El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre escritores que intercambian pensamientos sobre amistades inesperadas.
Por Pablo Pagés.
Viernes 31 de julio 2020
Delta del Tigre, Buenos Aires
Hola, Sebastián
Decidí escribirte por varias razones. Tenemos, aunque no lo sepas, ciertas apreciaciones sobre el amor parecidas. Para mí, las pasiones parecen ser ruinas que se presentan de antemano. Cenizas de estrellas somos, en esta noche imperturbable. Parece que cierta cuestión poética nos permite transitar este derrotero melancólico, fugaz y algo pesimista. Por supuesto que el placer nos involucra en la más bella, bucólica y humana experiencia.
Yo aquí, en mi cabaña, comparto mi cuarentena con una amiga. No puedo estar solo. Agradezco esta compañía femenina muchísimo. Aparte, ella es una gran fotógrafa, por eso mismo podemos sostener conversaciones extensas sobre cuestiones estéticas. Verdaderamente, le estoy muy agradecido.
Me gustaría que veas la magnitud que cobra el invierno en el Delta del Tigre. Las delicadas tonalidades ocres del otoño ya casi desaparecieron y dejan las ramas peladas de hojas, esqueléticas. Esto está genial. Uno en el verano no puede entender la fisonomía interna en la estructura de cada árbol. Ahora veo con claridad el sentido de las ramificaciones en las diferentes variedades de árboles y arbustos que pueblan esta soledad exquisita.
Tal vez estés al tanto de la cruda bajamar que estamos atravesando. Acá nomás, sin ir más lejos, tenemos que llegar a la otra vera del Río, saltando de los botes, con el agua por las rodillas, para que las embarcaciones no encallen en el barro fangoso o puedan sufrir una ruptura de las hélices de los motores, porque en las aguas bajas siempre aparecen piedras o duros pedazos de troncos. Con el agua fría hasta la cintura caminamos lentamente en ella hasta la orilla de Continente.
De seguro, amigo, estarás en conocimiento de los incendios provocados por los humedales de Entre Ríos. Es terrible. Aprovechan la sequía y la falta de lluvias para ganar terreno a los montes y avanzar con la agricultura, la soja, las pasturas. Monsanto y la mar en coche. Detesto esto. Mi viejo es geógrafo, vengo conversando bastante con él. Parece que la configuración meteorológica ha cambiado en algunos lugares. Esto va a modificar todo. Pero qué podemos hacer. Solo seguir manteniendo la bandera en alto, peleando en esta enorme trinchera sin descanso. Solo sabemos escribir alguna que otra línea y bastante literatura. Creo que esto último nos exonera de la locura.
Sebastián, quiero que sepas que si Capital y gran parte del cinturón del Conurbano es una locura, acá no estamos a salvo. Las cosas son difíciles también. Comprendo la situación que están atravesando las zonas más vulnerables. Todo se pone más picante. Allá y acá. Me duermo temprano. Me gusta disfrutar del alba. Cerca de la medianoche, casi todas las noches, me despiertan los ruidos de alguna cumbia reggaetonera. En fin, no solo del polifónico canto de las aves se nutre mi espíritu en este bello lugar.
A propósito de las aves. En mi patio, por llamarlo de alguna manera, bien al fondo, el terreno es bajo, medio pantanoso y lleno de juncos y totoras. Las aves zancudas van y vienen agarrando renacuajos que viven en esas superficies. Me fascinan. Son atentas y respetuosas, se mueven lentas pero, ante la menor señal de peligro, vuelan. Hay una en particular, estoy tratando de averiguar su nombre. Es muy grande, tiene unas plumas magníficas de distintos tonos amarronados que le permiten confundirse entre las ramas y los juncales. Todos los días a una de éstas -no sé si es la misma de todos los días- la veo desde arriba del deck trasero de la cabaña parada sobre un tronco podrido cubierto por un hermoso musgo verde, un verde muy intenso. Cuando esto pasa estamos casi a tres metros de distancia. Yo la miro y ella me mira y ambos nos contemplamos. No entiendo por qué no tiene ningún temor. Yo le saco fotos con el celu y me desplazo lentamente para que ella sepa que no hay peligro. Se queda quieta y me mira, casi que percibo en sus ojos oscuros cierta tranquilidad que da la presencia de los amigos. Esto que te cuento, es una de las cosas más hermosas que me sucedieron en esta cuarentena. Solo ella y yo compartiendo unos instantes fugaces de vida.
Ayer conocí el Caraguatá. Hermoso río. No alcancé a identificar un lugar que pertenece a Camilo Sánchez. Camilo tiene su costado isleño. Bien sabrás que yo pertenezco a ese grupo de locos lindos que publicamos en El bien del Sauce. Editorial que capitanea el mismo Sánchez. Pero volviendo al asunto del agua que pasa solo una vez por el mismo río, tanta razón tenía Heráclito al respecto. Esta tierra de enajenados, demócratas impertinentes y demasiados apóstoles de la derecha más rancia, ha dejado en este conjunto de islas recuerdos siniestros. Así como se escondieron muchos compañeros durante la dictadura también hubo un grupo de militares de tareas que hasta tenían su centro de detención, se llamaba “El silencio”.
Walsh y Conti fueron amigos y pescaban bogas en la casa del primero, que no está muy lejos de la mía, en otro río, por el Carapachay. Hasta hay una casa que era del mismísimo Sarmiento, por el río que lleva su nombre. Qué espanto.
Carapachay arriba, bien arriba, hay una magnífica casa que Perón le regaló a Hugo del Carril, en la que puso un criadero de carpinchos y nutrias. Todo eso ahora apenas se deja ver entre los montes que crecen sin permiso.
