La autora habla de su primera novela, Formosa, galardonada con el Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejeda a fines de 2018, y catalogada por el jurado como pieza neofeminista.
Por Marina Cavalletti. Fotos Dante Fernández
“El tango no se está deconstruyendo sino transformando” dice Anahí Pérez Pavez, escritora y militante del movimiento feminista de la música que cultivaron Tita Merello, Nelly Omar o Ada Falcón, entre otras. Llueve en Buenos Aires y en el interior de “La Furiosa”, una milonga ubicada a metros de la estación Pugliese, la autora recibe a Ruda para hablar de su primera novela, galardonada con el Premio Luis José de Tejeda de la municipalidad de Córdoba a fines de 2018, y catalogada por el jurado como pieza neofeminista. La joven coincide con esa descripción: “Formosa da cuenta de una víspera de la emergencia del feminismo como lo vemos ahora. Se sitúa en la previa de su explosión”, indica.
La obra, editada en marzo de este año, aborda el abuso infantil con una prosa necesaria, auténtica y comprometida. Atravesada por los ecos de la universidad pública, el 2X4 y las asfixias vinculares “problematiza el poder y los modos en que la asimetría oprime en distintos ámbitos”, según los dichos de su hacedora, quien asegura: “escribir es mi forma de hablar con el mundo”.
Formosa es una novela que entrecruza la violencia intrafamiliar y cierto lado B de la política con el misticismo del tango. ¿Que te llevó a enfocarte en esos universos, cada uno con su propia complejidad?
Formosa problematiza el poder. Los modos en que la asimetría oprime en distintos ámbitos. En Formosa hay un varón cabeza de familia abusador que transmite una educación sentimental a sus hijas donde el amor a la mística y moral de izquierdas se ejerce en simultáneo a la violencia machista. Eso es lo que absorben las niñas, hermanas de Laika Zaruk, el personaje central. Al crecer, a Laika le cuesta distinguir su deseo porque no fue educada para identificarlo, mucho menos para ejercerlo. Asimismo, sí fue educada para servir al varón y trata de identificar algo parecido al amor en esa bruma de violencias. En el tango hay una educación sentimental que estetiza la violencia machista, algo parecido a lo que Laika percibió en su hogar de origen. De manera burda: en ambos “mundos” hay violencia mezclada con amor, se moldean unos modos de tratarse y relacionarse. En la política pasa lo mismo. No es novedad que vivimos sumergidos en dinámicas violentas. En Formosa lo interesante y novedoso, si se quiere, es visibilizar esos modos y hacerlo literariamente.
“El abuso sexual infantil se percibe todo el tiempo pero lo reduje a una oración en la voz de la víctima. Ese fragmento casi es la clave del libro, escribirlo fue lo más doloroso y valiente que hice en mi vida.”
Hay, casi como constante de los personajes, un juego entre la luz y la sombra de cada uno, ese ser un otro contradictorio y repudiable. ¿Cómo trabajaste entre esos extremos y qué te permitió ese movimiento a nivel de la trama?
Fue difícil de escribir pero lo percibo constantemente. Creo que un aprendizaje humano es ver que nadie es estático. Sólo lo son aquellos que por salud o por discapacidad afectiva no logran el cambio. Pero en la vida de todos los días, la vida que te impone tratar con otros, creo que siempre se ven esos contrastes. Cómo en distinto grado una persona es “buena” y “mala” a la vez. El asunto es que hay ciertas personas, las más devastadoras, que son muy conscientes de sus daños y los ejercen por sádicos. Hay que tener cuidado con el sadismo. Creo que es de los grandes problemas de la humanidad. En la trama traté de mostrar el sadismo sin morbo. Lo cual es, reitero, difícil. Porque es una decisión no reproducir ciertas formas de hacer arte que en distinta medida estetizan la violencia de modo peligroso. En mi novela el abuso sexual infantil se percibe todo el tiempo pero lo reduje a una oración en la voz de la víctima. Ese fragmento de Formosa casi es la clave del libro, escribirlo fue lo más doloroso y valiente que hice en mi vida.
Transversalmente y con la potencia justa aparecen tópicos como el aborto, la explotación capitalista, el repudio a los pueblos originarios e incluso el femicidio de una indígena. ¿Dirías que el libro cristaliza cuestiones que, más allá de las luchas actuales y pasadas aún están irresueltas?
