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Mauricio Kartun: “Cuanto más teatro bueno veas más fuerte se hará la percepción de lo desolado de esas narrativas estandarizadas, de ese protocolo de liviandad berreta”

El dramaturgo y director se mete de lleno en las aristas del panorama teatral argentino, analiza los nuevos lenguajes artísticos y pone en perspectiva las obras que conforman parte de su extensa trayectoria creativa.


Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos Verónica Bellomo

Todo ejercicio teatral implica la versatilidad de poder ejercitar nuevas narrativas, dinámicas del lenguaje que intentan exponer las realidades que nos atraviesan como sociedad. Del drama social de entreguerras y los sueños revolucionarios, hemos sido empujados a una sociedad líquida, inaprensible, en donde las máscaras de la apariencia afloran a raudales, y las optimizaciones construyen vínculos esquemáticos, corroídos por falsos sentimentalismos, carentes de toda meditación artística. Mauricio Kartun (San Martín, 1946) es un guerrero de la palabra, un creador que resiste, con su poética debajo del brazo, y la templanza absorbida de tantos años conviviendo con la magia que desprenden los escenarios.

Dramaturgo, director, formador, Mauricio marca el teatro contemporáneo desde la impronta reflexiva de su pluma. De su persistencia reactualizada. Obras convertidas en clásicos, como El Niño Argentino, Desde la Lona, La Vis Cósmica, Terrenal. Kartun da un giro por los valores que edifican la condición humana. Los modifica, expone sus grotescos. Crea desde las percepciones, desde las resonancias que el espacio, las imágenes y las palabras van tejiendo en el ambiente.

Kartun es ese que le dio forma a la primera escuela de dramaturgia en Argentina. A sus talleres asistieron una enorme cantidad de artistas que hoy reconfiguran al teatro y prestigian una escena por demás ecléctica, como Daniel Veronese, Patricia Zangaro, Rafael Spregelburd, Lucía Laragione, Alejandro Tantanian, Federico León, Patricia Suárez y Pedro Sedlinsky, entre otros. Kartun, como maestro, tiene la extraña capacidad de colaborar en esa cocina de la poética, de potenciar la “singularidad” de cada creador, evitando las recetas de manual.

De aquel vendedor de papas del Abasto, y que transitó por innumerables oficios, hasta el que logró convertir su palabra en un hecho inusual, rupturista, sosteniendo entre los dientes ese acento de reo, de pibe de barrio, que lo despega siempre de los castillos de cristales y lo mete de lleno en el barro de todos los días.

¿Dónde ubicás en tu vida el primer intento de hacer algo parecido a la dramaturgia y por qué sucedió esto?

Debe haber sido en el ’69 o´70, un taller de dramaturgia en Nuevo Teatro que dictaba Pedro D´Alessandro. Llegué ahí por un cartelito en la calle, buscando un salpicón de cosas: complementos de escritura para la narrativa, un nuevo lenguaje posible; y relaciones, claro; era veinteañero. En un plano nada menor intentaba además rajar un poco de San Martín, del mercado de abasto donde trabajaba, de mi familia enlutada por la muerte de mi viejo. Recuerdo mis primeros intentos tratando de aplicar trabajosamente lo aprendido en un manual muy preceptivo de la época, el de Egri, y desinflándome como un globo. Y un día, pin, la inspiración. Lo demás es lo de siempre: alguien te dice que lo que hacés está bueno, te confirma, te animás a más, algún estreno te legitima. La vida misma…

Pasó mucho tiempo para que vos encares tu primera obra como director y dramaturgo. ¿Qué fue lo que te impulsó a ser director de tus invenciones?

Cuestiones diferentes y complementarias: las ganas de poner en valor los cursos de dirección que había hecho; había estudiado con Jorge della Chiessa, Oscar Fessler y Jaime Kogan, pero seguía dilatando la decisión de dirigir. Luego, la reiteración de puestas de mis piezas, inmejorables en lo teatral, pero de las que veía que dejaban afuera colores que yo sentía distintivos y fundamentales. Y lo primordial: el descubrimiento de que el único lugar verdaderamente vital del teatro estaba en el escenario. De que como autor de escritorio estaba condenado a mirar la fiesta desde afuera y comerme a lo sumo algún sanguchito bailoteando solo en la vereda.

¿Considerás tu historia profesional como un in crescendo?

Bueno, si alguien la mira de acá para atrás podría dar esa sensación, toda acumulación hace montañita, qué sé yo. Pero en el devenir mismo nunca estuvo presente esa ambición. No por alguna humildad natural; es que la única forma que tengo de provocarme el deseo de crear es el desafío, ponérmela difícil, llevarme a hacer lo que no sé. De otra manera me achancho, trabajo de oficio y lo que sale me deprime. Entonces cada trabajo supone un rompedero de cabeza en el que la energía está en cómo demonios resolverlo. Suelo estar siempre al borde de la catástrofe. No me deja demasiado espacio para pensar en subir a algún lado, más bien el esfuerzo está en no hundirme. Y viviendo en esa sensación de fondeo minga de in crescendo.

