El autor de la novela Constantino recorre los pasos de su literatura, la exploración en la escritura con algoritmos y los videojuegos, y la puesta por la editorial digital Neural.
Texto y Fotos: Marvel Aguilera.
Leer Constantino de Matías Buonfrate es sumergirte principalmente en una lectura guiada por la espontaneidad creativa. La historia de un bebé que crece portando el espíritu reencarnado de un militante anarquista nacido hace cien años atrás, podría pensarse desde la oscuridad. Sin embargo, la narrativa de Buonfrate deja hacer crecer la historia y sus personajes a la vera de un ridículo que alimenta ese ambiente y crea situaciones burlescas y tragicómicas. En un trasfondo en donde los fantasmas del avance “anarco” se despliegan, sutilmente, ante una sociedad adormecida en sus cotidianidades del más puro presente. No obstante, Constantino es el punto de partida para una búsqueda subsiguiente por parte de Matías, la de explorar el propio lenguaje más allá de las estructuras tradicionales. Su incursión tanto en el estudio de la escritura digital, la poesía con algoritmos y la co-direccion de la editorial digital Neural son parte de un ecosistema hoy presente en su impronta como escritor, pero tambien en su visión de lo que la literatura puede explorar para enriquecerse y desestigmatizar los sesgos alrededor de la tecnología.
Un viernes a la tarde en el viejo Café Río de Caballito, Matías piensa y recorre los múltiples procesos que pasaron para finalizar la publicación de Constantino. Desde el boceto inicial como cuento en el taller de Hernán Vanoli, la incursión en la bienal de arte joven, el libro impreso de forma casera que circulaba entre amigos y la conexión con Diego de Indómita Luz. Un proceso arduo y de años, con pandemia de por medio, que le sirvió también para entender las dificultades que pueden surgir a la hora de publicar el libro, que fue la piedra angular para que junto a Martin Jali pudieran pensar la editorial Neural y abrir el juego a otra forma de hacer circular textos. Una que no viene necesariamente a contrarrestar la física, sino a buscar alternativas en una sociedad en la que las exploraciones tecnológicas son recurrentes y en donde el arte debe encontrar en aquellas herramientas las posibilidades de potenciar cada una de sus disciplinas.
¿Constantino la pensaste como una novela de ciencia ficción o crees que no entra en ese paradigma?
Fue más por pegar con un imaginario del anarquismo y lecturas que tenía en ese momento. Antes de encajar la historia había muchas hipótesis: en principio era la historia de unos padres que tenían una hija que no sabían bien qué era, y conocían un chico que les contaba que era la reencarnación de alguien. Pero yo quería ir más atrás y jugar con esa infancia. Lo primero que hice fue un listado de reglas de lo que había que hacer siendo parte de esa hermandad hipotética para reencarnar. Estaba la cuestión del nombre, robarse cosas de la casa para independizarse. Eran reglas del tipo “si usted se ve en la situación de haber reencarnado lo primero que deberá hacer es no hablar hasta en tanto pueda pronunciar su nombre…”. Un juego así, que era una carilla. Eso fue el germen. Dentro de ese esquema, era ver qué juego podía hacerse, pero no la búsqueda de un género. Venía de hacer ciencia ficción si, y era lo que más me gustaba. Hace poco salió una antología por Indómita de New Weird, un género que no se define del todo por un fantástico o ciencia ficción. Yo nunca lo pensé por ese lado, era lo que me entretenía escribir en ese momento. Sí le puse más cabeza al desarrollo, cómo se daban los capítulos, el lenguaje. Pero el género decantó.
Más allá de eso, hay un tono satírico en toda la novela.
Al ir escribiendo esas reglas va saliendo eso de que si me lo tomo muy en serio, no lo voy a poder hacer. Siempre defiendo y banco más la literatura no solemne. No importa de qué sea el libro, siento que me tiene que hacer reír y ser consciente del artefacto que se está construyendo. Y eso lo ves en el uso del humor. Pasa también en las películas. Como que si no tiene humor, siento que intenta demasiado, al contrario de lo que debería ser. Para mí el humor lo hace más real, porque estamos todos entendiendo que esto que está sucediendo es que somos una creación, una ficción, un juego. Y a mí me pasaba eso. Después el humor hace que toda situación sea ridícula en algún punto, y eso se aprovecha para otras cosas. Me gustaba la idea de que cada dos páginas hubiera algo, no sé si para una carcajada, pero que te hiciera entender que lo que pasaba era, en cierta forma, ridículo.
¿Cómo es que de esa narrativa de Constantino terminás en Sevilla estudiando la relación entre narración e inteligencia artificial?