Definitivamente. Lo que más me preocupa de todo eso es el racismo. Cuando escribí Formosa cursaba Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y tenía muy presente lo que aprendí en esa carrera, que es muy rica. Le llamábamos “economía de sentido” a esa que se da entre clase, raza y género. Y quise trasponerla a la literatura.
En este sentido, la protagonista asegura que “la vida no es paz sino movimiento”; entonces ¿la literatura (o tu literatura) es una forma de batalla, de ver el mundo? ¿O cómo la definís? ¿Qué te lleva a escribir?
Escribo porque lo disfruto y me cuesta. Ahora que con tu pregunta me hacés revelarlo me doy cuenta de que mi modo de vivir también tiene contrastes y multiplicidades, pero por suerte muy del lado de la neurosis. Amo escribir y leer. Creo que más leer, pero de algún modo tengo que procesar eso que promueve en mi mente la lectura y por eso escribo. Leer es escuchar a otros y escribo por la parte que me toca en esos múltiples diálogos. Escribir es mi forma de hablar con el mundo. De quedarme tranquila de que “al mundo” le dije lo que pensaba.
Laika se empodera y toma distancia de su padre a partir de su progreso en la universidad pública. ¿Cuál considerás que es la relevancia del acceso al conocimiento y a la información hoy en general, y al momento de crear en particular?
Como dije antes. La hechura de Formosa le debe mucho a la universidad pública. Casi es un canto a ella. Me acuerdo que una vez me criticaron al personaje principal –antes de publicarla- porque “intelectualizaba” mucho. Y tuve que limarla para que tenga su propia personalidad y no dijera tanto todo aquello que yo aprendía en la UBA. Al fin y al cabo, Laika no soy yo. Me excede en mucho. Pero con Laika habitamos un universo común: los pasillos y aulas de la UBA.
Formosa es una novela que antes de ser premiada y publicada tuvo un recorrido, una preproducción. ¿Encontrás alguna explicación puntual para que el reconocimiento se diera ahora y no años antes?
En concreto: hubo un jurado que en 2018 la eligió porque, entre otras cosas, trataba de “neofeminismo”. Me pareció muy interesante esa definición porque en síntesis hablaba de que mi libro se inscribía en esta última ola. Es una manera de historizar al feminismo y dar cuenta de que hay textos que funcionan cuando la sociedad está preparada para la escucha. Además, como dije en muchas oportunidades, lo “desmalecé” bastante. Requería más trabajo de mi parte. Tanto que me quedó una novela “corta”, pero no por eso menos poderosa.
Militás en el Movimiento Feminista de Tango, ¿considerás que ese género musical atraviesa un proceso de deconstrucción o cómo evaluás su actualidad? ¿Creés que Formosa puede aportar algo en ese contexto?
Formosa da cuenta de una víspera de la emergencia del feminismo como lo vemos ahora. Se sitúa en la previa de su explosión. Y me llegué a preguntar si Laika debía aggiornar su mirada a la actualidad y me respondí que no. En sus palabras, ella va a “bailar tango como varón”. En su momento histórico ni se pregunta que es una construcción “bailar como varón”. Dejé esa huella porque me parece importante mostrar que todas hacemos un recorrido. Así como nadie nace mujer sino “se hace”, nadie nace feminista. Mi lectura es que el tango no se está tanto deconstruyendo sino transformando. Hay modos que van a prevalecer. Por ejemplo: es equivocado decir que las feministas del tango queremos censurar los tangos “violentos”. Eso sería no tener perspectiva histórica. Nosotras, desde el Movimiento Feminista de Tango, venimos a hacer preguntas con nuestras acciones, performances y declaraciones. Hay muchas reacciones de rechazo que a mi modo de ver son síntoma: demuestran cuán inmersxs en la violencia estamos aún. En los modos originales del tango está inscripta la violencia, es una realidad. En la actualidad se transforma con nosotras y nuestras preguntas, porque como toda práctica social si no cambia se desactiva. Nos dicen a las feministas del tango que venimos a destruir “el tango como es”, cuando en realidad le estamos dando vida.
Anahí Pérez Pavez
Formosa
EM