
La adaptación de Alejandro Genes Radawski de la obra de Witold Gombrowicz te desliga de esa cotidianidad tirada a la basura entre sueños que se perpetúan y toman dimensiones volumétricas inadmisibles.
Por Pablo Pagés
Cuenta la historia que cuando Witold Gombrowicz recaló en Tandil se encontró con un grupo de jóvenes y uno le gritó “Ferdydurke”. Era Dipy, menudo y con unos 16 años, una edad que nunca pudo dejar: crecer es un oscuro pasillo lleno de responsabilidades al pedo. Ambos lo sabían. Cuando pasaba por Tandil, lo visitaba. Él tomaba whisky y yo lo acompañaba, como si fuera una lección de escuela.
Ahora, a la distancia, entiendo que hay algo más. Por ello, quizas, nunca entendí las universidades: el método, los pasillos y sus ridículas conversaciones. Hacían doler la cabeza.
¿Acaso alguien pide tener que transformarse en hombre, hablar de política e ir a trabajar todos los días? ¿A alguien se le podría ocurrir semejante barbaridad?
Ferdydurke, la adaptación de Alejandro Genes Radawski en El Camarín de las Musas, te hace formar parte del juego. Te desliga de esa cotidianidad tirada a la basura entre sueños que se perpetúan y toman dimensiones volumétricas inadmisibles.
Pero esta puesta va un poco más allá de las representaciones, es el teatro fuera de sí mismo. Tal vez la única manera acertada en que podría dirimirse entre una representación y un juego especular.

En este universo dislocado por las construcciones que coaccionan al ser humano de la forma más patética, el deseo no da tregua a la pelea, construyendo límites a través de las formas infinitas del ser o el no ser.
Cuatro actrices cumplen diferentes papeles. Todo comienza cuando alguien, puede ser un alter ego gombrowcziano, entra en diferentes secuencias de alteraciones sobre su destino, pero ese destino lo lleva hacia la institución, cuestión de la que reniega.
Con un decorado muy sutil y funcional a la obra, comienza un periplo dentro de la institución falseando su edad. A nadie le importa este dato porque lo que necesitan son alumnos. Chiste que se mantiene a lo largo de la puesta. Con poco y nada, salen y entran en diferentes escenas en las cuales representan de forma hiperbólica su manera de vivir las cosas.
Lucrecia Aguirre es una excelente cantante que interviene en la obra en momentos muy precisos. Diríamos que es la que deja en claro cómo la burguesía intenta infantilizar la adultez desde un manejo dominante. Milagros Plaza Díaz se pone en el papel del profesor, y en otros roles. Todas tan jóvenes e inmediatas, tan fuera de sí. ¿Qué significa el poder sobre un sexo castigado con la perversión de los que dicen cómo se hacen las cosas? Natalia De Elía es Pepe, va en derrotero y transita lo que no puede escapar. Pepe, sufre. Luján Bournot, bellísima y fatal, pendula entre la histeria de una adolescente y una firmeza impostada de cierto personaje cercano a lo militar.
Falta asombrarse por cierta manera de moverse en un vaivén de sexos opuestos y violaciones. Pero claro, el texto invita a jugar con todo esto, y lo moderno entra en situaciones de enamoramiento y seducción hacia el propio género, colocando el asunto tras escenas que provocan risa, porque siempre es el teatro dentro y fuera de sí mismo.

Alejandro Radawski encuentra los dispositivos en los cuales Witold hacía profundizar su crítica existencial a las formas del sistema. Este texto se puede leer con un lirismo dramático o un tono burlesco, como toda gran obra. En Ferdydurke, las cosas se pueden resolver de varias maneras, pero más allá de eso, la profundidad no cae en los movimientos lánguidos de la solemnidad.
En este universo dislocado por las construcciones que coaccionan al ser humano de la forma más patética, el deseo no da tregua a la pelea, construyendo límites a través de las formas infinitas del ser o el no ser.
Con el suspiro de la tragedia, caminamos ciegos hacia un destino que nos brinde algo de dulzura y satisfacción. En estos remansos es, tal vez, donde Gombrowicz se detiene con la destreza de un titiritero que tras bambalinas busca la empatía en un mundo sometido a los edificios que el poder construye en los marcos institucionales.
Está a la vista la posibilidad de entender todo esto una vez más en esta puesta que no da respiro hasta su final. Algo inesperado dentro de las lógicas del relato conocido.
Ficha técnico-artística
Autoría: Witold Gombrowicz
Dramaturgia: Alejandro Genes Radawski
Actúan: Lucrecia Aguirre, Lujan Bournot, Natalia De Elía, Milagros Plaza Díaz
Vestuario: Antonela Marcello
Escenografía: Marko Bregar
Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Sara Vega
Diseño gráfico: Julio Gutiérrez
Asistencia de dirección: Cecilia Ramacciotti
Dirección: Alejandro Genes Radawski
El Camarín de las Musas
Temporada finalizada