Lo que me pasó fue que me puse a estudiar algunas cosas de programación a raíz del libro de Kenneth Goldsmith, Escritura no creativa. Después de la bienal seguí escribiendo cuentos y demás, hacíamos taller entre nosotros, con ex compañeros del anterior taller. Me gustaba escribir, pero me sentía enganchado con la estructura del mismo cuento. Y cuando leí ese libro, con bastante desconfianza, pensando que solo lo leía porque era una mierda -siempre lo hago- luego fui encontrando ciertos rebotes y cosas interesantes. Acto seguido, me puse a estudiar cosas de programación, más que nada para entender ciertas cuestiones que creía me iban a servir para lo laboral. Pero me metí en un proceso de estar todo el tiempo con eso y no tener el tiempo que tenía para escribir en 2018. Y empecé a usar herramientas muy rudimentarias que venía usando con Python para hacer algunos ejercicios de escritura no creativa y ver qué podía salir de ahí. Lo primero que hice fue armar un poemario para mandarlo a un concurso y ver qué pasaba, aunque no quedó. Pero era esa secuencia, ver qué iba surgiendo y encontrando. En esos ejercicios encuentro un juego muy divertido. Es como lo más lindo de escribir sin escribir, editar; como cuando hacés un borrador y te sentás a releerlo y pulirlo, pero empezás por ahí, no por el principio. No era escribir palabra por palabra, sí la decisión de qué mezclar y qué hacer con ese programa que había copiado y armado de internet. Cuando termino esa secuencia acá, que hacemos una charla en un evento que se llamaba Híper Poesía, voy para Sevilla. Y lo que trato de pensar es que si iba a estar un año con eso, lo iba a usar para profundizar toda esta cuestión de la escritura con algoritmo, las reglas. Y medio que todo lo que desarrollo ahí es una maestría de escritura, del tipo de programas yanquis que se exportan para todos lados, donde cada materia es un estilo y yo uso cada una de esas materias para ir depurando las ideas que venía sacando de este libro.
¿Cuándo empezás a investigar y meterte a fondo en esta escritura con algoritmo te encontraste con un nuevo mundo o todavía es un campo muy experimental?
No hay un mundo jaja, hay pocos referentes en el mundo. Acá por ejemplo está Laufner, que creo está viviendo en Estados Unidos, que ya trabaja con esos temas y está vinculado con la cátedra de la Universidad de Nueva York que tiene un referente. Pero no hay tanto como creí que iba a encontrar si buscaba. O hay experimentos esporádicos que van surgiendo, dando vueltas. Hay mucha investigación en Chile de Carolina Gainza. Acá está toda la línea de Claudia Kozak y el análisis de la literatura digital. Hay mucho en la academia, es interesante para la academia, un objeto de estudio, pero no es una disciplina que genere tanta producción.
¿Y por qué crees eso?
Hay un libro que se llama Las dos culturas, una disertación de un groso de la academia que había empezado a darse cuenta de que tenía muchos amigos de las ciencias duras y de la literatura y que no los podía juntar a charlar. Y él hace una disertación diciendo “las dos culturas”, como dos campos semánticos separados que no se conectan y que eso es un problema. Él categoriza diciendo “mis amigos de humanidades son como luditas de nacimiento”, como que están empecinados en destruir a la máquina. Y creo que hay un poco de eso, en general encontrás mucha más desconfianza de todo lo que sea tecnológico. Puede ser por cómo lo estudias en la facultad o un sesgo o cómo se da la formación en ese lado. Pero tiene esa connotación negativa de que no se pueden cruzar esos campos.
“Nuestra particularidad como especie es encontrar ese tipo de soluciones y de alteraciones simbólicas que operan después sobre la materia y cambian el universo. Un poco esa es la gracia del ser humano”.
¿Crees que hay una cuestión de clase que sigue conectando a lo tecnológico con el avance capitalista?
Ni siquiera es de clase, porque no creo que las personas que detentan una Licenciatura en Humanidades sean obreras. Por eso no podría decir que es solo conciencia de clase. Tampoco podría decir que es solo un sesgo, hay mucho de razón. De hecho, en la UBA, lo que más estudié y por lo que termino entendiendo un poco de tecnología es por las materias que desarrollan más a fondo la idea de desarrollo, la cultura vinculada con la técnica, y demás. Ahora, siento que hay un poco más de acercamiento, pero termina siendo sin mucho componente. Y del otro lado es dificil eso también, hay gente quizás con mucha capacidad de programación pero falta la educación sensible (por decirlo de alguna manera), y como que quedan las intenciones a medias entre los dos mundos.
¿Se puede pensar la escritura con algoritmo como un acto o un arte transhumanista?
