Piedra Libre

El cruce epistolar | Con Adriana Santa Cruz

El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre escritores sobre encuentros, naturaleza y etimologías.


Por Pablo Pagés.

Sábado 19 de septiembre de 2020
Islas del Delta de Tigre

Hola Adriana,

Hermoso nombre el tuyo. ¿Sabés qué extraño? Cuando nos juntábamos invitados por Daniel Franco a ver alguna obra de teatro. Siempre fuiste más rápida en escribir una generosa crítica o una amable devolución. Yo daba más vueltas, tal vez unos tres o cuatro días más. Siempre comíamos algo después de la obra y charlábamos de cualquier cosa relacionada con lo que habíamos visto. Espero con ansias que vuelva todo eso.

Ando con ganas de comprarme una canoa. Acá si no tenés eso es como que te falta una pierna. Que raro ¿no? Allá las calles de cemento, acá los ríos y los arroyos. Definitivamente este lugar es más sano.

No sé qué va a pasar cuando todo vuelva a esa normalidad odiosa. Creo, por lo pronto, que voy a estar más tiempo en la isla que en la ciudad. Necesito levantarme y ver las aves zancudas revolviendo el barro con sus largos picos en el fondo del terreno.

Me complace haber pensado en vos para hacer esta carta. La primavera avanza sin permiso y el verde comienza a explotar por todos lados. Los sauces tiran sus primeras hojas, los fresnos igual, los arbustos; todo, absolutamente todo, si no está brotando de un verde intenso se encuentra plagado de pequeños brotes. Es un momento del año absolutamente bello. Así como florecen las ganas de escribir lo hacen los árboles.

Usted en eso siempre está al pie del cañón. Durante todo el año escribe: reflexiones, críticas, etimologías, siempre está ahí. Presente. Usted Adriana es una planta perenne.

Por estos días en donde la tibieza del sol anticipa un comportamiento en las aves absolutamente peculiar, comienzan los cortejos y cada plumífero tiene sus técnicas y rituales para ganar la admiración de las hembras. Por estos días compré dos limoneros de cuarta temporada de más de dos metros de altura. Los tengo ahí, en la galería, de un lugar a otro; los cítricos necesitan acostumbrarse al lugar antes de ser plantados. Tengo un naranjo bastante grande, dos limoneros y voy por más. Quiero que el terreno se convierta con el tiempo en una pequeña plantación de árboles frutales.

Me he dado cuenta de una cosa muy básica pero absolutamente terrorífica. Te comento, los árboles y todo el bicherío que abunda en este lugar “son”. Es medio shakespereano el asunto. Ellos son y nosotros somos incapaces de serlo. ¿Cómo me puedo explicar? En este sitio, donde parece que el cielo ha venido a dormir entre los sauces, se polarizan mucho más las particularidades psicológicas del hombre y la mujer. No estaba equivocado Joseph Conrad cuando en El corazón de tinieblas muestra la transformación de esta tribu llamada humanidad en crueles demostraciones de poder para mantener una organización sui generis en un terrible imperio. Pero bueno, acá no vamos a encontrar un Kurtz, solo vemos cómo pequeñas infamias se hiperbolizan dando a entender que la raza humana aún se encuentra en el período de la niñez. Porque ser o no ser sigue siendo deshojar la margarita mientras en tu cuadra hay gente cagándose de hambre.

Adriana, por más que los niveles de agua hayan tranquilizado ese caudal impensable del Paraná, de Las Palmas sigue llegando poca aquí, donde las afluentes se ramifican dando lugar a este Delta que no conoce los cocodrilos ni las pirañas. Un viento sur apenas levanta la cuestión como para que aquel que tenía que meter materiales adentro lo pueda hacer sin dificultades. O sea, mi terreno está bastante seco y en algunos pozos que hice en el fondo para traer tierra debajo de la cabaña se han formado ecosistemas. Pienso que se debe a que conecté cada uno de ellos a los pequeños zanjones que drenan rápidamente el terreno ni bien comienza a bajar el agua. Mirá, el otro día, como todas las tardes, fui a regar un naranjo que coloqué hace poco. Saco agua de un pozo con un balde y una soga para que la cosa sea más fácil. Cuando le estoy vertiendo agua en su tronco cae un dientudo de unos diez centímetros. De manera rápida lo tomo y lo devuelvo al estanque. Esto me llevó a pensar que también puede haber mojarras y alguna que otra cosa. Estoy considerando la posibilidad de criar peces para el consumo.

No solo los peces disfrutan de estas maravillas artificiales. Siempre que me despierto, no importa la hora, porque poner un tiempo significa que uno sigue enganchado con los ritmos de la ciudad y esto no es así. Uno está para ser con las cosas que ya son de verdad. Pensar esto provoca mucha tranquilidad porque resume la necesidad que tenemos de estar y cuidar a la naturaleza. Como decía al principio, no sólo los peces disfrutan. Volvieron en cantidad las ranas que se habían ido hace tiempo atrás. Ahora, ahí, en el pocerío, hacen grandes coros todas las noches y confieso que esto mismo está logrando que mi medicación psiquiátrica baje la dosis. Es un verdadero placer. Viven ahí y depositan todos los huevos que se convierten luego en renacuajos, que son una infinita fuente de alimento para muchos habitantes de este hermoso paraíso. Por la mañana aparecen las aves zancudas, con sus picos largos para revolver el barro y sus patas membranosas para caminar por terrenos muy acuosos sin hundirse. Decía que por la mañana o tirando al mediodía abro la cortina de la puerta ventana que da al patio y veo grandes garzas con sus pichones alimentándose de esa abundancia. Un magnífico espectáculo.

