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Ulrich Brand: “Las elites políticas y económicas entendieron la crisis ambiental y proponen un capitalismo verde”

Tinta Limón Ediciones publicó Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo, de los politólogos alemanes Ulrich Brand y Markus Wissen, en el que analizan cómo la sociedad mira más hacia un capitalismo verde antes que a una verdadera emancipación que cambie los modos de vida humanos y no humanos.


Por Pablo Américo.

En su libro Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo (Tinta Limón Ediciones, 2021), los politólogos alemanes Ulrich Brand y Markus Wissen propusieron el concepto “modo de vida imperial” que hace referencia a un “conjunto de estándares de una vida ‘buena’ y ‘correcta’ anclados en las normas de producción, distribución y de consumo que están profundamente arraigadas en las estructuras y prácticas políticas, económicas y culturales en la cotidianidad de la población del Norte global y cada vez más también de los países emergentes del Sur global” (pp.74-75) buscando enfatizar “las asimetrías inmersas en las estructuras sin negar a los individuos cualquier tipo de libertad de expresión” (p.77).

En términos sencillos, podríamos decir que Brand (también autor Salidas del laberinto capitalista: Decrecimiento y postextractivismo en conjunto con el economista ecuatoriano Alberto Acosta) y Wissen se preocupan por un modo de vida extendido desde las metrópolis imperiales hacia otras zonas del globo –y permitido gracias a la explotación de los recursos naturales y la mano de obra del sur global- que no es sostenible a largo plazo. De este modo, los autores conceptualizan un modo de vida propio de los sectores medios-altos del planeta que no podría ser extendido a la creciente masa empobrecida bajo el sistema económico y político imperante. Esta lectura lleva a los autores a situarse dentro de una de las alternativas existentes en el debate de las izquierdas europeas: el decrecionismo. Al respecto de cómo estas teorizaciones y propuestas pueden dialogar con la realidad del Tercer Mundo, conversamos, entre Viena y Buenos Aires, con Ulrich Brand.

Revista ruda

Leyendo el libro no podía evitar ponerlo en diálogo con la literatura de la izquierda académica aceleracionista de Europa, y me preguntaba: ¿Hablar en estos términos, pensando en “crecer” o “acelerar” y “decrecer”, no es una forma de pensar en una noción de progreso que acepta la lógica de una visión capitalista y liberal? ¿Cómo hablar de “decrecimiento” en un país como la Argentina?

Mi lectura del término es que en América Latina no puede usarse “decrecimiento” como consigna política, pero la razón detrás del concepto no es “decrecer” en cuanto a tener menos. “Tener menos” o crisis significa normalmente austeridad, y ustedes saben mucho mejor que nosotros en Europa qué significa austeridad. No, la idea principal del decrecimiento es deshacernos como proyecto político del imperativo capitalista de crecer. Estos temas aparecen mejor desarrollados en el libro que hice con Alberto Acosta. El imperativo capitalista en nuestra sociedad es claro: es hacer ganancias y plusvalía. Es pensar un Estado que es dependiente de las tasas de los ingresos capitalistas. Es un contexto que implica que los sindicatos, y la gente misma, quieran mejores sueldos y más consumo. Es un imperativo capitalista pensar que si no tenemos crecimiento capitalista tenemos crisis. En Argentina se sabe bien qué significa tener una crisis. Las iniciativas, los horizontes de tener una sociedad que no es tan dependiente de los imperativos capitalistas del crecimiento, son totalmente diferentes de la idea de tener menos. Es diferente a pensar que una crisis es buena. El decrecimiento no es esperar que baje un cinco por ciento del PBI por año. Normalmente, en la crisis ganan los poderosos y la salida de la crisis es la austeridad. Esa no es la idea del decrecimiento.

Viremos a una cuestión de coyuntura, acá estamos a poco de las elecciones legislativas y la agenda medioambiental no parece ser importante dentro del debate público. Los candidatos de las fuerzas mayoritarias casi no tocan el tema, cuando lo hacen es un capitalismo verde muy suave, desde la centro-izquierda se hacen alusiones muy ambiguas. ¿Cómo es la experiencia internacional entre medio ambiente y elecciones? ¿Hay una vía democrática, electoral, a entusiasmar a la ciudadanía con propuestas ecológicas radicales?

