El director del documental Pasco: avanzar más allá de la muerte, estrenado el 15 de agosto en el Gaumont, habló del rodaje, la militancia y la concepción de lo audiovisual como herramienta de cambio al interior de lo colectivo.
Por Marina Cavalletti.
Un año antes del golpe de Estado cívico, militar y eclesiástico de 1976, en Lomas de Zamora, al sur del conurbano, se inició el horror, la bisagra más atroz: la “Masacre de Pasco”. El 21 de marzo de 1975, medio centenar de agentes de la Triple A secuestraron a ocho militantes de la Juventud Peronista, los fusilaron y dinamitaron sus cuerpos para evitar que fueran identificados. Este hecho marcó la antesala de la dictadura y fue una muestra premeditada de los crímenes de lesa humanidad marcarían la etapa más oscura de nuestra historia.
En la reconstrucción de lo sucedido emergió el vacío, las dudas y el desconocimiento, como ocurre con muchos de los “operativos” llevados a cabo entre el ’73 y el ’75. Para hacer visible lo invisible, para que de eso sí se hable, nace Pasco: avanzar más allá de la muerte un film de Martín Sabio y Patricia Rodríguez, que se proyecta en el cine Gaumont, a metros del Congreso, hasta el 21 de agosto.
La pieza, basada en un notable trabajo de investigación de Patricia Rodríguez, cruza el barrio con el arte, la escuela con la memoria y lo convierte en uno de los documentales más necesarios de los últimos tiempos, para seguir reconstruyéndonos como sociedad. Su realizador habló del rodaje, la militancia y la concepción de lo audiovisual como herramienta de cambio al interior de lo colectivo.
¿Cómo surge el proyecto de Pasco…?
Nos conocemos con Patricia alrededor del año 2004, cuando ella ya estaba empezando a recorrer el camino de las entrevistas. En esa época participaba en dos colectivos de producción audiovisual y venía haciendo muchos registros en la región. Un poco el contacto nació de ahí, en espacios de militancia y en la necesidad de contar historias propias. Hubo una imagen visual muy fuerte en aquel momento, que yo recuerdo y fue un primer intento que hizo Patricia de abrir el proceso de investigación con otros compañeros, como de colectivizar esa idea de encontrar los relatos. Eso no tuvo continuidad, pero fue algo que retomé para trabajar el proyecto documental: esa idea del camino colectivo. Luego el libro, ya editado, fue la base histórica obviamente, y también el acuerdo de retomar tres ejes que plantea ese material: la idea de la génesis del barrio y sus identidades, el contexto político diverso de organización territorial, y hablar sobre las causas de la masacre y las responsabilidades políticas. El proceso de creación del guión tuvo que ver con ir juntando y ordenando esas ideas en imágenes narrables.
“Estamos convencidos de que a través del pensamiento crítico y de la transferencia de saberes se puede pensar lo audiovisual como una herramienta para el cambio social”
La película fusiona fuentes históricas, pero también legitima la tradición oral, el hecho de salir a buscar testimonios entre vecinos. ¿Eso fue necesario por el poco conocimiento del hecho?
Claro, la historia que tanto el libro en principio, como la película, retoma, es la de ese rompecabezas que se va armando con los relatos orales, de militantes, de vecinos. No hay otro registro, casi. Para el guión estaba esa complejidad, de que muchos de esos testimonios no iban a volver a aparecer posiblemente. Ahí es que van surgiendo ideas como la de los dibujos, la lectura de los textos por parte de los alumnos y alumnas, los recorridos por el barrio en varios planos temporales.
El documental está enmarcado en el barrio y en la escuela EES N°15 de San José. ¿Qué te motivó a situarte en esos territorios? ¿Tuviste una intención pedagógica al rodarlo?
La motivación está ligada al sentido de pertenencia de esos territorios y sus historias de lucha, resistencia y organización. La necesidad de poner en palabras y en imágenes el horror, visibilizar esta historia silenciada. El otro lugar necesario era la escuela, porque de ahí nacen las primeras menciones y relatos que llevan al libro. Luego, las posibilidades de que este proceso de memoria-reflexión sobre sí mismos se retome dependía precisamente de la existencia de espacios sociales donde los jóvenes tengan verdaderos momentos de encuentro entre el pensar, el sentir y el actuar. Por eso, elegimos partir del mismo lugar, buscando generar nuevamente condiciones de acercamiento y trabajo conjunto, convencidos de que a través del pensamiento crítico y de la transferencia de saberes se puede pensar lo audiovisual como una herramienta para el cambio social. Por otro lado, el proyecto documental tenía la intención de impactar en la comunidad a través de la difusión del trabajo político y militante en la zona donde ocurrieron los fusilamientos, haciendo explícito lo que fue invisibilizado durante años y contribuyendo a contraponer “de esto sí se habla”; así como también a desentrañar parte de los métodos mediante los cuales se perseguía, investigaba y secuestraba a los militantes políticos.
