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Pedro Roth: “Los límites son voluntades ajenas, por eso milito en la impunidad del arte”

El fotógrafo, realizador cinematográfico y artista plástico continúa trabajando en plena pandemia con una muestra de sus cuadros en un supermercado. Porque el arte es un producto esencial, conversamos con él de su historia de vida y su trayectoria artística.


Por Pablo Pagés. Fotos Damian Roth.

Prensa Caro Alfonso

¿Hasta qué punto es soportable el dolor? Ahora que podemos mirar la elegancia de la contemplación perfecta en tiempo y espacio, quizás.

Pedro Roth es un hombre que vive la vida desde la fugacidad irrespetuosa del arte; todos sus días con la generosidad de lo lúdico. En esta nota intentamos tener la premura de quien ve la amistad como una forma de compartir ciertos momentos de la vida. Solo vamos a reforzar la idea de una voluntad que se nutre en los sentimientos más nítidos de la noche y el sol terrible que le precede. Naturaleza y forma, niñez y alienación, formas y puntos de fuga; son lugares que se cruzan con la velocidad voluptuosa de la primavera.

Gran parte de tu familia terminó en Auschwitz por ser judíos. ¿Cómo ves ahora semejante genocidio?

Cuando la guerra terminó yo tenía 6 años y recién pude volver a ir a Alemania en el 2010. Me costó mucho tiempo poder metabolizar el holocausto adentro mío; muchísimas personas no sabían que yo era sobreviviente del Holocausto. Un poquito antes pude volver también a Hungría. Me costó mucho trabajo poder entender esa situación que estaba dentro mío, nunca había hablado del tema hasta que realmente surgió, con la muestra que llamé: 600 x 10.000. De todas maneras, en general, toda mi familia no vivió nunca para atrás, siempre hemos vivido para adelante. Toda la familia de mi padre murió entera en el Holocausto y mi madre nunca habló de eso conmigo. Estuve obligado a tener recuerdos propios ya que nadie compartió conmigo recuerdos de antes.

¿Tus viejos a que se dedicaban?

Mi padre era mayorista textil en Budapest.

¿Y cómo fue tu llegada a la Argentina?

Mi tío segundo, primo de mi madre, escapó de Alemania en 1938 y compró un pasaporte argentino al Cónsul argentino en Monte Carlo. A veces la corrupción salva vidas. Entonces mi tío llegó a Buenos Aires y lo metieron en cana por tener un pasaporte falso, pero ya había salvado su vida. Luego, él fue trayéndonos a la Argentina para reunir a la familia, nosotros veníamos de Israel y terminamos todos reunidos aquí luego de la revolución húngara del ’56. Nosotros (mi madre con su tercer marido y yo) llegamos en el ’54 desde Israel.

“Me costó mucho tiempo poder metabolizar el Holocausto adentro mío; muchísimas personas no sabían que yo era sobreviviente”.


¿Tuviste de pibe alguna relación con el arte?

Cuando era chico aprendí piano y mi padre era coleccionista de porcelana.

¿Cuál fue la motivación para comenzar a estudiar cine en La Plata?

Cuando llegué a Argentina, mi madre insistió en que además de estudiar debía tener un oficio, porque éste era nuestro cuarto país. Entonces una amiga de la familia tenía relación con un fotógrafo que necesitaba un aprendiz. Así entré a trabajar con Sandor. Empecé lavando fotografías en una bañadera, ellos estaban contratados para fotografiar la fábrica Kaizer de Córdoba y yo lavaba las fotografías.

Primero quise ser arqueólogo y no pude porque no estaba la carrera en ese momento, entonces entré a la facultad para estudiar geología. Luego me di cuenta que eso no era para mí y entonces lo más lógico era elegir algo más cercano a la fotografía y entré a estudiar cine en la Universidad de La Plata, ya que en Buenos Aires no existía la carrera. Me aceptaron sin haber hecho el curso de ingreso porque yo ya tenía experiencia en fotografía. Ahí me recibí de realizador cinematográfico. Era un estudiante itinerante, viajando en tren a la facultad por 4 años, y en esa época conocí mucha gente que me marcó la vida.

¿Hiciste una película que la destruyó el proceso, no?

