La actriz y dramaturga repasa los cimientos de su recorrido en el mundo teatral, y reflexiona acerca de las ideas detrás de su obra Toda persona vista desde cerca es un monstruo que ya transita su tercera temporada en el circuito.
Por Pablo Pagés y Marvel Aguilera.
¿Hasta qué punto los condicionamientos sociales limitan nuestra identidad más íntima? ¿Existe acaso un “miedo” latente a que los otros no nos acepten cómo somos en realidad? Muchos de esos dilemas parece poner en juego María Zubirí en su obra Toda persona vista desde cerca es un monstruo, que está transitando su tercera temporada y puede verse los sábados a la noche en Teatro El Extranjero.
Una comedia con toques ácidos, risas incómodas y pudores que interpelan. A tal punto que abre la puerta a una disquisición acerca de los límites de la corrección y la falsa seguridad que utilizamos para construir nuestros vínculos. Una obra sobre dos parejas que en sus diferencias encuentran, a medida que las capas se van separando ante cada enfrentamiento, la verdadera conexión a partir de sus imperfecciones: en las falencias, en las miserias personales, en lo reprimido que brota desde la catarsis.
Zubirí, que ha transitado un interesante recorrido como actriz de la mano de grandes formadores y dramaturgos, construye en su segunda obra como autora un estilo particular de humor que cruza lo popular con la ruptura más border propia del off. Y que, bajo la dirección de Mauro Antón, pone en escena una suerte de comedia desencantada donde las acciones transforman los climas, los diálogos corren el fino hilo del cinismo, y las interpretaciones atraviesan un abanico emocional que invitan a un desnudo sincero de nuestras más discretas formas de comportamiento. Un viaje sin reservas hacia el fondo de nuestros abismos personales.
¿Dónde naciste y qué recordás de ese barrio y tus años de crecimiento?
Nací en Trelew, Chubut. Viví ahí hasta los dos años, así que mucho recuerdo no tengo, sí algunas fotos que junto a relatos me ayudan a imaginar una primera infancia fría pero muy familiar. Después, nos mudamos a Buenos Aires. Tengo hermosos recuerdos de mi infancia. Somos cuatro hermanos: dos hermanos varones más grandes, y mi hermana gemela. Siempre jugamos mucho, entre los cuatro, y sobre todo con mi hermana. Nos sumergíamos en historias que inventábamos y nos pasábamos horas jugando. Hablábamos un idioma inventado, armábamos circos, parques de diversiones, trepábamos a los árboles, de todo. Mamá nos hacía yogur casero y Papá, asados. De más grandes salíamos a la calle, andábamos en bici, emprendíamos una guerra encarnizada de bombuchas con las y los vecinos, y así se armaban alianzas y enemigos. Nos lo tomábamos muy en serio. Creo que siempre, desde chica, entendí la seriedad que implica jugar.
¿El arte estaba presente en tu entorno o fue apareciendo en tus búsquedas más personales e introspectivas?
Mis viejos siempre nos alentaron a leer, a escuchar y tocar música. De jóvenes tenían una banda en el colegio y montaban obras de teatro o filmaban películas de terror. Mi hermano mayor se la pasaba en su cuarto tocando la guitarra y para mí también era una inspiración.
De chica empecé a tocar el piano, a dibujar y a hacer teatro en el colegio. Y un poco más grande, en el secundario, me enamoré de mi profesora de literatura, una mujer brillante y tan diferente a todas las otras profes, que me deslumbró. Y me metí inmediatamente en su taller de teatro. Hice cuatro años con ella, fascinada, y de ahí ni bien terminé el colegio ingresé al IUNA. Ahora Universidad Nacional del Arte. Es decir, en mi familia siempre fomentaron y apoyaron mi espíritu artístico, aunque ellos no lo hayan hecho profesionalmente. Mi papá ingeniero y mi mamá médica y psicóloga, ambos tenían unas cabezas alucinantes y con mucha disposición al juego, a la fiesta y al arte en todas sus formas.
Te formaste con Pompeyo Audivert, Alejandro Catalán, Ricardo Bartis, y trabajaste ya como actriz con muchos otros más. ¿Cuál es el eje en común que encontraste en esas formaciones y cómo crees que desarrollaste esa voz como dramaturga?
Me formé con maestros completamente diversos y creo que justamente ese es el eje, o el hilo conector, su diversidad. Quise nutrirme de cuantas estéticas, formas de actuación, usos del lenguaje teatral pudiese encontrar. Entraba a un estudio, me fascinaba, exprimía hasta la última gota y después pasaba a otro. En algunos lugares estuve más que en otros, pero en todos aprendí cosas distintas. Y después, en la medida que fui trabajando y conociendo distintxs directores, fui aprendiendo y usando las herramientas que tengo, a veces más conscientemente, pero la mayoría de las veces intuitivamente.
