Vértices

Miguel D’arienzo | Un pintor en las trincheras del Delta

De Mataderos a Europa y de ahí a las islas del Delta. El artista argentino recorre los sinuosos caminos de su trayectoria. Lo criollo y lo grotesco. El Río de la Plata y lo ancestral. De Anchorena al MADA. De La cartomaquia a Frida Kahlo. Una mirada sin contemplaciones sobre el arte actual y los vínculos con el mercado.


Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos: Ruda.

El sol parece no tener respiro en la isla, y los únicos resabios de alivio vienen del rocío que las lanchas aquietan del otro lado del muelle. Son las dos de la tarde y estamos en la primera sección del Tigre, en la esquina donde comienza el Río Carapachay y cruza con el Río Luján. Un cartel enorme con letras mayúsculas de tonalidades variopintas nos indican haber llegado finalmente a destino: “MADA”.

D’arienzo nos había descrito mediante unos mensajes de texto el mapa de ruta de su hogar y museo, un sendero que a priori parecía sencillo, pero los contratiempos de la Estación Fluvial aplazaron en un par de horas, lo que debió ser un encuentro matinal.

Miguel vive desde hace décadas en un terreno extenso de isla donde a partir de una morada isleña de material, algo antigua, se desprenden pasarelas blancas que conectan la vivienda y el hall de entrada al muelle -un receptáculo grande de vidrio con techo de madera, con una mesa central y algunos objetos de arte en estanterías- con el atelier y las diferentes edificaciones en que descansan las muestras que expuso a lo largo de su recorrido artístico. Galerías que pueden ser visitadas por el público y que trasladan al espectador a una visión concentrada de su prolífica obra.

Su atelier de trabajo es un galpón enorme. Una edificación cuyo frente tiene una especie de cúpula vidriada que ofrece una vista exquisita del panorama isleño, y en donde se hallan trabajos terminados y otros en proceso de creación. Los colores cubren cada resquicio del espacio. Hay una mesa central, tarros de pinturas por doquier, y dos aires acondicionados para atemperar el frío húmedo del invierno y el calor del verano. Las proporciones de cada espacio de creación, dentro del propio galpón, son amplias. Están filtradas con una luz cálida, natural, que genera una sensación mansa y para nada abrasiva.

Afuera, el jardín parece ofrecer invocaciones irónicas de la propia creación del artista. Hay una estatua de una mujer atada con una cadena para revertir el mito de Eneas, donde la sirena es quien no quiere escuchar el canto. En el medio, una fuente redonda con una vegetación artificial y un par de girasoles que eternizan cierta extrañeza.

D’arienzo tiene una boina criolla y una camisa a rayas. Mantiene una postura divertida sobre sus propias ocurrencias. Amable, observador, abierto a la contemplación, a la pregunta sincera; responde trayendo a colación una anécdota. Una experiencia vívida que siempre trasluce una mirada ácida sobre una sociedad en vías de pauperización cultural, de un capitalismo opresivo que busca evitar desde la cadencia temporal que le ofrece a diario el Delta.


Revista ruda

El arquitecto de Mataderos

Como quien conecta espiritualmente con un legado a tientas, Miguel tomó el cariño que su madre tenía por las artes plásticas para emprender un vuelo personal. Del barrio gauchesco de Mataderos, solía hacer escapadas a una casa de la familia materna en el Delta. Allí, se dieron los primeros vínculos con la isla y sus vibraciones. Ese recuerdo infantil, primigenio, volvería a prender en su fibra cuando, ya viviendo en Italia, le ofrecieron quedarse en Toledo, pero un colega portugués atinó a comentarle: “para eso comprate un pedazo de tierra en el Tigre y te venís cuando querés a Europa”.

Si bien la impronta bohemia de sus padres le dio el visto bueno para estudiar Bellas Artes, Miguel optó por arrancar con Arquitectura. Cuando terminó la secundaria, el plan de estudios de la Belgrano había cambiado y se debía contar con un Ciclo Básico. Sumado a eso, las incertidumbres que ofrecía el arte a la hora del sustento económico, volcaron su perspectiva para estudiar algo que estuviera conectado con el arte, pero que evocara otra salida laboral. Luego de tres años de magíster en el Mariano Acosta, ingresó a estudiar Bellas Artes en la Manuel Belgrano por las noches. Sin embargo, el hecho de que buena parte de los profesores estuvieran en Arquitectura, terminaría de volcarlo a esa profesión.