No estoy tan familiarizado con el transhumanismo. Pero también pasa que yo soy de la línea laturiana, de Bruno Latour, Donna Haraway, es decir, la tecnología es necesariamente humana, no es algo externo. Cuando empezás a hacer esa división de que por trabajar con una notebook sos más que humano o extra humano, para mí es cien por ciento falso. Sos netamente una persona usando las cosas que tenés a tu disposición. Y la relación con la tecnología, con esta idea de que expande las capacidades, un poco sí, lo podemos ver así, pero son entes entre los que circula la agencia. Mi intención es escribir y yo estoy generando un tipo de vínculo maquinal al cual le puedo pasar esa intención, y después retroalimentar en distintas iteraciones esa cuestión; bueno, eso para mi es lo humano. Nuestra particularidad como especie es encontrar ese tipo de soluciones y de alteraciones simbólicas que operan después sobre la materia y cambian el universo. Un poco esa es la gracia del ser humano. Por eso cuando empezamos con estas dicotomías, no me terminan cerrando, yo creo que la técnica es lo más humano que tenemos, no me animaría a separarme de eso. Siempre lo digo en las charlas, toda la escritura que hoy tenemos nace digital, nos guste o no nos guste. Ya necesariamente por operar sobre el teclado estás operando de una forma muy diferente de la escritura manuscrita. La técnica te predispone una forma de pensar y una forma de vincularte con el proceso creativo. Entonces, toda la escritura nace digital o termina siendo digitalizada, y cuando vos la digitalizás, por más que la hayas escrito a mano en un cuaderno, lo pasaste a la computadora y operaste sobre eso para que calce tecla a tecla en Word. Las operaciones sobre el lenguaje que te permite hacer el documento de Word, son digitales. Estar editando una oración en el momento de tres o cuatro maneras: copiarla, pegarla, remixarla, reacomodarla, cambiarle una coma, borrarla; eso, ni en la máquina de escribir se puede hacer. Ahí es donde digo, capaz si me voy al 1800 y viene alguien haciendo eso con una computadora, le diga lo mismo: “eso es más allá de lo humano”. Y para nosotros no es “más allá de lo humano”, es “escribir un mail para el laburo”.
También estás involucrado en lo que es la escritura en el mundo de los videojuegos, ¿cuál dirías que es la particularidad de esa escritura a diferencia de los géneros literarios?
La escritura en videojuegos es, antes que nada, grupal. No tiene una figura autoral asociada a una persona, sino a un equipo. Se parece más al guión televisivo. Además de que puede haber muchas personas escribiendo, hay otros perfiles técnicos involucrados con los que hay que consensuar el texto. Esto se da en todos los casos, no importa si es un juego muy grande o muy chico.
Por otro lado. tiende a ser no-lineal. Si bien hay juegos con narrativas más lineales, la tendencia es a explotar eso, como si fueran libros de “Elige tu propia aventura” recargados. Y contiene muchas líneas argumentales. Un juego puede tener la trama principal, con múltiples recorridos según el input de quien juega; además se nutre de subtramas opcionales (side quests) que tienen sus variantes. Esto da como resultado juegos con textos verdaderamente monstruosos, que contienen lo que serían varias versiones de la misma historia. Una donde triunfa quien protagoniza, donde fracasa, donde triunfa a medias, donde se vuelve su propia antítesis, etc. Hay juegos con cientos de miles de líneas de texto, se me ocurren el Disco Elysium o Red Dead Redemption 2 como ejemplos de este gigantismo. Que además recorre múltiples géneros en uno. El videojuego es un medio que los puede contener a todos los demás medios, géneros literarios, economías, lo que venga.
¿Crees que esa escritura en los videojuegos permite otras experimentaciones que quizás pueden enriquecer a la larga a la propia literatura?
Sin duda. No solo la enriquecen, se alimentan de literatura y contienen otras literaturas. Hay libros enteros dentro de algunos videojuegos. Lo difícil es introducir toda esa monstruosidad en el papel, que es mucho más restringido. Puig logró algo así con el cine y los seriales. Hay que encontrar la vuelta para presentar las condiciones interactivas del videojuego sin que sea una mera transposición literaria, o sea, pasar a palabras un juego o hacer la novela del juego. “Elige tu propia aventura” tenía un mecanismo interesante, Rayuela, qué sé yo. Puede ser que haya para indagar más ahí, en cómo expresar la multiplicidad de vectores en el códice del libro.
Yendo al campo de la industria, a diferencia de la música y las artes audiovisuales, la literatura sigue teniendo como su máximo fuerte al libro en formato físico. ¿Por qué crees eso?
