La escritora y periodista publicó este año su poemario Para llegar al piso por Caleta Olivia y es co-directora de LatFem, medio de comunicación feminista.
Por Mica Risiglione. Fotos Eloy Rodríguez Tale
Aquella mañana de invierno el sol repiqueteó con más fuerza sobre la puerta de madera del bar de Boedo, y la escritora y periodista Agustina Paz Frontera puso una pausa a los preparativos del viaje al Segundo Parlamento de Mujeres Indígenas para hablar de su último libro, Para llegar al piso. “El verso del que surge el nombre es ‘para llegar al piso del sentido’. Quiero llegar a un lugar en el que no se entienda nada y aún así se pueda escribir. Hoy la poesía para mí es algo más ligado a la posibilidad de hacer magia que a una estructura racional”, deslizó con esa convicción que se vislumbra en cada una de las afirmaciones que hace.
Ahora bien, ¿por qué poesía? Frontera escribió versos desde pequeña. En la adolescencia tenía un cuaderno que, según su relato, estaba lleno de poemas horrorosos de amor y algunos ensayos: “No sé bien de dónde salió. A los 20 años ya me funcionaba como una vía de escape. Escribía en un papel las cosas que sufría, sobre el desamparo, la soledad, algo muy Pizarnik”. Contó, también, que hoy escribe en cualquier papelito que la inspiración le ofrezca y que le gusta que la poesía sea críptica porque, en el ejercicio del periodismo escribe todo el tiempo cosas que se entienden o que aspiran a entenderse. En cambio, la poesía, le significa todo lo contrario: “Podés llevar una idea de acá para allá, para arriba, para adentro, para afuera, hasta estallarla. Para mí es el espacio en el que puedo hacer cualquiera sin juicios morales”.
“Las mujeres no somos guardianas de nada. Cierta expansión del feminismo hacia todos lados terminaba lavando el sentido crítico del movimiento. Coloca a las mujeres como si fuéramos el único sujeto de feminismo.”
Su infancia transcurrió en Neuquén, pero desde hace 20 años vive en Buenos Aires. Es la alquimia perfecta entre la serenidad patagónica y la vorágine citadina. Con mirada reflexiva y una sensibilidad genuina, que sostuvo a lo largo de la charla, desmenuzó algunos de los versos que brotan eclécticos, página tras página del libro, como ramas de una enredadera.
Voy a citar algunas frases intrigantes de tus poemas y decime lo primero que pensás: “Leer mucho es tan asqueroso como comerse las uñas”
No pienso esto todo el tiempo ni de todas las personas que leen mucho, pero conozco gente que es así en ámbitos académicos e intelectuales y generan una relación un poco cínica con los discursos o las prácticas reales. Como si no se pudiera vivir realmente en la realidad sino a través de los libros y me produjo una sensación de repugnancia. Lo asocié a meterse la mano en la boca y arrancarse las uñas, como si el placer pasara por masticarse a sí mismo y saborear sólo lo que uno produce. Es, también, una manera de polemizar, porque la poesía muchas veces es leída por ese mismo tipo de personas.
“Digo que, mientras las mayorías caminan en medias, nosotros, vos, yo, él, nos ponemos las ojotas en las orejas y pedimos por favor que alguien quite la alfombra”
Mi infancia transcurrió en Neuquén. “Que alguien quite las alfombras” tiene que ver con mi condición de migrante. De vivir en una casa en la que abría la puerta y había tierra pasé a vivir en Buenos Aires. Pienso en la idea de departamento asociada a alfombras. Encima de todo tenés alfombra. Frente a quienes están en medias, cuidándose los pies, sin lastimarse y sin mancharse estamos nosotros, los que queremos tocar el piso. Es un cuadro de situación, una decisión en la que uno se posiciona. Prefiero estar sucia a estar cuidada.
“Las mujeres no somos las guardianas de nada”
Estaba trabajando en mi casa y me habían pasado un video de mujeres kurdas bajo el título “Las mujeres guardianas de…” no-sé-qué. Me dio la sensación de que la expansión del feminismo hacia todos lados terminaba lavando el sentido crítico del movimiento. Coloca a las mujeres como si fuéramos el único sujeto de feminismo. Es ubicar a la mujer, otra vez, en la posición de la que es pura, madre, caritativa, sufriente, la que se da por el pueblo, la que se pone a disposición… la que es guardiana. Por un lado, pienso: ¿me voy a oponer a eso? La verdad es que no, porque tampoco la salida a esa situación engañosa es rechazar el feminismo; pero lo milito de una forma que no reproduzca modelos de sociedad e identidades dañinos. Me haría una remera con esta frase. Basta. No jodan. No somos buenas por el sólo hecho de ser mujeres, no todas queremos ser madres, hay mujeres egoístas y mujeres de derecha.
Frontera hizo una pausa para beber un sorbo de jugo y repasó otra de sus obras: Una excursión a los mapunkies, publicada en 2013 por la editorial Madreselva. Una crónica sobre la cultura mapuche urbana que empezó siendo una tesis hasta que el director de la carrera de Comunicación, Alejandro Kaufman, insistió para que el trabajo académico se convirtiera en libro: “Rompió con cierta desinformación que había y resurgió a través de los casos de Facundo Jones Huala, Santiago Maldonado y Rafael Nahuel”
¿Cuánto de lo vivido en Neuquén influyó en esa crónica?
