Poeta, actor, performer. Artista ícono de la contracultura y el underground. Tropicalismo, Cemento, el cine independiente, el hecho poético como forma de vida. Un recorrido por las ideas, experiencias y saberes de quien elige existir creando.
Por Marvel Aguilera. Fotos y Videos: Eloy Rodríguez Tale y Dante Fernández.
*Entrevista recuperada del 2022.
“Si mirara mi infancia en Ingeniero Jacobacci lo primero que recordaría, porque me conmovía mucho, es la nieve, porque cuando nevaba caía ese manto blanco, desgajándose”, dice Fernando Noy, hilvanado por ese decir poético que lo acompañó casi desde la cuna. Es que hay algo en su impronta que se trasluce en vidas pasadas, en historias que reverberan en sus palabras. Él mismo lo narra en sus Peregrinaciones Profanas cuando atisba a mencionar “un destino fuera de serie”. Es que del sur patagónico a al conurbano oeste de Merlo, y ahí al caldo efervescente de una capital porteña. Todo fue confluyendo hacia el brillo de una vida marcada por las luces, la creación y la rebeldía. Con sangre irlandesa vibrando por su cuerpo, Noy recuerda en esos primeros poemas, escritos casi naturales en los inicios de la primaria, y en los correos intercambiados con sus abuelas, un hecho poético revelador.
Nieto del “malevo” del Abasto, el del tango de Cadicamo y Cobián, Noy hoy hace del barrio su lugar en el mundo. “Donde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el Pardo Agusto, Flores y el Morocho Aldao, así nació mi vuelo de zorzál… Los guapos del Abasto, rimaron mi cantar. Yo soy el cantor del underground, jilguero posmo que cantó hasta en el Parakultural. Donde estarán Batato, Urdapilleta y ese Torto…”, canta riendo Noy, recordando el aggiornamiento que supo hacer de “El cantor de Buenos Aires” para los tiempos del Parakultural. Unas de las tantas vidas que supo transitar el poeta del undergound. Es que de las idas y vueltas por la comisaría, en los años del proceso; Salvador de Bahía y el apogeo del tropicalismo, allí donde emergía la voz de María Bethania y el genio de Vinicius de Moraes junto a Toquinho; las fuerzas de la expresión más vivida de la contracultura, en las paredes de Cemento y el Parakultural, de Batato a Peinados Yoli, de Fede Moura a Todos Tus Muertos.
Lo que trasluce en Noy, en el poeta, actor, performer, escritor, periodista y gestor cultural, entre tantas disciplinas, habilidades e identidades en una sola, es una gesta por la poesía como una fuerza vital. En las representaciones teatrales, en los versos de libros como Dentellada y La Orquesta Invisible, en los sótanos de un “engrudo” irrepetible, entre lo maravilloso y lo bizarro, entre la excelencia y el desparpajo, en la astucia del “no show”. Del Di Tella al “Para”, de la producción de la “Negra” Sosa a la ópera prima de Luis Ortega; la estética de Noy escapa de los encasillable. Muta, se reconvierte y renace en cada tiempo. Un artista que habla con el cuerpo y el espíritu, con la creación trascendiendo géneros y estilos, marcas y tendencias. Allí, en la vereda incierta del destino, Noy se inmortaliza como memoria viva de luchas y transgresiones, de una Argentina que también habla a través de sus lenguajes alternativos, en aquellos que todavía escriben como oficio indomable frente al silencio del poder.
¿Cómo es eso de que fuiste el primer actor travesti siendo todavía un chico?
Es cierto, yo era chico. Siempre fui un poco chico y lo sigo siendo. Tenía quince o dieciséis. Vivía en Merlo y me venía al centro. Para mí Buenos Aires era como una droga infinita, y lo es aún. No hay ciudad en el mundo que ame más que Buenos Aires. Puedo decir que amo tanto a Buenos Aires como amo a Bahía o Paris, donde viví dos años. Todo me parece una misma ciudad del alma.
