Una charla con Mauricio Kartun es un hecho absolutamente estimulante. Mauricio es el padre de la escuela dramatúrgica en este país y en otros. Una historia que comienza por el año ’73. O antes.
Por Pablo Pagés. Fotos Nadia Gillo.
Saberes especiales
Uno
Cuando tirás de la soga para traer algún recuerdo lejano buscando la punta de algún ovillo se suele suceder un silencio necesario. Pasaron unos segundos hasta que Mauricio Kartun abrió apenas sus ojos y sus labios apretados mostraron cierto esfuerzo en dominar los recuerdos de su infancia. “De pibe iba al teatro con mis padres, era un evento familiar, cultural, como ahora ir al cine. Veíamos teatro de revista, comedia y teatro independiente. Veníamos desde San Martín al centro. El teatro no me era una actividad desconocida”.
Empezó a escribir cuentos y tuvo la suerte de ganar un concurso antes de terminar el secundario. “Por razones azarosas”, enfatiza ahora.
Por entonces comenzó a pulir mucho sus diálogos en sus textos narrativos y eso lo llevó a un curso en Dramaturgia. La vida empuja, y aunque se tienda a racionalizar el pasado, la verdad de la milanesa es que el presente nunca se acaba, hasta que se baja el telón. Algo le pedía un poco más de oxígeno y el teatro reunía, para Mauricio Kartun, las tablas y la militancia. Épocas oscuras ya se manifestaban por todos lados como una pequeña serpiente que recién había salido de su huevo.
Dos
Una realidad hizo que la dramaturgia se instalara en su vida. La narrativa era un trabajo muy solitario. Mauricio Kartun comenta con desenfado: “Nadie te pregunta a ver si tenés alguna novela para publicar. Pero en el teatro pasa lo contrario. Uno escribe y siempre hay directores que pueden poner tu trabajo en escena”. Cuando me salieron unas dos palabras escuetas de algo que se me vino a la cabeza, él se me adelantó: “Pero el teatro ” -afirma- “es una actividad muy energética, festiva, divertida. Rodeada de fiesta, alegría y erotismo. El acto básico del teatro implica compartir con un grupo, los camarines, salir a comer después de la obra. Ahora se podría ver como algo convencional pero a los veintipico todo eso tenía una fuerza ‘atractora‘ muy grande”.
Y yo con mis papeles sobre la mesa ratona y unas preguntas que se iban modificando a medida que avanzaba su relato. Sentí una imagen que se convirtió en deseo y me dijo, en secreto, como ese relato de Maupassant, “El Horla”, que me dedique a la dramaturgia como Kartun, que no para de hablar con esa pasión tan genuina.
“Yo no tengo hobbies, eso sería ocupar tiempo por el solo hecho de ocupar. Yo tengo pasiones que requieren de mi tiempo”
Mirando de coté, creo que intuyó una sonrisa entusiasta en mi rostro y arremetió: “Hasta el 76, que fue el primer punto de inflexión en mi carrera, yo escribía un teatro más político, más cuadrado, de propaganda. Luego de ese año comencé a escribir otra dramaturgia. Ahí tuve que empezar a laburar de otra forma. Si bien seguía teniendo un contenido ideológico, ya había mutado. Uno escribía un relato pensando en las preguntas, en la construcción de una idea que el espectador podía llevarse y pensar”.
Me quedé reflexionando una frase de Mauricio: “yo no tengo hobbies, eso sería ocupar tiempo por el solo hecho de ocupar. Yo tengo pasiones que requieren de mi tiempo”. Una de esas pasiones es buscar, con la paciencia de un notario advenedizo, imágenes de archivo de toda clase. Cuando digo de toda clase, hablo de esas cosas que a él lo motivan. Por si no queda en claro.
Tres
Las cuestiones temporales, o más bien cronológicas, son arbitrarias, muchas veces porque pierden cierto contexto. Pero tenía una duda que entró medio torpe con la pretensión engorrosa de una pregunta sin signos de interrogación.
¿Podemos poner otro punto de inflexión en tu carrera en el 1982?
— Diría yo… en el ’84, que escribí Pericones. Fue una obra en donde junté todo. Pericones fue mi primera incursión en un teatro político pero de sala. Ya no era el teatro de calle, de villa, de espacios alternativos, ya no era un teatro de barricada. Era un teatro que tenía una voluntad constructiva, que de hecho se estrenó en el Teatro San Martín. Pero que a la vez tenía un postulado ideológico.
Algo presente en todas tus puestas, lo ideológico.
