Literaturas

María Pía López: “La vida como reproducción y como deseo es lo que está en juego en los feminismos”

Luego de cuatro años de luchas y resistencias esenciales para reconfigurar la sensibilidad popular frente a los embates neoliberales, los colectivos feministas se encuentran a las puertas de grandes desafíos. En Apuntes para las militancias, María Pía López canaliza un corpus de ideas necesarias y urgentes para los tiempos que vienen.


Por Cecilia Cechetto. Fotos Eloy Rodríguez Tale.

La memoria, según Herbert Marcuse, es una facultad revolucionaria porque renueva el recuerdo del goce pasado. Muchas escenas quedaron grabadas en la memoria de estos últimos años que vivimos en peligro, dolorosas y épicas, todas ellas trascienden la barrera de la indiferencia. Por ejemplo, sentarse en un cine a ver el aclamado documental de Juan Solanas, Que sea Ley, nos devuelve imágenes entrañables de la marea verde que inundó las calles por el aborto seguro, legal y gratuito. Pero también nos refleja en el espejo de las víctimas, y sus relatos arrancan lágrimas de angustia. Sin embargo, en una iglesia cercana al MALBA, donde se proyectó la película, una mujer joven, pequeña y con un vestido blanco estilo pastoril, espera del brazo de un hombre mayor y de contextura física gigante a que se abran las puertas de la parroquia. Nadie más estaba al lado de ellos y las puertas de madera nunca se abrieron. Luego de los minutos que esperé en la vereda de enfrente para presenciar el evento, me alejé pensando en el ruido sordo que provoca la imagen de una mujer que es entregada por un hombre a otro hombre, frente a la aprobación de otros hombres que se jactan de intermediar con un dios hombre; y me preguntaba: ¿qué puede salir mal?.

Cuando María Pía López comenzó a escribir en importantes revistas de crítica cultural como El ojo mocho, el ruido tampoco se podía oír con claridad: “en ciertos campos del conocimiento o del ejercicio profesional, es tan desigual la lógica que a veces ser mujer funciona como cuota excepcional: tenés más posibilidades, más reconocimiento, funciona al revés como una suerte de discriminación positiva. Había algo que pasaba como inadvertido precisamente porque sobre mí no se ejercía ningún tipo de desigualdad negativa y, entonces, no me aparecía visible el campo del feminismo como temática política.”

Recién en 2010 y 2011, cuando quedó a cargo del Museo del Libro y de la Lengua, surgieron una serie de problemas a tratar con el tema del lenguaje inclusivo: “a los pocos días de fundar el museo, la Real Academia Española sacó un documento contra el lenguaje inclusivo y contra el lenguaje no sexista que, por ejemplo, se usaba en la Constitución Bolivariana. La constitución venezolana funciona duplicando al nombrar ‘ciudadanas y ciudadanos’. Eso Venezuela lo hace en su Constitución pero también lo hace en todos los documentos oficiales. Aunque todavía no se estaba discutiendo lenguaje inclusivo en ese momento. Fue bastante posterior, salvo en el Suplemento Soy, no se estaba usando la X y la E todavía no había aparecido. Entonces estábamos discutiendo el lenguaje no sexista y cómo varios países en Latinoamérica estaban siguiendo esa línea de duplicación en sus documentos oficiales para romper con el universal masculino. Ahí la Real Academia dirigida por Ignacio Bosque, que encima es un gran gramático, sacó un documento medio terrible, donde trata de decir: en castellano no necesitamos duplicar. Y para nosotros, desde el Museo, dar esa discusión con la Real Academia y la Academia Argentina de Letras fue un momento muy interesante. Con la idea de que los modos en los que se concibe la lengua son modos monárquicos y mercantiles.”


En tu libro Apuntes para las militancias se plantea la liberación femenina como el puntapié para cambiarlo todo, es decir, dar vuelta el edificio social capitalista. Durante las anteriores olas feministas, el contexto de crisis capitalista empujó a las mujeres a reclamar sus derechos (por ejemplo, las guerras mundiales volcaron masivamente a las mujeres al mundo del trabajo). ¿Qué mapas avizorás en este momento que estén provocando la oleada feminista y cómo pensás que esos mapas se están redefiniendo al mismo tiempo?

