El coordinador del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino (SPERAC) compila en Contra la moderación una serie de textos que intervienen en las composiciones del rock para generar nuevos interrogantes culturales y dar pistas sobre los modos actuales de sociabilización.
Por Marvel Aguilera.
El rock ha sido un gran modelador de nuestras generaciones. Alimentó un sentido de pertenencia que crecía entre las aristas reverberantes de nuestros barrios, en lo profundo y en lo terrenal. Allí donde escuchar rock era más que una actitud, implicaba una forma de dialogar con nuestra realidad, con las formas que la cultura tenía de representar las transformaciones a través de melodías, riffs y letras que entroncaban las voces de miles de personas a lo largo y ancho del país. El rock nacional era más que un género, era una postura colectiva sobre lo que éramos; un gesto identitario en un mundo que se internacionalizaba a pasos agigantados.
Los reflujos neoliberales fueron sembrando su dinámica en esa corriente tan nuestra, generando un derrotero decadente que abrió paso a un rock chato, licuado, presto a un consumo efectista que encontró una muerte simbólica en el ascenso del trap y las demás formas que el mercado apropió para multiplicar el funcionamiento de las industrias culturales. Sin embargo, hay algo que aún resuena en las composiciones de muchos artistas del rock, una mirada a distancia sobre lo hecho que permite abrir espacios de debate, que nos conecta con esa ruptura que supo encarnar, con el conflicto cultural que sus letras marcaron en nuestra memoria.
Emiliano Scaricaciottoli compila y escribe en Contra la moderación. Del rock mayúsculo a la bifurcación de senderos (Clara Beter Ediciones), un ensayo que retoma el pulso de la escucha para desde allí desglosar los lenguajes que habitan en el rock. La marginalidad, lo bienpensante, la reivindicación de la violencia, las instalaciones retro, las eclípticas pop, las arcadas democráticas en el punk, la crisis del reviente, entre otros textos. Ruinas que concentran nutridas poéticas. Un libro que a partir de cada escrito elige crear una mirada sobre lo que nos hermana; donde las estéticas dicen más que el relato oficial del rock: abren nuevos interrogantes en contextos distantes, generan lecturas que funcionan como un mapa cultural en tiempos donde todo tiende a caer en el abismo consumista.
¿Cómo definirías la línea compositiva del rock después de Cromañon? ¿Esa incertidumbre que pudo haberse vivido estuvo en línea directa con el tipo de composiciones que afloraron?
Si bien Comañón es un punto de quiebre en varios aspectos-las corrientes musicales dentro del rock, sus poéticas, los modos de narrar las experiencias y hasta de gestionarse- lo que termina de dinamitar la posibilidad de lo “nuevo” en el rock argentino es la latinoamericanización del movimiento. Algo que ya veíamos con Oscar Blanco en 2007, 2008, ponele, cuando empezamos a trabajar con lo que después fue Las letras de rock en Argentina. De la caída de la dictadura a la crisis de la democracia (1983-2001). El kirchnerismo aprehende todo, lo devora todo y lo liquida todo. Entonces, ahí tenés dos factores: un reagrupamiento de lo “nacional” con sus festivales apestosos (Cosquín, Baradero, los internacionales que retornan) donde se celebran entre “iguales”, se homogeiniza no la composición sino la manera de vivir dentro del rock. En ese sentido, el rock deja de ser NO y pasa a celebrarse; y esta trama a escala continental de meterle tumbadora a lo que sea. De colaboración en colaboraciones. Ni de re-escrituras. Es un momento, el que se abre en 2001 y que se termina de consolidar con el kirchnerismo, del rock progre, berreta, bienpensante, llorón, como decía Osvaldo Lamborghini.
¿El rol preponderante de las mujeres en el rock tiene necesariamente que ver con la nueva ola feminista o hay otros factores que uno debe tener en cuenta para analizar ese auge?
Es un factor más, sin duda. Mirá, en el 2018 publicamos con otro colectivo de foto-escritura que es CronosRock Las cosas que te digo no repitas jamás. La palabra de la mujer en el rock, gracias a editorial disconario. En ese proceso que llevó, entre entrevistas y escritura, dos años, apróximadamente, todo se tornó consignismo. Me gustó la respuesta que nos dio Claudia Puyó cuando le dijimos que estábamos haciendo un libro sobre rock hecho por mujeres que contaba, entre otras, con Paula Maffía y Lula Bertoldi. Nos dijo: “Yo no tengo nada que ver con ellas. No me representa estar en un libro así”. Hay un quiebre generacional y también mucho cinismo u oportunismo. Porque hay poéticas minúsculas del rock (como el punk o el indie) en donde hablar de mujeres músicas es una obviedad. Me preocupa más lo que se produce y lo que se dice de la genitalidad o el cupo (en el que se terminaron de cagar en otros colectivos, si no preguntale a Karen Bennett, que lo va a poder explicar mucho mejor que yo y sin corporativismos).