— A ver, yo tengo unas producciones más políticas y otras menos políticas. En todo caso, yo creo mucho en el concepto de la “idea teatro”, la obra de teatro como creadora de una idea. La obra no es una idea en sí misma sino es la constructora de la misma en su propia esencia. Esas ideas a veces tienen que ver con el campo más francamente político y a veces con otro teatro. En todo caso no tan expuesto o expresamente político. Pero de todas maneras siempre lo que está presente es ese concepto de la idea teatro. Una construcción que alguien incorpora más allá de las palabras que dicen los personajes, que sugiere en todo momento una entidad poética como “tropo”. La obra construye un sentido, vos te llevás eso, esa idea de cierta construcción poética. Nosotros tenemos un dicho, que está muy gastado, pero sigue siendo un claro ejemplo de la cosa: “la obra que trasciende es la que sobrevuela la milanesa”. Es esa obra que te cuesta entender más tiempo afuera del teatro que adentro. Esa obra deja una semilla, esa semilla es esa “idea teatro”.
Cuatro
Adentro de su casa dos gatos se desperezaban sobre un sillón. Se acercaban para que los acaricie. Los sentí como una grata compañía, pero Kartun nos advirtió que tras la primera demostración de afecto, íbamos a tener que correrlos a cada instante. Con mucha ternura los llevó hacia otro lugar de la casa. Ya para ese entonces había descartado un par de interrogantes sobre si esos animales representaban una fuente de inspiración como le pasaba al “Gordo” Soriano, Chandler, Borges, Cortazar, Ernest Hemingway, Truman Capote, William Burroughs o Charles Bukowski.
Un living enorme. Una casa llena de premios, de máscaras teatrales, arlequines en las paredes, muñecos que toman vida en el relato. Una modesta biblioteca al fondo y cerca del balcón terraza un par de sillones que pegan la vuelta a una mesa ratona. Ahí tiré los papeles. Sobre la mesa. Ese punteo de quince o veinte preguntas que uno se lleva por si sucede algún silencio incómodo.
Cinco
Hasta Kartun, la dramaturgia no existía ni como materia, ni como carrera en ninguna institución. Esa historia la tenía en claro. Solo quería escuchar cómo había sido su salto a director. Un tartamudeo inicial acompañó mi curiosidad.
Vos escribías obras, escribías para otros directores, ¿cómo fue tu quiebre para convertirte también en director?
— Yo he estudiado más dirección que dramaturgia pero nunca dirigía con absoluta consciencia del peligro que la dirección implica. El tema de contener. Contener a un grupo, hay que contenerlo en muchos aspectos, artísticamente, afectivamente, socialmente, vos dirigís y sos la cabeza. Vos estás conteniendo también económicamente porque es una actividad que de alguna manera se entiende como una inversión de tiempo y que supone una rentabilidad. Casi siempre el actor entra en pánico, ¿como contenés ese pánico? Es una exigencia altísima y yo sentía que, si a gatas era capaz de contenerme a mí mismo, ¿cómo iba a hacer para contener a un grupo? Entonces la verdad es que lo postergaba, en principio por temor y después porque me iba bien sin dirigir. Terminaba una obra y se la llevaba a unos directores y ellos la montaban. Mientras eso funcionó yo le saqué el cuerpo a la decisión de no dirigir, no siempre me llevaba bien con los resultados pero, a ver, en todo caso, no me podía quejar del nivel profesional al que había llegado. Estrenaba en salas oficiales, con directores prestigiosos, ganaba premios, pero había algo, la sensación de algo que no se terminaba de concretar. Yo sentía que estaba afuera del campo de la pasión. Del campo del deseo. El teatro es una actividad erotizante.
Seis
Él cuenta, efusivo, tirando la cabeza para atrás, mirando de reojo como midiendo las alteraciones imperceptibles que provocan sus palabras. Quizá porque ésa es la idea, “la idea teatro”, los datos, los diálogos mechados y en apariencia sin coherencia discursiva, las acciones y los fallidos, todo es material, todo es una puesta, una coartada tramposa y canchera para decir siempre otra cosa. La sustancia etérea que sobrevuela una pizza en Güerrín cuando uno sale del teatro.
La pasión de Kartun parece estar por encima de la historia subterránea y dicotómica de estas pampas fuleras. Se cuenta a sí mismo una línea argumental que aparece y desaparece entre sus comienzos y el presente con la ductilidad de un malabarista. Si por el ’73 escribía textos que hacían referencia a cierta denuncia social, ya por el ’76 comienza un punto de inflexión que lo sumerge en textos que van más allá de lo literalmente expositivo y performático. Por entonces su obra Gente muy así es estrenada en el Teatro de la Cortada.
Casi siempre el actor entra en pánico, ¿como contenés ese pánico? Es una exigencia altísima y yo sentía que, si a gatas era capaz de contenerme a mí mismo, ¿cómo iba a hacer para contener a un grupo?
