El Pregonero

La libertad de los patrones

Foto: Puntal Villa María


Por Marvel Aguilera.

La muerte no les importa porque ellos cuentan con privilegios, cuentas en dólares, sistemas de salud privados; porque priorizan los beneficios personales antes que el bien común. Una mezquindad movilizada por el resentimiento que simboliza la impronta filosófica de Juntos por el Cambio. La cuarentena no es más que el marco coyuntural de un odio de fondo hacia los sectores populares representados por el gobierno de Alberto Fernández, el odio del patrón al empleado, la bronca de formar parte de una decisión que busca cuidar a los más desprotegidos. Son una minoría inocua, patética, pero alentada por los medios de comunicación hegemónicos y los líderes reaccionarios de la oposición. Figuras construidas en base a la ignorancia, el desprecio a la vida y a los derechos humanos y laborales, como Patricia Bullrich y Hernán Lombardi.

Atravesamos una realidad impregnada de intentos de irracionalidad. Focos de resistencia a la conquista de derechos colectivos en pos de defender supuestos derechos individuales en amenaza. La defensa de una noción de “democracia” pacata, gris, para los mismos de siempre: sin conflictos ni tensiones, abstracta, que deje tranquilo a los grandes empresarios estafadores del Estado, como los Vicentín o los Rocca. Que mantenga en su poder a los popes de la justicia argentina, que viven de la coerción política, la exención impositiva y la red de mafias que han tejido durante décadas en alianza con los medios y el mercado; que respete a los periodistas mercenarios, capaces de manipular, chantajear, jugar al gángster con los servicios y festejar muertos por el virus.

Estamos ante una disputa cultural clave. Que hace necesario corrernos del lodo de las broncas epocales y poner el acento en las construcciones que van a cimentar una nueva sociedad justa, equitativa, inclusiva y solidaria. Los argumentos de rechazo se replicarán, son cíclicos: el anhelo del derrame económico, la privatización encarnada en “el que quiera que pague”, los datos sociales en crudo, sin una comprensión afectiva de las sensibilidades que transcurren por los barrios populares; el republicanismo de manual, el fin de las ideologías, los fantasmas de los setenta, la corrupción de la política provocada por el peronismo. Lo que hay detrás es un orden moral y económico profundamente conservador, vigilante, policíaco. Una lógica de country que busca ser plasmada en una sociedad temerosa y cada vez menos políticamente activa. Alentada por el fundamentalismo religioso que se cuela en ciertos sectores libertarios desde una impronta canchera, transgresora, anti-política.

Comprender nuestra sociedad y postular un objetivo de carácter popular y soberano implica dar cuenta de esas tensiones, de esas ambivalencias, de las frustraciones tenidas a lo largo de la historia, y poder dar el salto hacia una construcción nacional amplia, por encima de slóganes y hashtags, de disyuntivas de grieta o lucha de clases que no representan la crónica de vida argentina. Porque la única libertad real es la que contempla el bienestar del pueblo: la de la cohesión, la del compromiso solidario que se ve en estos días en cientos de comedores, ollas y centros barriales; la de los profesionales de la salud que juegan su vida diariamente por cuidar a los más vulnerables. La de los argentinos que hacen el aguante a esta cuarentena, con un esfuerzo inaudito, que saben que la libertad solo es verdadera cuando es accesible para todos por igual.

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