La pertenencia respecto al rock sigue bastante presentes en algunos barrios. En muchas localidades, en centro culturales, en básicas, en clubes de barrio. ¿En cierta forma el rock en nuestro país ha perdido esa capacidad de globalización que hoy puede tener lo urbano y por ello pierde la banca del mercado? ¿O a qué responde esa reducción a nichos cerrados, muchos de ellos en la micro política?
Porque cerraron Cemento. Cerraron las cuevas donde se gestaba vida y muerte. Sé que esto trae polémica y hay gente-comunicadores especializados sobre todo- que por temor a la cancelación se horrorizan. Ahora, lo barrial se perdió definitivamente, sí. El rock se perdió en los barrios y andá a encontrarlo. Por eso la recurrencia frenética, casi traumática, a enjambrarse con el trap o los mal llamados “géneros urbanos”. Como si la ciudad fue una sola y tuviera un sólo identikit. En este libro y en el anterior, Daniel Talio trabaja muy bien las transformaciones y las sectorizaciones del rock que sobrevive dentro y fuera (o en los bordes) de esta ciudad.
Yo celebro que se pierda cualquier aire globalizador: hay que recuperar las expresiones nacionales. Cueste lo que cueste. Aún, como decís, siendo nicho. Eso también es saber perder: en el 2001 perdimos, y con nosotros el rock.
El indie suele representar a una juventud casi nostálgica, vintage. ¿Crees que puede asociarse a esos jóvenes de clase media desencantados con la militancia? ¿Por qué?
Para nada. Son otro tipo de lúmpenes con guita que supieron comprenden muy bien-y allí la ganancia- la exclusión de lo distinto. La necesidad de abroquelarse, burcar abrigo en las nuevas cofradías. La militancia nunca los rozó, ni con un palo a diez kilómetros. Viven, como dice un tótem del rock argentino, “al lado del camino”. Su experiencia es sumamente rica para entender (caso Él mató… o 107 faunos) a un sector clasemediero que habita y gestiona centritos culturales para deconstruirse y descargar las broncas de vivir. Catarsis, hasta ahí llega su transgresión. Pero sería interesante pensar que las militancias-porque hablar de una, insisto como con el tema de la ciudad, sería erróneo- necesitan agradar. Por eso en un acto trotsko suena la Delio Valdez o Duki. Y algún reservorio retromaníaco, vintage, como los Redondos. Pero no sé si construyen aún colectivos de identificación. Están, esas bandas, esos sonidos, de ayer y de hoy, en el imaginario de ganarse a los sectores populares, y sólo pensando en la militancia de izquierda. La militancia de la derecha más ignorante, por ejemplo pienso en cierto sector libertario o nacionalista de salón, es musicalmente menos culo-cerrado. No se asquea con las biografías de los músicos. Son más inteligentes, en ese sentido.
“Sería interesante pensar que las militancias-porque hablar de una, insisto como con el tema de la ciudad, sería erróneo- necesitan agradar. Por eso en un acto trotsko suena la Delio Valdez o Duki. Y algún reservorio retromaníaco, vintage, como los Redondos. Pero no sé si construyen aún colectivos de identificación”.
¿El género urbano es el que más puede potenciarse en una era donde el individualismo marca las demandas del mercado? ¿O hay un rock individual que también se erige con otra magnitud?
El género urbano debe prontamente ser dinamitado. Como constructo social, como discurso. Todo lo que propone es placebo, y bien contemporáneo: no se asume con historia, no tiene memoria, genética, no se reconoce en nada. Vos lo escuchás a Trueno o a Dillom y ellos se asumen vanguardia automáticamente. Pero bien que necesitan de los viejos chotos que hicieron al rock un movimiento. Necesitan de su lírica (del recurso, de la materialidad) y de sus circuitos. ¿O te pensás que Dillom toca para un público de la 1-11-14? Esa romantización es fantoche, chamuyo. Creo sí que hay tendencias en el rock que tienen no lo individual sino a la individuación. Eso está aún en lo extremo que sobrevivió al mainstream y a la multitud. Pienso en el punk, en el heavy metal; pero también en las autorías. Me interesan los fenómenos de cantautores, por eso en este libro hay un capítulo a cargo de Daniel Talio que refracta el tipito o la tipita con la guitarrita. Cuando Marina Fages agarra la guitarrita hay chispazos muy interesantes. Cuando Ariel Minimal agarra la guitarrita, lo mismo. Hay que ir hacia propuestas de individuación plenas, no de la exaltación de la cruz de cada ser, los nuevos mártires, la actualización de la tristeza prefabricada. En el rock sin épica hay un camino para peregrinar con dignidad sin caer en moldes o matrices discursivas morales.
