por el ideario progresista: la lucha contra la corrupción, la independencia de las instituciones, la reserva ética de los políticos y la defensa de leyes orientadas a los derechos de las minorías. Revistas como Tres Puntos, TXT, Debate y Veintitrés fueron las que marcaron buena parte de la línea a seguir de un sector social que se oponía a las políticas liberales del menemismo y a la frivolización exacerbada que amalgamaba a buena parte de la cultura. Las mismas que darían el visto bueno a la construcción de espacios progresistas de la mano de sus principales referentes, el mediático Carlos “Chacho” Álvarez y la “honestista” Elisa Carrió. La década kirchnerista y las reivindicación sociales que contrajo su modelo abrieron un campo de batalla comunicacional al interior del periodismo progresista: la tristemente célebre “grieta” que, lejos de ser conciliada por el gobierno de Mauricio Macri, fue utilizada como herramienta de blindaje aún en medio de una de las peores crisis económicas desde la vuelta a la democracia.

El primer medio que ustedes analizan es la revista Tres Puntos. Uno de los números caracteriza el surgimiento de la Alianza “como contracara del menemismo”. ¿El progresismo también fue parte de esa contracara?

Eduardo Minutella: Este tipo de progresismo tardo-noventista es un poco el espejo invertido del menemismo, pero también hay que pensarlo –y ahí me pongo historiográfico– como emergente de una época en el mundo donde hay un fuerte retroceso de la izquierda a nivel global. Y evidentemente los periodistas se piensan como antimenemistas, eso aglutina a una gran cantidad de profesionales muy heterogéneos. Más allá de eso, no es sólo antimenemismo sino que tiene que ver con un momento específico de la profesión: una época de fuerte expansión de los medios electrónicos, donde se consolida la profesionalización y la emergencia de espacios privados con fuertes recursos económicos para financiar, por ejemplo, al periodismo de investigación. Y además ese retroceso de las izquierdas tiene una reevaluación crítica de la experiencia de la lucha armada, que algunos ven como una derrota y otros como un error. Gran parte de los que lo vivieron como un error luego se reconfiguraron en esta identidad progresista. Una idea que de alguna forma los reconcilia con la noción de que el orden democrático no es meramente instrumental sino un fin en sí mismo. Es el contexto de la caída del muro de Berlín, de la transformación de un mundo aparentemente unipolar. Es un momento de la historia en que la izquierda, como decían muchos filósofos de la época como Giovanni Sartori y Norberto Bobbio, es más ética o cultural que política.

“Los noventa es una época donde buena parte de la reflexión política, filosófica y sociológica tiene que ver con la videopolítica: la idea de que la política se hace en los medios.”


¿Esa confusión es la que lleva a pensar a Elisa Carrió junto a Luis Zamora como una opción potable de izquierda?

EM: Carrió entronca con una sensibilidad progresista que no es muy diferente a la que expresaba en ese momento -en los tardíos noventa y comienzos de la década pasada- el mismo Néstor Kirchner. Él celebraba comerle fichas a Carrió en esa disputa política por quién hegemonizaba el espacio progresista que surge en la vacancia posterior a la crisis. Zamora tiene una deriva diferente, en él sí hay una reflexión sobre la izquierda. Ni Carrió ni Kirchner son personas que tuvieran una impronta de reflexión teórica sobre lo que significaba ser de izquierda, no venían de una tradición puramente de izquierda. En el caso de Zamora, era un ex trotskista que se le plantó a George Bush padre en el Congreso. Provenía de otra línea, el morenismo. Y que luego hace un corrimiento hacia las nuevas formas de la izquierda de fines del siglo XX y comienzos del XXI que coincide con la explosión de las teorías sobre cambiar el mundo sin tomar el poder o una izquierda que se revela como antiestatista: la izquierda libertaria, Naomi Klein, Holloway, Michael Hardt, Toni Negri. Estamos en una época donde los libros más vendidos de izquierda no son precisamente de autores de la New Left Review.

¿Más reformistas?

EM: Tampoco. Es una izquierda que tiene mucho de la impronta anarquista y de la autogestión. El libro de John Holloway se llama Cambiar el mundo sin tomar el poder. Las asambleas del 2001 son un poco el emergente de eso. Naomi Klein venía en esos años y paraba en la casa de Claudia Acuña, que había sido poco antes directora de Tres Puntos. Es una izquierda antiestatista, antiorganizadora en términos clásicos y antitroskista. Zamora entronca con ese espíritu, la izquierda autogestiva.