¿Cómo describirías el proceso en que se pasa de la inocencia del mito urbano a la investigación de los hechos, reales y dolorosos que se narran, al mural, la volanteada, las intervenciones en el barrio?
En la personificación que hacen los alumnos y alumnas de la escuela se fue dando un proceso intenso y en parte guiado, pero creo que natural. Cada uno y cada una de ellas se fue vinculando con esas historias y con los relatos de quienes entrevistaron. Romper la idea del mito también es algo fuerte como ejercicio que pasa en el aula. Y en la jornada del mural asumen como un nuevo rol, cuando invitan, cuando se vinculan con los vecinos o intervienen en el mural . Son, creo, plenamente parte de la historia que están contando. Al final de ese año en que sucedió el rodaje (2016) hicimos en paralelo junto a su maestra de grado un video para el encuentro “Jóvenes y Memoria” que se hace todos los años en la costa y le tocaba ir a este grupo, sobre su experiencia y sensaciones en la película. Salieron cosas muy sinceras y profundas.
Rubén Maguna, hijo de uno de los fusilados, asegura que entre el ’73 y el ’75 hay un “agujero negro” en torno de ciertos acontecimientos. En ese sentido, ¿considerás que el film puede resultar esclarecedor?
Es una época, en general, de la que no se habla como se debería o como habría que hacerlo. Una época que fue transformando las condiciones sociales que llevaron a preparar el terreno para el golpe del ’76 y para legitimarlo, también socialmente, de alguna manera. Hablar de la masacre de Pasco, que fue en definitiva parte de ese laboratorio del terrorismo de Estado, era situarse justamente en esa época y poner el foco en eso que se venía gestando y porqué. Lo que dice Rubén creo que es muy significativo, él cuenta en la película lo poco que pudo saber de su papá, y destaca que era una persona con una vida “normal”, sin ninguna militancia política, al que se llevan por error. Sin embargo, es él quien menciona ese agujero negro en la película, quien lo nombra. De Rubén Maguna (padre) no se sabe mucho más que lo que él cuenta. Su relato en el montaje está contrapuesto al de Patricia Gómez, hija de Germán y quien tenía días de nacida (Rubén estaba al nacer) cuando lo secuestraron. Eran vecinos casa de por medio, sus historias están atravesadas por la masacre y sin embargo nunca se conocieron ni hablaron entre sí. Rubén está interesado en ver el documental, Patricia tomó distancia. Ojalá algún día la película los encuentre.
Otro de los entrevistados, Pablo Llonto, subraya que deben retomarse los hechos ocurridos antes del 24 de marzo como crímenes de lesa humanidad, para hallar y encarcelar a sus responsables. ¿Vislumbrás esa posibilidad en un futuro cercano?
Es uno de los deseos de la película como proyecto y una de las cosas sobre las que se trabajó en la preproducción, para poder ir armando ese relato que lo identifique y dé las herramientas para desandar ese camino, desde lo legal, pero también desde lo político y desde la militancia. Fue difícil encontrar la manera de nombrar las responsabilidades políticas pero creo que se logró la propuesta y hacia eso apunta.
La película tiene algo así como un pulso constante que se vincula con la solidaridad y el compromiso con el prójimo que tenían los fusilados ¿Has descubierto algo sobre ellos que quedó fuera del film y quisieras comentar?
Creo que ese tema está en toda la película y es otro de los puntos que conectan ese pasado con este presente en torno a la militancia y sobre todo a la militancia de base. En el montaje, al armar los testimonios que ocurren con las compañeras que hablan de Agustín Ramírez, la hermana y hermano de Carlos Pérez García (desaparecido en febrero del ’77) y con Alberto, papá de Darío Santillán, aparecen frases que habían dicho, en algún momento, familiares, compañeros o sobrevivientes de la Masacre. Sus historias de militancia también nos acercan a los relatos del pasado. Siento que es un mensaje que atraviesa la película.
Fernando Schell (ex detenido en el Pozo de Quilmes y testimoniante en el Juicio a las Juntas) explica en el film: “Con aciertos y errores, nuestra pasión era total, militábamos con alegría (…) la semilla revolucionaria estaba en cada familia”. ¿Cómo ves hoy a la militancia? ¿Existe en la actualidad un cine militante, como lo fue el de Favio o Solanas?
Sí, creo en la existencia del cine militante y parte de esta película viene sin dudas de la idea del cine militante. Tiene que ver con una forma de hacer cine también. Parte del material de archivo que uso es propio o de diferentes colectivos en los que participé y fue tomado desde una intervención y participación como militante. Fernando Schell habla del compromiso y la responsabilidad que tomaban y también de un sentido de pasión y alegría que creo, sí, que es necesario dentro de la militancia y la organización social.
Martín Sabio (Guión y dirección)
Pasco: avanzar más allá de la muerte
Patricia Miriam Rodríguez (Libro original e investigación)
108 min