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Trastorno: culebrón metafísico de Pompeyo Audivert

Después de Muñeca (Discépolo) y La farsa de los ausentes (Arlt), Pompeyo Audivert nos trae esta versión libre de El pasado de Florencio Sánchez, completando un tríptico de versiones libres sobre estos tres grandes autores del Río de la Plata, que cuestiona al poder y a la infame oligarquía argentina.


Por Pablo Pagés.

Empecemos solo por una descripción rápida del escenario. El laburo de vestuario coloca a los personajes en una situación epocal determinada. Algo que sucede entre 1889 y 1920. La escenografía busca justo en el tiempo que hemos indicado. Efectiva, funcional y arquetípica. Solo en la escena primera y en la última está entre los objetos un cajón hecho de maderas, desprolijo.

La historia que es una de las cosas que más nos importa sucede dentro del territorio de esa oligarquía terrateniente que padece los cambios de un mundo que alguna vez la colocó, en la división del trabajo internacional, como la gran productora de materia prima; se ve languidecer en todas las escalas del patetismo como una pieza trágica del mismo Shakespeare. Pero (como dicen esas palabras de nuestro profeta barbudo que vislumbró la plusvalía, en esa máquina que comenzaba recién a constituirse) primero la historia se nos presenta como tragedia y luego como comedia, aunque en algunos casos aparece al revés y en forma tan cíclica y demencial como si fuese una patología severa sin tratamiento que goza de la perversión como la maldad que la ejecuta. Las metáforas de la obra toman el carácter de un inusual patetismo criollo y desvergonzado.

Para saltear sus etapas un par de siglos, tenemos el lujo de estar presenciando en vivo y en directo como todita esta caterva de señoritos que forman nuestra ineficiente oligarquía, destruyen sin miramientos ni congoja un país entero. Ya lo han hecho antes, casi durante todo un siglo.

Esta puesta no tiene las consonancias del texto inicial de Florencio Sánchez, estrenada en 1906, adjudicando por prepotencia de trabajo, un conocimiento innegable de estas bellezas rioplatenses. Florencio manejó cierta ironía que ha pasado los límites temporales para convertirse en una aterradora versión del presente, pasado e incierto futuro.

Es un culebrón porque los excesos en las dependencias amorosas casi superan al género mismo, pero es metafísica porque las decisiones que se toman para resolver situaciones emergen de una constelación de autoritarismos, espantos políticos, poderes exacerbados y recuerdos que se cosifican bajo la forma de estatuas. Recuerdan el tiempo donde ciertos apellidos de los dueños de estas tristes e inabarcables tierras tuvieron el reconocimiento social para constituir (más por mentiras que por otra cosa) una pieza única de iletrada oligarquía argentina; que, mientras asesinaba judíos durante la Semana Trágica de 1919, hacía tiro al pichón en Mar del Plata, escapando de la irrisoria paranoia de ser dominados por una revuelta maximalista.

Así es que, de este limbo, surge la narración y se crean los personajes que merodean siempre la más exquisita de las locuras.

Por contraste, por oposición o por ser esta obra la parte de un todo -que a esta altura de las circunstancias resulta ignominioso y casi se encuentra en la imaginería de nuestra maldad constitutiva-, es así que vemos Trastorno como una cuestión individual pero también social. Porque de este pequeño nido de locura se refleja la necesidad asesina de mantenerse en cierta alteración social o trastorno de poder, dentro de esta burda oligarquía, por sobre la cabeza del resto del país.

Está bien. Estoy de acuerdo. Quizá no estaríamos hablando de forma tan emperifollada si esta obra de teatro no fuese idea de Pompeyo Audivert. Su actuación es superlativa. No solo maneja los registros del personaje sino que los potencia a lugares donde solo se puede sobrevivir a través de la locura. Detalles pequeños en la caracterización de los actores hacen que el que conoce esta obra en papel se sienta un poco extrañado, pero ya sabemos que todo metafísico culebrón debe manejar algunos registros para no serle fiel al género que lo puso en órbita.

Burla, asco, compasión. Todos los actores en escena están girando sobre Pompeyo. Conviene no contar mucho sobre lo argumental, en estas instancias donde la crítica suele abrumarse en detalles que van cerrando cierta historia. Es tentador, pero más curioso es dejar que todo este gran trabajo lo involucre a uno como parte de esta puesta en escena que se llama Argentina.

Una obra genial, que repite hasta el cansancio, otra vez, el espanto de estar presenciando los verdaderos intereses de esta clase con nuestra querida y soberana patria.


Trastorno

Viernes y Sábados 20:00 hs
Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Av. Corrientes 1543

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