En la obra de Lucila Rubinstein, dos jóvenes poetas reunidas en un cuarto de hotel marplatense naufragan en medio de la irrupción de los deseos, la incertidumbre del mañana y la poesía como fuerza movilizadora de sus destinos.
Por Marvel Aguilera.
¿El deseo es natural o es acaso una construcción social? ¿Deseamos realmente por elección? ¿Qué es finalmente el deseo? La filósofa Sara Ahmed dice que estamos atravesadxs por un universalismo melancólico, por un conjunto de teorías que nos confluyen y empujan, insistentemente, a encarnar aquello mismo con lo que unx no logra poder empatizar. Vivimos en la melancolía de asumir el papel que otros nos dan. Porque es aquello lo que nos permite la aceptación, la puerta de entrada al mundo de los “normales”, de los que viven de acuerdo a cómo se debería vivir en un mundo sostenido por las apariencias. Las Oceánicas, la obra de Lucila Rubinstein, nos traza un panorama de esa tensión que implica romper con un relato impregnado en nuestra moral, en la que dos jóvenes van deconstruyendo su “universo” a medida que las cargas morales se aligeran, donde el trasfondo del mar aletarga los temores, y en que los deseos retoman su instinto más primario para desde ahí ver en perspectiva el horizonte de su destino.
Milne y Muriel son dos poetas y amigas que están parando en un cuarto de hotel de Mar del Plata, invitadas a una convención de poesía en la que sus obras fueron seleccionadas. Sus cosmovisiones contrastan: una es pesimista y la otra se sostiene en el disfrute; una recurre a la pulsión de muerte y la otra al anhelo del goce. Pero en ese choque apolíneo y dionisíaco hay, sin embargo, algo que las conecta: una necesidad de descubrirse, de sondear las fronteras de sus experiencias, de animarse a algo más que lo que su pequeña esfera tiene para ofrecerles. Hay un afuera más salvaje, como las olas de Mar del Plata chocando contra las rocas, que las llama a salir del letargo. La aparición del joven del Hotel, un empleado que les acerca un plato de sushi pero termina pasando la noche con ellas, es un punto de inflexión para transitar ese ápice del afuera, para reír y llorar, para conmoverse y estallar de bronca, pero también para verse de cara a sí mismas y sincerarse con lo que quieren y desean.
“En ese choque apolíneo y dionisíaco hay, sin embargo, algo que las conecta: una necesidad de descubrirse, de sondear las fronteras de sus experiencias, de animarse a algo más que lo que su pequeña esfera tiene para ofrecerles”.
Las actrices, Delfina Colombo y Stephanie Troiano, se hacen fuertes desde sus palabras, desde la potencia del decir, como un diálogo que a su vez es un cadáver exquisito que se teje en cada escena. Hay algo del film Ghost World en ellas, en esa búsqueda a contracorriente de las convenciones pero, a su vez, con la necesidad de experimentar algo de aquel afuera del que tanto dicen escapar. Por otro lado, Fabián Carracaso aporta el elemento que rompe con la solemnidad de ciertas escenas. Despierta risas, ingenuidad, exotismo y algo de locura. Es el sujeto sobre el que gira el conflicto, pero a su vez el personaje que canaliza la resolución.
Con una puesta muy bien delineada, la atmósfera de la obra expresa mucho de lo que transmite el mar de madrugada, entre la nostalgia, las zozobras y el divague reflexivo. Las oceánicas posa mucho de su impronta en la inmensidad poética de Alfonsina Storni. La Alfonsina de los últimos días de su vida en la pensión de La Perla, desencantada con el mundo, es cierto; pero también de la Alfonsina que batalló en la Sociedad de Escritores Argentinos frente a los prejuicios, que alzó la voz desde su poesía contra el estereotipo romántico y que soportó la censura en las notas periodísticas que sin tapujo posicionaron al feminismo en una era de dogmas patriarcales. Alfonsina está en los diálogos, pero mayormente en el clima, en ese compromiso con el decir.
Las oceánicas es además una obra sobre el crecer, acerca del pasaje hacia los años en donde las fragilidades se hacen carne, en que las resacas a fin de cuentas importan y en donde uno debe aceptar vivir sin todas las respuestas posibles. La poesía, en ese sentido, aparece como un todo: un presente y un mañana, como adolescencia y madurez; como el lenguaje imperecedero en que todo aun es posible, en donde las libertades son plenas, y en que las emociones no se comprimen sino que se revelan como trincheras de humanidad.
La poesía se mimetiza en esta obra dirigida por Manuela Méndez como una afrenta contra el devenir de un lenguaje artificial, el que nos somete a los límites temporales, a los mandatos, a las jaulas mentales en que la realidad, por momentos, busca sutilmente adormecernos.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Dramaturgia: Lucila Rubinstein
Actúan: Fabián Carrasco, Delfina Colombo, Stephanie Troiano
Diseño de vestuario: Martina Nosetto
Diseño de espacio: Martina Nosetto
Diseño De Iluminación: Jessica Tortul
Asistencia: Naiquen Aranda
Prensa: Valeria Franchi
Producción general: Las Martas
Dirección: Manuela Méndez
Cultural Morán – Pedro Morán 2147, Agronomía.
Función: Domingo a las 20:00 hs.
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