Ahora su dramaturgia construye ideas, metáforas y sentidos diversos que solo el espectador puede descifrar. En 1978 se estrena su obra El hambre da para todo (Teatro Arriba Concert). Y estudia Dramaturgia con Ricardo Monti.
Quizá acá está la búsqueda del artilugio, su “Macguffin Kartuniano”, eso que al espectador lo pasea de un lado a otro, esa organicidad secreta y premeditada de cada texto, esa necesidad de despertar la curiosidad en el espectador, de lograr que el texto siga operando en cada uno de los que ven el espectáculo, con absoluta intencionalidad, de reo, medio culto, medio profeta. Una máquina narrativa que creció a los tropezones, que inventó un hábito personal, hasta casi me atrevo a decir, medio ácrata.
En 1980, su obra Chau Misterix se estrena en el Teatro Auditorio Kraft de Buenos Aires. Al año siguiente surge Teatro Abierto que fue un movimiento de los artistas teatrales de Buenos Aires bajo el régimen militar y desapareció en 1985, un año después de recuperada la democracia. Nació por el impulso de un grupo de autores, entre ellos Kartun, dispuestos a reafirmar la existencia de la dramaturgia argentina aislada por la censura en las Salas Oficiales y silenciada en las Escuelas de Teatro del Estado. En este espacio físico y temporal, en el ’82, se estrena su obra La casita de los viejos y en 1983 por Cumbia morena cumbia recibe el Premio Argentores.
Siete
Estaba sentado en un bar en la esquina de su casa, con el equipo de fotografía, cargando la batería de la cámara y esperando que mi amiga fotógrafa llegue. Me pedí una cerveza artesanal y me quedé charlando con la moza acerca del Delta de Tigre, ambos teníamos cabañas de madera por esos pagos. Dos datos me llamaban la atención. Me habían dicho que Mauricio Kartun tenía un balcón terraza repleto de plantas de todas las variedades y que además tenía un par de gatos de los cuales nunca había hablado mucho en entrevistas anteriores. Me aburre esperar y soy demasiado puntual, puedo llegar media hora antes para sentirme tranquilo. Eso había hecho. Le mandé un mensaje por wasap a mi amiga para que me busque en la puerta de la casa de Kartun y salí del bar. Caminé despacio mirando hacia arriba y a mitad de la cuadra vi que salían de un balcón ramas pequeñas y ramas grandes, una especie de selva en las alturas. Bajé la mirada y el número del edificio era el del Maestro Kartun. “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”, decía Borges.
Nadia, la fotógrafa, me hacía ademanes desde la esquina del bar. Ni bien llegó me preguntó si había cargado la batería. “No me olvido de esas cosas”, le respondí, en seco. Movió la cabeza para los costados y largó una pequeña mueca cargada de ironía. Nos conocemos.
Aviso a Kartun que estamos, por el portero. Aparece a los tres minutos, no más. Un poco más alto que yo, si ese dato importa. Con una sonrisa amable, anfitriona, nos invita a pasar. Se abrió la puerta de un ascensor. Era pequeño, para no más de tres personas. Cargué al hombro la mochila con la cámara y el trípode por si las moscas. Me acurruqué en un rincón y entramos los tres sin problemas.
Ocho
Borges entró en la universidad por una ley de saberes especiales. Igual que Kartun. ¿Tiene peso eso, no? Decir: “Como Borges”. Pero Mauricio no se infla con su prontuario de laburante de la dramaturgia. Mucho tiempo escribió obras pensando en directores. Haciendo copias y dejando esos trabajos en varios lugares. Digamos unos veinte años. Mientras daba clases, escribía y escribía. Pero la obra siempre termina siendo del director y en más de una ocasión terminaba la cosa en discusiones virulentas sobre los resultados. Mauricio era solo una parte más de ese conjunto que sale a cenar afuera luego del espectáculo. Cerca del 2005, ocurrió su último, por ahora, punto de inflexión. Decidió dirigir sus textos. A los 56 pirulos. Como dije, la pasión en él supera todos los temores. Sólo cuestiones de oficio de director lo ponían de vez en cuando en jaque. Pero eso se superó. ¿Por qué? Porque el deseo o su cuerpo, estaba siendo realizado en nada menos que La Madonita. Una obra que habla de ese cuerpo objeto o deseo soterrado que emerge entre los poros y modifica el destino.
Nueve
La gente va y viene a ver Terrenal, ese pequeño misterio ácrata. Cuestiones mitológicas sacuden, empujan ese texto, pero además, si la percepción no me abandona, creo ver la presencia de Beckett como un fantasma que otra vez de forma bondadosa ayuda a mantener cierto grado de tensión e intriga que ponen a los espectadores entre una espada de madera y una pared invisible. Me sorprendió un comentario de Kartun; yo pensaba que como director, desde el 2005, hasta este fenómeno de Terrenal, su carrera, iba, de alguna manera, teniendo cierto in crescendo.