Para pensar ese mapa hay un manifiesto que sacaron tres intelectuales norteamericanas (NdR: Nancy Fraser, Tithi Bhattacharya y Cinzia Arruzza), Feminismos para el 99%. Para mí tiene un punto especialmente interesante: “la lógica de acumulación de ganancia propia del momento neoliberal del capitalismo pone en riesgo la reproducción de la vida”. Por la lógica extractivista de utilización de la naturaleza y por la destrucción del medio ambiente. Por eso hay autores que dicen que este momento del neoliberalismo es necro-político y no sólo biopolítico como pensaba Foucault. No sólo administra la vida y produce condiciones para la vida, sino también produce condiciones para la muerte y lamentablemente de este modo también produce un conjunto de poblaciones consideradas excedentes que pueden ser desechables. En ese contexto me parece que es muy relevante la aparición y el despliegue de los feminismos. Porque están mezclados con otras luchas, porque hoy los feminismos están dando también la discusión sobre el medioambiente, y porque se hacen cargo de una tradición que tiene que ver con la gestión de la reproducción de la vida. A mí me parece que en este tipo de crisis que produce la lógica neoliberal es fundamental ese repertorio de luchas y de prácticas de las mujeres en América Latina en particular. Ponen en el centro la cuestión de la vida y por eso me parece que la explosión masiva de los feminismos con todas sus tradiciones, acumulaciones y construcciones a partir del “Ni una menos, vivas nos queremos”, tiene que ver con esta discusión sobre lo desechable y lo no desechable. Pero en Chile se está discutiendo con una de las consignas más lindas que produjo el movimiento chileno que es “Hasta que vivir valga la pena”. Entonces yo diría, los feminismos ponen en el centro la cuestión de la reproducción de la vida y las crisis que atraviesa, pero al mismo tiempo discuten en otro plano: ¿qué vida? No sólo la vida biológica subordinada a la supervivencia, sino una vida que tiene que ver con el deseo, con la posibilidad de crear, con las capacidades autónomas. Entonces, me parece que por un lado si la crisis de la reproducción es el escenario, hay otro hilo que va para otro lado muy interesante que es el hilo de la desobediencia. Cuando pensamos Chile hoy, no podemos dejar de pensar las disputas por la gratuidad universitaria pero tampoco el movimiento de pibas que toman en 2018 veinte universidades chilenas contra los acosos y abusos. Algo se experimentó ahí, como una huella que te deja la desobediencia y es eso lo que me parece que permite que la crisis no se la administre sólo para resolver el hambre sino también para poner en el centro la cuestión del deseo. Creo que ese doble plano, la vida como reproducción y la vida como deseo es lo que está en juego en el mapa de los feminismos. Confluyeron y eso le da una potencia que es absolutamente inédita.

“Nos tenemos que preguntar cómo se constituye un feminismo no liberal, es decir, que no sea la reproducción de la élite y, al mismo tiempo, cómo afectamos otras organizaciones más allá de los colectivos feministas”.


¿Por qué pensás que la derecha mundial habilita más espacios de poder a mujeres patriarcales (aún si lo consideramos pinkwashing) que los que tolera la izquierda para sus militantes? Por ejemplo, Ángela Merkel es la principal líder europea que se posicionó como promotora de la austeridad de todo un subcontinente, Christine Lagarde es nombrada para encabezar el Banco Central Europeo, Kristalina Georgieva en el FMI, Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea y, en los últimos días, nos desayunamos que los golpes de estado en América del Sur ahora también los encabezan mujeres como la autoproclamada Jeanine Añez.

