El escritor habló sobre las diferencias entre La Cárcel del Fin del Mundo (Interzona, 2019) y sus anteriores publicaciones, de la posibilidad de conformar universos propios en la literatura y de la situación actual del mundo editorial.
Por Pablo Américo. Foto Dante Fernández
Juan Diego Incardona nos recibe en su casa, en algún lugar de Almagro, un rato antes de dictar uno de sus talleres. Una gata pulula por los alrededores y sobre una mesa reposan copias de sus libros. Mientras nos sirve una infusión, destaca las portadas de los libros del “universo Villa Celina” (así lo llama él), sus consentidas, y nos pregunta por nuestra revista digital, recordando sus días en “El Interpretador”. Nosotros queremos hablar sobre su nuevo libro, La Cárcel del Fin del Mundo, una compilación de cuentos que escribió cuando era más joven. Pero todo en la mente de Incardona es una red de conexiones y paratextos que él busca explicarnos, mientras bebe sorbos de té y come galletitas dulces, otorgando un clima distendido y cómodo para charlar sobre letras y narrativas.
La Cárcel del Fin del Mundo abre con un prólogo que podría funcionar como un homenaje, una parodia, a los pastiches literarios o algo completamente diferente. ¿Se trata de un manifiesto, una declaración de intenciones o es otro el motivo? ¿Qué rol integra con el formato “libro de cuentos”?
Es raro el prólogo porque en realidad podría ser un relato más y, en verdad, fue el editor el que quiso que fuera prólogo. Toda la escritura de La Cárcel… es bastante anacrónica para mí, más allá de que hay un par de relatos que me gustan, otros no tanto. Son cuentos bastantes viejos que yo tenía previos al universo “Villa Celina” que se compone de cuatro libros (Villa Celina, El campito, Rock barrial y Las estrellas federales) y es un universo autobiográfico, por momentos realista, por momentos fantástico de ciencia ficción, pero con un anclaje muy concreto en una zona del conurbano bonaerense. En cambio, este libro va bien por afuera de ahí con relatos de distintas épocas pero que de algún modo tienen esto en común que tiene que ver con la monstruosidad. Ese relato que funciona como un prólogo es como un ejercicio, digamos, una versión medio juguetona en relación a la propia escritura, tomando el Frankenstein de Mary Shelley, pensando en todo lo que uno deposita en la escritura de un libro para terminar dando a luz a algo completamente distinto, por qué no monstruoso. Busqué hacer de eso un valor. Tal vez esa idea también fue importante para decidirme a publicarlo porque la verdad no estaba muy seguro. Fue como una suerte de regalo a ese yo, a ese Juan del pasado, que durante horas escribía aquellos cuentos, que quería publicar y que se sentía muy solo. Ahora que se me dio la oportunidad de publicar libros, de que me lean, de ser abordado críticamente desde el periodismo, de ser leído en escuelas y universidades, tenía la oportunidad de hacer como un salto en el tiempo y decir, bueno, te publico estos cuentos. Pero había que unir la serie. Me parece que los paratextos, tanto el prólogo como el epílogo, esos ensayitos sobre monstruos, un poco funciona como para unir esta masa de relatos diversos. Soy de usar los paratextos porque me gusta pensar mi obra muy en términos de universo pero uno corre el riesgo de cometer el pecado de explicar su propia obra o de tener una ambición de manifiesto. Es como una pulsión que tengo, no pienso relatos sueltos, siempre estoy pensando en término de series y en torno a la idea de construir universos.
“Yo creo que la literatura nacional está armada por infinidad de autores de distintas épocas, tanto los canónicos como los periféricos, tanto los autores que se han convertido en centrales como en otros de culto. ¿Quién podría atribuirse ser la literatura nacional? La literatura de un país es diversa y me parece que todo el tiempo está en transformación”.
Entonces, decidiste publicar estos relatos inéditos que se mueven por fuera del “conurbano”, con el que se ha identificado tu literatura. ¿Es un juego deliberado contra las formas que estableciste?
Antes de escribir toda esta saga matancera, yo había escrito muchos cuentos, más de cincuenta, de una escritura más amateur pero con mucho sacrificio, mucho trabajo, muchas horas y mucha dedicación. La verdad es que fueron de una etapa medio de imitación y de búsqueda de un universo propio que todavía no encontraba. Yo empezaba a estudiar letras y recibía una influencia medio así como de la alta literatura, de pensar cuentos literarios en relación a cierto clima o temática más solemne. Con el tiempo me di cuenta de que ese no era el camino, pero de toda esa cantidad de relatos había algunos que se podían rescatar y creo que algunos de esos están en el libro. Tal vez los que más me gustan que son el del Petiso Orejudo y “Agujeros de Agua”, que son relatos de una etapa posterior en la que tenía una escritura más armada, a diferencia de otros que tal vez son más efectistas, estos cuentos fantásticos medio siglo XIX, que, sin exagerar, algunos creo que los escribí hace más de veinte años y ahora corregí y revisé, tratando siempre de respetar el espíritu original. Entonces, en definitiva, no es que publiqué deliberadamente contra mi propio universo pero sí es cierto que con Estrellas Federales yo le di un cierre, no se si definitivo, a ese mundo y también esto era una oportunidad de mostrar otro tipo de cosas, otra faceta.
Parte de esta construcción parece notarse en cierto hilo que conduce a los cuentos, con elementos que se introducen en uno y toman protagonismo en el siguiente, ¿es deliberado? ¿Cuánto de un libro de cuentos es constituido por la secuenciación de los textos?