“En el rock sin épica hay un camino para peregrinar con dignidad sin caer en moldes o matrices discursivas morales”.
¿Por qué lo bienpensante termina adscribiendo en varios artistas del trap como Wos, Trueno o Nicki Nicole? ¿A que refiere ese consignismo?
Te voy a responder más allá del excelente trabajo de Celeste Semcoff sobre el Trap, presente en Contra la moderación…, y más allá de mi rol de coordinador en el SPERAC. No importa si se entroniza en el trap y antes en el pop o en el mal llamado “rock nacional”; lo que importa es identificar, otra vez con Lamborghini, dónde están los llorones (si Shakira me lo permite, porque es una frase de ella). Y dejarlos destilar todo el consignismo que quieran. Los ismos regulan. Como decía en una entrevista para La Mano, creo, hace ya varios años, el muchacho éste, Dárgelos: hasta el marxismo es otro cajita del mueble. Lo que llena el trap es el culo sucio de una generación que tiene más anestesia que un elefante. Desde diciembre de 2017, como sostiene Mariano Pacheco, que se ha perdido la posibilidad de despercudirnos de la cultura. No hay giros malestaristas en la cultura del rock porque no conviene. Porque lo que está prohibido es darse cuenta, citando al poeta.
¿Cómo se conectan las nuevas tecnologías y la dinámica de las redes sociales con los subgéneros más tradicionales del rock? ¿Crees que lo urbano está en su célula más profunda conectado con esa infraestructura, casi como si hubiera surgido para ello?
Sí, ahí hay una sistematización de los productos culturales, y el rock no escapa a esa red, al algoritmo, que debemos seguir estudiando. Sólo para estar alertas. Sugiero y recomiendo los trabajos de Leonardo Fabián Sai sobre lo tecnovivial en diferentes planos de vigilancia e instalación de formas de vida. Pero hay lugar para todos, a no engañarse. Me hiciste acordar al IG Live de Ciro y Juanse durante la pandemia. Y está bien, para eso están los viejos si no van al billar: que cuenten anécdotas lindas. Creo que lo que vos llamás “subgéneros más tradicionales” encuentran un abrojo en este sistema de colaboraciones con (y ponele los puntos suspensivos para rellenarlos con los artistas “urbanos” que quieras) y ahí el fractal hace lo suyo. Ahora, también advierto que lo “urbano” contemporáneo es territorial. El freestyle lo era hasta no hace mucho. El punk-qué más territorial que el punk, digo- lo sigue siendo en los pocos reductos que quedaron o que emergieron. Es decir, se necesita de una comunión o de una convivencia para que perdure. Si no muere por otro algoritmo. Que es, en definitiva, lo que creo que va a pasar con el trap si en algun momento no se capitaliza por algún lugar clasista. Hasta ahora, ganado por el discurso narco de cotillón, sólo existe en proxemia, a distancia. O al menos así se reproduce.
En “Arcadas democráticas” se analiza, entre otras cuestiones, el fenómeno del punk en estos últimos tiempo, ¿se puede pensar que la pérdida de un telos ideológico de las izquierdas, tranformadas en movimientos más orientados a luchas de minorías, le ha sacado un faro también a las bandas del género?
Eso mismo dice Agustín Laje. Molesta decirlo pero la caracterización de ese pelotudo es correcta. Y no hace falta que lo diga él, sólo me parece divertido que lo más rancio de la derecha lea a la perfección la agenda de las izquierdas (aún aquellas que así se autoperciben dentro de los movimientos ligados a las economías populares). La lectura de Tomás Pérez Garate en ese ensayo es alentadora porque rastrea los innumerables intentos por licuar o coagular al punk. Así lo hace Petrillo pensando en el rock cristiano. Parquizarlo. Entonces, él plantea cómo aún en sus altares-Pil, Ricky, Pocavida- el punk resiste a esa trituradora máquina de los deseos que, en definitiva (y más para el punk), es, fue y será el Estado.
