El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre artistas acerca de los claroscuros del paisaje y de la vida.
Por Pablo Pagés.
Abril 2021
Desde algún lugar de la primera sección del Delta Tigre
Eloísa,
El otoño es una gran reflexión. El verano pasa terrible, cada vez mas terrible y nos deja esa inercia de andar sueltos de ropa, ligeros de pudores y revolucionarios de pensamientos. Es un corte. Abismal. Me viene como recuerdo esa gran placa de Lord Peter Hammill que se llama otoño. Cada canción es un hermoso poema sobre lo que se pierde como las hojas que comienzan a caer. Estremecedor en cada tema, como siempre, Hammill cae en un abismo lacónico y pesimista de su existencia. Quizá eso lo salve de tanto optimismo al pedo. Él disfruta de esta estación como un prisionero de su exquisito existencialismo.
Pero acá estamos nosotros Eloísa Tarruella, mirando el río con son sus caprichos. Este mes es una magnífica transición. El viento sopla del sur y al rato vira hacia el norte. Es el mes de los bipolares, los maníacos y los lunáticos.
Tengo algo que comentarte. Me compré una desmalezadora y una motosierra. Yo sé que saltar de Hammill a esto parece comentario de hospicio. Pero no lo es. Necesito estas máquinas. Me resuelven parte de mi vida. Los troncos que se caen por las tormentas o por cualquier otra cosa me vienen genial para usarlos de leña y además puedo hacer algunos cortes para colocar o cambiar los palos que sostienen mi cabaña. La desmalezadora ahora se usa poco por las heladas pero puedo aprovechar para llevar el pasto a una altura y ganarle a las malezas y al lirio.
Se repite, todo se repite. Año tras año. El tiempo cansa en este mundo de locos. Pero algo me deja el otoño. Tengo una amiga isleña que se llama Mabel y vive a unos cuarenta metros de casa. Ahora, viendo solo los esqueletos de los árboles despojados de su follaje veo su casa. En verano pasa lo contrario. Es una sensación, pero en estas frías estaciones la siento más próxima. Podría poner un piolín de lado a lado con dos roldanas y pasarnos mensajes. Esta idea será llevada a cabo muy pronto. No solo mensajes, en una canasta pequeña, podemos pasar verduras, cigarrillos, algún vino y cosas por el estilo. De esta manera se evita hablar tanto tiempo al pedo. Hablar por hablar. Si tengo algo importante por decir, es muy fácil, camino hasta su casa y listo. Pero si en cambio quiero compartir una comida o pasarle algún atuendo para que me lo arregle, se soluciona de esta manera.
El otro año, con la cuarentena recién comenzada (y sin ninguna esperanza de algún medicamento paliativo para este virus que no se sabe si es pariente de la gripe o solo un gran cómplice) estábamos empezando con el frío y lo único que había era hacerse buenos tés de jengibre y suculentos guisos de abuela. Fue un año sin esperanzas. Con la economía mundial parada y una fuerte sensación tremebunda de fin de algo. Creo que mi salvación en el sentido más literal de la palabra fue haber estado viviendo en el Delta del Tigre. Lugar en el que hoy mismo sigo tratando de hacer señales de humo para que algún lector curioso, dé al fin con mis escritos.
Luego de un año parece que se comienzan a dar los primeros contagios de coronavirus. La gente, isla adentro, se cuidó mucho. Mucho es mucho y no poco. Creíamos que estábamos alejados del suburbio y la muerte, de la ciudad y sus anonimatos más impiadosos, mas impiadosos aún que estar por aquí tratando de hacer una cabaña o fabricando un puente.
Somos barro Eloísa, solo eso.
Hablando de barro. Los vecinos que viven alrededor de esta manzana isleña nos organizamos para arreglar todas las entradas de agua. Compuertas rotas, agujeros en el dique, levantar el camino donde esté muy bajo y hasta colocar luces y pensar en arreglar un muelle vecinal que está hecho, ahora, un esqueleto de palos quebradizos. El tiempo todo lo destruye. Menos las ideas. Por eso somos tan humanamente descarrilados y medio torpes a la hora de demostrar afectos.
Me doy cuenta en esta estación que los árboles tienen dos registros geniales o genitivos. Mire usted: en pleno verano nada se ve mucho por el tupido follaje, las hojas demuestran de qué árbol se trata y cuando pinta el otoño vemos solo esqueletos, pero cada uno tiene una forma única de estirar sus ramas y plantarse frente a la vida. Apenas quedan agarradas alguna que otra hoja en algo que sugiere la espectral silueta de un decorado de Tim Burton.