María Noel Álvarez: Carrió tiene una identificación muy fuerte con ese sector del periodismo que nosotros analizamos como “periodismo progresista” en un punto: la investigación de los casos de corrupción y la defensa de la institucionalidad. Ella es una fuente recurrente para esos medios. Y hay una cercanía constante. No orgánica, no es que los medios explícitamente apoyaban su proyecto político pero había una sintonía que hizo que muchas veces protagonizara las tapas. La revista Tres Puntos en un momento le cede la tapa para que ella escriba una carta abierta al país. Fue una figura muy funcional a los medios en ese momento de desconcierto del fin de la Alianza y crisis del 2001 como referente y guía de por dónde podía ir la cosa.

¿Ese espíritu de denuncia que iba sobre la ética y contra la frivolización no generaba un vacío en el debate público sobre lo político y lo ideológico?

EM: No creo que las revistas políticas tengan la capacidad de vaciar de ideología o política el discurso público. En todo caso son emergentes de una sociedad donde los propios líderes pensaban que la política se hacía en los medios. El dirigente más característico de esa forma de pensar la política era Chacho Álvarez. Su idea era captar el estado de la opinión pública y reproducirlo mediáticamente. Al punto que es casi un lugar común que la pequeña militancia organizada en torno a su figura se enterara cuál era el camino a seguir a partir de lo que él declaraba en el programa de Mariano Grondona. Estamos en una época donde buena parte de la reflexión política, filosófica y sociológica tiene que ver con la videopolítica: la idea de que la política se hace en los medios. Sartori escribe su famoso Homo Videns. Beatriz Sarlo escribe Escenas de la vida posmoderna. Es una época, además, donde los medios estallaron: pasamos de que haya muy pocos canales de televisión a la expansión del cable, las FM y los canales políticos. Entonces, hay un montón de espacios que los políticos modernos -no los tradicionales del territorio- entendían como un espacio multiplicador que tenía efectos más impactantes que una revista como Tres Puntos o TXT.

¿Por qué esas críticas de gran parte de los periodistas progresistas al modelo liberal menemista no se repitieron en estos últimos años a sabiendas de las similitudes en las políticas sociales y económicas?

MNA: Nosotros lo que vemos yendo a la década del noventa es que hay una unión en la crítica del menemismo por momentos más desde lo estético, como cuestiones relacionadas a la ostentación. Hay un ejercicio de época donde el periodismo está regido por la lógica de vender ejemplares, y lo que vendía era tener una buena denuncia de corrupción. La aspiración de todo joven periodista era hacer una buena investigación y poner en aprietos a un funcionario. Eso predominaba en la profesión en los noventa. El periodismo era una de las instituciones más creíbles, por encima de la Justicia. Era el pacto de lectura entre muchas de las revistas y sus lectores. Varios editores nos contaban que tenían la obligación de tener todas las semanas una bomba, porque si no la había se caían las ventas. Tres Puntos fue una revista que probó diferentes registros, pasó de ser una revista cultural y de ideas a ser una de investigación. Siempre buscando una respuesta en la venta. Entonces, en los noventa hacer periodismo de investigación y denunciar a ese segundo gobierno de Menem era algo que aglutinaba. El salto al gobierno de Macri del 2015 es complicado por todo lo que pasó en el medio y con los medios.

“Ya no hay semanarios de investigación como en aquel momento, sumado a la cuestión que para investigar se requieren recursos e independencia. Veinte años después el escenario de medios cambió por completo.”


Se suele justificar el blindaje argumentando que Macri le dio todo al grupo Clarín, pero Menem le dio Canal 13 y sin embargo el multimedio fue muy crítico en esos años.

