Piedra Libre

El cruce epistolar | Con Mariana Alonso

El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre escritores que observan el andar de un caracol.


Por Pablo Pagés.

Dice Borges en el prólogo de Historia de la eternidad: “El sol es todas las estrellas, y cada estrella es todas las estrellas y el sol. Nadie camina allí como sobre una tierra extranjera. Ese universo unánime, esa apoteosis de la asimilación y del intercambio, no es toda la eternidad; es un cielo limítrofe, no emancipado enteramente del número y del espacio”.

Por esto, quizá, nuestro ideal es intentar, desde la más concupisciente de las ternuras, que esa epistolaridad escrita con la velocidad de la pluma sobre el papel siga manteniendo su vigencia imperturbable, como otro género literario, más allá de la fugacidad de las cuestiones epocales.

Esta vuelta creo que mantuve un diálogo con una de las personas que, con la sutileza de los relojeros, define en su proyecto editorial tantos perfiles como escritores pululamos en este encantador éter de fantasmas y recienvenidos.

Para Mariana

Hola Mariana, la última vez que nos vimos fue hace poco o no tanto. Marcelo Rubio estaba presentando su último libro El Cristo roto. Vos estabas con un atril lleno de libros de la editorial También el caracol.

El tiempo es raro. Parece a veces que pasa muy veloz y otras con la lentitud de un caracol trepando a una rama.

Fue un evento muy lindo. Rubio tiene su encanto. Esa mezcla de pibe de barrio con algo de intelectual medio descreído de los modos y las formas.

Yo estaba con una cámara Canon 6d sacando fotos, pero por impericia o por mala suerte ninguna salió en foco. Tremenda lástima.

Ahora, en estos momentos tan extraños contemplo la velocidad de los caracoles subiendo a un palo mucho antes que venga la pleamar para dejar sus huevos donde el agua no los pueda agarrar, vaya a saber por qué ellos saben que el agua no va a llegar hasta ese lugar. Pero vió qué distintos somos todos en el mundo animal.

El viento comenzó a soplar hace unas horas desde el sur. El agua que viene hacia el Río de la Plata ya comienza a bajar con algo de dificultad; de seguir este viento vamos a tener marea alta por un par de días. Es rara la forma en que nos movemos. Digo, nosotros y la naturaleza.

Esto pasa, Mariana, porque cada uno tiene diferentes formas de percibir el entorno. Algo le dice a los caracoles que el agua subirá y si no ponen sus huevos en altura serán alimento de los peces. Y mirá, algo parecido nos pasa a nosotros, ya que cada cual tiene sus dificultades para relacionarse y percibir el entorno, entonces, la parte constitutiva de nuestros lazos humanos son mecanismos de defensa para sobrevivir en este mundo tan alejado de cualquier intento de acercamiento a lo que una vez se pretendió llamar humanidad.

Viste como son las cosas, Mariana. Te comento que acá, en la isla, los vínculos o coacciones que dan forma al patriarcado son muy intensos. Pero esta cosa que de afuera la podríamos ver como algo tan cuestionable, acá solo es una manera de organizarse. De todas maneras, cuando uno rompe en alguna reunión con esto da pie de manera inmediata para un permiso tan constreñido entre balas y corpiños.

Me acabo de enterar de su capacidad para los idiomas. Estaríamos mucho tiempo hablando de sus estudios al respecto, solo digo que siento cierta admiración por esta clase de virtud que a mí se me presenta como una negación tan infantil.

El otro día el agua estaba tan baja en el Luján que me tuvo que cruzar uno de los albañiles que trabajan en una guardería para lanchas que se está haciendo. El hombre tuvo muy buena voluntad con mi problema y me condujo hacia una canoa canadiense. Me separaba de unos perros que cuidaban el lugar que se mostraron un tanto agresivos. Así son los perros; igual que la policía. Pero traté de no mostrarles miedo.  Cuando llegamos a la costa me mostró la canoa y con la mano me hizo un gesto para que subiera por tal lado que había cemento bajo el agua. Porque el cemento seca bajo el agua. Cerca nuestro estaban dos hombres sentados en dos maderas de amarre muy grandes. Acá está el punto, empezaron a dialogar en guaraní. Me quedé asombrado y algo estúpido. Ellos manejaban dos lenguas y yo una. Tengo entendido que en Paraguay es obligatorio aprender el guaraní. Es una lengua tan rica y tan nuestra, allá, por ahí donde se pierden las fronteras, entre el monte litoraleño.

