Música

De dioses, mortales y otros ángeles caídos

Luis Sagasti se pregunta por qué escuchamos a Led Zeppelin para la editorial Gourmet Musical. La respuesta será un ensayo que se aventura a intentar comprender y explicar mucho más que el fenómeno de una banda de rock.


Por Violeta Micheloni.

Segundo de la serie creada por la editorial Gourmet Musical inaugurada con Por qué escuchamos a Aníbal Troilo (2018) de Eduardo Berti, el libro dedicado a Led Zeppelin soporta la carga de cualquier publicación titulada con una pregunta, es decir, la obligación de dar una respuesta. Una respuesta que necesariamente deberá ser sometida a la sospecha, como toda afirmación que se precie de tal. Frente a esta demanda, Luis Sagasti prefiere salir por la tangente. El libro responde más bien a la pregunta por el pasado y el título implícito es quizás “Por qué escuchábamos a Led Zeppelin”. Un pasado que Sagasti conoce de primera mano y que merece una rememoración. Al recorrerlo el autor ofrece en clave de ensayo una hipótesis de lectura para todo el fenómeno musical, cultural, social y político que representó la música en las décadas del sesenta y setenta a nivel local e internacional.

Luego de un ingreso en el mundo Sagasti-Zeppelin a partir del relato de la experiencia fundante que representó empezar a escuchar a la banda en el contexto de la dictadura y de la sensación de estar en el umbral de un tiempo nuevo, se impone la necesidad de poner en diálogo al grupo con los demás jugadores fuertes de la época (The Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd y The Who, etc.). Allí se aventura la hipótesis de que, en conjunto, todas las bandas que dominaron a nivel internacional esa nueva ola de rock de grandes recitales definieron una suerte de Olimpo de dioses distintos con fuerzas específicas y en gran medida complementarias. En esta forma de leer el arte, en nada privativa del fenómeno del rock como el autor señala, son los “mitos de origen” los que cimientan el relato alrededor de la conformación de cada banda y que replicados hasta el infinito por medios y admiradores devienen en coleccionistas, memorabilia y tours para fanáticos. La escuela o zapada en la que se cruzaron por primera vez, el guitarrista que se bajó del proyecto y dio lugar a la entrada del elegido… Hechos banales que adquieren la relevancia del destino marcado en la imaginación de admiradores y fanáticos. Para Led Zeppelin, banda producida alrededor de un contrato que Jimmy Page tenía que cumplir, otros son los cimientos del fenómeno.

“La intensidad de un estado extático es proporcional a la falta de programa de una generación que pretendió cambiar el mundo. ”


En ese universo de dioses, luego del big bang producido por los Beatles, Led Zeppelin ocupará el lugar del fecundador, un dios terrenal que rompe la piedra y hace que el agua fluya con una intensidad nueva, el que da el fuego a los hombres y para siempre exige tributo. Así, desde los primeros discos puede delinearse la estructura básica: “…las canciones de Zeppelin se abren, se quiebran a golpe de riff y dan lugar a secuencias insospechadas, luego todo vuelve a cerrarse”. Para el autor, esos riffs de una fuerza nunca antes vista son una actitud ante la música y encierran el legado de Led Zeppelin para todo lo que iba a venir. En los discos, arreglos que sumaron sonoridad, cuerpo y volumen a ideas que venían del blues. Sobre el escenario una prepotencia, una nueva forma de pararse en el mundo. El libro avanza con el paseo cronológico por la discografía y las vidas de los integrantes de la banda, hasta el desarrollo de su sonido definitivo y el final con la muerte de John Bonham, víctima fatal en el rito de los que creían que iban a vivir para siempre. Otras formas de la decadencia alcanzan también a los demás integrantes de ese fenómeno sin igual que fue el rock de los sesenta y setenta.

El último capítulo parece la escena de la derrota. No había un plan detrás de la actitud de ese riff. “La intensidad de un estado extático es proporcional a la falta de programa de una generación que pretendió cambiar el mundo.” El gesto bello del chamán ya no transmuta y se vuelve hierático y frío. Lo intrascendente de las letras y el apolitismo clarísimo de la banda – más allá la postura política de sus cuerpos sobre el escenario – son narrados con el tono de quien fue defraudado. Y para recrear aún mejor un tiempo que terminó, el capítulo introduce un recurso que no había aparecido antes en el libro. “Acaso nunca haya habido un tiempo que fue hermoso y nunca hayamos sido libres de verdad”. Las nada apolíticas, pero siempre un poco melancólicas, letras de aquel rock nacional son citadas en varios párrafos y puestas al servicio de la descripción de lo que no pudo ser. Esta caída de los dioses al final del recorrido resulta justa, equilibrante. Aunque el fenómeno persiste, la llama aún no se apaga, la canción sigue siendo la misma, para usar las herramientas del propio autor.

El cierre del libro queda a cargo de una cronología de vida de artista nada habitual que nuevamente logra reponer el contexto a la historia de Led Zeppelin. Una puesta en diálogo de diversos sucesos contemporáneos que es una toma de posición sobre la cultura y que de algún modo desbarata todos los mitos. La cronología funciona además como clave de las intenciones secretas del libro mencionadas al principio. La pregunta del título quizás deba ser interpretada como en un presente histórico. ¿Por qué escuchamos a Led Zeppelin durante tantos años? ¿Qué fueron esos años? ¿Cómo nos dejaron? Pero la lectura del texto no tiene que conectarnos solo con la nostalgia de un tiempo que quizás fue hermoso. La pregunta tiene que habilitar la repregunta. ¿Es el único camino cantarles a los dioses hasta empezar a confundirnos con ellos? ¿Necesitamos por causa de algún ADN cultural incomprendido construirnos teogonías politeístas o monoteístas alrededor de las figuras populares en la música que de algún modo den sentido a nuestras existencias de simples mortales? Si se me permite el ex cursus, pensar con la guía de lectura que Sagasti de algún modo conforma en este libro el fenómeno Michael Jackson como “mesías” que traía la buena noticia de los noventa devenido ahora en ángel negro resulta por lo menos intrigante. El ahora no es casual, ya que los hechos son conocidos desde hace tiempo. Parecemos estar empezando a habitar un tiempo en el que no solo los niños o los locos se animan a gritar que el rey está desnudo. Entonces, ¿no hay otra deriva posible? ¿La canción tiene que seguir siendo la misma?


Luis Sagasti
Por qué escuchamos a Led Zeppelin
Gourmet Musical

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