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El Che y yo | El cuerpo como horizonte revolucionario

La obra de Raúl Garavaglia retrata las últimas horas del Che Guevara en Bolivia, acorralado por un espectro que intenta tocar sus fibras más íntimas con tal de apropiarse de su alma.


Por Marvel Aguilera.

¿Qué hay detrás de una gesta revolucionaria encabezada por un hombre? ¿Cuál es el efecto que deja en los cuerpos de quienes eligen tomar la centralidad de la lucha? El Camino de Ernesto Guevara de la Serna es el de aquel líder errante que, tras la revolución de Sierra Maestra en Cuba, decidió trazar una utopía a lo largo del continente. Sin embargo, la llamada “guerra de guerrillas” puso buena parte del peso del conflicto en los cuerpos y en particular, en la de aquel hombre que convencido de sus ideales soñaba con el bien común como eje paradigmático de la condición humana. En esa figura del Che retratada en su muerte en La Higuera (Bolivia) en 1967, hay un cuerpo que habla, que escapa de la figura mítica enarbolada por el mismo mercado que él combatía. Es un habla del sentir de un hombre con temores, corajes, contradicciones, travesías; de identidades que lo atraviesan y hacen a su complejidad: las de los rostros de sus amigos, familiares, camaradas, y los miles de compatriotas por los que peleaba.

¿Cuál es el hombre que está detrás del mito? ¿Hubo un proceso de deshumanización del Che para presentarlo como un arquetipo inalcanzable? ¿Cuán cercanas nos son esas sensibilidades que hicieron posible su grandeza como líder político?

En El Che y Yo, la obra escrita y dirigida por Raúl Garavaglia, las emociones más íntimas del revolucionario, previas a su asesinato en la escuela boliviana, serán puestas en perspectiva por el espectro Lari Lari, una figura mítica andina que buscará entrar en la consciencia del Che para hacerse de su popularidad y dejar atrás el ostracismo que supo padecer.

“En una suerte de danza corpórea de dominación y resistencia, el espectro bajo todas sus formas y el revolucionario en agonía, tensarán una lucha por el destino de ambos. Una donde los miedos cruzaran con las convicciones, y en que las anclas para sostenerse en un presente desesperanzado estarán en esas sensibilidades forjadas en los recuerdos más íntimos”.


Herido y capturado tras el ataque del ejército de Barrientos, el Che Guevara pasa sus últimas horas de vida rememorando a los suyos en las penumbras de un cuarto, una suerte de limbo donde los límites entre la vida y la muerte parecen más finos. En ese umbral lúgubre en que los pensamientos rebotan como dagas, el espectro Lari Lari se hará presente queriendo saciar su apetito del honor revolucionario del Che.

En una suerte de danza corpórea de dominación y resistencia, el espectro bajo todas sus formas y el revolucionario en agonía, tensarán una lucha por el destino de ambos. Una donde los miedos cruzaran con las convicciones, y en que las anclas para sostenerse en un presente desesperanzado estarán en esas sensibilidades forjadas en los recuerdos más íntimos. Allí, donde ningún disparo sea la medida de la finitud, y en que ningún demonio determiné la nobleza de las almas.

Con una interpretación sentida de Laurentino Blanco, en un Che que fluctúa entre la melancolía, la rabia y los dolores provocados por sus heridas, y un asma que lo persigue hasta el último aliento, la obra dialoga a través de los cuerpos: el de la resistencia y la perversidad. Sin embargo, hay algo en ambos que parece conectarlos: un mundo donde los ideales de grandeza son borrados por la desmemoria que provoca la liquidez capitalista. Un mundo sin mitos, donde las armas sirven al sostén del falso orden hegemónico de unos pocos. Por otro lado, Theo Cesari da piel un Lari Lari que, como una araña que teje la red de tentaciones alrededor del revolucionario, despliega un contrapunto de elasticidad, magnetismo y polifonía alrededor de sus idas y vueltas en escena.

Fotos: Claudia Moccia

En una escenografía austera que juega con las oscuridades y los matices de luz que van bordeando los estados de ánimo del protagonista, El Che y Yo aborda las introspecciones de una figura histórica que trasluce, desde las luchas de su cuerpo, los orígenes del sueño colectivo de los pueblos latinoamericanos.

Una obra que arroja una luz de humanidad a quien fuera embanderado por el sueño revolucionario, no para bajar las banderas, sino para construir una línea de cercanía, de espejo sincero, repleto de valentías y debilidades, de corajes y llantos, en medio de un presente donde el desamparo nos empuja a borrar los horizontes de utopía.

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

Dramaturgia: Raúl Garavaglia
Actúan: Laurentino Blanco, Theo Cesari
Diseño de luces: Raúl Garavaglia
Sonido: Gregory Preck
Diseño gráfico: Decero Identidad Gráfica
Asistencia: Iván Pedernera, Gregory Preck
Utilería: Matías Noval
Prensa: Valeria Franchi
Puesta en escena: Raúl Garavaglia
Dirección: Raúl Garavaglia

Ítaca Complejo Teatral Humahuaca 4027, CABA.
Función: Lunes 20:30 hs.

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