Primero, recuerdo que debuté como actor por casualidad. Yo iba a buscar a un amigo al teatro, en Corrientes y Rodríguez Peña, donde enfrente estaba el Chiquilin de Bachín, donde vendía el propio Bachín. Yo le compraba rosas y le regalaba a la directora de ese teatro, que era el Teatro del Arte. Ella se llamaba Amelia Bambú, y ese día que fui a buscar a mi amigo, que hacía el personaje de príncipe de La Cenicienta, vio que mi amigo no venía, y yo estaba ahí sentadito esperado a Jorge González, “el rey del calidoscopio” que ahora vive en Miramar. Entonces veo que viene una mujer con esa cara llena de maquillaje, ¡Era un espectáculo! Una famosa actriz del cine mudo. Ella me convida a suplantar a mi amigo, porque estaban a sala llena, vivían de eso. Empecé a hacer ese personaje de príncipe, y seguí haciéndolo porque mi amigo no aparecía. Hasta que un día faltó la madrastra, la actriz que hacía de ese personaje. Yo me sabía de memoria su rol, porque cuando hacés teatro para chicos te sabés todo. Les dije que yo podía hacer de la madrastra, porque conocía el rol, y no se cruzaba con el del príncipe. ¿Queee? Me dijeron. Ahí fue que debuté con unas polleras hasta las rodillas, porque no me quedaba del todo el vestuario de la actriz. Me acuerdo que me maquillé en el camarín y la actriz que hacía de Cenicienta fue y le dijo a Bambú, “¡No, está mas bonita que yo!”. Entonces ella les dijo “vieron, aprendan a maquillarse”. Yo venía de Merlo, del puterio de los carnavales. Entonces me pongo un tizne en la cara y salgo al escenario, sentado, y se coloca un trasvesero, una especie de escenografía extra, y atrás voy yo. Cuando la sacan, aparezco yo y digo “hijas, hijitas mías, qué ha sucedido, ¿han muerto?” Están las dos hermanastras tiradas y aparece la actriz que hace de Cenicienta y dice “No, no han muerto ni están enfermas, lo hacen de escandalosas que son, para hacerme quedar mal”. “¡Viven, vengan acá tesoritos míos”, digo. Desde entonces fui el primer travesti para niños.
Antes de que te exiliaras en Brasil, contaste que estabas siendo perseguido y a su vez eras rechazado por las izquierdas. ¿Cómo lo llevabas en esa época?
Era una loca asumida, con mucho pelo largo, con perfumes Pachuli, y andaba por Corrientes con Miguel o con José (Tanguito) o Alejandro Medina, que eran mis amigos, y fumábamos marihuana, pero la policía no sabía que eso era marihuana. Usaba mucho perfume, usaba Musk, pero no lo hacía para tapar el olor, sino porque era una loca muy asumida y muy liberada. Lo cual me llevó mucho en cana, iba mucho presa, en la comisaria de Lavalle. Pero nuestro traqueteo era desde Once, en La Perla, caminando por Querandíes hasta La Academia, donde estaba un pibe muy simpático que se llamaba Enrique Symns, que tendría unos veintiuno y era un poeta, en ese tiempo, extraordinario. Doblando por Corrientes llegábamos hasta La Paz, ahí sí ya estábamos en el paraíso, con toda la gente. Enfrente estaba el Ramos, en la otra cuadra Politeama, todos los boliches. Íbamos de boliche en boliche y conseguíamos pasar noches increíbles. Eso fue a los quince, dieciséis.
Caigo en cana tres o cuatro veces, en realidad bastantes veces. Primero para revisión de antecedentes, hasta que me sacaron la ficha de loca. Empezaban a poner “segundo h”, que es un artículo como de contravención del tipo “escándalo en la vía pública”, y eso era porque yo usaba pantalones oxford o estaba llena de pulseras, muy “hippirilizada”. Un día estaba sentada en la silla de un bar, en Los Pinos, cerca del teatro, y de repente me arrastraron al patrullero, a todas las que estábamos. Fui preso dos veces oficialmente, pero a la tercera no había culpa que pagar, te llevaban a Devoto. Mi viejo se enteró, porque vivía en Castelar y le contaba, además de padre e hijo, éramos grandes amigos. Él me decía “te tenés que ir a Francia, porque es el lugar donde vas a estar bien y además tenemos parientes (mi bisabuela era francesa) a cien kilómetros de París, en Picardie”. “Bueno”, le decía. Una noche estaba en un boliche al lado de Los Pinos, en Metrópolis, donde estaban todos los conocidos, por ejemplo un rubio divino que era Claudio García Satur, que nadie sabía quién iba a ser; Mabel Manzotti; todas las estrellas jóvenes de ese tiempo. Y una que era cantante, que éramos muy amigas, que era Ginamaría Hidalgo.