Yo diría que no, falta un proyecto claro de una izquierda más radical para cambiar las relaciones sociales y las relaciones societales con la naturaleza. Esto significaría pensar en el transporte, en el transporte público, deshacernos del imperativo de la automovilidad. También deshacernos del extractivismo, deshacernos de la comida y la agricultura industrializada y transicionar hacia una agricultura regional y ecológica, etcétera. Yo creo que todavía hay que formalizar nuestras propuestas, en algunos casos sabemos qué significa, significa pensar en transporte público, significa pensar políticas espaciales para que la gente no tenga que viajar tanto, sino que pensemos una ciudad donde las funciones entre trabajo, consumo, tiempo libre, vivienda, sean más centralizadas. En Alemania los verdes están en veinte por ciento de los votos y tenían un veinticinco o veintiséis en las encuestas. Por errores que cometieron ya están ahora en veinte. Yo creo que las élites políticas y económicas entendieron bien la crisis medioambiental, la crisis socio-ecológica, y que tienen que reaccionar. La pauta principal que nos proponen es una modernización ecológica, una economía verde, un Green Deal, como se dice ahora en Europa. Una forma de capitalismo verde, que no va a tocar los intereses dominantes, que no va a tocar las lógicas dominantes, como el crecimiento y la competitividad internacional, que no va a tocar el modo de vida y el modo de producir imperial. Este capitalismo verde significa la electrificación de la automovilidad en Europa, que a su vez significa extraer el litio de Argentina y Chile, significa el cobre del sur global. Los recursos todavía son importantes. Por ejemplo, casi nadie presiona sobre los SUVs, los coches grandes, sino que quieren cambiar el combustible hacia la energía eléctrica, y eso es la modernización ecológica sin cuestionar las relaciones de poder. Esta perspectiva de un capitalismo verde está ganando fuerza, está ganando legitimidad. Por ejemplo, Ursula von der Lyen de la Comisión Europa con su Europe Green Deal de diciembre de 2019 (ella es conservadora, no es verde) y tiene bastante claro que las elites tienen que responder a la crisis. En términos críticos, podemos decir, con Antonio Gramsci, que es una revolución pasiva. Una revolución pasiva era para Gramsci el cambiar de alguna manera radicalmente algunos aspectos de la sociedad sin cuestionar las relaciones de poder, sin cuestionar los dispositivos dominantes.

La izquierda ecológica liberal no cuestiona el poder, no cuestiona las lógicas sistémicas. Ellos dicen the enviroment comes first [el medioambiente viene primero], hay que salvar el ambiente, y no piensan en los procesos emancipatorios”.


Cuando se habla de proponer una agenda ecológica alternativa se suele contestar, incluso desde la izquierda, con una visión realista que plantea que no hay alternativa. Al mismo tiempo, uno ve todo tipo de luchas sociales desde abajo que traen sobre la mesa la necesidad de pensar formas de vida alternativas. ¿Ha sido siempre tan difícil pensar en un modo de vista distinto? ¿Hay algo en el modo de vida imperial que lo vuelve particularmente hegemónico o eficaz?