EM: Todos los gobiernos negociaron con Clarín en la medida que les convino y dejaron de tener buenos términos cuando ya no servía. Menem cuando gana las elecciones del ’95 una de las primeras cosas que dice es “no le gané tanto a la oposición como a los medios”. El Kirchner construido desde el “albertofernandismo” actual es un Kirchner que se encontraba periódicamente con Magnetto y jugaba con el perrito que le había regalado Felipe Solá. En ese sentido los vínculos entre el multimedio y los gobiernos se establecen como parte de una negociación política que en algún momento se rompe por cuestiones específicas. Lo que sí veo es que este progresismo es un progresismo en tensión, que en parte entronca con una tradición social demócrata y en parte con una tradición nacional y popular. En el sentido que el menemismo uno lo podría entender como un conservadurismo popular con cierta apertura internacional y liberal en lo económico. Era lógico que aquellos que tenían una concepción más liberal clásica no se vieran del todo representados en ese espacio, ni los de tradición socialdemócrata o los que habían militado en la lucha armada pero tras una revisión en los ochenta, y tampoco los de la tradición nacional y popular. El peronismo en la década de los ochenta había hecho una revisión de su propia experiencia, la revista Unidos. Es una experiencia que implicó que el peronismo tratara de tomar distancia de las aristas más anti-institucionalistas de la izquierda peronista y que entroncara con eso que se había propuesto desde el alfonsinismo en los ochenta: “La democracia y las instituciones son un valor”. Entonces, Menem generaba una agenda que era muy fácil de recolectar para los periodistas disconformes. Kirchner, en cambio, era “desprolijo” en términos de su concepción del rol con la prensa y la opinión pública ya desde la época santacruceña. Eso cuando fue extrapolado a nivel nacional provocó que un montón de periodistas que se habían habituado a trabajar desde otra lógica no lo vieran positivo. Incluso en Página/12, cuando fue el caso Nudler gran parte de los periodistas no se encolumnaron detrás de la posición de los editores. Lo mismo pasa con el sindicato de los periodistas. Pero hay otra cuestión: que a buena parte de esos periodistas que habían sido progresistas no le gustaron mucho las prácticas del primer kirchnerismo en relación a medios pero acordaron con sus políticas, decisiones económicas y su valoración de los derechos humanos. Ahí se produjo un acompañamiento que en parte es genuino.

MNA: En el 2015 tenés un gobierno que recién llega. Y los medios masivos en general acompañan eso. Después pasan muchas cosas: ya no hay semanarios de investigación como en aquel momento, sumado a la cuestión que para investigar se requieren recursos e independencia. Veinte años después el escenario de medios cambió por completo. Ya el modelo de negocios de los medios está tan en crisis que cuesta encontrar uno con sustento económico para hacer investigación. Cuando entrevistamos a Edi Zunino de Revista Noticias decía algo interesante, él nos mostraba en su despacho las tapas de los últimos meses y contaba que cada vez que sacaban una tapa de Cristina vendían muy bien, pero si sacaban una del gobierno de Macri caían las ventas, porque hay un pacto de lectura entre el lector de Noticias y el medio que está esperando una mirada crítica del kirchnerismo y una favorable a la apuesta política de ese sector social.

¿Pero quedarse en ese nicho ideológico no fue la razón de que no lograran conservarse a largo plazo?

EM: Si vos seguís la deriva de estos medios, la primera revista fue Tres Puntos, que se reconvierte no por una cuestión ideológica sino porque el empresario que estaba detrás, Hugo Sigman, encuentra en otro producto de su factoría, el programa “Mirá lo que te digo” de Adolfo Castello, una vía mucho más exitosa que Tres Puntos, que daba pérdida.

MNA: Igualmente la revista dura muchos años, hasta el 2003. Son seis años.

EM: Sí hay un achicamiento muy fuerte. Dejan de salir un montón de revistas. Y Castello era de la misma factoría Sigman, y era un boom en la radio. Entonces, TXT es la continuación un poco más liviana y amable ideológicamente que Tres Puntos, que además acompaña -no en sus primeros meses pero sí después- la línea de gobierno de Néstor Kirchner. Sigman fue uno de los empresarios que acompañó buena parte del proyecto de ese gobierno. Si vos ves la revista Veintitrés hay una decantación natural: Szpolski termina siendo candidato. Si ves la revista Debate, Timerman la piensa casi como un vehículo para el ingreso a la política, y lo logra. Lo que sí me parece es que de alguna manera esas revistas son vías para el ingreso a la política de gente que antes, como el caso de Timerman, estaba militando con José Nun y Carrió. Nun después termina siendo ministro de Kirchner, y Timerman de Cristina. A veces las revistas se hacen con un objetivo plenamente periodístico pero son muchas cosas a la vez, no sólo empresas orientadas a vender un producto. En el caso de Noticias sí, Fontevecchia es un empresario de medios que actúa como tal, por lo tanto está más atado a esa necesidad: vender una tapa todas las semanas.