Ese camino que hice y sigo explorando en la actuación me fue volviendo cada vez más consciente de la estructura detrás de las obras. Me fue interesando decir lo que yo tenía ganas de Decir. Lo primero fue escribir humor con mi dúo Clemencia y Prudencia, junto a Fiorella Pedrazzini. La necesidad de actuar nos llevó a ser actrices dramaturgas. El texto para mí está íntimamente ligado a la escena, no se pueden pensar separados por demasiado tiempo. Pasando el texto a la acción entiendo si funciona o no y es para la acción para la que escribo. Amo eso del teatro, lo espeso que es, la cantidad de capas que tiene. El texto, los cuerpos y voces de les acteres, la escenografía, la imagen, la luz. Son muchos lenguajes y creo la obra se compone de la composición de todo eso. Es ese todo más grande que me empezó a convocar, y la necesidad de explorar mi Voz. Lo que yo quería Decir.
Como acteres siempre estamos diciendo palabras ajenas, el desafío de explorar mi propia ventana discursiva me llevo a hacer la Diplomatura en Dramaturgia de la Paco Urondo, que recomiendo fervientemente.
Participaste en tiras de televisón, también en cine, ¿qué te permite el teatro como actriz que se ve limitado en esas representaciones audivisuales? ¿Es el público en vivo el factor que establece una conexión distinta que hace al laburo más intenso?
Creo que son intensidades distintas. El teatro tiene ese convivio sí, esa presencia del espectador que hace que todo esté tan vivo, tan sucediendo en presente. Si no está sucediendo, si no late, el público lo siente. Pero también tiene el proceso de ensayos, donde la obra se gesta puertas adentro, donde se descubre el sistema, los procedimientos que hacen a la obra. Creo que es un trabajo más colectivo e integral.
Mientras que el cine tiene la intensidad del tiempo. Muchas veces las pelis se filman en tiempos cortos y tenés que condensar tu atención y construcción de personaje. Y estás inmerso en esa película literal por el tiempo que se necesite. Es como que te absorbe, pero las áreas están más divididas y la actuación es de otro nivel de juego. Es de una sutileza mayor, a mí entender, y una conciencia de la propia expresividad. Se piensa en planos, en intensidades, las escenas se graban a destiempo y todas mezcladas. El entrenamiento es otro. Una habilidad de ninja para entrar y salir mil veces y siempre con la misma verdad. Es un juego que todavía estoy explorando, quiero hacer más cine, por favor.
¿Qué implica escribir teatro y cuál es la conexión que se tiene con la realidad que transita la sociedad?
Para mí escribir teatro es en principio bastante catártico y liberador. Me da mucha libertad para dejar que mis demonios y mis deseos, y mis fantasmas anden sueltos. La biografía siempre está presente. Pero también lo está el contexto. Lo que me atravesó como persona, lo que me formó, nuestra historia. Me gusta poder conectar una historia personal con algo que conmueve a miles. Historias que desenmascaren horrores ocultos, miedos, los sentimientos más oscuros y más peligrosos. Esos miedos que no son solo del personaje, o míos, sino que son de todos. Casi existencialmente. Y también, injusticias que son de todos. Me doy cuenta de que el lugar de la mujer aparece mucho en lo que escribo, así como el tema de la Identidad.
Creo que el teatro siempre es político en la medida que cuestiona lo real, lo disecciona, lo pone en duda. Propone a la ficción como forma crítica, como herramienta o como alternativa posible. El teatro puede romper, mostrar, y también sanar.
En Opciones de descubrimiento la comedía estaba presente en las transformaciones personales, en esos límites entre lo que somos y queremos dejar de ser, las fronteras morales que nos conducen. ¿Es un poco el límite en que te gusta trazar tus textos?
El enfrentamiento entre las fronteras morales, o los mandatos sociales y las pulsiones internas y singulares de cada unx es un tema que definitivamente me interesa.
¿El humor es una forma de abordar aquellos tabúes que tiene la sociedad o esos interrogantes que muchos no están dispuestos a hacerse? ¿Qué entendés vos por humor?
Creo que con humor todo entra mejor. Es una vía mucho más directa al entendimiento, a partir de ahí se puede asestar el golpe.
Se ha hablado en algunos artículos de ese lado salvaje que da cuenta Toda persona vista de cerca es un monstruo, pero me pregunto si acaso no hemos corrido tanto la vara de la correción que hace que casi todos estemos expuestos a poder ser monstruos en alguna circunstancia.