Es una escena muy compleja. Hay un libro que es interesante y muy polémico que se llama La verdadera vida de Alain Badiou que salió hace un par de años. Él tiene una hipótesis referida al tipo de subjetivación propia de los varones y las mujeres en las últimas décadas: las mujeres se subjetivan de un modo más dominante pero también más eficaz. Estoy resumiendo un libro complejo de un modo muy brusco, pero él lo que dice es que hay algo en la constitución de la familia, del inconsciente, etc. que habilita que los hombres se posicionen como eternos adolescentes asociados al consumo. Por otro lado, las mujeres son desde siempre ya mujeres y no, por ejemplo, niñas. Por lo tanto, son multitasking, eficientes, capaces de gestionar, etc. Entonces lo que dice el autor es que el riesgo del feminismo liberal es construir una nueva élite de gestión del capital. Es decir, aquello que los hombres ya no pueden hacer eficazmente sí lo podrían hacer las mujeres porque estarían en mejores condiciones subjetivas de agenciar el dominio. Por lo tanto, se pueden convertir en la élite de reemplazo: las nuevas CEOs y los nuevos gobiernos. Es interesante también porque creo que lo que está señalando en el fondo es el tipo de transformación profunda que se está dando en la relación sexo-genérica. Eso implica un campo muy amplio de intervenciones de las mujeres en el mundo público, empresarial, en la organización popular y, en este contexto, la cuestión de la clase vuelve a ser fundamental. En el caso de las izquierdas esto efectivamente lo vemos como un problema. Por ejemplo, en Bolivia la carencia de construcción de liderazgos dentro del propio MAS que hubiesen podido situar una cierta novedad dentro de lo que venía siendo. No sé si eso hubiera salvado una crisis política que viene de otro lado, de la activación del racismo. Pero entonces la pregunta es ¿por qué no hubo transformaciones en el sentido no machista de las propias estructuras políticas del MAS? Y me parece que es una pregunta que a todas las organizaciones populares argentinas también se la podemos hacer. En el sentido que vos tenés en los momentos de movilización una enorme cantidad de mujeres conduciendo, agenciando y a la hora de definición de cargos eso no se refleja. Hoy estamos discutiendo eso con el gobierno que asumió. Alberto Fernández dijo en una entrevista en Página/12: “es difícil la paridad de género en el gabinete”. ¿Por qué sería difícil que haya paridad de género? Hay algo que el feminismo liberal va a poder disputar con muchos menos problemas que es la pelea contra el “techo de cristal”. En los planos empresariales, es más o menos sencillo que se gane esta discusión. Lo más difícil creo es que se gane esa discusión dentro de los movimientos populares. Ahí todas las que nos sentimos con militancias muy interseccionales, donde sos feminista pero también sos otras cosas, nos tenemos que hacer la pregunta de cómo se constituye a la vez un feminismo no liberal, es decir, un feminismo que no sea la reproducción de la élite y, al mismo tiempo, cómo afectamos otras organizaciones más allá de los colectivos feministas.

En tu libro justamente denuncias “la corriente reaccionaria dentro del peronismo que, opuesta al movimiento político de expansión del goce popular y que por eso mismo trasciende la biología como destino, sin embargo se opone a cualquier cuestionamiento a la maternidad obligatoria, es decir se opone a las leyes de aborto legal”.

Cada vez que alguien piensa el destino de la biología, esa posición necesariamente es reaccionaria. Porque implica por lo menos dos cosas al mismo tiempo: la negación de la autonomía de las mujeres y de los cuerpos gestantes para decidir sobre maternar o no maternar y, por otro lado, supone también que la elección sexo-genérica debe coincidir con un dato biológico de origen. Esa doble cuestión es en sí misma reaccionaria porque en ningún otro plano que no sea el de los derechos sexuales reproductivos aparece esa presunción. No aparece esa presunción cuando a alguien le agarra una enfermedad crónica. Porque nadie dice, “tenemos que aceptar la voluntad divina o el azar biológico y por lo tanto no apelar a ningún tipo de medicación y que se cumpla el destino”. Eso no se dice frente a las enfermedades, pero tampoco nadie lo dice frente a la esterilidad, con tal de llevar adelante un embarazo. Hay una ley de fertilización asistida que no fue cuestionada por las iglesias. Entonces, sólo en estos dos puntos aparece la biología y el destino divino asociados: en la elección sexo-genérica y en el aborto. Es brutal, porque ahí se demuestra hasta qué punto lo que está en juego es la autonomía y ninguna otra cosa. Está en juego la autonomía entendida como deseo. Y es eso lo que está castigado, por eso creo que en el fondo se castiga el derecho al goce, a la posibilidad de que los cuerpos actúen libremente. Todo eso que está muy en el fondo de la subjetivación cristiana, se vuelve a activar en estos casos. Todos los argumentos que se ponen en juego ahí contra estas dos cuestiones, no se ponen en juego en ningún otro plano. Y ahí me parece que es cuando hay que ser cada vez más radicales en esa discusión.

