El Pregonero

Todas las drogas, ¿La Droga?

Un joven de 20 años murió en una fiesta electrónica ilegal en Córdoba. Los medios afirman, de manera engañosa, que consumió éxtasis o “metanfetamina”, sin un análisis profundo. Lo mismo que falló en 2016 en Time Warp, sigue fallando. A su vez, el oficialismo y los medios afines no perdieron oportunidad de atacar a Axel Kicillof por sus dichos sobre la pobreza/precarización y el crecimiento del narcotráfico. La discusión expuso los límites del sentido común y las contradicciones que lo habitan en torno a estos temas.


Editorial de Alan Ojeda

El domingo 6 de octubre de 2019 murió Samir Andrés Velázquez, de 20 años, luego de asistir a una fiesta electrónica. La hipótesis central, la que reproducen los medios, es que murió por efecto del éxtasis, y que el éxtasis ES metanfetamina, pero en el mundo de la química, nada da igual. Los mismos medios desconocen que el “éxtasis” (3,4-metilendioxi-metanfetamina, “MDMA”) tiene un nivel de neurotoxicidad muy bajo comparado con muchas otras drogas y que, con las indicaciones necesarias, es prácticamente imposible una intoxicación mortal. Las pocas muertes registradas por consumo de éxtasis se han producido, casi siempre, por exceso de consumo de agua o hipertermia agravada por el contexto de uso (espacios sin ventilación, altas temperaturas, ausencia de espacios de descanso). El resto de las muertes asociadas al éxtasis fueron producidas por pastillas adulteradas con sustitutos peligrosos del MDMA como el PMA y por policonsumo. Un ejemplo claro es el de los muertos de TimeWarp. La mayoría también había consumido GHB y Ketamina, dos depresores del sistema nervioso. Si bien la dosis mínima activa de MDMA es de 1mg/Kg de peso, y las pastillas no adulteradas en circulación tienen hasta 300mg, una carga muy alta, ese no es el problema principal. En cada fiesta electrónica masiva, hay gente que llega a alcanzar el gramo, que equivale a unas 10 dosis. El problema es que hay pocas chances de que Samir supiera qué estaba consumiendo, porque luego de la ley de precursores químicos, los reactivos necesarios para analizar las pastillas son casi imposibles de conseguir. También es poco probable que tuviera algo más que un conocimiento meramente experiencial sobre drogas, por lo que es difícil que supiera lo suficiente para saber qué hacer en caso de sentirse mal. Sin conocimiento sobre las drogas y cómo estas afectan el cuerpo, y sin las herramientas básicas para saber qué se ingiere, todo es una ruleta rusa. Buena o mala suerte.

¿Alguien quiere pensar en los niños?

Tengo 28 años y soy docente hace cinco. Usualmente trabajo con los cursos más altos, con adolescentes de 16, 17 y 18 años. Eso significa: Bariloche, fiestas de egresados, consumo masivo de alcohol y, obviamente, drogas. Como profesor me veo en la obligación de responder sus preguntas y evitar que alguno de esos chicos termine una noche pasándola muy mal o llevándose un susto. También asumo que si yo tengo información que puede evitar que alguno de mis alumnos realice una acción que pueda terminar con su vida, debo transmitirla. De lo contrario, sería responsable por negligencia. Esto justifica la próxima afirmación: toda persona que le haya negado u omitido información útil sobre consumos de drogas a sus alumnos, es responsable directo de lo que pueda suceder. Si la afirmación les suena, es porque sostiene la misma lógica que la de la aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, quien se niega a darla es responsable directo de las consecuencias que eso traiga. El problema, ya lo dije hace 3 años luego de la tragedia de TimeWarp, es la costumbre de anteponer la moral a la realidad; “política, no metafísica”, como dijo Darío Sztajnszrajber.