Yo creo que sí podemos pensar alternativas a partir de los conflictos concretos, los deseos concretos, las luchas concretas, y no tanto pensando en las viejas alternativas. Creo que la debilidad de un discurso ambientalista global súper cosmopolita es pensar en una manera sistémica para todo. Pero esto no se puede hacer. Entonces se configura una mirada muy catastrofista de “tenemos que cambiarlo todo”, pero sin reconocer qué está pasando a otro nivel, a otra escala, en las luchas concretas, en los deseos concretos. Yo creo que sabemos bien qué significa agricultura ecológica más allá del agribusiness. Sabemos bien qué significa otro sistema de transporte, otra manera de convivir, de crear ciudades, etcétera. Pero tienes razón, la izquierda tradicional que tiene esta perspectiva grande todavía tiene dificultad para pensar en estas luchas concretas. La revolución todavía es vista como una ruptura, pero una transformación ecológica social radical no es una ruptura, es un cambio radical, pero de temporalidades muy distintas. No es la gran ruptura de la toma del Palacio del Invierno o de Cuba en el ’59. Nosotros usamos en el libro el término “reformismo radical” que significa que necesitamos un horizonte radical post capitalista emancipatorio, pero a partir de las experiencias concretas y de la ambigüedad de las experiencias. Tenemos que pensar los puntos de entrada en los escenarios concretos, entendiendo las experiencias tanto de los sindicatos como de los movimientos sociales. Los movimientos de justicia climática insisten en la urgencia y en que hay que hacer algo, pero no son revolucionarios en el sentido de que buscan tomar el Estado y generan una gran ruptura, sino que implican el reconocimiento de diferentes temporalidades y luchas. El problema es que no hay tanto tiempo, digamos, no estoy de acuerdo en decir que nos quedan diez años, ese no es el punto, pero hay una ventana para actuar porque estamos en la crisis permanente, en el desastre climático y otras cosas. Yo todavía rechazaría una perspectiva catastrófica, un “hay que cambiar todo”, porque al final no se cambia nada. Otro aspecto que me parece importante para una izquierda, y es diferente al catastrofismo dominante, es insistir en los procesos de emancipación, insistir cuestionar relaciones de poder y dominación. La izquierda ecológica liberal no cuestiona el poder, no cuestiona las lógicas sistémicas. Ellos dicen the enviroment comes first [el medioambiente viene primero], hay que salvar el ambiente, y no piensan en los procesos emancipatorios. Yo creo también que, si pensamos en alianzas, por ejemplo, con los trabajadores en las industrias automotrices, en la industria extractivista del agronegocio, hay que pensar bien qué significan estos procesos de emancipación, qué significa realmente tener una buena vida más allá de las relaciones capitalistas de opresión y explotación de la naturaleza y de los seres humanos. Una transformación socio-ecológica emancipatoria tiene que considerar ambas cosas. El discurso dominante entre ambientalistas en Europa ahora es climate crisis first [primero la crisis climática], hay que enfocarse en que nos quedan diez años, pero dejan todos los aspectos de la emancipación afuera. Yo creo que eso no es una agenda de izquierda, es una agenda de izquierda liberal y de los mismos liberales.

En esta línea me pregunto, ¿cómo pensar una teoría general y global como es el “modo imperial de vida” sin caer en un esencialismo, en una teleología o en un colonialismo teórico? ¿En estas luchas de emancipación, hay un sujeto privilegiado o una lucha privilegiada?

