La película de Francisco Bouzas relata la historia de un grupo de jóvenes que, alrededor de una murga de barrio, buscan resguardar sus identidades y conectarse con una realidad alternativa en que los muertos ofrecen señales para lidiar con la vida.
Por Marvel Aguilera.
Los carnavales son un ritual porteño que sigue resistiendo el paso del tiempo. En medio de censuras, prohibiciones, crisis económicas, el encuentro popular que tiene esa raigambre del candombe y los ribetes de la música criolla, nos conecta con esa barriada que nos hermana y asemeja. Las murgas, con los trajes de arpillera, los colores vívidos y el ritmo de percusión sonando alto como una cadencia cardíaca, aún protegen ese espíritu revolucionario, esa forja identitaria que nos iguala en el baile, en el brillo iluminando las penumbras de una ciudad automatizada y carente de pasiones.
¿Son acaso las murgas, esas comparsas disfrazadas y en movimiento, la representación cabal de aquellos rostros que dejamos morir para volvernos meramente redituables? ¿Cuán lejos han quedado esas ciudades que supieron encontrarnos, donde el espacio público formaba parte de una extensión de nuestro cuerpo en danza?
Ciudad Oculta, la película escrita y dirigida por Francisco Bouzas, nos narra la historia de un grupo de jóvenes, integrantes de una murga del barrio de Ciudad Oculta, en Villa Lugano, que deberán desentrañar los subterfugios existenciales detrás del crimen de uno de sus amigos. En una villa bordeada por las fronteras de la muerte, cada uno de ellos invocará un espíritu de comunidad, que simboliza la murga y los lazos estrechos de amistad que ella representa, para conectarse con un mundo perdido. Uno que no persigue ni discrimina, que tampoco mata ni juzga, y que todavía es capaz de anhelar un futuro con oportunidades reales.
“Ciudad Oculta nos proyecta una mirada más sombría de los pasillos de la villa, donde lejos de estereotipar identidades -como otros films- plasma una atmósfera de terror psicológico donde la amenaza latente de la vigilancia, la violencia y los desbordes cruzan la vida cotidiana de jóvenes y adultos”.
Jonás es un pibe que, tras dejar la murga, está envuelto en un derrotero de incertidumbre y desgano. La constante persecución policial que sufre le impide estar en despedida de su amigo Iki, un futbolista que retorna al barrio y que pocas horas después será asesinado. Acorralado por la culpa, el temor y las amenazas de un viejo oficial de policía alimentado por el racismo, Jonás empieza a conectarse con visiones de una ciudad alternativa: en sus sueños, en la peluquería donde trabaja, en la oscuridad de su cuarto. Una dimensión donde los muertos transitan y buscan hacerle llegar mensajes de protección para él y los suyos.
Con una fuerte pregnancia en el barrio, y en la historia personal de los actores, la cual se ve reflejada en los flashes documentales que se entreveran en la ficción, Ciudad Oculta nos proyecta una mirada más sombría de los pasillos de la villa, donde lejos de estereotipar identidades -como otros films- plasma una atmósfera de terror psicológico donde la amenaza latente de la vigilancia, la violencia y los desbordes cruzan la vida cotidiana de jóvenes y adultos. Un clima que hila fino con la cercanía de la muerte, y que juega con ello para plantear una dimensión paralela que pueda trascender ese horizonte oscuro, el que tantas veces rompe las posibilidades del progreso colectivo.
Bouzas, que ya había incursionado en el universo de las murgas en La Cuarta Dimensión, nos retrata también la lucha por la permanencia de la cultura popular ante una normalización de la humanidad como consumo, como mero artificio de un mecanismo residual de la vida. La murga, en ese sentido, más que un ancla de resistencia, ocupa el lugar de identidad y reconocimiento, en medio de la descomposición de los vínculos empujada por el individualismo y la competencia que rige las relaciones sociales en estos tiempos.
La oscuridad, que ocupa buena parte de las secuencias del film, fusionándose con lo fantástico y lo onírico, marca también ese espacio magnético en donde las leyes se corren y surgen las riñas, los gatillos fáciles, y los agites que traducen los espasmos de esa nebulosa mortuoria que corre detrás de los pibes y las pibas. Y en donde las amistades, las familias elegidas, son el salvataje de este tiempo en descomposición. Un puente para construir el presente desde la memoria, los vínculos y las lealtades.
Ciudad Oculta es una película incómoda y difícil de encasillar, que transita por los derroteros existenciales de una generación que, ante los fantasmas de la angustia y el desasosiego del extremo capitalismo, busca refugios de identidad que refuercen sus lazos y pertenencias a sus orígenes. Porque las celebraciones, el baile y los rituales que elegimos continuar son también la cara de una sociedad que no reniega de sus raíces ni de su tierra.