El primer problema es, entonces, la ausencia casi total de programas y aproximaciones adecuadas para el contexto educativo actual. Me corrijo: es la negación de instituciones y autoridades educativa a dar lugar a esos espacios de prevención y reducción de daños. Toda la información disponible sobre el efecto de casi todas las drogas está en Internet, pero para encontrar portales confiables como Erowid, Energy Control , MindSurf o Argenpills, primero hay que saber del tema. Usualmente se llega a esas páginas cuando ya se tiene alguna noción. Sin embargo, si no dejamos que nuestros alumnos estudien o aprendan algo tan inofensivo como qué es el Romanticismo en Wikipedia, ¿por qué dejamos que aprendan solos sobre drogas? Al día de hoy, la media en Argentina (pese a las recomendaciones de todas las organizaciones nacionales e internacionales que trabajan sobre el tema y han tenido resultados positivos) es dirigirse a los estudiantes desde una perspectiva condenatoria que hace uso de todos los clichés habidos y por haber para engendrar miedo. Todas las drogas se igualan bajo un mismo slogan: “La droga mata”. Todas las drogas son “La Droga”, como en los medios de comunicación. Tal afirmación es refutable a través del empirismo más básico: Diego Maradona sigue vivo, Charly García sigue vivo, Paul McCartney tiene 77 años y Keith Richards 75. Ese slogan no incluye, obviamente, la colección de drogas legales que los adultos usan: cafeína, alcohol, tranquilizantes y tabaco. Paradójicamente, siquiera sumando las muertes por consumo de cocaína, heroína, crack y metanfetamina, y las producidas por el narcotráfico y la guerra contra el narcotráfico a lo largo de un año en todo el mundo, la cifra alcanza a pisarle los talones a los muertos por alcohol (3.3 millones) y tabaquismo (8 millones). El efecto de esas charlas “didácticas” dista de mejorar la situación. Los adolescentes -como consecuencia a los planteos estúpidos que subestiman sus conocimientos, sus realidades y sus experiencias de vida- directamente dan por tierra cualquier peligro implícito en el consumo de drogas. El discurso paranoico de los mayores genera en la mayoría de los estudiantes el efecto contrario del miedo. El tabú y la necesidad de desafío, ganan.

Cualquier información científica, que ponga sobre la mesa información real y no tendenciosa sobre las sustancias, es considerada como apologética. Por ejemplo, decir que tanto el éxtasis, como la marihuana y el LSD son, en términos de toxicidad, más seguras que el Clonazepam (la toxicidad del LSD es nula), rozaría el delito. Alertar que el 25I-NBOME, que muchas veces se vende como LSD, es altamente tóxico y puede ser mortal en dosis ínfimas es criminal. Aconsejar métodos de consumo seguro, como lo hizo @CthulhuSudaca en Twitter y como compartíó Cosecha Roja (https://bit.ly/2AYziko ), le puede merecer a un docente un sumario y la expulsión. Sin embargo, ninguna autoridad pareciera estar al tanto, por ejemplo, de que hay alumnos con medicación psiquiátrica que, en el caso de mezclarse con otra sustancia, podría provocarle la muerte. ¿Sabe un adolescente que la combinación de antidepresivos y éxtasis es potencialmente mortal? Posiblemente no. En ese caso ¿Quién es el responsable?

Como docente pienso en algo fundamental: ¿Para qué educar? Educamos para un ejercicio responsable de la libertad. Es muy cliché, quizá, pero enseñar implica empoderar a los jóvenes a hacer un uso consciente y responsable de su libertad. Tener conocimiento es tener más poder, es conocer las opciones, es ser más dueño de uno mismo y, en consecuencia, ser más libre. Pareciera que esa premisa desaparece absolutamente cuando hablamos de drogas y sexo. Cada vez que alguien menciona la posibilidad de relacionar la educación sexual con una educación para el placer, a muchos se le ponen los pelos de punta. Al fin y al cabo, ¿el objetivo de la enseñanza no es que el otro pueda vivir mejor, de una forma más intensa y plena, evitando los riesgos que se pueden prevenir? Es decir: no sólo se les niega información, sino que básicamente se condena a la juventud a una experiencia pobre, incluso violenta, de la sexualidad. Tanto en el sexo como en las drogas, por la negligencia de instituciones y autoridades, la vida de los adolescentes termina transformándose en una experimentación en un campo minado, a prueba y error, donde cada error se paga muy caro. Escribo esto y escucho en mi cabeza las palabras de Pino Solanas en el Senado, cuando habló del derecho femenino al goce. Fue increíble. Una sola persona entre 72 senadores dijo esa palabra. En relación a las drogas, sólo leí algo parecido en la nota que escribió Daniel Link para Anfibia con motivo de la tragedia de TimeWarp. Él hablo de una “educación para el placer: una dietética de los placeres”. No es que me esté desviando del tema, es que algo en común hay. Lo que une esas discusiones es la incapacidad de separar la moralina personal de la realidad material donde se ejercen las políticas públicas. Esa moralina niega a priori toda discusión sobre lo que considera “incorrecto”, niega incluso su realidad práctica: los adolescentes tienen sexo y consumen drogas, las mujeres abortan, etc.