Me gusta eso. Yo creo que sí. Creo que todos tenemos rabia, bronca, miedo y nos domesticamos a tal punto que ese animal rabioso se va convirtiendo en monstruo agazapado, y tarde o temprano el monstruo va y tiene que aparecer.
Por otro lado, en esto que decís de las correcciones, es cierto, el tabú o ese panóptico que manda y ordena o castiga ya no está afuera, está adentro. Como dice Byung Chul Han, estamos padeciendo un proceso de auto-limitación y auto-explotación. El control y el límite permanente vienen de adentro, las redes, la hiper-conectividad, la oferta permanente de una “imagen” de éxito, detona por completo las singularidades y hace que todos nos auto-sometamos a unos estándares que igualan y obturan toda posibilidad de Ser.
“El control y el límite permanente vienen de adentro, las redes, la hiper-conectividad, la oferta permanente de una “imagen” de éxito, detona por completo las singularidades y hace que todos nos auto-sometamos a unos estándares que igualan y obturan toda posibilidad de Ser”.
Levi Strauss diferencia la cultura de la naturaleza, y dice que esta última se vincula con lo más espontáneo, mientras que la cultura con lo previsto. Esto es discutible, pero ¿crees que nuestra forma de cultura está perdiendo un poco de esa espontaneidad y volviéndose más predecible en muchos sectores de la industria?
Siento que hay mucho prefabricado. Es decir que hay muchos estándares sobre lo que funciona y mucha gente que va hacia ahí; pero también creo que la capacidad de innovación es infinita. El arte es la usina perfecta para el nacimiento de nuevas formas, el lugar ideal para romper con todo. Y creo en eso, creo en mezclar, en fusionar lenguajes, en traspasar los bordes, o estirarlos al punto que se vuelvan otra cosa. Creo en eso como búsqueda y lo veo también en nuestro teatro que no para de mutar.
¿El teatro independiente o el off qué cuota de espontaneidad crees que tiene? ¿Hay en él una resistencia a la dinámica más comercial de la cultura como mero entretenimiento?
Yo creo que las dos cosas son posibles. Como te decía son normas distintas, lo “efectivo” en el teatro alternativo muchas veces no lo es en el oficial. Pero creo que el teatro puede ser entretenido y a la vez tener un contenido movilizante mental y emocionalmente. Sería interesante que el teatro comercial expanda la cartelera e incluya cada vez más este tipo de propuestas. Es una manera de entrenar al público de esas salas a que también consuma otro tipo de teatro.
¿Qué te da la docencia a la hora de pensar la dramaturgia? ¿En qué te enriquece y a qué te desafía?
La docencia me impulsa a ordenar el caos que es mi cabeza. Da forma y estructura los contenidos, las lecturas. Me lleva a pensar en una progresión, como en estadíos de aprendizaje. Una estructura posible, de ejercicios, de procedimientos y herramientas que ayuden a llegar a una obra o al menos a entender elementos necesarios para escribir una obra. También, por otro lado, me pone en contacto con lo lúdico, con la práctica y la imperiosa necesidad de entrenar, siempre, de una manera desprejuiciada y continua. La práctica hace al maestro, diría mi viejo.
“Creo en mezclar, en fusionar lenguajes, en traspasar los bordes, o estirarlos al punto que se vuelvan otra cosa. Creo en eso como búsqueda y lo veo también en nuestro teatro que no para de mutar”.
El teatro, como un hecho de trascendencia estética y artística, es para vos también una manera de poner sobre las tablas cierta mirada con perspectiva ideológica?
Si, el teatro es una plataforma para Decir. Para opinar. En mi caso podría decir que el feminismo atraviesa muchas de mis obras. Visibilizar la lucha de la mujer en su aspecto más íntimo y cotidiano. Esos mandatos instalados en el inconsciente colectivo de la mujer. Esas raíces profundas que tiene el patriarcado en nuestro accionar, pensar, proyectar.
También me interesa La Identidad. Ser quien uno quiere ser, permitirse la singularidad que muchas veces en este país ha sido negada, arrebatada, tergiversada. Y también en algunos colectivos, disidencias o minorías que tienen que Luchar para poder Ser quienes Son. Esas luchas me generan mucha inspiración y admiración. Creo que todos tenemos en la vida el compromiso de ser fieles a nosotros mismos.
En ese caso, ¿cuál es el límite entre una creación que siente una posición sobre la realidad y una creación panfletaria?
Por lo general no me gusta lo panfletario o el teatro que siento que me está bajando línea o pretende ser aleccionador. Prefiero un teatro que en todo caso me haga pensar, me estimule, me remueva algo. Yo apunto más a eso.
Hay cierta soberbia en lo panfletario, cierta imposición, que me genera más reticencia que empatía.