MNA: Veintiuno tuvo esa lógica en su primera etapa. Lo que pasa es que no es lo mismo hablar de la Veintiuno del ’98 y la Veintitrés del 2008, son productos y redacciones distintas. Lo que pasó es que en el 2004 y 2005 muchas publicaciones entraron en otra lógica que tenía que ver con la pauta oficial como medio para sostener financieramente esos medios, y eso cambió las reglas de juego.

¿No había una falsa noción de objetividad en ese progresismo?

MNA: Obvio. Lo que pasó en los noventa con ese periodismo es que había una pretendida objetividad, prácticas del oficio que aspiraban a ella, y a ese periodismo profesional inspirado en el modelo norteamericano. Es muy distinto de otras expresiones de periodismo faccioso como hubo a comienzos del siglo XX o el “militante” en la época kirchnerista. Si uno ve los primeros años de Tres Puntos ve que la revista tiene una mirada sobre el mundo: una agenda con los derechos humanos, de género y el derecho al aborto que rozan los esquemas de la época. Pero todo con una pretendida objetividad y profesionalismo, buscando diversidad de fuentes en un discurso donde todavía no había llegado la primera persona al periodismo. En el caso de TXT, la subdirectora era María O’ Donnell, que había sido corresponsal en Washington y venía con toda esa impronta. Por ejemplo, en el número 1° consensúan con Sigman que iban a transparentar quiénes eran los dueños de esa revista, en una época donde no se sabía quiénes eran los dueños de Canal Nueve y de los grandes medios que se estaban conformando. Entonces ellos decían: estamos en un medio profesional y queremos transparentar, y si hubiera un conflicto de interés lo vamos a explicitar. Esa objetividad le duró días. El mismo Hugo Sigman en una entrevista que nos dio para el libro nos concede que era muy difícil ser empresario de diferentes negocios y a la vez tener un medio periodístico. En algún momento iban a entrar en conflicto.

EM: Si uno piensa desde la lógica de la falsa objetividad ya tiene una concepción. La pretensión de objetividad no sé hasta qué punto es un vicio, yo pienso que es más bien una virtud de la profesión. No se puede ser objetivo, pero se puede intentar serlo. En ese matiz finísimo se resuelven algunas de las cuestiones por las que sí es valioso este oficio del periodismo. Hay muchas otras formas del ejercicio: los anarquistas que hacían protestas a principios del siglo XX concebían al periodismo de otra manera. En la era industrial de masas el éxito a largo plazo de las empresas periodísticas se termina logrando más que nada en medios que privilegian esta pretensión de objetividad. El tema es ver cuánto de eso efectivamente había en estas publicaciones. ¿Las publicaciones jugaban en esa liga o no? Porque claramente si yo veo muchos productos periodísticos actuales no juegan en esa liga. Entonces, no me gustaría levantar el dedo hacia prácticas de hace veinte años solamente desde la ventaja del archivo. Había algo valioso ahí, en pensar que el menemismo era un poder fuerte y que el poder judicial no investigaba. Ellos decían “bueno, vamos a investigar nosotros”.

“Hoy a la mayoría de los lectores les interesa confirmar sesgos de opinión, entonces es difícil pensar en la posibilidad de hacer periodismo en términos clásicos”.


¿Pero no hay una total falta de credibilidad hoy hacia esa pretendida objetividad?

MNA: Me parece que igualmente en estos últimos tres años ha habido periodistas que conservaron su capital de credibilidad y lo han logrado a base de no dejarse llevar para ningún lado. Poder entrevistar e impugnar a Rodríguez Larreta y también hacerle una pregunta incómoda a Alberto Fernández.

¿Te referís al llamado “Corea del centro”? ¿No le terminan hablando siempre a la clase media porteña?

EM: Todos le hablan a un público particular, a un lector idealizado y subjetivo. Claramente en el gobierno anterior hubo dos clivajes muy marcados: lo que devino en llamarse periodismo militante, que no era un periodismo de una impronta social sino un periodismo encuadrado en la lógica estatal, y por el otro Julio Blanck diciendo “nosotros hacemos periodismo de guerra”. Bueno, si las opciones son esas dos los que tuvieron mejor supervivencia a nivel credibilidad o capacidad de readaptación a las nuevas coyunturas son los que más o menos trataron de mantener esa vieja práctica periodística: la de chequear, la de investigar con elementos empíricos. En ese sentido eso lo sigo viendo como un valor.