Un montón. Es de esas cosas que hasta que no te alejas no las ves. Mi vieja era directora de un jardín de infantes y trabajaba con un chico que se llamaba Roque, que era el que hacía las tareas de mantenimiento de la escuela. Mirá que ella lo adoraba a Roque, lo cubría en todas, pero nunca nos dijo que era mapuche. Lo supe tiempo después y asociando por el apellido. Son parte de nuestra comunidad, de nuestro cotidiano y están borrados. Lo mapuche está asociado a lo pobre, a una idea racista. En la secundaria iba a una escuela privada, con perfil progre, en la que habían dos chicos becados de la comunidad mapuche. Nunca en los dos años que compartimos con ellos se habló de su cultura, nunca se hizo un acto en el que habláramos de eso y, por supuesto, nunca se hicieron amigos de nadie. Eso me dio asco, como el de “persona que lee mucho”. Fue desde la buena conciencia racista, me pareció terrible. Por eso, cuando tuve que hacer un trabajo para la facultad que abordara una experiencia social que pudiera ser un ejemplo de la idea de “línea de fuga” de Deleuze, me encontré un fanzine en el que leí sobre mapuches punks y decidí hacer el trabajo sobre este tema.
“Nosotras no hacemos periodismo con perspectiva de género sino periodismo feminista. No te lo contamos con el foco en el género sino como militantes del feminismo y del periodismo.”
¿Cómo ves el rol del Estado en este momento respecto de la problemática de las comunidades mapuches en particular y originarias en general?
El Estado lo está visibilizando para mal, que es peor que la invisibilización. Lo que está haciendo es visibilizar una mentira. Está construyendo un sujeto indígena terrorista con la idea de que están contra el Estado. Tienen conflictos políticos al interior del movimiento como tenemos entre nosotros. Por más que muchos piensen su construcción política al margen del Estado, esta idea de que están armados y que vienen de Chile es repetir argumentos de 1880. Más allá de no acordar con lo que plantea, me parece que está bueno que el gobierno de Macri tenga tanta claridad al respecto. Porque no son las buenas intenciones de mi colegio secundario. No. Ellos te dicen “no nos gustan, no los queremos” y eso nos permite ubicarnos en un lugar claro: no tengo dudas de que estoy en contra tuyo.
Respecto al rol de periodista, sería inconcebible pasar por alto que Frontera es co-directora de LatFem, un portal de comunicación feminista que vio la luz en marzo de 2017 y hoy cuenta con corresponsales a lo largo y ancho de Latinoamérica.
¿Cómo es hacer periodismo en un contexto en el que el oficio está tan bastardeado y más aún cuando se encara desde el feminismo?
Está buenísimo. Ser nuestras propias jefas es no tener que consultar con nadie, más que entre nosotras, los temas que abordamos, cómo los encaramos, las fotos que elegimos, los títulos que ponemos y la agenda que nos damos. Es algo que nunca se nos permitió, salvo en un rincón de una columnita y, de repente, nuestras voluntades, nuestra ideología y nuestro deseo constituyen todo el medio. No somos la columna de opinión, ni somos las que contestan las cartas de lectoras, ni hacemos el suplemento de mujeres: somos el medio. En LatFem eso es espectacular, es lo bueno de ser auto-gestionadas. Nos hacemos cargo de la ilusión de la objetividad al mango, le damos una vuelta de rosca y hacemos un feminismo que toma posición. Yo no quiero que se sepa la verdad porque la verdad no existe. Te voy a contar la noticia en función de esa realidad que quiero que se transforme porque me molesta y me resulta injusta, dentro de los marcos de una ética periodística. Nosotras no hacemos periodismo con perspectiva de género sino periodismo feminista. No te lo contamos con el foco en el género sino como militantes del feminismo y del periodismo.
Aunque aseguró que el 2019 ya se está terminando, en su universo quedan mil cosas por hacer. Actualmente asiste a un taller de narrativa con Gabriela Cabezón Cámara y le queda por delante muchísimo trabajo con LatFem: “Es probable que en algún momento tengamos un local de LatFem, que es mi sueño. Me lo imagino tipo local partidario con una parrilla en la puerta y alguien tocando la guitarra. Quisiera que sea un lugar donde podamos dar nuestros talleres, que funcione como centro cultural y de formación y que puedan venir compañeras periodistas de las provincias y tengan un lugar para quedarse a dormir. Ojalá podamos concretarlo”.
Mientras sus ojos brillaban, como lo hacen los de aquellos que sueñan despiertos, se despidió con un adelanto de su próximo libro: “Va a estar impreso antes de fin de año. Es un proyecto que estamos haciendo en conjunto con la organización feminista y socorrista La Revuelta. Es la crónica de una investigación con testimonios de profesionales de la salud sobre abortos en el sistema de salud y su relación con el socorrismo”.
Agustina Paz Frontera
Para llegar al piso
Caleta Olivia