Es tan encantador avivar esta forma de relato. Siempre me gustaron las cartas. Ahora, inmersos en un torbellino voraz y frenético de redes hipervinculadas estamos como medio aturdidos ante tanta información, que con una justeza de relojero, podemos alcanzar a ordenar algo más o menos lógico en nuestra cabeza. Será así hasta llegar a alguno de los finales que todo el día pretendemos imaginar. ¡La muerte del capitalismo! Y lo digo con minúscula, por un tema de respeto a tantos que lo estamos padeciendo. Decirlo en mayúscula sería una pronunciación que solo se puede dar dentro de algún que otro ámbito académico.

Hoy quiero contarte lo que he hecho. Había un naranjo bastante grande bajo el deck. Sí, cometí la tontería en su momento de no tenerlo en cuenta, pero tarde o temprano iba a crecer tanto que buscaría la luz por cualquier lugar, entonces, estaba todo doblado escapando por los laterales de mi patio trasero, en altura y techado. Me ayudaron unos pibes y pudimos colocarlo en un lugar que le dé casi todo el día abundante sol. Los cítricos son así. Necesitan sol, acá agua hay de sobra. Esto me llevó a limpiar unos canales que tengo en el terreno que desembocan en una compuerta que sale al arroyo sobre donde vivo. Esta compuerta funciona fácil. Cuando hay agua una tapa interna que pendula en una bisagra no deja que el agua ingrese al terreno por una cuestión de presión de agua. Cuando el agua baja la tapa se abre y deja salir toda el agua que quedó contenida en los canales o zanjas internas. También cambié de color una pared dentro de mi cabaña por un amarillo girasol. Hermoso color que coincide con todas las estaciones. Dispuse la heladera en otro sitio y el equipo de música. Un día de movimientos. Yo creo que estas cosas cambian la energía del entorno íntimo.

Bueno Mariana, espero que andes bien y tus proyectos marchen hacia buen puerto. Un día, tal vez, puedas enseñarme japonés. Cosa que creo dificultosa, pero no imposible.

Ahora solo pienso en los caracoles y este viento sur que sopla amable pero con la constancia de un monje repasando sus hábitos. Sin esas cosas que hacemos todos los días, como escribir, por ejemplo, la vida sería otra cosa. Los huevos rosados y bultosos de estos crustáceos de río están bastante altos, pegados a los palos de los muelles, mejor preparar todo y pensar en la comida, de acá a unos cuatro días. El vino abunda en los kioskos de la isla.

Un saludo fraternal para vos y tu familia.

Pablo


De Mariana Alonso a Pablo Pages.

Hola, Pablo.

Parece que fue ayer la presentación del libro de Marcelo Rubio, o hace siglos… depende del día y de cómo se sienta uno, supongo. Y vaya si fluctúa el ánimo por estos días de encierro.