Hoy 18 de Abril, tipo 10:30 de la mañana sopla un viento sur que comienza a anticipar lo que se viene.
Por otro lado mejor ya que la gente se emborracha hasta quedar inconsciente menos seguido, y todo parece un páramo hecho de tonos ocres y este bello ramaje quebradizo. El frío calma las bestias y las pone frente a frente, acuchados bajo un fuego, tratando de amainar el frío de los meses que se avecinan. Toda reunión social se hace puertas adentro y muchas veces sin luz. Porque cuando se corta la luz y llega la noche hay que poner velas por todos lados. En la isla hay muchas líneas de alta tensión y de vez en cuando algún árbol abatido por el viento causa problemas. Ahora entiendo las pinturas de Rembrandt y los claroscuros del Caravaggio. Ahora entiendo los perfiles psicológicos de Dostoievsky.
Maldita pandemia. Juro Eloísa que ya me tiene cansado hasta la médula. Es increíble como nos matamos en masa, como esos roedores que se echan por los acantilados. Un suicidio. A propósito, yo tuve un hermano suicida. De un día para el otro se colgó de un cable coaxil. Lo tomé como un acto de absoluta crueldad. Pensé varios años los destinatarios de semejante cosa. Al no dejar una carta, cada integrante de la familia tenía su culpa específica. No me sirvió sino para hacer intrincadas propuestas de las cuales algunas las pasé al papel.
La isla es tierra de exilios, de mucha milicada, de gente como yo que solo busca dormirse con el canto de la ranas y despertarse con el coro polifónico de todo el pajarerío existente. Primero empiezan las pavas de monte, enormes y bellas y luego el resto. A uno no le queda otra cosa que levantarse abrir todas las ventanas y tomarse unos mates para escuchar e intentar ver cuántas aves integran ese intenso y hermoso ruido que dan ellas a la luz del día. Tan primitivas y tan elementales.
El otro día me di cuenta de una gran revelación. Mientras esperaba al botero para que me cruce a la otra vera del río para ir a laburar me vino como un ligero aleteo de un murciélago que va rumbo a su sueño, una cuestión que para mí fue algo muy trágico. Cuando mi hermano se suicidó pensé que la posibilidad del duelo era algo imposible. Pero parado en la punta del muelle, en el más absoluto de los silencios, con una bruma densa y pesada sobre el agua como un fantasma gordo y lento, noté que esa cuestión dolosa había desaparecido. Justo antes del amanecer cuando la niebla se va convirtiendo en espectaculares haces de luz que atraviesan la bruma y dejan ver un manto suave de agua con algún que otro pez saltando o persiguiendo alguna mojarra, supe que mi duelo había terminado.
Eso es el duelo, de eso se trata. De un fantasma gordo en una noche infinita.
No quiero aburrirla más, Eloísa. La chica del hermoso nombre. Muy genitivo en su composición. Muy elegante por cierto. Tan bien colocado. Solo desearía que me cuente algo de su nueva obra, que por motivos de público conocimiento, se retrasará en su estreno. Espero solo que me invite para hacerle una devolución apropiada.
Gran abrazo, amiga creadora, que bajo este manto de estrellas y bajo este sol terrible, nunca deja de dar batalla a la nada y al silencio.
Pablo Pagés
“Desde una ventana de la ciudad frente a una calle empedrada”
Buenas tardes,
Te escribo desde el atardecer del viernes, observo mi ventana mientras escucho a Nina Simone. Me encanta que me hayas propuesto este intercambio epistolar. Justamente a mí, que soy una amante de la escritura de cartas. Me parece un género tan interesante. Escribir es re-pensarse y la carta permite que sea con un otro. Parar el tiempo. Detener el movimiento que genera la vida para escuchar el eco epistolar. Traigo aquí a Vivian Gornick que dice: “La carta escrita en una soledad ensimismada, es un acto de fe. Asume la presencia de otro ser humano; el mundo y el ser se generan desde adentro; la soledad se busca, no se teme. Escribir una carta es estar a solas con mis pensamientos ante la presencia evocada de otra persona. Me hago compañía imaginaria a mí misma. Ocupo la habitación vacía. Conjuro yo sola el silencio”
El otoño es una gran reflexión, tal cual decís y una de mis estaciones preferidas. Hay algo misterioso y sincero en el caer de las hojas. Los árboles desnudos nos hablan del tiempo, de los cambios inevitables. La caída del disfraz. Todo está expuesto. Si observamos los árboles añejos, están las raíces visibles y las que permanecen debajo de la tierra. En lo profundo. Los últimos meses tuve sueños reiterativos con las raíces de los árboles. Como si fueran el fotograma de una película que se inserta en un laberinto onírico para darme un mensaje. Desde que empezó esta pandemia terrible empecé a tener una conexión más fuerte con los sueños. Me dictan poemas, guiones, frases, secretos. Pienso que la soledad y la contemplación a la que nos lleva esta etapa propone mayor conexión con uno mismo. Como una puerta desconocida que se abre para entrar a esos lugares temidos. Y me di cuenta que prefiero entrar allí para descubrirme, sin hojas, sin disfraz como los árboles de los que hablamos y están allí para recordarnos que somos seres humanos. Que también podemos abrir nuestros brazos como ramas para recibir el sol.