MNA: Nosotros queremos rescatar el valor que aquel periodismo de soporte impreso de los noventa llevaba aparejado: una serie de prácticas donde los periodistas buscaban datos y fuentes. No era un escrito de tres mil caracteres en un portal sobre lo mal que me siento. Había realmente un trabajo de acercar al lector puntos de vista y diversidad de fuentes en todas las temáticas. Un periodista que sigue haciendo lo mismo que hace veinte años es Marcelo Zlotogwiazda. Si vos ves las notas de él de hace veinte años no solo investigaba el poder político, también a los poderes económicos, a las corporaciones. Es lo mismo que sigue haciendo hoy sobre la realidad actual. No desde la opinión ni en generar adhesiones desde lo emocional. Si hay posibilidad para un periodismo que informe a la sociedad y le brinde su derecho a la información es recuperando esas prácticas.

Pero hoy la comunicación y buena parte del periodismo está orientado a un enfoque emocional. El propio gobierno apoyó su campaña allí.

EM: Hoy lo emocional es un componente. Notas de seis páginas como las de Tres Puntos, muy poca gente lee. Ni siquiera se producen, porque para producirlas hay que pagarlas. Después tenés que tener alguien que quiera leer esa nota. Es más gentil y “divertido” ver la realidad a través de memes. Esto atraviesa a todas las formaciones políticas. Ahora, volviendo a los noventa -porque el libro es mayormente una crítica salvo dos o tres prácticas que rescatamos- me gusta pensar algo que dice Ernesto Semán, que además de haber estudiado historia participó en alguno de estos medios. Él dice que ellos eran parte de aquello que denunciaban pero no sólo parte en tanto denunciadores –estamos hablando del tipo que descubrió la pista de Anillaco- sino que además en el sentido de ser beneficiarios económicos de ese orden. Era un momento de explosión de los medios, de fortaleza, donde los periodistas dejan de ser personas desgreñadas con grabadores viejos y sacos de los setenta y pasan a ser personas que viven bien, a desayunar jugos con huevos revueltos y tomar drogas sofisticadas. Entonces, al ser vos mismo beneficiario te cuesta ver los límites del sistema. Por eso se cuestionan los rasgos externos del menemismo, lo epidérmico: la corrupción, la falta de estilo, su estética; porque no era el neoliberalismo a la chilena sino al interior del Partido Justicialista. Para algunos no era peronismo -yo creo que era una encarnación posible del peronismo-, para otros era un neoliberalismo incompleto porque estaba viabilizado por el justicialismo. Por eso el cuestionamiento estético. ¿Tenían posibilidad estos periodistas, que no eran militantes ni habían participado en política mayormente ni en organizaciones de base, de impugnar ese sistema in toto? Era difícil. Y más cuando veían prosperar sus vidas personales, sus cajas de ahorro y cuentas corrientes.

¿El progresismo fue un liberalismo con inclusión de minorías y derechos humanos? ¿Por qué la ausencia de crítica al modelo neoliberal?

EM: Porque en los noventa no la hay prácticamente en el mundo. Había un nuevo orden unipolar tras la caída del Muro de Berlín. En los países de América Latina también. Las experiencias de izquierda habían sido derrotadas, se habían reacondicionado y hecho una autocrítica. La cuestión es si es liberal en la práctica o en su concepción filosófica. También tiene que ver con si uno piensa al liberalismo como una de las raíces fundantes y necesarias de la modernidad o si se piensa como perversión. Entonces, ¿en términos económicos era liberal o neoliberal? Claramente, ¿en términos políticos lo era? En muchos aspectos lo era. Lo que cabe preguntarse es si toda tradición liberal per se es mala. Ahí ya hay un posicionamiento filosófico y político. ¿Se puede pensar el mundo sin el liberalismo? ¿Sin el Estado y las organizaciones de base? Ahí está la posición ideológica de cada uno.

¿Hay lugar hoy para el periodismo progresista en el escenario político actual teniendo en cuenta la unidad peronista, la casi extinción del sector socialista y el fracaso del liberalismo macrista?

MNA: Es difícil una respuesta, porque uno no quiere parecer tontamente optimista. Lo que me preocupa es la concentración de los grandes medios en muy pocas manos. Eso hace difícil un periodismo que pretenda ser objetivo. Y por la crisis de los modelos de negocios y la aparición de Internet también veo difícil la aparición de medios independientes que puedan poner recursos con ese fin. Es una discusión que se está dando en todo el mundo. Creo que la respuesta no apareció aún. Sí veo con optimismo cierta democratización de las voces a partir de un montón de espacios de comunicación alternativa: podcast, revistas digitales; que hace veinte años no estaban y eso causaba una sensación de asfixia.