Tiene que ver con cómo funciona la industria editorial y cómo funciona el libro como objeto cultural en sociedad. La escritura, para llegar al libro en papel como lo conocemos -que no es el de la imprenta de Guttenberg- tiene una serie de particularidades. Muchas de las cosas que hoy valoramos del libro en papel, como sentarse a leer y estar desconectado, seguramente es más valioso hoy que hace cuarenta años. Y funciona como valor en tanto otros desarrollos del ecosistema económico cultural de alrededor, como una especie de retiro. Esa cuestión de leer solo y poder regalar un libro, es en cierta forma un desarrollo nuevo de la industria editorial. Nadie se regalaba libros porque sí, para que no se lean y se guarden en una biblioteca, cuando un libro salía como un sueldo. Además, el libro está en papel pero después de haber atravesado muchos procesos de materialización y re-materialización para llegar a eso. Supongamos que lo escribiste en un cuaderno, juntas las hojitas todos los días, eso después alguien lo va a tener que tipear, que antes era un trabajo aparte en el trabajo del escritor. Por eso después aparecen las novias o esposas de escritores famosos que dicen que cuando tipeaban le escribían la novela porque lo que les dictaban era una mierda, y que no fueron reconocidas. Es decir, el tipeador o transcriptor existía, formal o informalmente. Después pasa por un editor, corrector, todo lo que quieras. La diagramación ya es otro lenguaje, le agrega el lenguaje visual de distribución de texto en el espacio que antes no existía, más toda la cuestión para hacerlo comercializable como la tapa y contratapa. Bueno, sí, el objeto es de papel pero no es que alguien se sentó a trabajar en el papel y dijo “esto va a ser un retiro para las espiritualidades de la globalización y las mentes torturadas por los sistemas computacionales”. Pasó por todos los sistemas computacionales posibles y ni cuento logística o recuento de stock y demás. Me parece super interesante que la lectura siga siendo en papel, a pesar de que llevamos adelante con Martin Jali una editorial digital.
¿Y esa editorial digital, Neural, como surge?
Surge después de la bienal, porque con él -Martín Jali- hicimos el proceso de la bienal juntos. De ver cómo podíamos hacer circular textos de una forma que no se vieran demorados por el proceso imprenteril y viendo que los costos, sobre todo del papel, cambiaban de un día para el otro. Recuerdo que cuando trabajaba en una gráfica chiquita, digital, pedíamos cotización de papel y todas las semanas cambiaba porque sí, solamente porque se le ocurría al dueño de la papelera. Y analizando toda la secuencia de lo que era una editorial en papel, de costos, demoras, dificultad de acceso; empezamos con Neural con la idea de que puede salir en digital. De que puede haber lectores que sean de ese mundo, que pueden estar en la Argentina o desarrollados más en otros países, pero en un punto en que todos tenían un teléfono celular donde podían leer o algún otro tipo de lector. Fue más tirarnos a la pileta y probar qué se podía hacer en ese escenario.
¿Crees que el público digital es el mismo que el físico? ¿Hay nuevas generaciones que se interesan antes por la lectura digital que la de papel?
Creo que es muy parecido. Capaz funciona como una lectura secundaria, de alguien que ya tiene lecturas en papel y que puede leer más cómodo el digital en el colectivo o un libro muy puntual que se quiere leer y solo se encuentra en digital. Uno de los libros de Marina Closs salió en papel también por Dábale Arroz. Nosotros lo sacamos primero por Neural y dos años después salió en papel, lo cual para nosotros es un logro. Nos parece que todo puede coexistir, todo tiene su público, su espacio. A mí me pasa que trato de comprar menos libros en papel porque no tengo lugar y después no quiero mudarlos, entonces termino regalándolos o malvendiéndolos. Cuando estaba en Sevilla tenía que hacer la tesis, y cerró todo por la primera cuarentena. Perdí el acceso a la biblioteca de la facultad, y la terminé haciendo toda con material digital. Todo lo que encontré en internet, pirateado o no pirateado, fue a parar a mi computadora, Era un problema el tema de las citas, nadie sabía cómo citar bien los libros que eran páginas. Pero funcionó también. No sé si hoy lo volvería hacer. Tampoco creo en eso de las nuevas generaciones. Nada está demasiado definido, cada persona encuentra lo que le sirve. Sí veo mucho interés en las nuevas generaciones por lo que es el libro, esta secuencia de que es un libro que se puede tener en la mano, que tiene una tapa linda, que se puede coleccionar o regalar a alguien. Porque la verdad es que es un excelente dispositivo el libro, no tiene contra. Recuerdo haber leído cuando era chico un texto muy cortito -nunca supe si era de Bradbury- que decía: se ha inventado en el planeta sarlanga un dispositivo de la imaginación que solo se reproduce para la persona que lo está mirando fijo, y las imágenes y sonidos suceden en su cabeza sin molestar a la gente a su alrededor; toda una entrada así, y era el libro finalmente. Es eso, esa vigencia no se gana con algo nuevo. Sí aparecen alternativas.
Matías Buonfrate
Constantino
Indómita Luz
2021