Ella estaba al lado, en el Astral. Teníamos mucha onda en los cortes que hacían, porque se hacían tres o cuatro funciones por día, y cambiaban rol con la Manzotti. Entonces se quedaba conmigo en Metrópolis. Esa noche me dijo “acompañame a Embassy”, que era cruzando el obelisco por Esmeralda. Ahí hacían espectáculos de la puta madre, como Tres mujeres en un show, por ejemplo, pero en este caso había dos tipos brasileros. Me decía Gina “ya vas a ver”. Entramos, nos sentamos y vi un chongo divino tocando ahí, era Toquinho. Y un viejo maravilloso, un patriarca, con su botella de whisky y un vaso, que sentado bebía, era Vinicius de Moraes. Yo jamás lo había oído, entonces escuchó una canción que dice “voce conoce a Bahía…”. Ahí le pregunto a Gina “¿qué quiere decir?” Porque sentí el golpe, pensaba “este es el lugar”. Ella me decía “es una ciudad al norte de Brasil”. Bueno, me fui para Bahía en lugar de París. Le dije a mi papá “me enamoré de otro lugar, me quiero ir a Brasil”. Me dijo “con tal de que te vayas de la Argentina, cualquier cosa”.
Me fui a San Salvador, un lugar donde viví doce años. Fue fabuloso para mí, porque si bien Brasil estaba bajo una dictadura -no voy a decir blanda porque no existe eso- no tomaban tan en serio a los hippies, a los pintorescos, los viajeros, y éramos miles que andábamos por los pueblos, las playas, las islas. Y con el tiempo han hecho una recapacitación y dijeron “perdimos a los libres”. Yo pude ser libre total, estar desnudo bajo el sol y ser feliz, no tener miedo, Hasta que la historia terminó, pero duró doce años.
¿Cómo fue esa vuelta de Bahía y de qué forma te conectaste con el underground de Cemento y el Parakultural?
Yo era productor ejecutivo, el tipo que organiza todo para que un artista pueda presentarse. Y era productor de muchas figuras, impresionantes. Un día me llama Gilberto Gil para pedirme que le haga la ejecutiva de un show con alguien que venía desde Estados Unidos. Le digo, “pero como no Gil”. Trabajaba en ese momento con Vander Prata, un periodista de puta madre, amigo mío. Y quedamos con Vander en mover toda la prensa de Jimmy Cliff y Gilberto Gil en el Estadio Fonte Nova, que es un estadio enorme de Salvador. Hicimos una puesta en escena de prensa, en el aeropuerto con candomblé, mujeres sirviendo delicias y tomando batida. Era todo muy rápido, llegaba Jimmy Cliff y se iba al otro día. Se llenó de tal manera Fonte Nova que hubo gente que quedó afuera, y empezaron a barullar para entrar. Yo iba paseando con todos mis amigos, porque tenía acceso a todo, y además era el que coordinaba. Dije “ya pueden abrir las puertas, esta gente no se puede quedar afuera, hay lugarcitos para que estén de pie”. Abrimos los portones, sin que Jimmy Cliff dijera nada. Me acuerdo que lo hospedamos a Cliff, y del aeropuerto se fue para el Hotel Meridien, uno francés. Les dije “quiero cinco habitaciones suite y les pongo el nombre en los afiches del programa”. Inmediatamente aceptaron. Eran 20 personas, todos usaban las cinco suites como si fueran de cada uno, vi mujeres divinas y tipos hermosos fumando marihuana día y noche, pero no comían carne. Les llevábamos las delicias de lo verde. Todos los rastafaris puros no comen carne. Fue un show hermoso. Otro que produje fue el de Milton Nascimento. No me voy a olvidar que cuando cantaba en el Teatro Castro Alves entró una paloma de la calle y bailó arriba de él. No se podía creer. Otro fue el concierto de Elis Regina, que le faltaba un músico y parecía que iban a levantar el show, entonces decidí ir en una combi a buscar a un amigo, Luis Melodía, y terminó ensayando con ella. El último show que hice me sacó de Brasil, y fue el de Mercedes Sosa.