“No, claro que no”, me contestó. “Cada obra que dirigí fue algo distinto. No hay puntos de comparación. La construcción subyacente al texto siempre cambia. La “idea teatro” que se lleva el público en cada una de mis obras es siempre diferente, no hay instancias superiores entre una obra y otra”.
Sí, eso es, la poesía. Mauricio Kartun tiene una prosa generosa, muy estudiada a fuerza de laburo y laburo. Una poética eficaz que encaja en la boca del actor, con frases cortas, diálogos posibles, mucho ingenio y cierta ironía que late tras el cinismo, la ingenuidad y la locura.
Diez
Lo que me llamaba la atención, y no podía preguntarlo porque quedaba fuera de contexto con su entusiasmo, era algo relacionado a cierta tendencia de colocar en un lugar temporal sus textos antes del peronismo. Claro, como si no hubiese existido una historia de lucha de clases antes del ’45. Por ejemplo, Ala de Criados. Plena Semana Trágica. Enero del 1919, la oligarquía temerosa de todo lo que sea extranjero. La guardia civil que sale a cazar judíos y obreros. La masacre más terrible que padeció esta Capital Federal. Así varias puestas se suceden, se podría decir, en esa Argentina pre-peronista.
Presiento (ese término siempre me gustó porque todo lo que recuerdo se me viene primero como un sentimiento). De pronto aparecen retazos de una frase de Flaubert en mi cabeza, de La educación sentimental. Busco por Internet, encuentro el texto y lo recupero: “Y se imaginaba una vida exclusivamente fecunda para llenar las más vastas soledades, abundante en todas las alegrías, desafiando todas las miserias, en que las horas hubieran desaparecido en una continuada expansión de sí mismo, y que habría producido algo resplandeciente y elevado como la palpitación de las estrellas.”
La poética de Kartun me recuerda a esto. Cada frase aparece con cierta independencia metafórica pero con las posibilidades abiertas de encajar de refilón en la que le sigue o antecede. Hay algo del ritmo, de lo fonético, de lo musical que Mauricio Kartun domina con conocimiento de causa. Prefiero pensar, a veces, que la composición secreta del universo es más un asunto musical que un teorema inexorable.
Kartun dialoga con su trabajo en forma constante. Casi como con la paciencia que le dedica al cuidado de su pequeña y frondosa selva en su balcón terraza. Seguro hay un punto de conexión pero esto es una pregunta que se me fue por el barranco vertiginoso del presente y sus cambios de rumbo. Pero sí entendí que el teatro es un hecho reparador. Esa forma festiva primigenia que coquetea con la orgía y las sensaciones. Es el non plus ultra. Atrás del teatro no hay nada. Mejor armarse de una calma ancestral y compartir al lado del otro. Después de todo no vamos al teatro para buscar una afirmación a nuestros dislates o dudas existenciales; me consuela pensar que esta enorme producción, muchas veces realizada con los aportes del grupo, nos sirve para seguir generando preguntas.
Once
“Tengo un Ficus Pandurata para regalar, es una planta medio delicada, no se banca las heladas y tiene que estar algo protegida y con alguien que le de bola, claro”. Cambió el eje de la conversa mirando al balcón con esa miradita atenta y avispada. Le pregunté, entre el entusiasmo y la sorpresa, como me siento cuando voy a pescar y después de una hora siento el golpe del pique en la tanza.
¿Cuál es tu relación con las plantas?
Sin esperar a pensar nada elaborado me dijo: “Mirá, no es nada racional, es una cosa muy energética. Me levanto, me hago unos mates y salgo al balcón y ya veo qué planta trasplantar o cuál necesita un poco de limpieza. Es algo cotidiano, que hago con mucho placer. Las plantas tienen un lugar importante en mi vida.”
— Quiero pedirle el Ficus Pandurata pero después pienso: ¿dónde voy a poner eso? Ni mi vieja tiene la predisposición de tratar una especie con tanto cuidado. Mejor sigo con los cítricos en mi cabaña del Delta. Me parece que nota cierta decepción en mi postura o mis gestos. Camina hasta un rincón lleno de plantas de interiores, toma una, le limpia las ramitas secas, le quita pequeños brotes en la tierra abonada y me habla sin mirarme: “Te regalo esta planta”.
Sólo tengo cítricos Mauricio. Voy y vengo del Delta. Pero a mi madre le va a encantar. Ella le dedica tiempo y amor.
— Te regalo ésta, dale, que tiene unas hojas muy lindas. Le va a encantar.
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