Bueno Sebastián, tantas cosas que indagar y contar. Solo intento hacer un pequeño boceto epistolar para que veas mi condición humana en estos agrios momentos.
Te mando un abrazo fraternal.
Pablo Pagés
Buenos Aires, 10 de agosto de 2020
Querido Pablo:
Tu carta me recordó felizmente el largo epistolario entre Lawrence Durrell y Henry Miller cuando ya eran amigos y las descripciones de las islas griegas, sus penurias personales y la literatura o el apremio del dinero, el artista obsesionado por el dinero. Tanto es así que anoche me dispuse a releer algunas cartas. Por alguna extraña razón me ofrece una migaja de ánimo en la situación que nos toca atravesar a nosotros, tan impensada, intempestiva, angustiante. Me alegra mucho saber que estás bien acompañado por una amiga, es muy importante eso. El Delta puede resultar muy amenazante a ciertas horas.
Por mi parte no tengo más que un paisaje urbano para describirte, y personas que parecen salidas de una película de Kim ki-duk. Después de más de veinte años regresé a mi barrio, Villa del Parque. El lugar donde transcurren las mayorías de mis ficciones. Villa del Parque es un barrio con ínfulas de pueblo, tiene un centro comercial que se extiende como una arteria hacia su corazón: la plaza. Y siempre está colmada de gente joven. A propósito de eso me ocurrió algo muy intenso cuando regresé a vivir a mi barrio, en las largas caminatas reconocí a un montón de personas, caras familiares de aquellos años que no me conocen y han madurado y envejecido. Un día de éstos te contaré largo sobre la sensación que me provocó.
Me he refugiado en los libros y en la escritura como adentro de una nuez. Tengo mi vida en pausa, esa es la sensación. Mi novela Todos los niños mienten, que editará Emecé-Planeta iba a salir este año y se postergó para marzo, lo que siento como un beneficio. Es una novela sobre la infancia, sobre el universo lúdico. La historia se me ocurrió una noche durante un asado con amigos, sabés tanto como yo cómo terminan esos encuentros. Una vez que se terminan los vinos y arranca el whisky comienzan las historias, anécdotas o fanfarronadas, delirios. Esa noche cayó sobre la mesa el tema del debut sexual. Los hombres suelen mejorar bastante sus propias historias al respecto. Una vez que uno de mis amigos terminó de narrar su heroica pérdida de la virginidad a los 16 años, yo dije que había debutado a los nueve con una mujer que tenía más de treinta y era policía. Te imaginarás las risas y los comentarios que provocó mi confesión. Tuve que esperar a que pasara esa enorme ola de burlas para afianzarme en una idea que sostengo hasta el día de hoy: ese día me convertí en escritor. Entonces no podía saberlo, por supuesto. Lo corroboré muchos años más tarde. Puedo imaginar tu sonrisa al leer esto. Voy a contarte.
A los nueve años me mudé con mi madre y su pareja a un departamento ubicado en el límite entre Paternal y Villa del Parque. Un edificio antiguo, de tres pisos. Ahí conocí a dos chicos, uno tenía más o menos mi edad y le decían Speedy, el otro era varios años mayor, tendría unos doce años y se llamaba Norberto Roitter. Era un genio. Cuando digo que era un genio quiero decir exactamente eso: un genio. Una de esas personas que no son de este mundo. Alto, rubio. Tenía unos electrizantes ojos azules. A veces cuando pienso en él me pregunto qué estará haciendo, de qué trabajará. Me resulta imposible imaginarlo funcional a esta sociedad. Roitter no había seguido estudiando una vez que terminó la escuela primaria. Su madre le enseñaba. Y todo lo que aprendía lo convertía en juego. Si estaba estudiando la cultura egipcia, por ejemplo, armaba pirámides y nos hablaba sobre los faraones, las momias, etc. Hablaba tres idiomas, o tal vez cuatro. Tocaba el piano y le encantaba los deportes, tanto que un día armó un mundial de fútbol y los jugadores eran las chapitas de las botellas. Un método de juego fascinante cuyas reglas olvidé. En aquellos años, comienzo de los ’80, había una serie de televisión que se llamaba Hunter, el cazador. Protagonizada por Fred Dryer como el sargento Rick Hunter y Stepfanie Kramer como la sargento Dee Dee McCall. Los tres veíamos esa serie con furor infantil, conocíamos diálogos de memoria. Y naturalmente, yo estaba perdidamente enamorado de Dee Dee. Un día Roitter propuso que pidiéramos a nuestros padres que nos compraran playmóviles. Y así lo hicimos. Yo pasé a ser Tony (ya no recuerdo por qué) Speedy pasó a ser Michael (por el del auto fantástico) y Roitter (era el único de los tres que tenía una playmóvil mujer, y pasó a ser Dee Dee, como no podía ser de otra manera). Aquel fue un largo verano hermoso jugando en esa hora aletargada y anónima de la siesta. Tony y Dee Dee se enamoraron. Y ahí está el núcleo central de esta historia. Muchos años más tarde, mi primera experiencia sexual con una chica estuvo recargada de nerviosismo y frustraciones, ansiedad y miedo. Recuerdo que ella me preguntó en un momento si era mi primera vez. Y yo pensé (y le dije) que no. Por supuesto que no era mi primera vez: yo ya había estado con Dee Dee McCall. Ese día entendí (pero lo comprendí muchos años más tarde) que para mí no iba a haber gran diferencia entre el mundo real y el imaginario.
Bueno, amigo mío, acá fue una parte de mí. Te mando un fuerte abrazo,
Y saludos a tu amiga,
Sebastián