La monumental obra de Antonio Escohotado, Historia general de las drogas, un análisis histórico y cultural de más de 1500 páginas del uso de las drogas desde la antigüedad hasta nuestra era, comienza con el siguiente epígrafe anónimo: «De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país». Creo que este es el único precepto liberal que respeto a rajatabla y que todos deberíamos respetar. No dudo que los medios de comunicación, como lo hicieron una y otra vez siempre que pudieron, opinen que Samir se merece lo que pasó por haber consumido drogas. La lógica la conocen: se lo merece por llevar pollera, se lo merece por abortar. Es el positivismo de la moralina. Nadie tiene derecho a hacer lo que ellos no hacen (o dicen no hacer). Si analizamos el incumplimiento de esta premisa liberal, sale a la luz el problema (¿filosófico?) de este asunto. Instituciones y autoridades aún no conciben al adolescente como un individuo, como un sujeto con ideas y pensamientos, con una experiencia e interpretación del mundo. No se lo reconoce ni como sujeto de conocimiento, ni como sujeto de derecho pleno. Esto plantea un problema bastante difícil de solucionar: cuando necesitan la información, no están en “condición de recibirla”; cuando están en condición, ya es tarde.

Repito, esto no es una digresión. Es imposible pensar esta discusión sin tener en cuenta el funcionamiento del aparato pedagógico de debería haber prevenido esta muerte. Nadie puede acompañar a su hijo hasta la fiesta, nadie puede poner un sensor en la boca para ver cuándo se introduce algo indebido en la boca. Nadie puede saber qué hará un joven de acá a cinco o diez años, y si necesitará la información que alguna vez debió haber tenido. El miedo ha demostrado no ser el mejor policía de la consciencia. Si el miedo al infierno y la condena eterna no ha podido alejar del pecado a los creyentes, ¿podrá evitar que fumen porro, tomen éxtasis o LSD, se emborrachen y tengan sexo sin protección? Diría, casi con certeza, que no. Prefiero el camino que han tomado algunos países, como Holanda, que financia el canal de Youtube llamado Drugslab, donde un grupo de jóvenes experimenta con una nueva droga cada semana y explica sus efectos. Este tipo de políticas anti-represivas ha llevado a que uno de los países más liberales del mundo tenga la problemática del consumo joven controlada.

Antes que las drogas tenemos tres problemas a solucionar: estupidez, ignorancia y moralina.


Ser o no ser ¿transa?

Es, hasta cierto punto, hilarante ver cómo los medios (los primeros en narrar los conflictos de droga que hay en las villas, justificar las razzias policiales en busca de búnkers de droga y filmar gente de barrios precarios dada vuelta en la calle al mejor estilo Martin Ciccioli o Policías en acción) se indignen ante una afirmación de lo que ellos mismos reivindican: el sentido común. Los dichos del candidato a gobernador, Axel Kicillof, puede ser imprecisos, generales, pero no por eso menos ciertos.

Pensemos en una teoría de la economía muy básica, pensemos en la oferta y la demanda. Pensemos en un grupo de personas, sobre todo de jóvenes, sin futuro, alienados por el sistema político y económico, marginados de toda posibilidad de trabajo más o menos digno, que asegure un salario igual a la canasta básica con un promedio de 40 horas semanales, en un contexto de crisis económica. En la otra vereda, la posibilidad de trabajar 12 horas todos los días, levantando cartón, llueva y truene, para hacer unas monedas versus la posibilidad de dedicarse al narcomenudeo, arriesgando su vida (que el sistema ha degradado al valor de 0), por un salario semanal que supera ampliamente lo que un cartonero gana en un mes. Propongo que se tomen en serio la reflexión. No piensen esta ecuación como lo hacen ahora, sentados en su silla o sillón, mirando la pantalla de su PC o celular, con comida en la heladera, con trabajo, con salidas laborales, con posibilidades reales de elegir. “¡Pero la dignidad!…” ¿Qué dignidad? Esto no es un juicio moral. Tampoco estoy afirmando, bajo ningún aspecto, que vender droga está bien si sos pobre. Propongo un escenario común en muchas de las villas y barrios de emergencia del país, un país donde la gente hace 3 cuadras de cola para cubrir un par de puestos de trabajo, donde más del 50% de los niños no come dos veces al día.