“En ese momento estudiaba mucho, con muy buenos profesores, que eso ya no existe más. Por ejemplo, estaba Aída Carballo, una de las más grandes grabadoras del siglo XX. Muchos profesores que tenía la Belgrano estaban en la Facultad de Arquitectura, porque la mitad de la carrera la tenían los profesores de Bellas Artes. En ese momento no existía la digitalización ni el Autocad, por lo tanto, era una artesanía visual y estaba mucho más compenetrada de los espacios. La mejor escuela de escultura del siglo XX nace en Alemania, que es el expresionismo alemán, en una facultad de Arquitectura”.

El salto a Europa y la conexión Anchorena

Miguel llegó a Italia, en un momento donde afloraba la transvanguardia y las posibilidades eran infinitas para los artistas. Es que en su propia tierra, todo era cuesta arriba, más si no se contaba con un “apellido” que hiciera las conexiones que el circuito requería. En la meca del Renacimiento, Miguel pudo exponer y poner su propio taller. Sin embargo, un llamado del ministerio en 1985 volvería ponerlo en contacto con la Argentina, que venía de recuperar la democracia tras la feroz dictadura militar.

“Alfonsín iba a decretar -que no era mala idea- a Viedma como la capital. Yo estaba en Italia y ya había hecho muestras. Entonces me llaman y me dicen ‘mire señor hay un convenio cultural con Italia y Argentina, es una movida, pero atrás viene el dinero que Italia quiere invertir en Viedma. Elija con quién quiere ir’. Y me mandan como italiano. Es decir, yo salí como argentino y volví como italiano. Todos me preguntaban ¿cómo hiciste? Bueno, trabajando, que sé yo. Consecuencia que la capital no se hizo y al mismo tiempo cae la cortina de Rusia. Todos esos diez mil millones de dólares fueron a parar a Moscú para que la gente escapara de Rusia. Era el fin de la Unión Soviética. Me dijeron que tenía que volver a Italia, y ahí conocí a Teresa Anchorena. Le dije, ‘yo no quiero desprenderme de allá, acá nadie me conoce, me sentí maltratado y me dan más bolilla en Italia. Pero me gustaría tener algunas raíces acá’. Me dijo ‘vas a estar seis meses en Italia y cuatro o cinco meses en Argentina’”.

Con el apoyo de Anchorena, Miguel pudo exponer a través de una serie de muestras en espacios públicos, y asimismo, causar una revuelta en el Palais de Glase con una muestra que preparó desde Italia. No obstante, debido a no venir del palo del radicalismo, debió sufrir una acusación mordaz de parte de un funcionario que lo tildó de “último extractor del alfonsinismo” y que le causó una gran depresión.

Dice Miguel al respecto: “Doce años después me llama ese tipo, se hace el boludo, y me dice ‘quiero ponerlo a usted como el emergente’. Le digo, ‘sí, acepto’. Un día me dijo, ‘quiero que siga exponiendo conmigo’. ‘Sabe una cosa, yo quería estar con usted porque hace doce años usted me dijo eso’. ‘Sí, pero era otra época’, me dice. ‘Usted es un hijo de puta, me costó una depresión y quería verle la cara, pero no me pida más obras porque es una vergüenza’”.

Las trampas del arte contemporáneo

La palabra “vanguardia” viene del francés Avan´t Garde, que es un término militar de la Primera Guerra Mundial. Era un escuadrón que se dedicaba a explorar el terreno enemigo para tomar las determinaciones de cómo seguir batallando. Vanguardia es un movimiento de arte que se adelanta en el tiempo para mostrar cómo seguir.

Con la pandemia a cuestas y las transformaciones digitales que se han impuesto en la cotidianidad, Miguel termina de explicar que el disciplinamiento ahora está marcado por la era digital, como bien explica Byung Chul Han, dejando atrás un clima de época en donde todavía existían atisbos de romanticismo, de juntarse en un café y discutir sobre arte y filosofía. “Hay un diez por ciento de millonarios y un noventa de esclavos digitalizados. Es una carnicería humana y somos muchos en el planeta. Y se mercantiliza todo. Todo es más mercado”, remarca.

En ese sentido, las derivas del arte contemporáneo resultan esquivas para una mirada como la de Miguel, que ve cómo la lógica financiera coopta el valor del arte en pos de una especulación que ofrezca dividendos. D’arienzo se apoya en la mirada de Avelina Lesper en El fraude del arte contemporáneo para repensar esas premisas que, según explica, llegan hasta el absurdo. Dice: “Ese que puso la banana con la cinta scotch, que vale un dólar en Miami, pero él la pega porque es [Maurizio] Catellan, la vendió dos veces a ciento cincuenta mil dólares. Ahora, la gente aplaudió. Bueno, acá Marta Minujín se tira un pedo y todo el mundo la aplaude, y es elegante. Vos llegás a hacer lo mismo y te dan una patada en el culo. Todo eso es la mercantilización extrema”.