Regresando a la literatura. Me prestaron ese libro genial de Poe, Narraciones Extraordinarias. Poe, con sus ademanes de ultra refinado fue un amable hombre que inventó un par de cosas para su época. Podríamos decir que la semilla del cuento policial nace con él. A veces me aburre con algunos relatos demasiados cargados de un suspenso verborrágico pero más no se le puede pedir para la época en la que hizo su obra. Podríamos decir que Poe va de la mano de la modernidad más joven y atolondrada. ¡Mi Dios, miren esto ahora! El barbudo que dijo que después de la tragedia en la historia aparece la comedia creo que se ha equivocado en muy poco. En fin, las narraciones extraordinarias de Marx me sacuden como a un arqueólogo habiendo encontrado una civilización perdida.

Adriana, te agradezco infinitamente por aceptar esta manera de comunicarse que en estos días parece perdida. La velocidad en las redes que nos quieren imprimir creo que está llegando a una forma de control orwelliana. Sin dudas. El momento fugaz nos quema los ojos.

Volveremos a vernos, sin lugar a dudas.

Abrazote inmenso estimada colega.

Pablo Pagés


Sábado 3 de octubre de 2020
Villa Urquiza, CABA

Querido Pablo (y enfatizo lo de “querido”):

Me gustó empezar esta carta con esa vieja fórmula del encabezado, un poco para recordar aquellos tiempos en los que recibíamos cartas en papel y saboréabamos cada instante: desde que el cartero la dejaba por debajo de nuestra puerta hasta que la teníamos en nuestra mano, rompíamos el sobre, y nos dedicábamos a leer y releer cada línea varias veces. Ahora creemos que nos comunicamos mejor, que todo es cuestión de hacer un clic y esperar la respuesta. A esta altura, ya estoy segura de que, si bien nos comunicamos más, no lo hacemos mejor.

Cuando empecé la lectura de tu carta, te imaginé como un Quiroga moderno desde esa isla que no está tan lejos, pero que representa una realidad tan distinta a la mía, la de una mujer de ciudad que siempre está soñando con lugares como ese que vos te animaste a construir en el Delta.

Vos te despertás con el sonido de los pájaros, con el aire del río que te envuelve, con un cielo enorme y con una naturaleza exuberante que te abraza. Yo amanezco con ruidos varios de la calle, con el olor que tiran los caños de escape de los autos, con cemento por todos lados. Sin embargo, ¿sabés?, vivo en un barrio tranquilo dentro de todo: tengo un patio que amo, y en el que me paro a mirar la porción de cielo que me toca y a escuchar algunos pájaros que parecen olvidarse de la falta de más verde. Pero hay algo más. Lo que llena mi vida de ese deseo constante de naturaleza es el Parque Saavedra, su lago, el olor a pasto, el silencio de las primeras horas de la tarde (aunque no te niego que los ruidos de los autos de la General Paz, ahí nomás, le sacan un poco de romanticismo a la escena).

También me acuerdo del teatro, de las previas que hacíamos a veces tomando algo o charlando en la fila, o de la cena posterior que compartíamos siempre hablando de lo que nos gusta: la literatura, la escritura, los autores y autoras que habíamos leído. Esta cuarentena vino a cambiar todo eso, a alejarnos de algunas personas que no podemos ver; nos sacó los abrazos infinitos, las risas con la boca bien abierta sin miedo a nada, el contacto físico tan importante. Hiciste muy bien en mudarte a la isla. Creo que acá te hubieras marchitado, hubieras padecido el aislamiento quizás más que otros.

En tu carta también me hablabas de mi pasión por las etimologías, y eso me hace acordar de una especial, la de “compañero”, palabra que proviene de “compaña” que, a su vez, viene del latín vulgar “compañía”, un derivado de “panis” (‘pan’). “Panis”, a su vez, deriva de la raíz indoeuropea *pa, ‘comer, proteger’ (perdón por lo “académico” del comentario, pero viene a cuento). Un compañero o una compañera serían entonces quienes comen de un mismo pan y quienes se protegen. Ese sos vos, Pablo Pagés, el hombre que siempre está ahí para dar una mano, y te aseguro que en este mundo a veces tan poco solidario, lo tuyo es inmenso.

Qué genial que estés leyendo a Poe ahora. ¿Viste la actualidad que tiene? Y no tanto por su escritura, muy de su época, como vos decís, sino por sus personajes atormentados, como nosotros ahora. Hombres y mujeres parecemos condenados a ir de sufrimiento en sufrimiento, pero algunos como vos encuentran maneras de exorcizar el dolor y transformarlo en un jardín con árboles frutales, en una casa de madera cálida, en una enorme parrilla para invitar a mucha gente a comer (ya me vas a tener por ahí cuando todo esto pase).

Me encantó el relato de tus días en la isla. Por más que me esforzara, no podría contarte cosas tan bellas como las que vivís vos, aunque podría relatarte de mis caminatas para pelearle a la tristeza y a la desesperanza. Durante esta cuarentena, casi siempre recorro las mismas calles, pero me entretiene mirar a la gente y sus reacciones; observar las casas, en especial las ventanas y los balcones; detenerme en los árboles para ver cómo fueron cambiando en estos meses. Como vos decís, la primavera está ya entre nosotros y nosotras, y con su tenaz renacer, nos está diciendo que tampoco bajemos los brazos.

Bueno, Pablo, no me gusta escribir textos largos y tampoco quiero aburrirte, así que me voy despidiendo. Muchas gracias por tu carta; me llegó en el momento justo y me dio la oportunidad de hacer una pausa en estos días complicados.

Te mando un abrazo grande y espero que podamos vernos pronto, amigo, colega, compañero.

Adriana Santa Cruz

Atardecer en el Delta
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