Literaturas

Dolores Etchecopar: “Celebro el resurgimiento del lirismo en la escritura de poetas jóvenes”

La poeta y directora de Hilos Editora publicó este año su poemario El deslumbramiento, una obra que construye una cosmogonía propia. También habló sobre las publicaciones de poesía y las voces contemporáneas.


Por Nicolás Igolnikov. Fotos Lucía Martínez.

Dolores Etchecopar es una escritora y artista con una vasta producción y trabajo poético, tanto en Argentina como en el extranjero. Hija de diplomáticos, nació en Buenos Aires pero creció, vivió y estudió en diversos países de Europa y América Latina. Su escritura está atravesada por imágenes de la naturaleza y los animales. Como directora de Hilos Editora, ha publicado desde el 2010 un variado catálogo de poetas cuidadosamente seleccionados, entre ellos autoras como Claudia Masin, Susana Villalba o Mónica Sifrim.

Su último libro, El deslumbramiento, es una obra que construye una cosmogonía propia a partir de un imaginario poético delicado y, no por eso, menos impactante. En esta entrevista, nos permitimos indagar un poco más allá.


Hace apenas dos meses salió de imprenta tu último libro El deslumbramiento. Tres años antes salía El cielo una sola vez. ¿Qué diferencias notás entre ambos libros? ¿Te inclinás por alguno?

El tiempo altera nuestras vidas, a veces de un modo abrupto, y con mayor frecuencia de un modo casi imperceptible. Escribir poesía genera en mí, entre otras cosas, un querer seguir con la voz esas labranzas del tiempo que irrumpen y desgarran, temblores de la memoria, deterioros y florecimientos inesperados. De un libro a otro vuelvo adonde el desastre y la maravilla de existir gotean y horadan el lenguaje que nos fue impuesto para movernos en el mundo; vuelvo a un espacio donde otra lengua se forma en otro tiempo. Escribir como respirar antes de que las cosas sean nombradas de un modo definitivo: allí quiero estar cuando escribo. Y por ser ése un lugar tan esquivo, no podría hacerlo si lo tratara como un terreno conquistado; cada libro tantea una coreografía diferente, desconocida también para mí. Hay riesgo y torpeza a medida que va tomando forma. No hay virtuosismo ni solvencia en mi momento de escribir, y como el deseo de restituir con palabras el misterio de las cosas es desmesurado, está condenado, al menos en mi caso, a ser solo una aspiración, algo inapresable que me impulsa a seguir escribiendo. Dije todo esto para señalar entre mi libro anterior y el último una continuidad y una diferencia, dada por el tiempo transcurrido. No me inclino por uno de ellos, el último suele demorarse en mí porque sigue requiriéndome más allá de su publicación.

“En El deslumbramiento aparecieron las abejas, criaturas con las que yo no había tratado en otros libros. Y fueron ellas las que organizaron los poemas, haciendo del libro un panal un poco desquiciado por intrusos”.


En ambos hay una fuerte presencia del mundo natural, ¿qué relación guarda, para vos, este mundo con la imagen poética?

Mi infancia estuvo atravesada por paisajes habitados de modos muy diferentes: caballos, pájaros, liebres, pastizales, viento, montes del paisaje pampeano y en la otra punta la nieve de Estocolmo, el murmullo de sus bosques. La naturaleza me ha llevado a la escritura desde siempre. Nombrar animales, árboles, flores, o mismo sus características y procedimientos imprime a las palabras el brío de lo díscolo. Por ser la naturaleza algo anterior al lenguaje verbal, sus habitantes irradian pura presencia y acción. Sus nombres pueden volver una y otra vez sin ahuecarse, como sucede con la repetición de nuestras ideas abstractas. Cuando escribo, pido al poema que me traiga un estado de zozobra y conmoción como aquel en el que me deja, por ejemplo, la mirada de un animal. Y que eso se haga con palabras y con el silencio vivo que ellas resguardan… es mucho pedir, lo sé. Cada vez más escribo desde una especie de simbiosis onírica con los animales y las plantas, así se ensancha la respiración que disuelve los barrotes del “yo” y sus especulaciones.

Viajaste y viviste en varios países. ¿Hay algún paisaje o entorno poético que puedas localizar en alguno de ellos?

El haber viajado mucho durante mi infancia y adolescencia agudizó en mí la sensación de extrañamiento frente a lo que se considera “realidad”. La cercanía y la lejanía son dimensiones que suelen intercambiarse de un modo inquietante en mi percepción y en mi escritura, reflejan el gran desconcierto de mis raíces migrantes, la absorción de paisajes y mundos muy diversos a los que no volví. El “estar de paso” agudizó en mí la conciencia de la muerte que tiene un lugar central y abismante en mi escritura poética.

Estos dos libros de poesía salieron por Hilos Editora, editorial que llevás adelante junto a María del Carmen Colombo y María Mascheroni. La editorial cumplirá una década en 2020. ¿Cómo vivís esta experiencia?

