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Juan Parodi: “El teatro es un espacio donde se construye a través del deseo y el compromiso con el otro”

El director teatral que acaba de estrenar La Joven Guarrior: A lo lejos sonaban disparos” explora en esta entrevista los detalles de sus obras, entre ella Rosa Brillando, y reconstruye su recorrido artístico.


Por Pablo Pagés. Fotos Eloy Rodríguez Tale

Habíamos quedado en vernos en El Británico, frente a Parque Lezama. Me gusta el lugar salvo por un detalle: se manejan sólo con efectivo o tarjetas de crédito. No entiendo qué problema tienen con las de débito. Generalmente soy puntual – suelo estar unos quince minutos antes en el lugar – pero ahora tenía que pasar por el banco. Detesto los trámites. Me ponen de mal humor. Por eso mi vieja todavía me resuelve todo. Juan Parodi es un tipo agradable. Anda siempre de barba canosa, pero se subleva en su rostro una pasión: la de la juventud por hacer, indagar y buscar. Esa dualidad convive en su fisonomía.

Llego y estaciono el auto como puedo. Siempre a la vista por si aparecen los de tránsito. Entro y me siento pegado al vidrio que da a la vereda, mirando el auto y el parque con un leve movimiento de cabeza. San Telmo es el lugar estratégico para dejar que la mirada se escape entre la arboleda ni bien aparece un silencio incómodo. Le pido al mozo una birra de litro con unos maníes. Ya es la hora. Con Juan nos conocíamos de algún teatro. Cuando llega nos saludamos. Él pide un café. “Hermosa vista elegiste”, dice. Le comento algo que venía pensando en el camino, que ambos somos casi de la misma franja etárea, y que siento la velocidad del tiempo a partir de los cuarenta como una espada de madera que me pone contra la pared, y llego a pensar en ese tópico del 1400: “tempus fugit”, algo que se escapa de manera pavorosa y uno no puede hacer absolutamente nada. ¿Tremendo no?, le pregunto. Juan no me contesta. Se queda pensando si eso es parte de la charla. Abro la mochila y le regalo un ejemplar de Cuesta Abajo. Mientras Juan lo observa se me viene a la cabeza un comentario disfrazado de pregunta.

Intuyo que Juan Parodi es una construcción que viene desde hace mucho, ¿tuviste algún punto de inflexión para que comiences una búsqueda en el arte?

Sí, sentí algo parecido cuando mi padre falleció, por el 2010. Ahí sentí una bisagra. La ausencia de la generación anterior te provoca eso que decías de la forma en la que se pasa el tiempo. Más allá de lo que creo. Algo que te hace pensar, analizar ciertas cosas, es algo muy fuerte.

“El teatro básicamente está hecho de vínculos y de decisiones. Porque está tomando siempre decisiones, como en la vida. Un director es eso, un gran tomador de decisiones.”


Esta es una entrevista sui generis, porque de vos conozco Rosa Brillando y eso que ponés en tu Facebook del paso fugaz por la FUC (Universidad del Cine).

Sí, el tema es que yo me vine de mi ciudad natal, Concepción del Uruguay, que siempre me la he pasado explicando que no es Uruguay, que es Entre Ríos y está frente al Uruguay; que tenemos mucho de los uruguayos porque yo me crié mirando tele uruguaya y con muchas palabras que se usan allá. Cuando terminé el secundario me vine para Buenos Aires, sabía que me gustaba algo vinculado con lo artístico pero no tenía muy claro qué. El cine me gustaba, antes había menos escuelas de cine, era como una rareza. Pero comencé estudiando Diseño Gráfico y ahí entré en la UBA, hice el CBC, y en ese entonces una amiga me dice que se estaba por abrir Imagen y Sonido. Entonces, como muchas materias eran comunes, nos cambiamos. En esa carrera duré un año, porque mientras estaba ahí me enteré que se abría la FUC, que Antín fundaba la Universidad del Cine, pero bueno, era muy cara e imposible pagarla. Entonces me presenté a un concurso para unas becas, y me la dieron. Estuve cuatro años. Para ese entonces yo ya estudiaba teatro con Berta Goldemberg, con la que muchos años después creamos un espacio juntos, pero ahí era su alumno: estudiaba actuación, pero nunca me interesó actuar, solo me parecía un buen complemento para poder dirigir, que era lo que me interesaba. Los primeros años en la FUC fueron muy intensos, tenía profesores que eran un lujo, todas las materias tenían a los grandes maestros del cine. Venían a enseñar a la FUC y para mí, que venía de una ciudad del interior donde todo era nuevo, fue una novedad. Lo vivía como algo muy intenso, muy rico.

De repente un camión que transportaba bidones de agua se estacionó en la vereda y tapó mi auto. Fueron unos cinco minutos en donde sumaba la guita de la multa, el acarreo y la estadía. El gobierno de Larreta ha despertado un odio que creía extinto. Por suerte se fue y todo estaba en orden. Tomé un largo vaso de cerveza, me volví a servir y cuando dejé la botella sobre la mesa, mi mano comenzó a moverse en el aire, como acompañando el comienzo de alguna reflexión.