Que bello debe ser despertar junto al río, tal como describís en tu carta. Observar el curso, los caminos que se abren a un horizonte cercano. El despertar del día y de tus ideas que seguramente saldrán inspiradas de la contemplación. Del paisaje colorido y sus sombras. Quizás observar sea uno de los recursos más potentes que tenemos los escritores. Observar como niños curiosos. Volver. Encontrarse con las imágenes que nos despiertan emociones nuevas o antiguas. O una fusión de las dos. Y que las palabras corran como animales libres.
Me gustó tu frase: “somos barro”. Y a eso agrego “somos barro y tiempo”. Hay algo que me obsesiona y por eso lo pongo en mis escritos. Es el TIEMPO como una línea subjetiva. Me gusta jugar con ese concepto. Somos tiempo en el barro. Lo esculpimos a cada paso. Moldeamos nuestro tiempo. Pero no siempre como quisiéramos porque ahí entra el deseo. Esa claridad que muchas veces perdemos. Para encontrarse con el deseo hay que ir al barro, a la raíz y adentrarse debajo de la tierra. Romper el tiempo. Nina Simone dice: Wild is the wind, “Salvaje es el viento”. Habrá que hacerse viento por un rato para volar lejos de la sombra.
Me quedé pensando en tu frase: “Por eso somos tan humanamente descarrilados y medio torpes a la hora de demostrar afectos”. Creo que esta pandemia vino también a revelarnos lo complejo de los vínculos y lo importante que son los afectos. Aunque a veces duelan, aunque no sean como se muestran en las redes sociales, aunque seamos algo torpes. Alimentar los vínculos que nos hacen bien es muy importante en mi vida. Lo fue siempre, pero ahora cobra mayor relevancia.
Voy saltando de un tema a otro, como si fuera una ardilla (que curiosamente duermen en las ramas de los árboles). Debe ser una experiencia maravillosa y perturbadora volver a las velas, como si saltaras en un cuadro de los pintores que nombras. Ser parte de un cuadro de Rembrandt debe ser toda una experiencia. Las miradas de los hombres en sus cuadros son intimidantes. Observan el afuera como atravesándolo. Y si esos personajes pictóricos pueden salir del cuadro, quizás nosotros podamos entrar en él y observar el mundo desde el claroscuro, como lo hacés vos en la Isla del Tigre.
Gracias por compartir conmigo una experiencia tan dolorosa como la pérdida de tu hermano. Pude ver el momento donde dejaste el duelo en la punta del muelle. A veces el silencio y el tiempo son pacificadores. Una caricia que amaina la tristeza. Y si bien pienso que las cicatrices siempre están, debe haber sido aliviador el hecho de dejar de duelar. Como un proceso que llegaba a su fin para empezar un nuevo amanecer.
Con respecto a mi parte creativa, estoy en un momento de completa conexión con mis creaciones. Estoy escribiendo una película y una nueva obra de teatro, además de poesía a borbotones. Los momentos en mi casa, la soledad, el café y ver pasar las horas por la ventana fueron un puente creativo. Siento como si algo en mí hubiera estado dormido y de pronto despertó. Está creciendo. Quizás como las flores en primavera o el haz de luz que se proyecta en los intersticios de mi persiana en las mañanas. Algo está naciendo. Y lo dejo salir. Los procesos creativos se asemejan tanto al ser humano. Primero en el vientre de la madre, danzando en el agua. Después el aire, el encuentro. Y a caminar. Las palabras comienzan a fluir como el río que tenés frente a tus ojos. Diría que estoy en un proceso continuo, abriendo los ojos para captar todo. Bebiendo el aire fresco y el sonido del viento. Ya se hizo de noche. Sonrío en la oscuridad.
Te mando un gran abrazo. Una alegría leerte y poder compartir sensaciones.
Eloísa