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La Guerra Silenciosa: la desocupación como puñal de la tragedia contemporánea

El impacto de la globalización en el mundo del trabajo constituye el eje narrativo de la última película de Stéphane Brizé que se estrenó en la Competencia Oficial del Festival de Cannes 2018.


Por Laura Bravo.

“…desde el siglo XVI ha entrado la humanidad toda en un proceso gigantesco de unificación, que en nuestros días ha llegado a su término insuperable. Ya no hay trozo de humanidad que viva aparte -no hay islas de humanidad-.”

Ortega y Gasset. La rebelión de las masas

Los obreros de una empresa automotriz se enfrentan al incumplimiento de una promesa de sus empleadores respecto a la continuidad de sus trabajos. La compañía, con sede en Alemania, aunque con capitales desperdigados en el mundo, se justifica con términos propios del argot financiero, suenan atenuantes como baja competitividad o escasa rentabilidad, irrelevantes y engañosos para quienes quedan a la deriva.

La temática no le es ajena al director, quien la recorrió con anterioridad en El precio de un hombre. No obstante, en aquella oportunidad Brizé eligió colocar su lente sobre la desventura cotidiana, mientras que en esta ocasión la desplaza hacia el conflicto sindical. 

En marchas, en debates y ante micrófonos de TV, los protagonistas comunican la potencia de su causa, la intensidad de sus miedos y el grado de vulnerabilidad al que los exponen las fisuras internas. Vincent Lindon, con su habitual eficacia, interpreta a Laurent Amédéo, líder sindical que encabeza el reclamo. Oscila con mesura entre la ira, el desconcierto y el cansancio. Es quien controla los tiempos de la narración y contagia sus estados de ánimo al espectador.

Contamos con información dosificada de la historia personal de Laurent: va a ser abuelo, está separado, resignó bienes en el divorcio. Pese a esto, para nosotros no es más que otro hombre que, en la mitad de la vida, tiene chance cierta de transformarse en desocupado. El futuro no le propone otro plan que la abulia de una ciudad sin expectativas, como otras tantas del planeta, donde la indemnización y los plazos finitos de los seguros de desempleo semejan lagos quietos sospechosamente parecidos a la muerte.

“Las definiciones de éxito y fracaso no son unívocas ni siquiera para quienes están del mismo lado de la barricada.”


La austeridad de la puesta, las locaciones reales y la participación de actores no profesionales revisten al filme de un naturalismo que lo enriquece. El aplomo de los diálogos del cine europeo, aún en las discusiones frenéticas, le aportan credibilidad. La elección de la cámara en mano y los tópicos del cine documental suman verosimilitud a una historia que, no obstante, padece el desliz de un cliché sobre el desenlace.

El cine social de fines del siglo XX y principios del siglo XXI ha estado atento a la precarización del trabajo y a las fatalidades que irradia. Tanto el lenguaje llano y hasta maniqueo de Ken Loach como la escala cromática de los Dardenne se han ocupado de registrar el flagelo que penetra por ósmosis a gran parte de las sociedades del globo. Las posibilidades argumentales cobran tanta amplitud como variantes ofrece la realidad.

Melanie, una de las activistas, habla de los dos meses sin sexo con un marido que la reclama; no hay angustia sino adormecimiento, una progresión espontánea de la coyuntura sobre el deseo. Hauser, el director de la compañía, intenta captar simpatías nombrando a su madre francesa en ese continente empequeñecido y sin fronteras. No lo consigue.

Las definiciones de éxito y fracaso no son unívocas ni siquiera para quienes están del mismo lado de la barricada. Los ideales no están exentos de graduaciones o rangos de tolerancia. Las ponderaciones numéricas también se filtran en las acciones comunes y las terminan impactando de lleno como si fueran el crush test dummy de la fábrica.

A Brizé le sienta mejor lo íntimo que lo colectivo, bucea con más ductilidad en los interrogantes que propone en El Precio de un hombre que en las certezas romas de este working class hero. De igual modo, muestra oficio y corrección en el ejercicio del despojo.

En ocasión del estreno de Trainspotting, allá por los remotos ’90, un crítico se preguntó por qué el público local empatiza tanto con personajes que, sometidos a problemáticas universales, cuentan con más recursos que sus pares locales para hacerles frente. Lejos de cualquier ranking de dolor quizás valga la homología al momento de pensar en la conmoción que suscita este tipo de relatos en quienes habitamos un escenario más desguarnecido. Ojalá no sea miopía sino mérito del cine.


Stéphane Brizé
La guerra silenciosa
115 min
Francia, 2018.

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