No te estoy preguntando para que pienses en cómo llegaste a una especie de síntesis en cuanto a la creación, pero de alguna manera me resulta imposible no hacerlo.

No, sí, está claro, todo para mí fue una acumulación y después uno va encontrando y haciendo, pero tampoco sé qué voy a hacer el año que viene, tal vez sea una película. Yo me aburro mucho en general con lo que hago.

¿Y por qué te pasa eso?

Me aburro en el sentido de que no tengo una fórmula, no puedo repetir algo que funcionó. Cuando hice Rosa Brillando, que fue un espectáculo que tuvo cierta repercusión e interés porque tomaba una poética y se transformaba en algo escénico, apareció esa sensación de aburrimiento.

“La mayoría de los laburos que hice surgieron por el deseo de laburar con determinada actriz, actor o determinado grupo. Ese deseo a veces estuvo primero que la obra o que el material, casi siempre te diría.”


¿Cómo llegaste a Rosa Brillando?

Rosa fue o significó muchos años de trabajo después de haber hecho otras obras antes, o sea, hay como todo un trabajo antes.

La venís remando desde hace mucho tiempo.

Y sí, también fue como una elección. En algún momento tuve un trabajo fijo con un buen sueldo pero era incompatible con lo que me gustaba y dije “hasta acá”. Y eso tiene sus pro y sus contra, renunciar a un montón de cosas y tener otras por otro lado. En algún momento el teatro estaba muy presente pero el cine también. Viste vos estos avances en la tecnología que alguien con criterio y un montón de atributos más puede hacer con un celular una película. Por ahí a finales de los noventa eso no era así. Todavía estaba el soporte en celuloide. Era mucho más estructurado. Era muy difícil de concretar, tenías muchísima formación, si bien yo dentro de la FUC hice un montón de cortometrajes y trabajé con muchos compañeros que hoy son grandes directores, hacía producción y dirección de arte que me gustaba mucho, estaba y me movía en diferentes rubros. Pero bueno, también sentía que en algún momento esas cosas se tenían que definir por algún lado y ahí aparece el teatro, porque el teatro permitía eso.

Pienso que la literatura es un hecho muy solitario, pero en el teatro estás interactuando de forma constante con un montón de gente que va desde la escenografía, el maquillaje, producción, asistencias.

Te entiendo, el teatro básicamente está hecho de vínculos. Yo siempre digo que es de vínculos y de elecciones o decisiones, sería más correcto. Porque el teatro está tomando siempre decisiones, como en la vida. Un director es eso, un gran tomador de decisiones. Aunque mi timidez hace que yo padezca ciertas cuestiones vinculares, disfruto mucho de esto, me hace crecer. Ese es el teatro al fin y al cabo, es un espacio donde se construye a través del deseo y el compromiso con el otro. La mayoría de los laburos que hice surgieron por el deseo de laburar con determinada actriz, actor o determinado grupo. Ese deseo a veces estuvo primero que la obra o que el material, casi siempre te diría. Por ejemplo en Rosa fue el deseo de trabajar con Vanesa Maja.

Sobre eso quería comentarte algo que me da vueltas en la cabeza. Marosa Di Giorgio es una poetiza brillante, pero ¿cómo la conociste? O sea, para conocer poetas como ella tenés que ser una persona con cierto conocimiento del tema.

Sí, verdad. Esto de paso me sirve para reflexionar sobre este tema. La literatura siempre fue un motor y siempre estuvo presente en todos los laburos, y presente en la vida. Pero la literatura tiene unas normas y reglas puntuales y el teatro otras diferentes, y poder combinar esas dos es también un desafío. Porque la literatura es un material que está pensado para ser leído en soledad y el teatro, cuando se sienta a escribirlo, se está pensando que eso va a ser trasladado a la escena. Yo creo que la literatura es sumamente estimulante, porque en este caso nosotros trabajamos con Marosa y con su obra. De hecho, te cuento una anécdota: cuando yo hice Mau Mau hay un libro de Cristina Civale, que es un libro más documental que se llama Una historia de la noche porteña y de ahí yo me inspiré mucho para armar lo que fue la obra.

¿Le comentaste luego a Cristina Civale?

Sí, claro, ella lo sabe. Vino a ver la obra. Ella le dedica un capítulo a Mau Mau. Fue una fuente de inspiración leer su libro. Hay una obra, una historia, autores puntuales que siempre están ahí dando vueltas, que son muy tiradores pero que no sé si los tomaría para hacer una obra. A mí Italo Calvino me apasiona, me encanta. El Barón Rampante es mi novela preferida. Ojalá pueda hacer algo un día de estos. O El Vizconde Demediado, lo que me gusta de esto es esa fantasía enorme que tiene él combinada con una mirada filosófica.

Veo eso que decís en Orwell, que tiene esa mirada literaria y poética pero a su vez maneja también un costado profético sin desmerecer lo otro. Ambos universos, si se pueden llamar así, van de la mano ampliando el alcance de su literatura.