“Sólo en estos dos puntos aparece la biología y el destino divino asociados: en la elección sexo-genérica y en el aborto. Es brutal, porque ahí se demuestra hasta qué punto lo que está en juego es la autonomía entendida como deseo y ninguna otra cosa”.


En el libro mencionás las mitologías argentinas que niegan la cuestión plurinacional, pero este es un tema que también atraviesa al movimiento feminista como se comprobó con las polémicas que se generaron durante el último Encuentro Nacional de Mujeres.

Para mí esa discusión fue muy interesante que se diera y trágico a la vez. Yo no pensé que se iba a llegar hasta el punto de discutir eso que era tan obvio por dos cuestiones: cuando aparece un grupo social activo, organizado, con capacidad de enunciación propia como el caso de las mujeres originarias, es un acto muy violento decirles que no tienen derecho a asumir esa voz. En otro plano, es lo mismo que se discutió muchas veces con respecto a las trabajadoras sexuales. Se puede estar a favor o no, pero un movimiento que se quiere democrático, plural y transformador no puede negar la voz propia de parte de sus sectores. Acá las mujeres de los pueblos originarios estaban reclamando un reconocimiento y estaban reclamando algo muy fundamental: cada vez que decimos nación estamos reconociendo algo que proviene del hecho colonial. Porque la nación, incluso después de las independencias, nunca dejó de reproducir la lógica jerárquica, estamental y racial del orden colonial. Entonces, cada vez que decimos nación, sin crítica, nos olvidamos de eso que fue el propio crimen originario de las naciones latinoamericanas: el intento de aniquilamiento de las poblaciones indígenas. Esa es la discusión cada vez que se dice nacional o plurinacional. Se está señalando que al lado de esa nación que fueron las colonias, hay otras naciones que fueron subalternizadas, explotadas y desplazadas. Que aparezca eso, para mí es muy fundamental y le permite a los feminismos poder hacerse cargo de la discusión sobre lo colonial como lo que hereda. Y, al mismo tiempo, porque obliga a los feminismos a interrogarse por sus propios privilegios de clase y de raza. En algunas discusiones es dramática la situación porque escuché a compañeras racializadas como blancas decir “no hay privilegios”, frente al reclamo de otras compañeras afrodescendientes o amerindias. Y la verdad es que es muy problemático no poder reconocer eso. No reconocer que ser racializada como blanca, y no como negra o como india, implica ya un conjunto de privilegios: un modo de moverte en la sociedad, no ser mirada o ser mirada, etc. Entonces no podemos volver a mirar para el costado cuando aparece ese problema.

Volviendo al golpe de estado en Bolivia, desde algunos sectores se lo planteó como una contienda entre machos: Evo vs. Camacho. Sin embargo, vemos cómo uno de los principales objetivos de ataques son las mujeres de pollera. Por ejemplo, la presidenta del tribunal electoral María Eugenia Choque Quispe, al momento de su detención se tuvo que “vestir de hombre”, es decir, abandonó su atuendo habitual de chola para aminorar las agresiones.