Acá faltan barro, pasto y pozos. Tampoco hay caracoles, salvo por los de origami que pliego cada tanto. Agua no falta, más bien sobra. Las cañerías, calefones y canillas se empecinan en romperse en momentos de cuarentena, vacaciones o fines de semana, es la regla. El calefón gotea, hace un mes que no puedo usar el lavarropa y tengo que lavar a mano en la bañadera. Debería cruzarme a la lavandería, ¿no? Pero volviendo al barro y a los pozos, en estos momentos de encierro, agradeceríamos un pequeño jardincito verde, aunque más no fuera de dos por dos. Luchino sobre todo. Es increíble cómo pasa el tiempo, dentro de poco cumple cuatro años. Ojalá la cuarentena nos hubiera agarrado en la casa de mamá en Bariloche, donde crecí. Todos los principios de año los pasamos allá. Nos gusta esa costumbre. Allá no hay caracoles, pero sí lagartijas, y un águila mora en el jardín del vecino que Luchino sale a saludar todas las mañanas. En invierno los loros bajan alborotados del cerro anunciando las próximas nevadas. Hubo un tiempo en que hacía avistaje de aves. Fue hace mucho. Me gustaba anotar las que iba reconociendo, tenía un Excel bien detallado. ¿Dónde habré dejado los binoculares? Hace mucho que no los veo, deben de estar en algún cajón. Me dieron ganas de buscarlos, de salir otra vez a la reserva.

Pero acá estamos, entre torres de cemento. Yo escapo del encierro traduciendo. En este momento trabajo en la traducción de una antología de literatura proletaria japonesa que incluye a varios escritores. Con cada texto que empiezo, busco en el mapa el pueblo o la ciudad donde nació su autor, recorro el mapa para identificar los escenarios de cada cuento, investigo sobre el partido comunista japonés, sobre la censura en Japón y la antigua tribu ainu del extremo norte del país. ¿Sabías, Pablo, que las mujeres ainu hasta no hace mucho se tatuaban una sonrisa en la cara que comenzaba con un pequeño punto sobre el labio y que con los años se iba agrandando hasta alcanzar las patillas? También aprendo muchos kanjis, me estoy encontrando con varios en desuso, versiones antiguas de kanjis que se han simplificado y que me tienen horas investigando. Es como viajar en el espacio y en el tiempo. ¿Te gustan los kanjis? Es fascinante escribirlos, delinearlos con buena caligrafía. Jugar a que uno los conoce y los puede hacer bien.

El resto de los idiomas que aprendí ya no los practico tan seguido. El inglés quizás un poco más. Todavía se me pega el acento cerrado de mis años en Munchester cada vez que escucho durante un rato a alguien de Escocia o de Irlanda, o cuando miro alguna peli. Es un misterio cómo persiste una huella en algún lugar escondido del cerebro. Papá era científico, desarrolló las lentes para los primeros satélites que lanzó Argentina. En ese tiempo viajábamos mucho. No, no viajábamos, nos mudábamos. Empecé el primario en Manchester y salí del secundario en Madrid. El alemán lo aprendí en el colegio y ahora lo hablo muy raramente, o nunca. Hubo una época (cuando todavía estudiaba traducción) en que los acentos se me mezclaban y me decían que hablaba raro, que sonaba extranjera. La facilidad por los idiomas me llevó a la carrera de traducción. Pero a mí me gusta la literatura, y en la UBA no hay traducción literaria, sino pública. Yo habito la literatura, no la traducción. De eso me di cuenta transitando los pasillos de la Facultad de Derecho. Muchos años después me volví a enamorar de una carrera, ahora en la calle Puán, con Edición. Y tuve que tener una editorial para volver a enamorarme también de la traducción. 

Sería lindo sumar a la lista de idiomas alguno de estas tierras, como el guaraní, el mapuche o el tehuelche, que ya nadie habla. En tehuelche a la morada se le dice “aike”, que significa vivir, o el lugar donde se vive. Recuerdo que en el jardín de nuestra casa en Bariloche, donde además de lagartijas hay muchas rocas que asoman entre el pasto, como una suerte de jardín zen autóctono, alguna vez hubo una roca con la palabra mariamaike inscripta. Mari por Mariana, Ama por mi hermana Amalia. La morada de Mariana y Amalia. No sé qué habrá sido de esa roca. Cuando termine esta cuarentena, y pueda volver al aire perfumado de la Patagonia, porque el viento patagónico y el agua de deshielo tienen su propio perfume, la buscaré, a ver si la descubro escondida entre los arbustos.

Te mando un fuerte abrazo

Mariana

www.biodiversitylibrary.org/page/46787723
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