Terrenal marca un momento difícil de superar. Es tu obra que brilló de una manera casi mítica con el laburo de cierta cuestión mitológica. ¿Por qué  pensás que a la gente le pasó esto?

La resonancia artística es como el amor, imposible de explicar. Así suena cursi, pero está lejos de ser una consideración romántica. Las dos cosas responden a una serie de factores imposibles de aislar. Yo puedo decir qué cosas funcionan: las actuaciones, que son deliciosas, el humor, el mito, la idea que construye ese relato, pero si fuese así de fácil me sentaría y escribiría otra del mismo efecto. Mejor dejarlo en su misterio, no tentarse en replicar nada, y esperar cada vez que el amor llegue de nuevo.

“Lo mejor del teatro independiente nacional deviene justamente de esa creatividad, el adaptarse a espacios que no se parecen a las salas profesionales, el inventar recursos de luz con lamparitas de cien, el desarrollar convenciones que suplen carencia”


Siguiendo con Terrenal, ¿será que se pone el acento en la constitución de la iglesia cristiana, y esa fábula ya dejó de ser un mito para convertirse en un encuentro concreto y actualizado?

Lo cristiano en ella aparece en realidad por pura herencia. La mitología original con la que trabajé es la del antiguo testamento, la de los mitos hebreos. Pero varios teólogos católicos han encontrado en ella resonancias propias, es cierto. Un sacerdote muy piola, muy erudito, Eduardo Graham, me pasó mientras la escribía mucha bibliografía pertinente. Y ha dado luego algunas conferencias analizando ahora la pieza a la luz del saber teológico. A la vez algunas instituciones judías de formación religiosa se han interesado en el discurso de la obra y me han invitado a charlar con sus estudiantes. Digamos que la genética Terrenal es judeocristiana…

El teatro, más bien el off, sufrió una terrible estocada con la pandemia. El teatro como necesidad poética para seguir caminando por las oscuridades de este sistema, para que la realidad tenga una oportunidad de entenderse y lo cotidiano sea más liviano. ¿Cómo manejar las tensiones de una manera de sobrevivir que no implique solo lo monetario?

En eso las cosas no han cambiado tanto. El teatro independiente será siempre un lugar en el que poner mucho más de lo que sacás. Ensayamos a veces un año y las temporadas en promedio son de tres o cuatro meses. La ecuación es loca. Puede que en estas circunstancias se saque mucho menos aún, pero nadie del circuito piensa en esto como medio de vida, y ni siquiera como changa. Más allá de esa realidad general algunos intentamos encontrarle la manija. Yo además de escribir y dirigir encaro con cada montaje el laburo de productor ejecutivo. Lo he hecho con cada obra y siempre sin sacar un mango extra, como aporte a la maquinaria de la temporada, vendiendo funciones, programando giras. En mi experiencia es la única manera de que podamos aquerenciarnos, que todos podamos ponerle fichas a la continuidad.

Hay veces que la dramaturgia se va modificando durante el proceso de ensayos sucesivos y sabemos muy bien que otras veces lo material también modifica y condiciona esa idea inicial. ¿Desde qué lugar podemos hacer interrogantes cuando lo que se ve fue coaccionado por circunstancias que son periféricas al hecho teatral?

Es que ese es justamente el secreto de su creatividad: la capacidad de trabajar con lo que hay, volviendo signo poético aun a la carencia. Y eso es además lo apasionante, digamos la verdad. Lo mejor del teatro independiente nacional deviene justamente de esa creatividad, el adaptarse a espacios que no se parecen a las salas profesionales, el inventar recursos de luz con lamparitas de cien, el desarrollar convenciones que suplen carencia. Eso es lo que le ha dado su originalidad. El teatro es un arte tan primitivo mirado en comparación con las nuevas propuestas audiovisuales, que ha encontrado en eso su esencia: la capacidad de sorprender y conmover con recursos que a más básicos más asombrosos. Eso es lo que impacta al espectador, es ese asombro de cómo se puede hacer tanto con tan poco, la gran parte de disfrute del público

¿Con qué palabra describirías este panorama mundial?

Incertidumbre. El devenir virtual de las últimas décadas colaboró en una falsa e ingenua sensación de seguridad. Y se nos quemaron los papeles.

¿Y con respecto al teatro?