En realidad, ahí se muestra que hay ciertos cuerpos, en donde la interseccionalidad es vivida. El tema es cómo hacemos política desde esas múltiples dimensiones donde están inscritas todas las desigualdades de raza, de clase o de género. Al mismo tiempo, si no se piensa bien eso, se puede cometer el error que algunas compañeras feministas me parece que están cometiendo en este momento, como Silvia Rivera Cusicanqui, María Galindo o Raquel Gutiérrez. Están sosteniendo frente a una situación como la del golpe de estado, que se trata de una disputa entre machos. Y, por lo tanto, no se puede denunciar ni siquiera que sea golpe porque eso produciría un borramiento de las críticas al proceso anterior y una amnistía hacia un partido machista como el MAS y a Evo. Considero que están incurriendo en un error de los cuales es muy difícil retornar. Porque aún cuando una sea militante feminista (y el feminismo es una máquina explicativa fundamental para analizar los procesos políticos), cuando ocurre un golpe de estado cuyo signo es profundamente racista y de reposición de las jerarquías, donde un sector del neoliberalismo fascista está decidido a poner los evangelios en el centro y el poder militar para resguardar las calles, si eso triunfa estamos en un escenario muy parecido al de Brasil. En el sentido que se construye una restauración conservadora que va a reponer la jerarquía racial en el centro de las cuestiones políticas, devolviendo a las poblaciones indígenas al lugar que siempre se consideró que debieron estar. Y ese lugar no es gobernando, sino que la historia del mundo andino es la historia de la servidumbre. Entonces, eso es lo que me parece que está en juego. Pero también pienso que las compañeras feministas se equivocan al no ver que esto implica un retorno fascista de las jerarquías de género. Y vuelvo al tema que vos planteabas de las mujeres de pollera y las feministas. Creo que ahí hay una cuestión central que nos obliga a pensar los feminismos en todos nuestros países. Cómo hacemos para que ninguna posición feminista quede brutalmente desgajada de la vida popular. Y cómo la vida popular tiene que ser el punto último de verdad también. Aunque las mujeres de esa vida popular no se perciban como feministas. Pueden decirse o no feministas, pero no pueden estar fuera de la escena.

Algo muy llamativo en Bolivia es la acusación de satanismo hacia las cosmovisiones originarias y sus prácticas; se trata de un edificio de categorías ya visitado en otras épocas oscuras y que recién ahora empieza a adoptar nuevos significados (por ejemplo, a través de la relectura que hizo Silvia Federici sobre la quema de brujas). ¿Existe una dimensión simbólica que no estaría siendo correctamente abordada por los feminismos? Por otro lado, recuerdo una entrevista publicada en Página/12 hace unos meses a Thierry Voeltzel, “el chico de Foucault”, donde él mismo reconoce que los colectivos de mujeres no lograron tantos avances como sí lo hicieron las disidencias sexuales. Y si recapitulamos un poco, las luchas de la comunidad LGBT de hace 40 años, estallaron las representaciones simbólicas del mundo del arte en general: música, cine, letras, etc. ¿Podemos las mujeres generar contracultura, una revolución entendida como poiesis cultural?

Tiene varias partes tu pregunta, pero parto del final. Siempre que digo “mujeres” me preocupa un poco, y tu pregunta me lleva a esa preocupación, en el sentido de si cuando decimos mujeres como algo distinto al mundo de las disidencias o al mundo queer, no estaríamos yendo hacia una especie de esencialismo de lo femenino. Hay algo que aparece visto como “los valores del mundo femenino” y a mí eso me inquieta porque creo que puede tener un costado conservador. Que las mujeres como mujeres produzcan un tipo de arte, literatura, etc. me parece que no sería tanto más interesante si lo asumimos desde ese lugar que ya nos fue dado. No sé si produciríamos algo más interesante que los varones desde ese lugar que nos fue dado. Por eso me parece que, si fuera posible construir una razón poética feminista, lo veo más en el sentido de desplazamiento, como lo que ha producido el mundo queer. Desplazarse hacia otro lugar que sería de ruptura, incluso, con la propia configuración de lo que significa ser mujer. Por otro lado, vos señalaste al principio la cuestión del satanismo y la caza de brujas y que también lleva a esta cuestión. Por un lado, tenemos este problema del riesgo esencialista, en tanto riesgo de obturación conservadora. Pero, por otro lado, también hay algo en eso que llamamos mujer: un conjunto de prácticas, de tradiciones, de saber hacer, de conjunciones que creemos (y yo lo creo en particular) diferente al tejido de relaciones propio de los varones. Y en ese conjunto de formas de hacer, hay posibilidades emancipatorias o hay posibilidades de arraigar ahí algo distinto. Hace un par de semanas salió un libro de un compañero y amigo, Diego Sztulwark, que se llama La ofensiva sensible. Y a mí me gustó mucho una idea que él trabaja ahí: hoy la discusión política ante el neoliberalismo es la discusión por la sensibilidad y es una discusión que afecta a todes. Él dice que hay que interrogar sobre la posibilidad de crear formas de vida. Y esa imagen me gustó mucho porque sería construir tejidos de relación y posibilidad de producción de vínculos entre las personas, y las trayectorias personales dentro de esos vínculos, que sean diferentes a los que están prescriptos por la gramática neoliberal. Yo creo que los feminismos, en parte, fueron inventando eso: las redes de socorristas para abortos, de rescate de mujeres en situación de violencia, estrategias para producir en forma cooperativa. O lo que inventan les pibes todo el tiempo en sus nuevos modos de habitar el mundo. Esas nuevas formas de vida que están apareciendo vinculadas al feminismo tienen, al mismo tiempo, una especie de sedimentación tradicional que los vuelve muy vivos, con una carnadura muy fuerte en el mundo popular y un desplazamiento de la figura de mujer tradicional. Esas dos cosas hoy coexisten y en ese doble espacio sedimentado y en el desplazamiento, me parece que surge esta posibilidad que vos decís de creación de una razón poética.