Miguel recuerda un viaje que hizo a Francia, al Pompidou, fascinado por la cultura francesa. Pero una vez allá, notó que la mitad de los cuadros expuestos pertenecía a la escuela americana. Y cuando preguntó a una de las encargadas el motivo, ella le respondió que era imposible para Francia sostener económicamente el museo, teniendo que buscar aliados que puedan afrontar parte de ese presupuesto. Una compra de arte importado.

“Esto nació porque Duchamp, que estudió en Buenos Aires, agarró un mingitorio y dijo ‘esto es un proyecto de fuente’. Esa operación mental la hacemos vos, yo, tu mamá. Ahora todo este arte contemporáneo es quién se manda la joda más inteligente, y tenés que tener un padrino, que puede ser un banco”.

Miguel comenta que Anchorena fue una formadora de gustos, pero que en el caso de Milo Lockett se trató más de una operación de mercado, ya que este eligió desprenderse en búsqueda de mayores ganancias. “Él tenía una casa para fabricar telas antes de ser pintor. Entonces, cuando se dedicó a la pintura, trabajó así, en serie. Cuando estaba con Teresa tenía una gama mejor, ahora contrata obreros para él y trabajan en serie. Él es el director de obra”.

No obstante, explica que uno de los problemas del circuito tiene que ver con los críticos de arte que subsisten en los grandes medios. En diarios como La Nación que antes celebraban a grandes poetas y ahora le brindan sus “cinco minutos de fama” a cualquiera para luego desecharlo a la basura.

Los financistas del arte especulativo

Lo que en otra época hallaba mecenas que, apostando a su mirada lúcida sobre las vanguardias, ofrecían un apoyo sostenido para muchos artistas que crecían y ampliaban su reconocimiento en nuestro territorio y alrededor del mundo, hoy se ve cooptado por una gama de adinerados que ven al arte como una inversión, de la misma forma que lo hacen con la timba financiera. Miguel marca la diferencia entre aquella aristocracia que tenía una mirada sobre la cultura, como los Fortabat, y aquellos que hoy se imponen solo desde el poder económico. Una legitimidad vacía de contenido, donde la pintura se transforma en una mercancía cuya única utilidad es ser vendida al mejor postor posible.

“Yo por mi forma de ser, no entro. Dicen ‘este es raro’. Hay que seguir el eco que en tal revista aparece. Y a mí me trae hasta suerte eso, porque en Europa les interesa que yo no los copie. Dicen, ‘ustedes tienen la tendencia a copiarnos a nosotros y traen la mueca, y vos no’. Les digo, ‘sí, por eso la ligo en mi país’. Porque ese círculo de poder quiere la mueca imitada de lo que ellos quieren, que es malo en Europa, pero está publicitado. Entonces es una tilingueria, como ArteBA o ‘arte vacío’”, aclara.

En ese sentido, la venta de cuadros y la dinámica de las galerías entra en una atmósfera de desencanto. D’arienzo dice que él agarró la “última cola del cometa” de artistas que eran estimulados por gente que amaba la pintura, y no por pertenecer a una elite o al “círculo rojo”. Explica que los medios hoy no se detienen a generar un debate acerca de la riqueza intelectual de las obras, a su impronta ideológica, sino que se guían por la corriente del chusmerío televisivo, una en donde los artistas “más valiosos” o “más cotizados” son los que terminan siendo portada de las revistas.

“En Londres hay críticos de arte que son profesores universitarios del Roller College. Ellos tenían un año sabático para estudiar arte. Cada siete años, un año pago por la universidad. Me han invitado a ir a Perú con ellos, una crítica de arte que le debo mucho. Acá es todo muy parecido a la televisión de chusmeríos. Se farandulizó todo”.

Miguel reflexiona y explica que todo comenzó mucho antes, con la diáspora política de intelectuales y artistas que debieron exiliarse del país por sus ideas. Recuerda que en esa época recibió un llamado de un colega de la Facultad de Arquitectura de Barcelona que le dijo que a las galerías “ya no va nadie”, que perdieron el ritmo. Una épica, muy presente en tiempos de Van Gogh, que se había perdido definitivamente.