Con respecto al primer aspecto, yo creo que lo fundamental, y esto nos queda claro en conversaciones con América Latina, creemos que “modo de vida imperial” no es un concepto que tiene que ser simplemente aplicado. No queremos imponer el concepto y decir ahora con este concepto podemos entender la realidad en Argentina, México, Bolivia, Brasil, etcétera. Es una propuesta de pensar las relaciones y las coyunturas concretas en Argentina, pero después los actores, los pensadores, los movimientos, la gente crítica tiene que aplicar y pensar, si así lo quieren, con un concepto como el modo de vida y producción imperial en sus propias realidades. Por eso no queremos refinar aún más el concepto hasta que sea cien por ciento válido. Es una propuesta de discusión, por eso prefiero conversar en una entrevista a escribir un artículo donde vuelvo a explicar el concepto. Hay que pensar desde las realidades de América Latina. En ese sentido, no queremos una colonialidad del saber, sino que buscamos una conversación y estamos aprendiendo de estas realidades. Ahora como europeo, pero conociendo un poco lo que pasa en América Latina, nosotros creemos que no hay un sujeto privilegiado. La lucha es coyuntural. El sujeto más dinámico en Argentina en los últimos años son las luchas Ni Una Menos y las luchas anti-extractivistas. En otras coyunturas pueden ser diferentes, pueden ser incluso luchas parlamentarias si hay una izquierda amplia bien estructurada que surge de muchos movimientos pero que gana fuerza e interviene realmente en políticas estatales. Tenemos que pensar qué es un modo de vida solidario. Me parece que “modo de vida anti-imperialista” es un término más acorde para América Latina. Pero queremos insistir con que debemos pensar en sujetos, en alianzas, en coyunturas. Un aspecto que también para nosotros es importante son las prácticas cotidianas. Por ejemplo, si en Europa cada vez más jóvenes viven como vegetarianos o veganos puede ser una cosa muy liberal, muy del cuerpo privado, pero también puede ser un statement político, puede ser una alianza que, tal vez, en cierto momento no se formula políticamente de manera tan clara. Otro ejemplo, en Austria, un veinticinco o treinta por ciento de los jóvenes no quieren más carne como costumbre por varias razones. Tal vez muchos no son muy politizados, pero como costumbre ese podría ser otro modo de vida. O, por ejemplo, la gente en Viena deja el coche por varias razones, porque Viena tiene un buen transporte público, etcétera. También puede ser un modo de vida solidario que el transporte público se convierta en una preferencia para las prácticas cotidianas de los individuos por razones no tan politizadas. Por eso insistimos con esas prácticas, pensando con Pierre Bourdieu, el sociólogo que habló del habitus, en la corporeización de los deseos, y tal vez podemos observar en los próximos años que no todos, pero una parte de la población dice “no queremos más consumo, no queremos más carne, no queremos más coches, sino que queremos una vida digna a cierto nivel”. No estamos a favor de la pobreza, pero una vida digna en Europa no tiene que ser una vida dentro del modo de vida imperial. Como tercer aspecto, si hablamos de los sujetos, nosotros tenemos una fuerte oposición al discurso dominante del ambientalismo que es la individualización de la responsabilidad, la idea de que, si tú consumes bien, si tú tienes un consumo ecológico, con eso vamos a resolver los problemas del mundo. La acción principal de la transformación socio-ecológica es una acción política, es una acción organizada de movimientos hasta sindicatos, partidos políticos, ONGs, y hasta empresas. Necesitamos empresas, necesitamos pensar cómo organizar la producción. Necesitamos pensar en cuestiones de la propiedad de las empresas, de propiedad del aparato de producción, y en ese sentido también son sujetos a considerar. Ojalá que trabajadores, comunidades, asociaciones, se autoorganicen para brindar o pensar cierta producción socio-ecológica no bajo el régimen del capital privado, no bajo el régimen capitalista.

Aunque todavía estamos lejos de ver el fin de la pandemia, entre el avance de las campañas de vacunación y también cierto acostumbramiento a la situación, parece que estamos más cerca de una post-pandemia. ¿Durante la pandemia, hay un balance positivo o negativo en cuanto a la lucha y sobre todo a la coordinación internacional por una agenda medioambiental que no esté anclada al imperativo del crecimiento?