¿Por qué te sacó ese show?
Mercedes llegó allá cuando la censura había caído. Hizo una conferencia en Río donde estuvo Caetano, Chico, Milton y alguien más. La empresa quería hacer cinco funciones en Brasil pero no había fechas, entonces me llamaron para saber si tenías fechas, yo les dije “dejame hablar con el director”, porque yo trabaja en la fundación cultural del Estado que tenía cinco teatros. Todos me decían “está todo lleno”, hasta que vimos unas fechas que tenía una cantante con el marido, la llamé y me dijo “es un honor por ella postergar mis fechas”. Y ahí se pudieron hacer tres fechas, viernes, sábado y domingo. Mercedes llegó a Bahía y fue maravilloso, inolvidable para los propios bahianos que no la conocían. Yo les decía ¿cómo vamos a llenar el Castro Alves si no saben quién es la Negra? Y una alemana que trabajaba con ella decía “no importa, ya tenemos un clip que va a salir por Tv Globo”. Y salió el clip de Gracias a la vida… Ya al otro día hacen fila para sacar entrada. Ahi fue cuando La Negra arraso con Salvador de Bahia, porque fue muy conmovedor. Solo ella con Domingo Curia y el guitarrista (Colacho Brizuela). Al mes me llego el pedido de captura. Yo laburaba en el Estado y me dijeron “retirese del pais”, fue como una expulsion. Deje Salvador y me volvi al pais.
Cuando llegué acá tuve suerte al fin y al cabo. Mi familia vivia en Castelar. Y en algún momento alguien me habla de un tal Omar Chaban, que quería inaugurar Cemento. Y bueno empezó toda una vida impresionante también acá, por eso digo que tuve mucha suerte. Porque pude vivir muy profundamente el hippismo, que incluia al Di Tella, porque yo era uno de los pocos que iba; después me tocó el tropicalismo en Bahía, con Gil y Caetano volviendo del exilio en Londres, diez años; y cuando volví a la Argentina el Parakultural. Digo que fue el “todismo” del underground, pero como siempre fui un rebelde de lo yanqui, con Batata le pusimos “engrudo”, entonces nace esa etapa poderosa.
¿Qué representó “engrudo” para esa generación de artistas”
La recuperación de la democracia nos permitía liberar las pasiones y las tensiones. El underground es un término como decir “planta baja a la izquierda”. Underground es obvio, mejor decirle “engrudo” quizás. Pero al fin, podían estar ciertas figuras que estaban expresándose y no tenían lugar todavía. Ahí nace Cemento, y después el Parakultural. Era la primera etapa: Cemento, Parakultural y la Nave Jungla. Después a los diez años empezó a llegar todo un recambio que incluyó a Babilonia del Abasto, muchos boliches, pero no eran lo mismo. Era otro mambo. Esas pseudo etapas de una época, las viví.
¿Y qué figuras importantes de la cultura se empezaron a gestar en esa primera etapa?