“Si vos vas a las muestras de arte cuando inaugura ese día, la gente va a comer quesito y tomar champán. Vos ahí convocás a unos cuarenta, pero después no va ni el mono. Pasa también con el teatro. Vos necesitás un simulacro de gente que lo vaya a ver. Hace poco veía una película de Bergman, y pienso que si hoy estuvieran Bergman o Fellini no podrían hacer las películas que hicieron con su creatividad. Un millonario pone la guita y es la ‘clase pensante’. Y va a producir en Netflix una serie como la de Francella, pero no te va a llevar a reflexionar como hacía Leonardo Favio”.

Asimismo, la aparición de la carrera de curaduría vino a generar una intermediación entre el público y la obra que, según cree D’arienzo, desplaza al pintor de la posibilidad de ser retribuido. Cuenta que en la Universidad de El Salvador había un norteamericano en la cátedra del arte, que venía del campo de la filosofía, que llegó a decir que el error digital podía llegar a ser arte.

“Ponía en los televisores la señal de frecuencia horizontal y vertical como objeto de arte. Juntaba veinte televisores que hacían ruido. Esa era su tesis. Ahora es decano. Yo dije, ‘si está ese yo me voy’. Le dije después al rector de la USAL, ‘ustedes tienen toda la iconografía cristiana para estudiar, cómo puede ser’. Me dijo, ‘sabe una cosa, los alumnos pagan una matrícula. Nosotros vivimos de esa paga. Y como está todo digitalizado, los chicos eligen eso. Lo suyo es para un posgrado’. Andate a la miércole y chau”.

El cine y la literatura en la pintura

Miguel comenta que como no tiene tanto tiempo para leer, se dedica a la poesía, aunque no puede evitar señalar a los autores de narrativa que mejor han trabajo esa poética sobre los textos, entre ellos Juan José Saer, con quien intentó colaborar en su momento, y Gabriela Cabezón Cámara, en esa “mezcla de barroco y cagarse en todo” pero con una notable capacidad de descripción. Si bien cuenta que al principio se animó a escribir, ahora se siente más libre de dejarse llevar por la deriva artística que mejor lo conecte con sus ideas. También recuerda que cuando vivía en Italia, se metió de lleno en la producción de películas de clase B.

“Era el que buscaba los escenarios. Me encantaba porque eran películas sobre la mafia, y tenía que buscar lugares parecidos a La Boca en Roma, me divertía como loco. Después quise hacer la relación de cine y pintura, con Pasolini, pero me impidieron entrar. Fui a Boloña pero no pude, por un problema político interno. Quise en la USAL armar una cátedra de cine con pintura, y sabés quien se interesó… Martin Scorsese. Igual, me rajaron jajaja. Scorsese es jesuita, él quiso ser seminarista, y tiene una película sobre ellos”.

En una era donde la estética está cimentada bajo el mercado, Miguel afirma que “esta civilización, este momento, es todo antitarkovsky”. Recuerda que cuando estaba en Italia, el realizador ruso filmaba su película Nostalgia en los pueblos de la Toscana. Pero que una de sus obras preferidas es Andrei Rubliov, una metáfora de la pintura y del horizonte de Rusia filmada en blanco y negro. “Me impresiona cómo siendo joven hizo eso, sin conocimientos sobre la plástica”, comenta. No obstante, señala que en su estudio reciente de Bergman se dio cuenta del fuerte vínculo que hay con el cine de Tarkovsky, y de cómo es posible que el realizador ruso haya buscado siempre homenajearlo a través de sus películas.

Un cuadro de resistencia

Ahora, junto a otro grupo de pintores, Miguel dice que se encuentra resistiendo sobre la trinchera como forma de pensamiento. Todos nucleados frente a un mismo problema, el de analizar la manipulación hacia la sociedad, pero unidos bajo el amor que tienen con la pintura. Ellos son Eduardo Faradje, Mariano Sapia, José Eidelman y Julio Lavallén.

Miguel dice que existe actualmente una superpoblación de pintores, sin embargo, muchos de ellos solo se dedican a enseñar cómo se vende una pintura, mientras que otros parecen estar enfocados en ganar premios, aun sin tener las facultades para merecerlos. Comenta que mucho actualmente se autodenominan “artistas visuales narrativos”, y otros “curadores”, pero que artistas realmente hay muy pocos.

Recuerda que en su primera etapa con Anchorena, durante el gobierno de Alfonsín, lo mandaban al interior para ver los paisajes. Y allí le llamaba la atención que en cada lugar había una búsqueda de identidad. “En Puerto Madryn era muy importante la cerámica, el ceramista. En Chaco hay una serie de escultores, toda una movida. Pero acá se desconocen, están todos aislados. En una época había unos escultores que trabajaban la madera que te caías de culo, y eso desapareció. En este momento para ArteBA no existe el interior”.