“El pobre para sobrevivir hace changas, es cartonero o arma un grupo de cumbia”, dijo Patricia Bullrich. Vidal resumió que el problema es que la droga afecta “a los chicos pobres” y “también a nuestros hijos”. Pichetto pidió dinamitar la 1-11-14 y “que vuele todo por el aire”. Michetti remató: “La droga mata a los pobres como a la gente normal”. Podemos observar al menos dos cosas en base a estas declaraciones: Una: hay una relación entre la circulación de droga y la marginalidad (si hay alguien que consume es porque hay alguien que vende, y los narcotraficantes no viven en las villas exactamente), cosa que sólo Bullrich parece desconocer con el único fin de criticar a Axel. Dos: el discurso de Juntos por el Cambio alterna entre la victimización y la criminalización del pobre. Para bien o para mal, se lo idealiza. O es el origen de todos los males, o es el pobre digno y angelical capaz de sostener en su espalda el discurso meritócrata del liberalismo.

Lo más increíble es la necesidad de mantener una escisión de la realidad casi psicótica. Ninguno depara en que el aumento del narcotráfico en las villas es el resultado de la pregnancia del discurso meritócrata y liberal, pero sin su discurso moralizante. Es el liberalismo actuando, librado de toda posibilidad de dignidad. Es oferta y demanda en estado puro. Es meritocracia en estado puro. ¿Qué mayor expresión del capitalismo que la relación entre riesgo y ganancia? El soldadito narco no necesita saber de teoría económica para entender que poner en juego su vida (lo que queda de ella) trabajando por unas monedas, no equivale a poner en juego ese resto (a vida o muerte) por una suma exorbitante. Para muchos de esos chicos no hay mañana, es una pura potencia jugada al hoy, es una ruleta rusa diaria, donde la plata llega al bolsillo rápidamente hasta que un día toca la bala.

No es ninguna novedad la relación entre pobreza y marginalidad. Pasa en las villas de acá, pasa y pasó en el Bronx, pasa en los barrios más pobres de cualquier país. Pero obvio, ahí solo hablamos de espacios de venta y distribución: narcomenudeo. Obvio que ese narcomenudeo destruye y fragmenta los barrios, desintegra los lazos de socialización y solidaridad introduciendo la forma más violenta de relación costo-beneficio. Obvio también que eso pasa mientras los chicos que señalan Vidal y Michetti (“nuestros hijos” / “la gente normal”), de San Isidrio, Pilar, Nordelta y los barrios privados de todo el país, conviven amistosamente con los responsables de la circulación masiva de droga, mientras se toman unas pastillitas con Clop, el nuevo chico top, que arranca el miércoles saliendo de la oficina. El vínculo es innegable, lo sabe cualquiera que haya caminado una villa de verdad, cualquiera que viva o haya vivido en un barrio periférico donde la crisis se siente como un cuchillo en el tejido social. Repito, el narcotráfico no es un epifenómeno producto de la “decadencia moral”, es un efecto directo del funcionamiento del sistema económico de oferta y demanda, donde los factores en juego ya no son productos y unidad monetaria. En el narcotráfico en los sectores marginales lo que está en juego es la vida en su forma más desnuda, la vida abandonada de todo derecho, de todo valor social, de toda construcción colectiva y alienada de toda potencia. Es, en ultima instancia, la vida propia como única moneda de cambio.

La salida a este problema ya se ha discutido en varios lados. No se trata sólo de legalizar y regular las drogas en circulación (cocaína, marihuana, éxtasis y LSD), de forma tal que pierdan su valor de tráfico; se trata de producir redes de contención que permitan reconstruir el tejido social construido, reubicar esa potencia social ociosa, marginada, ofreciendo alternativas de vida reales. La Guerra contra las Drogas, como señala la crítica Avital Ronell (Crack Wars, 2016 EDUNTREF), fue, es y ha sido, desde su comienzo en Estados Unidos, una medida política de segmentación de la sociedad, un dispositivo de control político. Existe una diferencia fundamental entre admitir un problema (Axel Kiciloff) para buscar posibles soluciones y omitirlo (Patricia Bullrich) para seguir utilizando el narcotráfico como excusa para justificar la violencia contra cualquier habitante de las villas o barrios marginales.

Los liberales logran escindir el discurso de la siguiente manera: el pobre es digno en tanto acata su destino de explotado sin chistar (ideal positivo), pero si el pobre expone o pone en jaque el funcionamiento de ese discurso moralizante del capitalismo exponiendo su lado más crudo, quedan dos opciones: negarlo o demonizarlo suponiendo que su esencia personal tiende hacia el mal. Bajo ningún aspecto se acepta poner en relación la serie social y la económica. Digo, al fin y al cabo ¿el liberalismo económico no es eso?

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