Es como de una imaginación infinita, de poner esos pensamientos, esa filosofía en función de una historia, eso es lo que a mí me interesa también. Ese es el desafío. Marosa fue muy conocida acá en los años ochenta porque Tortonese, Urdapilleta y Batato Berea la recitaban, leían sus poemas en el Rojas. Pero bueno, ellos tenían su expresividad y su mundo, y nosotros tenemos otro. Tuvimos que encontrarle esa mirada nuestra. El director no es un mero “puestista” que va a representar lo que dice la obra; ponele que hay directores así, pero a mí me interesa más la mirada que uno tiene. De pronto cuando ves que están haciendo una obra de hace setenta años atrás está buenísimo, pero qué mirada hay del tema, sino me convierto en un reproductor de eso.

Se nota en la obra, se percibe la poesía de Marosa. Pero para el que va y es absolutamente ingenuo del hecho poético, hay una cuestión visual y plástica en donde vos a tu manera la traducís al escenario a Marosa y ahí me parece que está el desafío de Rosa.

Sí, claro, fue el desafío más grande y el temor también. Cómo tomar elementos que el teatro te permite utilizar y que en eso se vea reflejado el mundo “marosiano”. Es lo que yo me imagino del mundo de Marosa, como la escena de las frutas.

“El director no es un mero “puestista” que va a representar lo que dice la obra; a mí me interesa más la mirada que uno tiene. Cuando ves que están haciendo una obra de hace 70 años está buenísimo, pero qué mirada hay del tema, sino me convierto en un reproductor de eso.”


Sobre todo noto dos cosas. La primera es para el que va a ver la obra desde un lugar de desconocimiento total de la poética frugal y erótica de Marosa y queda absolutamente agradecido por el espectáculo, pero también están los que conocen la obra de la poeta y se quedan muy conformes porque ven reflejado el universo poético de una manera muy agradable, como un diálogo.

Estoy de acuerdo. Nos ha pasado que han venido muchos fanáticos o estudiosos de la obra de Marosa, gente que conoce y rescata mucho ese universo de formas y colores cuando no está la palabra. Los textos de Marosa están en el cuerpo de la actriz. Pero además, logramos esto que nos permite el teatro: lo visual, lo plástico; se ve reflejado ese mundo que Marosa propone. Para mí fue lo más difícil, lo que llevó más trabajo en el proceso de elaboración de la obra. Las texturas, los colores, cuál es la imagen que tiene que estar y al principio no aparecía pero luego de a poco fue tomando forma. Y creo que siempre voló por sobre el grupo ese fantasma que tiene el teatro de no volverse representativo. Cómo no estar remarcando y cómo no ser infiel al material. Para ser irreverentes hay reglas y ciertas normas que propone la obra de Marosa y que uno no puede escapar. Como dice Octavio Paz -no recuerdo exactamente la frase- que dice “cada lector es único y cada poema busca en eso algo diferente y si no, es casual que lo encuentre porque ya lo llevaba adentro”.

Me siento al ver tu obra muy sacudido por esas imágenes que Vanesa Maja va haciendo en el retroproyector.

Sería una obra complemente distinta sin el retroproyector. Surgió porque en algún momento yo quería que algunos textos no se digan y estén proyectados. No me interesaba algo multimedia, pensaba en algo más artesanal y alguien me habló de este aparato como para proyectar con filminas, palabras. Cuando logré dar con uno que me prestaron (en realidad este se convirtió en un préstamo a largo plazo) alguien me dijo: proba con objetos transparentes porque pueden dar una linda imagen. Probamos con Vanesa y vimos que era tremendamente lúdico, inspirador, que abría un mundo de fantasía. También ahí hubo que tomar decisiones porque nos empezamos a entusiasmar ya que la posibilidad de crear imágenes era infinita, pero surgió así, después fuimos ajustando.

Siempre en las imágenes entiendo una asimetría que está un poco distorsionada o un movimiento que va buscando una forma, algo muy plástico, en ningún momento hay una irrupción de una catástrofe estética.

Me encantó la frase “catástrofe estética”. ¿Cuál sería una?

Como que en algún momento se rompa la creación de lo circular con un manotazo, por ejemplo.

Tuvimos una hace un par de funciones cuando se limpió el vidrio del lente con un líquido y quedó una suerte de vapor, eso si que fue una “catástrofe estética”. No suspendimos la función porque estaba completa la sala, y al final tuvimos que explicar lo sucedido porque fue tremendo. Pero Vanesa es una actriz genial que maneja varios registros a la vez y puede desdoblarse. Es una de las mejores actrices de mi generación. La confianza que hubo con Vanesa fue mucha. Yo siempre digo que para que algo surja tiene que haber un diez por ciento de inspiración y un noventa de confianza.


Pedí la cuenta al mozo haciendo con mi mano derecha un garabato al aire. Juan me comentó algo sobre los árboles de Parque Lezama. Pagamos y al salir le pregunté si quería que lo alcance. Me respondió que no, que le gustaba pasear por San Telmo. Es un hábito saludable. 

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