Yo pensaba, y está tratado en la conclusión del libro en la versión en inglés, que en los primeros meses de la pandemia en Europa había procesos de aprendizaje, pero con un potencial de cambio. Al final, no se cambió nada o no se cambió tanto hacia lo más solidario. Pero yo diría que en los primeros meses se pudo ver que el dogma neoliberal de que el Estado es solo una entidad que pone reglas y el resto hacen las empresas y los consumidores fue puesto en duda. Pudimos ver muy bien en qué países el Estado está más o menos bien organizado. En qué países hay servicios públicos bien organizados para contraponerse a la pandemia. En qué países el sector de la salud era más o menos público, en dónde la gente tenía acceso a servicios de salud sin tener que poner su tarjeta de crédito sobre la mesa. Por otro lado, en las protestas, en la organización de Fridays For Future, del movimiento de justicia climática, en el 2018 y 2019, se decía “Ah, este cambio rápido no es posible porque las empresas tienen sus caminos, ya hicieron las inversiones y el cambio tiene que ser lento hacia una economía verde”. Lo que pudimos aprender en la pandemia es que, en ciertos momentos, un cambio rápido de la producción es posible. En ciertas empresas automotrices de Estados Unidos de repente, con el aporte del Estado, se produjeron aparatos medicinales. Entonces pudimos aprender como potencial que una conversión de la industria es posible, hacia una forma más socio-ecológica, más de la salud. Un tercer aspecto es que pudimos ver el valor del trabajo. Pudimos ver qué sectores son importantes y no es la industria automotriz, no es la industria que produce las mercancías del consumo, del status, sino que son los trabajos en la sociedad que tienen que ver con la salud, con la educación, con la infraestructura básica, con lo que hace una vida digna posible, que antes estaba totalmente afuera del discurso. En el discurso neoliberal lo importante eran los productos de status, internacionales, los celulares, los coches, etcétera. Y de pronto pudimos aprender que hay mucha gente, muchos ámbitos en esta sociedad, que normalmente son invisibilizados. Sus trabajos no son bien remunerados, no son bien reconocidos, pero son cruciales. Como salud, como educación, como la producción básica de alimentos, etcétera. Esto tiene un potencial de cambiar los discursos y las realidades sociales. Mencionaste también la coordinación internacional. Yo creo que en un principio dije, y las elites también dijeron, hace un año: “si tenemos la vacuna al final del año, tenemos que distribuirla de forma equitativa a nivel global”. Pero no, el nacionalismo ganó. El nacionalismo de la vacunación me da vergüenza. Lo que está pasando en los discursos políticos en Europa donde los gobiernos dijeron “nosotros tenemos que vacunar a nuestra gente, no importa qué está pasando en Europa del Este, en África, en América Latina”. No funcionó para nada la cooperación internacional.

Para terminar, en Argentina tuvimos hace poco una polémica por la prohibición de granjas de salmones en Tierra del Fuego y ahora en estas semanas hubo memes y noticias por una invasión de carpinchos en Nordelta, un barrio privado muy lujoso. ¿Cuál es el lugar de lo animal a la hora de construir un modo solidario de vivir?

Podemos ver de la pandemia que hay que reconocer la vida silvestre, hay que pensar en una producción ecológica que más o menos funcione. Si la industrialización es demasiado fuerte, la chance de tener un virus crece. Esto todavía es una debilidad en el libro porque aún no hemos tocado este tema. Pero yo creo que hay que pensar al respecto. Nosotros usamos en alemán una noción de Marx, que usó una vez en El Capital como idea, que son las “relaciones societales con la naturaleza”. No es aquí la sociedad y allá la naturaleza, sino que son las relaciones societales. Es decir, cómo la sociedad organiza su reproducción biofísica. Históricamente se hace de una manera de destrucción muy instrumental. El mismo concepto de recursos es muy antropocéntrico. Yo creo que, volviendo a la idea de la conversación, en Europa podemos aprender mucho de América Latina de todos los discursos sobre el derecho de la naturaleza, el buen vivir. El ser humano también es parte de la naturaleza. Los otros aspectos tienen su papel, su reconocimiento, no solo como recurso, como algo que se domina. Sin embargo, por ejemplo, un virus es un virus, un elemento de la naturaleza que debemos combatir. Hay que frenarlo. Entonces, yo me quedaría en una forma antropocéntrica pero no antropocentrista, reconociendo lo demás, reconociendo la naturaleza no humana como algo igual, pero no me podría imaginar, por ejemplo, un viruscentrismo que pone a todos al mismo nivel. Los seres humanos tienen la Razón, que no nos da el derecho de destruir a los demás, pero la Razón significa tener ciertas formas de organización, cierto derecho de sobrevivir en contra de un virus, de defenderse contra un virus. Después tenemos que hablar si los modos de defender a los seres humanos contra el virus son de un modo súper capitalista, de una industria farmacéutica que quiere sobre todo hacer sus ganancias y después también lucra con una vacuna, o si son otras formas de organizar las relaciones societales con la naturaleza, por ejemplo, protegiendo ciertos ámbitos de la vida silvestre. Reorganizar las relaciones societales con la naturaleza significaría que los humanos no pueden dominar cualquier sitio del mundo sino que hay que reconocer sitios no dominados por la sociedad de los seres humanos.



Ulrich Brand y Markus Wissen
Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo
Tinta Limón Ediciones
2021

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