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Enero | Romper la complicidad de los silencios

Basada en la novela de Sara Gallardo, la obra de Fedra nos sumerge en el ejercicio de la memoria de su protagonista, para desde allí reconstruir un relato de violencias y opresiones invisibilizado por la connivencia del entorno.


Por Marvel Aguilera.

A fines de los años cincuenta, las lecturas sobre Enero, la primera novela de Sara Gallardo, parecían dar cuenta del universo resignificado de lo rural, de la estancia como un espacio de opresiones y soledades desde un punto de vista ajeno al del patriarca que la escritora y periodista ponía en eje de discusión. Uno en el que Nefer, la protagonista de la historia, daba cuenta a través de sus percepciones, reflejadas por su cuerpo y sus sentidos; de esa coerción asfixiante que sufre paulatinamente en el relato hasta perder la voluntad de decidir libremente sobre su presente y futuro. Pero esta adaptación de Enero llevada adelante por Fedra retrata no solo el contexto en que la protagonista es víctima de ese entorno opresivo, sino que ofrece una obra más intimista, una pieza que reflexiona acerca de los vestigios dolientes de la memoria, del recuerdo de un abuso naturalizado y de los silencios cómplices que se profundizan alrededor de un territorio en donde prima la sumisión, el deber y el desamparo.

Nefer es una joven de 16 años que se encuentra embarazada producto de una violación. Su vida está supeditada al deseo de los demás. Ella no es dueña ni de su cuerpo ni de sus tiempos. Todo en la estancia le pertenece a los patrones, a los amos. La cotidianidad es una suma de resignaciones que se naturalizan en un paisaje donde el horizonte siempre parece ser el mismo: la soledad apremiante, la brutalidad sin tapujos de los hombres del campo, y el destrato de propios y ajenos quienes ven en ella una carga para continuar con su dinámica complaciente. Entre culpas, remordimientos y anhelos de una vida mejor, Nefer intenta escapar de ese laberinto hostil, de un tiempo que parece ser cíclico y envolvente, arriesgando lo que queda de una vida que ha sido, mayormente, conducida por los demás.

La obra de Fedra, protagonizada por Vanesa González, nos relata esta historia desde la perspicacia que ofrece la palabra a la distancia. La posibilidad de detallar los matices, de comprender el desasosiego, los actos impulsivos producidos por una culpa permanente. Es que la Nefer que relata su historia nos habla como protagonista, pero a su vez como testigo. Una voz que logra sumergirse en esas percepciones, en la atmósfera que transitó y en las acciones que han dejado cicatrices en su cuerpo y alma; pero asimismo, que indaga en sus propios recuerdos e interpreta escenas a partir de las imágenes mentales. Formas que a medida que transcurre el relato irán encastrando las piezas de su memoria como un rompecabezas que, una vez conformado, nos permitirá visualizar más allá de los hechos y dar cuenta de un trasfondo social que es puesto en evidencia. Poder ver aquello que han querido invisibilizar entre las costumbres, tradiciones y épocas pasadas.

“Entre culpas, remordimientos y anhelos de una vida mejor, Nefer intenta escapar de ese laberinto hostil, de un tiempo que parece ser cíclico y envolvente, arriesgando lo que queda de una vida que ha sido, mayormente, conducida por los demás”.


Es que la obra, bien podría no representar un tiempo específico, porque de lo que nos habla es de algo que atraviesa la historia, de las injusticias y la dominación, de los abusos y la marginación. De las mujeres silenciadas por convenciones y morales cimentadas desde la desigualdad. De las verdades sepultadas por el velo del relato de los opresores.

Así como en la novela la voz narrativa se tensionaba entre el off y el testimonio de Nefer, la obra se bifurca en dos tonos simultáneos a través del decir de su protagonista: uno en donde ella se hace cuerpo con el recuerdo; un testimonio catártico que emana tensión y exploración constante; y otro en donde el relato brilla por medio de las descripciones del entorno, de los gestos minuciosos, de aquellos sonidos y voces que acompañan los recuerdos, y de los colores que pintan cada cuadro actoral.

La interpretación de Vanesa González es una muestra cabal del compromiso de una actriz con un personaje, con una obra, pero mayormente con una historia. Es que con una escenografía mínima logra transportar a los espectadores a través de sus movimientos y representaciones hacia un universo mucho mayor. Uno en que logra transmitir el desgarro de su dolor, en que detalla su cabalgata ansiosa por los campos, en que lidia con sus terrores y también con el deseo de amor que tanto la empuja a persistir, entre llantos e ilusiones, pero que se diluye ante sus ojos. González no solo nos muestra las capas que cubren y descubren en el tiempo a Nefer, sino que articula su actuación con la prosa refulgente de Gallardo, que es enhebrada mediante su monólogo. Un ejercicio poético en que se hilvanan las formas del decir para dar pie a una representación donde las palabras dicen, pero también ilustran, contagian, y empoderan.

Por otro lado, Enero nos sumerge en esa conexión necesaria que entabla su protagonista con el ambiente natural: con la honestidad instintiva de los animales, con la vegetación que se transforma en un refugio sin ataduras y en la inmensidad de un cielo que ofrece los instantes de paz y belleza que sobre el suelo parecen no poder hallarse.

Una obra que pone en perspectiva la naturalización de las violencias y las máscaras que utilizan las sociedades para desprenderse de las realidades que ellas mismas propician. Enero nos traza la posibilidad de transformarnos a partir de la compresión, de la empatía y la escucha. Para, desde allí, desmitificar los imaginarios que ocultan nuevas formas de obediencia, y volver a pensar nuestros sentidos más estrechamente humanos.

Ficha Artística – Técnica


Actuación: Vanesa González
Diseño de vestuario: Paula Molina
Dirección de arte: Laura Rovito
Diseño de luces: Marco Pastorino
Diseño sonoro y música original: Miguel Ángel Pesce
Realización utilería: José Pesce- María Inés Gonçalves
Realización de tapete: Cooperativa Enero y colaboración de familias. 
Diseño gráfico: Laura Rovito
Fotos: Sebastián Miquel
Prensa: Marisol Cambre
Asistencia de dirección: Christian de Miguel
Espacio, adaptación y dirección: Fedra

Teatro El ExtranjeroValentín Gómez 3378, CABA.
Función: Domingos 20:00 hs.


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