Sí, mi tesis de la Universidad de La Plata se llamó La Bohemia en Buenos Aires. Para mí, además de ser una tesis, era como una autobiografía, porque yo vivía dentro de ese mundo; haciendo esa película me sentí en casa porque yo me sentía parte de la bohemia. Luego el Proceso destruyó todo el archivo de la Universidad y así esa película se perdió, como pasó con mucha de mi filmografía.

Salir de Alemania con Hitler y fumarse la dictadura en Argentina. ¿Qué sentías de eso?

Empecé a comprender a Hitler viviendo en el Proceso. Cuando ves la película Cabaret o el Huevo de la serpiente de Bergman, te das cuenta que llegar al holocausto que fue acá los 30 mil desaparecidos es un largo proceso para que la sociedad acepte el “por algo será“. Existe un largo proceso de castración, de prohibiciones, y cómo ese proceso nos hace aceptar que nos prohíban las cosas. Empezaron prohibiendo desde Jesucristo Superstar y como nada de lo que prohibieron alcanzó, entonces empezaron a matar personas que no aceptaban ese orden impuesto. Leonardo Perel, mi amigo, vivía en San Francisco y las cartas que yo le escribía volvían con las tachaduras de la censura. Para llegar a eso es un largo proceso, es una gota de agua hasta que llega a un mar. Es difícil de comprender si uno no lo vivió antes. Como yo ya lo había experimentado, empecé a entender los pasos.

“Empecé a comprender a Hitler viviendo en el Proceso. Cuando ves la película Cabaret o el Huevo de la serpiente de Bergman, te das cuenta que llegar al holocausto que fue acá los 30 mil desaparecidos es un largo proceso para que la sociedad acepte el ‘por algo será’. Existe un largo proceso de castración, de prohibiciones, y cómo ese proceso nos hace aceptar que nos prohíban las cosas”.


En La mujer rota, de Simone de Beauvoir, ella habla lo que siente, en un momento del libro cuando, pasados unos cuantos años, mira a su alrededor y percibe que la mitad de sus amigos habían muerto. ¿Cómo llevas esto?

En este momento estoy militando en un colectivo que se llama Estrella del Oriente y anteriormente milité en otro colectivo que se llamó Cruz del Sur; de ese colectivo, soy el último sobreviviente. Peir Cantamessa, Juliano Borovio y Federico Manuel Peralta Ramos están muertos. Pero de alguna manera dentro mío están resumidos ellos, no estoy solo, están adentro mío y yo los represento en este nuevo grupo en el que participo; están dentro mío y yo hablo por todos. Si vos mirás mi libreta telefónica azul, está llena de tachaduras de gente que no está más, y yo siento que al igual que mi padre, que también ha muerto, yo tengo la responsabilidad de llevar la memoria para que no se muera del todo.

¿Es verdad que filmaste la llegada de Perón a Ezeiza?

Sí, esa película que hice sobre la llegada de Perón a Ezeiza es otra de mis pérdidas favoritas. Filmé dos horas y media de película de 16 mm reversible de la llegada de Perón y la masacre. Luego el dueño del material quemó la película por el terror que le generó conservarla en el contexto de la dictadura. También hice dos muestras sobre Ezeiza, una en el CAYC y otra en Arcimboldo. Fui testigo de la depresión que tuvo el pueblo argentino, nunca presencié tanta depresión como esa vez: 2 millones de personas volvieron caminando del Puente 12 hasta Buenos Aires con una tristeza muy profunda

¿Cómo comenzaste en las artes plásticas?

Comencé en las artes plásticas como fotógrafo. Mi primera muestra la hice en lo de Fargo librero Editor en 1963 y siempre estuve relacionado con los pintores, desde el principio. Hasta que una vez fuimos a Bariloche y llovió tanto que me puse a dibujar para que mi hijo Damián no se aburra. Vino la pintora Ana Inés Macadam y me dijo que mis dibujos eran muy buenos y que los tenía que mostrar e hice mi primera muestra en la Galería del S. XX con un prólogo de Charly Espartaco. Y así empecé…

¿Quién fue tu nexo para ese comienzo?

Intelectualmente yo ya estaba en el ambiente, yo le hacía las fotos a Berni, a Castagnino; el que me enseño un montón de cosas fue Héctor Cartier.