Hilos Editora nació en el 2010 cuando no existían tantas editoriales independientes de poesía, como ahora que hay muchas y siguen multiplicándose. En ese momento sentíamos que faltaba un sello con las características del nuestro. Quienes creamos el proyecto y lo llevamos adelante somos poetas, lo cual también da una impronta especial a nuestro catálogo y procedimientos. Nos entusiasma la difusión de voces que valoramos y nos impactan por distintos motivos. No apoyamos a una sola corriente estética ni a una sola generación o nacionalidad. Somos un sello que no cobra a los autores la edición de sus libros, por ese motivo y por las complicaciones de la vida de quienes lo llevamos adelante, no podemos editar más que un número mínimo de libros por año, lo cual deja afuera propuestas que nos gustaría mucho incluir pero no podemos hacerlo dado lo acotado del programa de ediciones al que debemos atenernos. Pero si bien son pocos los libros que editamos por año, tratamos de hacerlo con el mayor cuidado, creando libros reconocibles por su imagen y factura. Ha sido y sigue siendo para mí, a pesar de las crecientes dificultades, una experiencia de aprendizaje muy gratificante.

“Sería bueno que mejorara el intercambio y la circulación de la poesía que se está escribiendo en distintos países latinoamericanos, a la que no tenemos casi acceso”


Argentina tiene una larga tradición editorial y literaria. ¿Qué opinión te merece la diversidad literaria que ofrece el mercado editorial?

Me encanta la multiplicación de las nuevas pequeñas editoriales independientes, un fenómeno actual que aporta al lector la posibilidad de descubrir textos que no habrían sido editados por las grandes editoriales. Ofrecen otras singularidades, otras experiencias de lectura. Faltarían algunos sellos de mayor capacidad de distribución que editaran a los poetas, como ocurre con algunas editoriales españolas que se pueden encontrar en otros países de habla hispana. Sería bueno que mejorara el intercambio y la circulación de la poesía que se está escribiendo en distintos países latinoamericanos, a la que no tenemos casi acceso, salvo viajando.

A la hora de habitar el mundo literario, ¿tenés alguna preferencia entre hacerlo como escritora o como editora?

Como escritora, sin duda. Escribir es mi modo de habitar el mundo, de respirar en él. De mi tarea de editora podría prescindir y sobreviviría sin problemas, cosa que no pasaría si dejara de escribir.

Por otro lado, ¿qué te interesa de la poesía que se está escribiendo actualmente? ¿Hay alguna(s) voz(es) que te llame(n) la atención?

Lo que más me entusiasma es el resurgimiento del lirismo. Es una apuesta por algo tan inasible que, a la vez, diferencia lo poético de cualquier otra forma de expresión. Algo que, por otro lado, había sido drásticamente dejado de lado durante los años ’90, al menos por una parte importante de quienes marcaron tendencia en esa época. Ahora leo a varios poetas jóvenes o de mediana edad que insuflan nueva vida a la experiencia de lo lírico dentro de una escritura contemporánea. Comparto y celebro ese resurgimiento aggiornado de la lírica. No doy nombres porque puedo olvidarme de mencionar a alguno y sé que cuando advierta mi omisión no me lo perdonaré.

Vos has producido ciclos literarios, entre ellos está tu experiencia en “El pez que habla”, colectivo de acción poética del que fuiste parte. ¿Qué rol considerás que tienen los ciclos actualmente? ¿Te gustaría volver a producir?

Actualmente no me atrae la idea de producir ciclos literarios, prefiero dedicarme a otras cosas. Pero valoro mucho a quienes tienen la energía y la generosidad para hacerlo. La oralidad es otro modo de transmisión que tiene que ver con el origen de la poesía, uno más cercano al teatro y a la performance. Al menos así lo entendimos cuando condujimos “El pez que habla”, hacia fines del siglo XX, en el Bar Beckett. Queríamos crear un ciclo que fuera como un ritual, una ceremonia con estímulos sensoriales de distinto orden, crear una “atmósfera” propiciatoria de la escucha poética, para diferenciar de un modo contundente esa experiencia de la lectura silenciosa. Con María Mascheroni, Zulma Ducca y Claudia Masin llevamos adelante este fugaz pero intenso proyecto. En mi experiencia de lectura oral me dispongo cada vez a que la voz se emita como otra voz, como esa que viene de otra parte al momento de escribir, que no sea la mía de todos los días. Y los ciclos habilitan esta posibilidad de lectura compartida, diferente a la lectura en soledad.

Por último, sos una escritora con amplia trayectoria. Después de todos estos años de trabajo, ¿hay algún aprendizaje o conclusión a la que hayas llegado, que te parezca importante para alguien que está dando sus primeros pasos?

Escribir no se puede inculcar ni orientar. A quienes empiezan a escribir les diría que lean mucho, que sus antenas se muevan en todas las direcciones posibles, que no se encierren en una fórmula, que también se sumerjan en otras formas de arte, en el cine, la música, el teatro, la pintura, la danza, en todas partes puede estar ese incentivo que cada uno necesita para escribir; que arriesguen, que no se dejen intimidar por consignas de ninguna índole, que se abran a lo que sorprende y emociona de un modo que excede lo conocido por cada uno. La alegría de escribir consiste para mí en que no haya recetas ni caminos a seguir, que se trate más bien de descarriarse, de cuestionar los rumbos que se nos impusieron desde distintos lugares del saber y el poder. Al mismo tiempo resulta decisivo operar dentro de esta gozosa libertad con suma precisión y rigor para que lo escrito se desprenda del escritor y adquiera vida propia. Y los que escribimos tenemos que lidiar con el lenguaje verbal, un material abrumado y violento que hay que desandar -desactivar sus automatismos- hasta lograr que se vuelva conductor de lo que en cada uno de nosotros es singular y ofrenda a la vez.

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