“¿Cómo recuperás la idea de una industria periodística viable, que estuvo desde su fundación, si la pretensión de formación de un espíritu de discusión y debate en el espacio público ya no es un valor?”


¿Esa democratización de voces no trae también aparejada una precarización en el sector?

MNA: Sí, el problema es ese. Si esos podcast y revistas digitales que nos gusta leer se están sosteniendo con la espalda de la vocación de los comunicadores que tienen ganas de contar algo, no lo veo muy sustentable a largo plazo. Pero capaz en el camino aparecen otros modelos o formas de organizarnos como sociedad para tener ese tipo de consumos.

EM: El periodismo y el espacio público surgen como irrupción de la tradición liberal. El liberalismo está en un momento de retroceso. Así como en los noventas fue el retroceso de la izquierda, esta década lo es del liberalismo, y en todo el mundo, desde Mateo Salvini hasta Trump. Entonces, ¿cómo recuperás la idea de una industria periodística viable, que estuvo desde su fundación, si la pretensión de formación de un espíritu de discusión y debate en el espacio público ya no es un valor? Y ni siquiera para gran parte de la población. Además, si no tenés gente que vea detrás de eso un negocio -porque alguien tiene que poner la tarasca-, y con audiencias que perdieron la inocencia absolutamente. Hoy más que nada a la mayoría de los lectores les interesa confirmar sesgos de opinión, entonces es difícil pensar en la posibilidad de hacer periodismo en términos clásicos. Si uno va a querer corrobar sus propios prejuicios de antemano no hace falta el periodismo, pongo a Lanata para que haga un fuck you y listo. El tipo que ve a Lanata no quiere nada nuevo. Es como el turismo. El turista no quiere vivir la experiencia decimonónica, no es Burton o Malinowski que iba a las islas Tobriand y comía porquerías. Hoy el viajero va a sacar la foto que conoce de antemano, la foto con Mickey, al que le pagan para que te abrace. Me parece que el periodismo hoy busca eso, lectores que se autoconfirmen. Bueno, ahí hay un desafío, ¿se puede seguir haciendo un periodismo vital, ni cómplice ni lame botas ni mero denuncista para vender una tapa? La responsabilidad está en los que son periodistas.

MNA: El desafío en ámbitos como en TEA es ver qué vienen a buscar los jóvenes que quieren estudiar periodismo.

¿Y qué buscan?

MNA: No tengo idea. Porque no consumen lo que nosotros entendíamos por periodismo.

EM: Vos entrás a una clase y preguntás a través de qué medios se informan. Hay tres que te contestan por uno u otro medio. ¿Cuántos compran un medio impreso? Nadie. Yo tampoco lo hago. Primero por la crisis de credibilidad absoluta. Leo medios digitales que me gustan más. Leo Anfibia, Panamá, Ruda, La Vanguardia Digital, La Política Online, El Canciller. ¿Qué tiene para ofrecerme a mí un diario? No tiene mucho a esta altura, porque ya sé lo que va a decir. ¿Y los alumnos cómo se informan? Se informan con Instagram, con Twitter, con influencers o personajes graciosos. Y ahí hay un problema. Yo para escucharme a mí mismo ni leo. Prefiero elegir alguien diferente para ver qué me interpela. Si voy a leer a Mariano Schuster o Fernando Suárez, que son dos personas que piensan parecido a mí, prefiero juntarme a tomar un café. Yo tengo que leer algo que me desafíe. Ahí está la crisis y hay que ver cómo se reconvierte. Ahora va a haber un romance albertofernandista de los medios, y es lógico porque son empresas que buscan sobrevivir. Si vamos al largo de la historia siempre ha sido así. No está ni bien ni mal. Es así, funciona así. En algún momento la economía, que es la que siempre marca, va a determinar hasta cuándo sigue ese romance. ¿Cuál fue el eje de ruptura de estas revistas que estudiamos? El 2001. El país estalló. No importaba nada. Hay un capitulo de Years and years donde el tipo que está cuidando el banco se entera que le quedó la plata adentro, entonces le da la espalda a la manifestación y se pone a golpear el vidrio. Esa es la experiencia concreta de la historia.



Eduardo Minutella y María Noel Álvarez
Progresistas fuimos todos. Del antimenemismo a Kirchner, cómo construyeron el progresismo las revistas políticas. 
Siglo XXI Editores

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