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El hombre de acero | Un rostro debajo de la armadura

La obra escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso describe el dolor de un padre que, preso de sus convenciones y modelos de conducta, deberá hallar en su interior las piezas que le permitan conectarse con su hijo autista y escapar a la creciente soledad.


Por Marvel Aguilera.

¿Cómo se hace un camino hacia el lenguaje? ¿Se puede comprender un comportamiento a partir del mero análisis o hay algo más sensible que a fin de cuentas nos permite conocer al otro? Estamos destinados a comunicarnos, es parte de nuestra raíz como humanidad. Lo hacemos naturalmente. Sin embargo, el lenguaje es una puerta abierta a indagar. Una vía que nos permite ir más allá de lo que se pueda decir. Heidegger hablaba del “dejar” (lassen) para diferenciar lo dicho de aquel espacio que generamos para una apertura, para cuidar, para cultivar algo mucho más esencial que el habla. Un vínculo en donde la protección no esté regida por el control, sino por aceptar la naturaleza de los demás, aquello que no está en nuestras manos poder decidir.

En El hombre de acero, con texto y dirección de Juan Francisco Dasso, un padre busca desesperadamente poder conectarse con su hijo, un adolescente con autismo que solo atina a pedir la compañía de su amigo. Para ello, el padre deberá lograr enfrentarse a sus propias inseguridades, dogmas y broncas reprimidas. Desafíos que lo llevarán a deconstruir su rol de padre modelo y encontrarse finalmente en sus debilidades.

Marcos Montes interpreta a un padre preocupado por la felicidad de su hijo, Neo. Un niño entrado en la adolescencia que, encerrado en el baño de la casa, no tiene intención alguna de comunicarse con él. La obra se va abriendo por capas, como una cebolla. Desde la presentación de la pieza a manos del actor, el detrás de escena de la representación, las anécdotas alrededor del papel. Todo es parte de un clima de distensión que genera el entre necesario para el público. El quiebre para que Montes, único actor en escena, se sirva sus cereales crujientes con leche y cambie su mirada de forma tajante para transmitir, con mayor pregnancia, las sensibilidades que brotan en su relato.

“La necesidad de rescatar a Neo no es más que el reflejo de un anhelo por encontrarse a sí mismo. De desarmar una armadura tan dura como la de Iron Man que se ha construido para esconder los miedos e incapacidades para amar en libertad”.


La violencia reprimida tras los buenos modales del padre, aflora como un rebenque contra la falta de respuestas de Dionel (representado imaginariamente en una silla), el joven que ha tenido un encuentro sexual con su hijo y que es retratado por este en forma permanente a través de sus dibujos. Dionel, que también padece un trastorno; no habla, tampoco presta atención. Es el interlocutor bloqueado. En ese ejercicio, por momentos desgastante, para conseguir su mirada a los ojos, guarda el padre la última carta para comprender las grietas del vínculo roto con su hijo.

Es que la necesidad de rescatar a Neo no es más que el reflejo de un anhelo por encontrarse a sí mismo. De desarmar una armadura tan dura como la de Iron Man que se ha construido para esconder los miedos e incapacidades para amar en libertad, sin imponer sus condiciones y aceptando sus errores.

El hombre de acero es un relato de supervivencia de un padre con sus demonios personales, con la imposibilidad de soportar el dolor de la incomunicación, de la indiferencia. Un texto notablemente elaborado por Dasso que traza una gama de estados que van desde el dolor más agudo a la ira, para luego abrazar un hilo de esperanza.

Marcos Montes despliega su capacidad actoral con una representación que desborda magnetismo. Ecléctico, perspicaz, levemente sarcástico. Un padre que transmite calidez y seguridad, que atrapa con el relato minucioso de sus experiencias, se anima a unos pasos de baile en medio de la nostalgia, y también se abre como un capullo para entregarse a la ilusión de un mañana distinto.

Una obra que nos que habla del dolor de una persona ante la soledad que lo circunda, ante la falta de escuchas que simbolizan a esta sociedad del optimismo, donde las heridas, los sufrimientos y las depresiones se esconden debajo de la cama. No son aptas para la dinámica de las redes sociales ni el rendimiento laboral.

Un enorme trabajo teatral que se anima a ir más allá de lo dicho, que describe y explicita el dolor de la incomunicación, de la distancia en la cercanía. Un drama que juega entre lo real y lo imaginario para mostrarnos que muchas veces crecer es poder asimilar lo que escapa a nuestra realidad, y tan solo escoger acompañar.

Ficha técnico artística

Actor: Marcos Montes
Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde
Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Laura Mastroscello
Asistencia: Ana Schimelman y Violeta Marquis
Prensa y difusión: Carolina Alfonso
Producción: Zoilo Garcés
Dramaturgia y dirección: Juan Francisco Dasso

Espacio Callejón – Humahuaca 3759, CABA.
Funciones: sábados 20 hs.

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