¿En cuáles galerías estuviste?

Estuve de muchas maneras diferentes en muchas galerías. Como fotógrafo con Ruth Benzacar, con Glusberg en el CAYC, en Zurbarán con Gutiérrez Saldivar. Pero tuve que luchar mucho para imponerme como artista plástico, ya que todo el mundo quería que yo siga siendo fotógrafo. Tuve que dejar de ser fotógrafo de obras de arte de alguna manera y volver a entrar por mesa de entrada como artista plástico.

Hubo un colectivo con Santoro y el Tata Cedrón. ¿Cómo fue esta experiencia?

Sigo militando en el colectivo Estrella del Oriente con ellos y Juan Carlos Capurro. Empezamos desayunando y terminamos formando un colectivo. Al principio estaba también el Nano Herrera, que ya murió y hace 20 años que estamos haciendo proyectos juntos.

¿Qué significa pintar para vos?

Yo empecé a pintar porque la fotografía es de afuera para adentro y la pintura es de adentro para afuera, por lo menos como lo vivo yo. Yo sentía que dentro mío había imágenes que no existían afuera, entonces necesitaba materializar esas imágenes. Por eso siempre digo que lo que pinto son sueños de los que no me acuerdo. Quizás por eso pinto en la cama…

Me acuerdo de Borges en una entrevista que le hicieron en España. Él contesta que no tiene nada armado por completo antes de empezar con un texto, dice que solo hay un impulso, una intuición, el resto lo hace el tiempo de trabajo. ¿Qué opinás en tu caso?

Suscribo absolutamente a la idea de Borges porque lo mío tiene que ver con el automatismo, que es un recurso utilizado por los surrealistas para realizar obras. Cuando me enfrento con la superficie blanca también mi cabeza está en blanco.

“Esto es un modo de vida: mientras que haya superficies en blanco, mi cabeza y mis manos van a seguir llenándolo con obras”.


¿Cuál es tu técnica preferida?

No tengo, la técnica preferida es la que tengo a mano en ese momento.

¿Dónde lo laburás?

En la cama o en los cafés.

¿Por qué?

Porque ahí es donde me siento cómodo y cuando me despierto me empiezan a surgir las ideas, las imágenes.

¿Cuáles son tus principios artísticos?

Primero, antes que nada, la honestidad, o sea tengo que creer en lo que hago porque sino me siento muy incómodo. Creo en lo que yo hago y son esas creencias las que ustedes ven sobre el papel, sobre lo que escribo, en cada foto, en todo. Nuestro slogan de Estrella del Oriente es: toda libertad en arte. También creo en ello.

¿Ahora estás haciendo una intervención en un supermercado?

Sí, hicimos una muestra en el supermercado que administra mi hijo Damián y es agregarle poesía a los productos comerciales que están exhibidos. La muestra se llama Esencial porque mi teoría es que la cultura también es un producto esencial, igual que la comida que se vende en el supermercado. La vieja teoría del alimento del espíritu. En un texto yo escribí que es materializar la nostalgia de cuando los artistas hacíamos aparecer el bisonte con el dibujo en la caverna y volver a la idea de la magia y poner en duda de que el alimento venga del dinero solamente.

¿Qué cosa positiva nos puede dejar esta pandemia?

Grandes obras del arte y de la literatura se han gestado en la absoluta soledad, en la cárcel, como por ejemplo el Quijote de Cervantes o la Divina Comedia en el exilio del Dante. O sea, si uno se lleva a sí mismo en la valija, las frutas van a seguir naciendo aunque uno esté aislado.

¿Tus próximos pasos?

Esto es un modo de vida: mientras que haya superficies en blanco, mi cabeza y mis manos van a seguir llenándolo con obras, con proyectos. Por ejemplo: la historia gráfica sobre la vida de Freud en Villa Freud, en la Plaza Güemes; la próxima edición del libro de Dios, que está en proceso de encuadernación; una película sobre la prohibición de la ópera Bomarzo durante la dictadura de Onganía; otra película llamada Buenos Aires: una Aventura Geométrica. Los límites son voluntades ajenas, por eso milito en la impunidad del arte.

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