Partiendo de “La calle como experiencia sensible”. ¿Crees que el rock es un género que “ha perdido la calle”, como bien se le suele decir a muchos partidos políticos? ¿Por qué?
Sí, te lo marcaba antes respecto del barrio, de los barrios. El rock es una huella, por eso nosotros hablamos de “ruina”. No porque allí no haya nada, sino porque su potencia está dormida. Hay que activarla. Lo que no hay más en la calle es tiempo. En la vida, en general. Entonces al rock se le pide peras. Muchas, demasiadas. Se le exige que esté a la altura. Yo quiero recordarnos, me incluyo, que el rock también se llenó, ese lexema digo, con Vilma Palma…Los Auténticos Decadentes. No sé, ¿ahí había calle? Ahí había pobreza. Y en varios sentidos. Me conformaría con que el rock vuelva a cuestionarse su potencial y que deje, en acto parricida sin solución de continuidad, ir a todo aquel o aquella que ya haya dado todo. Cerati murió con su obra, cuando murió su obra, no cuando lo desconectaron. Hay artistas que hace décadas que no producen porque lo mejor está atrás. Me atravería a decir que dejamos demasiadas experiencias olvidadas, censuradas, bastardeadas en el pasado del rock argentino que hay que recuperar. Pero no por nostalgia, por rebeldía.
Hablemos del reggae, ¿qué podemos entender por “realismo denuncista” y cómo atraviesa esta concepción al género?
Eso lo sostenemos con Gito Minore en ese ensayo a cuatro manos cuando hablamos de Luis Alfa. Otro bravo que no conviene. Conviene Fidel Nadal, Los Pericos, por ejemplo, que son una empresa vitivinícola. Es decir, Luis Alfa representa aquello que se perdió. Las batallas perdidas. Ahí la calle, volviendo a tu pregunta anterior, se resignifica porque hay algo por qué levantarse. Porque está claro quién es la yuta. Yo pensé, iluso de mí, que el rock era una expresión contra la yuta. Pero con el paso del tiempo el rock se llenó de yuta. Se piden más efectivos policiales y se reproduce un mensaje que alienta la vigilanteada. Luis Alfa está en las antípodas y nos permitimos, en nuestra escritura, encontrarlo en ese lugar literario que representó el grupo Boedo (o cierto sector de ese miserabilismo crístico) más allá del reggae. Ya no sé si representa, Alfa, al reggae. Es una voz que molesta en el rock, en general. Como lo hacía Pity Álvarez. Y fijate que ambos están sumamente conectados. Aún con sus contradicciones, claro.
¿El “bautismo” espiritual de muchos popes del rock tras décadas de reviente desde qué lugar puede pensarse? ¿Es posible imaginar un futuro para el género que resignifique sus parámetros pero conservando su impulso de ruptura? ¿Hay elementos hoy que sirvan para pensarlo?
Lo de Juanse es una anécdota necesaria. Juanse, se me viene a la memoria ahora, en la asunción de Alberto con esa virgen espectral en su outfit y la obligación de cantar “El rock del gato”. Me da ternura. Me inclino a pensarlos en funerales continuos. Siempre, hablando de Juanse pero aplicaría a otros grandes pito-duro del rock argentino, se están despidiendo. Ese gerundio es porque aún hay negocio, hay cuerda. Y porque esta supuesta “urbanidad” desencantada los necesita. Los busca, quieren hacer reversiones de versiones con ese sector PAMI que, mal que les pese, les dio una historia. Un mito de origen. Un sonido. Algo que nunca volvió a ser igual. Por eso, en lo personal, celebro a quienes hay podido alimentarse de los antiguos referentes. Bandas como Eruca Sativa, en un primer momento, supieron devolverle algo a toda esa influencia. Ya lo dijo Charly, ¿no? Negar la influencia es un acto infantil. De tanto subirse al escenario con Lebón, volviendo a Eruca, pienso, si no te sacude la cabeza…Lo mismo le pasó al Flaco Spinetta con Divididos, ¿te acordás? No sé si es real esto, pero hay un aire de Virus en Bándalos Chinos. Y sí, Goyo no es Moura, ni quiere serlo. Pero le devuelve un centro. Usted Señalemelo lo hace con Massacre, inconscientemente, por momentos, y está bien. Al final, los machirulos del rock de antaño, bautizados o no, terminan decorando los escenarios y los sonidos del rock deconstruido.
Emiliano Scaricaciottoli (compilador)
Contra la moderación. Del Rock mayúsculo a la bifurcación de senderos
Clara Beter Ediciones
2022