Resistente. Tenemos en nuestro grupo de trabajo una frase que usamos mucho: A problema técnico solución poética. El teatro se especializa en esa pirueta. El mundo actual nos plantea eso justamente, un problema técnico: la reducción de público en salas cerradas, el miedo, el acovachamiento frente a las pantallas. El teatro lo volverá tropo y lo pondrá en escena. No hablo de tematizarlo sino de construir algo diferente en su marco. Las mejores obras de Shakespeare las escribió durante la peste, reduciendo drástico la cantidad de personajes y los escenarios como para poder estrenarla en gira por los pueblos. De su resistencia hizo novedad.

¿Cuáles son tus certezas como dramaturgo y cuáles son las zozobras con las que trabajás?

No sé si certezas, sí por ahí credos. Actos de fe sobre algunos procedimientos: la sorpresa poética de las imágenes, el poder de la idea teatro, la confianza en la capacidad de resolver del actor. La gran zozobra es siempre la misma: para trabajar con libertad creativa necesito no atarme a una estructura rígida previa, ir descubriéndola en la escritura misma; pero eso supone siempre el riesgo de vararse. Me pasó muchas veces. Nunca te terminás de resignar. Te embarcás en algo nuevo pensando: que esta vez lleguemos a la otra orilla.

CABA, Octubre 2021. Foto: Veronica Bellomo

Se habla de una narrativa “Netflix” que ha tomado buena parte de la estructuración de las producciones audiovisuales pero que también atraviesa otras disciplinas artísticas. ¿Se puede narrar contra esa corriente a la hora de escribir teniendo en cuenta que el público también viene mutando como espectador en ese sentido?

Se debe. Ahí está justamente el poder contracultural que salva al teatro de cualquier obsolescencia y lo ofrece al público como alternativa a las narrativas comerciales. Su imposición de un punto de vista único, de un arte “a pie”, con su propio ritmo, lejos del vértigo de la edición por corte, la exhibición de los “saberes de tiempo”, esas habilidades largamente aprendidas por los actores, la asunción de lo poético, la complicidad con el espectador en un sistema de convenciones renovado cada vez pero siempre tan ingenuo que está al borde de un juego infantil. Vamos al teatro justamente a encontrar esa alternativa. Y cuanto más teatro bueno veas (porque también hay un teatro Netflix, claro) más fuerte se hará la percepción de lo desolado de esas narrativas estandarizadas, de ese protocolo de liviandad berreta.

La esencia de un cuerpo emocionado atravesando el espacio bajo una luz, creando algo de una genial singularidad. Uno puede pensar que esto en el teatro nunca podrá suceder. ¿Cómo seguimos pensando en el teatro cuando nos enfrentamos a esta realidad?

Los veo escépticos en un credo del que soy a la inversa un fiel convencido. Si hay algo que sucede en el buen teatro es justamente eso. Esa genialidad singular es la que consiguen las buenas obras, y es ese prodigio poético el que hace al deseo de un público que busca. Y que cuando lo encuentra renueva votos con nuestro lenguaje. El espectador ha tenido siempre esa paciencia de pescador: un día mojarrita y al otro día un dorado. En esa incertidumbre está también la pasión de su búsqueda, en salir a conocer los recodos del río. El espectador de teatro disfruta de esa excursión, sabe que para encontrar lo que lo magnetice debe probar experiencias menos logradas. Pero cuando lo encuentra…

Mauricio, uno busca belleza y esta palabra infiere tantas cosas, empatía, solidaridad, intensidad, y sostener todo esto mientras un público no comprende por qué no te venías abajo, es como un giro de trompeta sostenido de Chet Baker. ¿Cuándo te ponés a laburar como vas teniendo en cuenta todas estas cosas para disponer de un buen despegue, de un buen texto?

Sin pensarlo nunca, claro. Dice un viejo chiste: Iba caminando un ciempiés y le preguntaron con qué pie empezaba a caminar, se puso a pensarlo y se cayó. Yo camino. Al rato miro para atrás y veo cuanto he recorrido.

Nos movemos como en “La danza” de Henri Matisse. Esa hermosa pintura en donde vamos danzando en círculos, unos y otras, tomados de la mano, medio en bolas, alrededor de ese algo que quema, como la vida o la pasión. ¿De las cenizas de esta danza erótica, que se genera en cada ensayo o pasada, surge algo más potente?

Surge de la llama misma en principio. Pero la ceniza tiene sus virtudes, ojo. De esa pasión quemada, de las frustraciones, de los ensayos al pedo a los que les tirás querosene y la llamita no sube, o de eso que a la noche creíste genial y a la mañana te parece una boludez, de todo lo que no el arte aprende hacer su . El error. El errar. Eso que en cualquier otro lado es temible y nos frena, en el arte está protocolizado. Perderse para encontrar nuevos caminos, equivocarse sin culpa. Al fin y al cabo eso son los ensayos, un lugar en el que desconcertar para poder concertar algo diferente. Debe ser por eso que tanta gente hace teatro: dónde encontrarías otro lugar como este en el que podés equivocarte sin culpa, buscar errando, y que en cada error nadie te cague a pedos.



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