Literaturas

Reseña | Hasta que se callen los verdugos del desvelo noctámbulo

Algunas imágenes que emergen del Pequeño Poemario Procaz (Alción), de Marcelo Saltal. 


Por Silvina Pizarro.

Hay un niño devenido en hombre. Aliento del aliento de un señor con los brazos cansados y su cuerpo/sombra que guarece heridas. Hay amor en las paredes, en la calle anónima; en la noche silenciosa y húmeda. Hay otro niño, con olor a jazmín y dibujos en el piso. Ese cuerpo pequeño es néctar dorado en el pecho del poeta.

Hay dolor, también. Muérdagos del tiempo que anuncian su aguijón.  Ese hombre, que se mira por detrás, es el mismo que arropa a su hijo envuelto en juguetes y duermevelas que erigen sentido. El sentido regresa como la sal de lo vivo. Pareciera evaporarse, pero no. En esa serenata del hombre al padre y del hombre al niño, Saltal festeja la semilla siempre danzarina. Siempre fértil. Mi semilla duerme y nada importa más que eso, dice el poeta.

Hay un zigzagueo constante. El actor fenecido en la orilla del vacío. Los gritos del fantasma en la cama. Hay besos de terciopelo algodonado, de polen tibio. Noches que son enredaderas. La poesía y el vino. Bailar, una y otra vez. Hasta que se callen los verdugos del desvelo noctámbulo.

Recuerdos de yeso. Globos que crepitan en el piso. Hay manteles en el viento, ese ritual del latido que disipa la neblina. Amores que se destejen con la sonrisa mojada de un payaso. Hay algarabía. Árboles que duermen sin sombra. Sueños que solo suceden en los cines. Polvo de estrellas en las grutas del sí mismo. 

Noches sin velas. Obeliscos como fuelles. El desasosiego de buscarse una y otra vez; un columpio del viento y la ruta.  El peso mordaz del muerto que teje las huellas. El obstinado que se yergue a sí mismo aún cicatrizando. El poeta le muerde la nuca a la muerte. Baila con ella. Se hacen amigos. 

Hay rondas de fuego. Firmamentos que tiritan ensueños. Hay fe. Se trata, dice el poeta, de creer. De desterrar los espejos, el desamor y el barro de un Narciso enmudecido. Es la libertad de un pájaro que le canta al sol y a la luna.  Estas son algunas de las imágenes que emergen del Pequeño Poemario Procaz (Alción), de Marcelo Saltal. 

Su padre y su hijo se hilvanan en palabras que dibujan con sutileza ese hilo tierno del linaje.  Las pesadillas de las noches sin dragones para jugar. El actor meciéndose a sí mismo en el rincón del escalofrío. Hay dédalos, caminos que se bifurcan en el desconcierto. Suplicios en el medio de una noche embriagada de luna llena.  Amigos que se desarman en la bruma. La muerte como Venus, una mujer sexy que le convida ese bocado del misterio. 

Un libro agridulce. Como si el poeta nos soplara al oído una ofrenda, un talismán. A pesar del lodo, solo se trata de bailar. Rodar de nuevo hasta pulir el brillo de la fugacidad que nos cimenta; porque lo único que nos frena, la única certeza, es la muerte.



Marcelo Saltal
Pequeño Poemario Procaz
Alción Editora

Related posts
Poéticas

Esteban Moore | Poeta de las pequeñas (y las otras) cosas

Poéticas

Kirki Qhañi | Sabiduría ancestral y futural

Visuales

Lo que el río hace | Un hogar interior

Literaturas

Adrián Agosta: "Veo a la poesía como una forma de pensamiento rítmico"

Seguinos en las redes @rudalarevista Revista ruda
Worth reading...
Raquel Jaduszliwer: “La resonancia entre lector y autor está signada por la contingencia, es un encuentro, y no puede forzarse”