“La potencia de los símbolos es justamente poder anidar significados opuestos. Y la discusión sobre Eva es eso: puede ser una estampita para las burocracias partidarias, pero también puede ser el mito que nos lleve a la acción”.


¿Qué reflexión te merece el pedido de beatificación de Evita al Vaticano, a la luz de la perspectiva de género que nos ocupa?

No me gusta ninguna beatificación (risas). Es bizarro y, a la vez, buscan tomar una figura que el feminismo se fue apropiando. Porque tampoco es que el feminismo se apropió fácilmente de Evita. En este último año, toda la movida de “Las cien Evitas” que llevaron adelante un conjunto de compañeras, con marcha feminista incluida, es una apropiación. Con relecturas incluso, desde el feminismo, de qué era lo que significaba la Fundación Eva Perón. Lo que hizo Eva a través de la Fundación, de incorporar miles y miles de militantes a la lucha política. Me parece que la figura de Eva es una figura en disputa, como tantas otras, entre los sectores más conservadores (porque la CGT es parte de los sectores más conservadores que tienen las instituciones de este país). La CGT y la Iglesia juntas, tratando de producir esa beatificación y, por otro lado, esta apropiación más feminista que también tiene una larga tradición porque es Perlongher reescribiendo a Eva, Copi reescribiendo a Eva. Es decir, todas esas Evas que son la Eva queer también, la Eva trava, la Eva de los burdeles, la puta digamos. Ahora se reeditó un libro de Horacio González que escribió en San Pablo, durante el exilio, que tiene un nombre precioso Evita, la militante en el camarín. Muy temprano, en el ‘82, trabajó sobre esta figura de Eva feminista y es muy interesante la idea de la militante en el camarín. Y todas esas figuras de Eva: queer, militante, puta, trava. Todo eso es la imagen que más nos inspira en las luchas contemporáneas. Cuando una alianza entre la CGT y el Vaticano intenta volverla a la estampita, es entrar en la querella por los símbolos. Pero todo eso no se puede clausurar, porque ponerla en escena es volver a pelear y los momentos de pelea son interesantes para volver a producir las disidencias. Hay un texto de John William Cooke, que escribió cuando recién fue asesinado el Che. Cooke, que muere un año después del asesinato del Che, produce un escrito precioso sobre qué significa Guevara y que vale recordar para esto, porque dice: Guevara puede convertirse en la foto de un póster o en el elemento de una liturgia que sólo nos deje tranquilos. Pero también puede ser el mito que moviliza para las nuevas revoluciones. La potencia de los símbolos es justamente poder anidar significados opuestos. Y la discusión sobre Eva es eso: puede ser una estampita para las burocracias partidarias, pero también puede ser el mito que nos lleve a la acción.



María Pía López
Apuntes para las militancias. Feminismos: Promesas y combates
Eme Ediciones

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