Batato primero. Él ya era un gran actor, porque venía de España. Yo casi me desmayo cuando lo vi a Urdapilleta, y el otro genial era Tortonese. El mismo Omar Chabán era un actor extraordinario. Katjia [Aleman] presentó mi primer libro cubierta de lentejuelas violetas. Alejandra Fletchner, María José Gabín, Verónica Llinás, que yo había sido íntimo amigo de la madre, que fue una gran pintora, Martita Peluffo. Cuando yo le decía a Verónica “fui un gran amigo de tu vieja”, no se podía entender, porque recién tenía treinta pero ya había vivido toda esa etapa del hippismo, donde Marta Peluffo era una de las grandes retratistas y pintoras. Así fue como en el Parakultural surgieron otras grandes figuras, Tino Tinto, Los Peinados Yoli; también los grandes músicos como Federico Moura de Virus. Porque los Omares, ambos, Chabán y Viola, eran amigos. Y por suerte la cosa era así, vos estabas en el Para y te ibas a Cemento, a siete u ocho cuadras. Era un circuito que no podías dejar de hacer porque era maravilloso todo lo que pasaba. Después estaba el grupo La Negra, vos decías ¿qué es esto? Porque era impresionante verlos bailar. Todo lo que surgía. Si no era de talento, no lo programaba Omar Chabán, en ese aspecto fue un gran “curator”, al menos para Cemento. En el Parakultural tampoco, Omar Viola no permitía mediocridad u obviedad. Siempre fue todo increible. No creo que haya un movimiento así tan efervescente y unido como ese, pero creo que el underground continúa. Hay mucha gente en la periferia que también es muy genia hoy, con treinta y cuarenta, como por ejemplo Sofía Viola, es un monstruo esa joven, si estuviera en el tiempo de Cemento que sé yo, no la puedo comparar. También Susy Shock. Son como mis hermanas menores. Hoy el internet y el facebook, todo el puterío ese, permiten descubrir a la persona como lugar, antes vos buscabas el lugar para encontrar a la persona. Te ibas al Rojas, al Parakultural, a Cemento, y siempre algo te iba a deslumbrar. Ahora ya sabés donde están, solo que tenés que buscar, poner el nombre en un clickeo.
¿La poesía sigue teniendo ese lugar transformador o inevitablemente termina hoy atravesada por una lógica neoliberal?
No, qué horror. Nunca ninguna lógica podría, ya sea liberal ni nada en el sentido político, porque yo soy mas poético que político. Mi movimiento siempre fue de amor y paz. Porque yo cuando fui de izquierda, casi me matan. No guardé bronca, pero no pudo ser. Era demasiado maravillosa para ellos jaja. La poesía vino con ciertos poetas que yo conocí, y que ya se sabe quienes son. El tema es que ahora hay mucha poesía de moda. Que hacen libros y los comparten. Y hay otro término que me parece horriblemente feliz, que hay mucha poesía transgénica. Es una poética sin alma, que llena espacios. Yo soy poeta pero no lo digo, para que se note, y sino no. Hay quienes dicen “yo soy poeta”, como si dijeran soy médico, higieniesta, abogado, La poesía no es un título, es una condición de la que no te podés evadir.
Sos alguien muy cruzado por distintas vidas dentro de una misma, como bien contás en Peregrinaciones Profanas. ¿Cuál es la cualidad que rescatás y que te permite destacar en cada una de esas vidas?
Trato de no empavesarme, ni mostrar placas ni poner carteles. Ni siquiera me gusta decir que soy poeta, pero es la poesía. Sin la poesía nada existe, ninguna de las artes. La poesía es fundamental y excepcional, y yo la tuve y la tengo, es evidente, porque es lo que la gente va captando. Pero no soy de decir “yo soy poeta” ni “este es un poema mío”, hasta la palabra “poema” me jode un poco. ¿Sabés por qué? Porque el poema no puede ser un bien como si fuera material.
¿Cómo definirías en algunas palabras tu tiempo como artista?
Todo lo que he vivido, todo lo que fui muriendo, todo lo que fui naciendo. Todos los fenix. Todos los devoradores de leones que tuve que bancarme. Toda la gente que hace bailes extraños de odalisca detrás de una cámara. Todo para mí fue la unión de algo sagrado. Me tocó en esta vida como algo de premio desconsuelo. Porque aparte el desconsuelo se vuelve algo maravillosamente pacífico, porque se transmuta en frases de un poema que lo cura. Ojalá todos los creadores no dejen de seguir haciendo sus propias conclusiones respecto de cada caso, ser pintores, fotógrafos, directores de cine, pero si no está la poesía atrás, que hay miles que laburan sin poesía, es mejor que no se acerquen. Porque ahí es imposible la contaminación. Porque de todos modos, la poesía está blindada si es real. No es tan fácil destruir un poema o un poeta. Yo aún estoy vivo, y sin embargo, sigo escribiendo como la primera vez. Y creo que es eso, cada vez existe la primera vez, no existe la última. No hay última. Ninguna última.