Mientras muchos artistas locales pasan desapercibidos para el mercado y el gran público, inmensas instalaciones ocupan La Rural de la mano de maquinarias artísticas como la de Bansky y Van Gogh “inmersivo”. Miguel dice que el artista británico, si bien puede tener buenas ideas, forma parte de la transgresión del propio capitalismo. Una puesta en crisis que es una pieza de la ruleta rusa del sistema. De la misma forma, opina que la puesta de Van Gogh termina por desdibujar y manosear la obra del artista.

“El mundo contemporáneo te miente, como el canto de las sirenas, y vos te la crees. Estamos manipulados, es una ingeniería social lo que están haciendo. Nosotros nos quejábamos de los nazis de Goebbels, del “miente, miente que algo va a quedar”, bueno, ahora todo es una construcción: el metaverso. Ahora yo puedo tomar una pintura, digitalizarla y decir esta es una creación mía y me tienen que pagar”.

Y comenta sobre las redes sociales: “Registro todo antes de publicarlo. Desde un principio me di cuenta que es un autoengaño. Son siempre los mismos que te siguen, hay tres o cuatro que te dicen “buenísimo maestro”, “Genio”. A uno le puse ‘Buenísimo vos’ jajaja. Déjense de joder”.

El futuro desde el Delta

La casa de D’arienzo fue hecha por un italiano de Treviso. Explica el pintor que se puso a indagar hacer de él luego de que se encontrara con un piso de esvásticas adentro de la casa, y supo que la casa era del año 41 cuando todavía Italia junto a Japón formaban parte del Eje. Cuando le puso “MADA” por Museo del Delta Argentino, el italiano que se llamaba “Magdalena” pensó que lo hacía en homenaje a él, ya que así era llamado por su padre cuando era niño.

Al lado de MADA, hay una playa de 15 hectáreas en donde la gente se mete de chapuzón al río. Una postal veraniega que, sin embargo, conlleva una historia política e ideológica detrás. Es que Miguel cuenta que estuvo en manos del jefe de la custodia de Eva Perón, y que luego ofició de lugar de práctica de tiro para los militantes de Montoneros. Con el paso tiempo, el sindicato se enteró y volvió a alquilar el lugar.

No tan lejos, a unos 750 metros de allí, Miguel cuenta que vivía el pintor Xul Solar, que debió refugiarse en el Delta luego de proclamarse peronista. Es que el amigo de Borges se había entusiasmado con el movimiento luego de escuchar al General hablar de la integración con el Brasil mediante una lengua común. Pese a ello, tras ver las obras del pintor, Perón no se sintió atraído por su estética, sin embargo, se interesaría por una vocación alternativa del artista, la astrología.

“No sé lo que va a pasar ahora”, dice Miguel sobre lo que viene. Es que el horizonte, más allá de la grieta política, indica tener un mismo final: el ajuste y la subordinación a los intereses de Estados Unidos. Todo eso parece anclarlo a D’arienzo más que nunca en el Delta. Allí donde puede sentir un halo más de introspección, de escuchar su pensamiento y canalizarlo hacia sus cuadros. Lejos de la polarización, la farándula y la virtualidad. En esa reflexión última, trae a colación a su viejo y un aprendizaje que, aun siendo de familia humilde, lo tenía empapándose del tango, de las melodías de Falú e incluso de la voz de Edith Piaf. Hoy el futuro parece no tener esos mismos accesos culturales para todos, y el arte se encuentra ante el desafío enorme de transgredir las trampas del mercado en las que parece haber caído hace tiempo.

“La relación del arte con el mercado es terrible. Es un momento jodido”, explica.

Revista ruda

La tarde cae y tras tomar un cóctel de frutas con bebida blanca, seguimos a Miguel en un recorrido por las pasarelas del MADA. Galerías blancas con sus cuadros, exposiciones que nos traen reflexiones a colación sobre el territorio, acerca de nuestra geografía. Los rostros se repiten en muchas de sus creaciones, como el reflejo de eras que cambian pero con estados sensibles que se eternizan a través de miradas, de gestos. Los perros de Miguel ladran del otro lado de uno de los vidrios, en la parte delantera de su atelier. Nuestra lancha nos espera afuera, atada al muelle. Y mientras el motor calienta para encender, Miguel mira desde tierra, levantando su mano, en esa trinchera donde todavía es posible crear en contacto con lo más natural, con lo silvestre.

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