Yo pienso mucho el orden. Sobre cómo armar el orden dentro del índice dudo hasta último momento. De hecho, cuando ya estaban las galeras y el editor me había mandado la versión corregida, yo seguía metiendo cambios. Llegué a sacar un cuento y meter otro a último momento. Nunca termino de estar convencido pero lo que me pasa es que trato de buscar unidad. Creo que en todos mis libros, sobre todo en los de relatos (Villa Celina, Rock Barrial) pasa eso de que hay como hipervínculos, incluso entre los libros. Por ejemplo, personajes de El campito que reaparecen en Estrellas Federales, de Villa Celina en Rock Barrial. Me gusta todo el tiempo, insisto, pensar en términos de universo. Para mí, el mundo de Villa Celina fue trabajar en una zona y hacer distintas entradas pero todo el tiempo ir como conectando, generando relaciones sinápticas dentro de las hojas, dentro de los relatos.
Y el hilo que une la serie en este caso es la monstruosidad…
Sí, tiene como tema predominante la monstruosidad. Hay muertos, hay fantasmas, hay cadáveres, todo el tiempo aparecen temores y deseos concentrados en la monstruosidad. Una monstruosidad que generalmente construye una comunidad, porque el monstruo es una construcción de la comunidad. En mis clases doy taller de escritura creativa y cuentos norteamericanos y tengo muy trabajado lo que es la literatura fantástica. Me gusta mucho armar este tipo de series quizás porque crecí desde chico leyendo genero, mucha fantasía y ciencia ficción, colecciones de aventura y policiales. La monstruosidad la trabajé de distintas maneras. El último texto, el de las noticias sobre el Hombre Gato, son noticias reales, son fragmentos de diarios de la primera vez que viene el Hombre Gato al conurbano bonaerense. Es algo que yo meto en mi libro de Villa Celina, es una aparición medio extraña, medio insólita, que va a volver en la década del noventa. En YouTube hay una noticia de Crónica TV, muy desopilante, del Hombre Gato en Villa Celina. Ese texto final sirve para linkear con libros anteriores, con el relato del Hombre Gato en Villa Celina y también con el Hombre Gato que aparece como personaje en El Campito y está en la tapa.
Los relatos están poblados de alusiones a figuras del folclore argentino, ¿cuál es el juego que se establece entre estas versiones ficcionales y la “historia oficial”?
A mí siempre me interesó trabajar con los relatos orales. La literatura es una disciplina artística, y muy lúdica, en la que uno no necesita mantener fidelidad o rigurosidad con los hechos históricos. Importa lo que pasó y lo que podría haber pasado pero siempre hay algo de ucronía en esos ejercicios que trabajan con el pasado. Hay algo que modifica al relato oficial pero, de todas maneras, hay muchos elementos reales. Quizás hay verdades mezcladas con mentiras, porque en la mayoría de esos cuentos metí bastante de investigación. En la del Petiso Orejudo hay bastantes situaciones reales y lo mismo con los cuentos del siglo XIX. Pero siempre en contacto con la ficcionalización. Ahora está de moda todo lo que es la crónica periodística, la no ficción, este género que en la Argentina inaugura Rodolfo Walsh y que es una escritura que se alimenta de la investigación, a diferencia de la literatura que se alimenta de la imaginación. En ese sentido no son relatos de crónica periodística. Aparecen elementos reales, fruto de la investigación, pero con la ficcionalización típica de la literatura, con la escenificación, con la emoción, que se construye desde lo que se inventa.
Tu obra ha sido relacionada con lo popular, el “conurbano” y lo sociopolítico, sin embargo, en este libro esos son elementos que crepitan en segundo plano… Hay un lugar común de la literatura local que clasifica todo entre Arlt y Borges, ¿podemos decir que abandonaste a Arlt por Borges en esta ocasión? ¿Hay un Borges popular? ¿Existen realmente estas dicotomías?
Yo creo que en la literatura todo es un rompecabezas y todos van aportado piezas valiosas. Tampoco tenemos que pensar tanto en términos de meter otra grieta más, entre Borges y Arlt, pero es cierto que son tradiciones, uno no lo puede negar. Hay otras que quizás salen de esa dicotomía. Uno podría pensar en la tradición de Marechal o la de Manuel Puig. Y bueno, uno podría seguir pensando en personajes de la literatura que han escrito con voz propia y que han roto con esos mandatos tan fuertes. Quizá el mundo de la cultura popular que aparece en el mundo Villa Celina uno podría linkearlo con Arlt; de hecho hay personajes de Roberto Arlt, en El campito aparece Erdosain que finalmente logra hacer la rosa de cobre gracias a las aguas residuales del Riachuelo, aunque también aparecen personajes de Marechal. Sin embargo, en el universo de Villa Celina también hay algo de Borges. Yo leí mucho a Borges y creo que sí que hay un “Borges popular”. Borges no es solamente el escritor de la élite o algo inalcanzable, de hecho tiene sus más sencillos, criollistas, de los arrabales de Buenos Aires, de un viejo Palermo que es como un conurbano de aquella época. Uno no sabe qué es lo que te está influenciando a la hora de escribir tantas cosas pero sí puedo decir que Borges está, como está Arlt, como está Marechal, como está Juan Rulfo, como están las autoras del gótico sureño, Carson McCullers y Flannery O’Connor. Es verdad quizás La Cárcel… tiene un clima, una atmósfera, tal vez más borgeana, a diferencia de esa percepción más arltiana que uno podría tener en Villa Celina, pero hasta ahí. Es una buena hipótesis para pensar en términos de lectura. No sé en términos de escritura porque ahí es más misterioso como funciona todo.
¿Hay una literatura nacional? ¿De quién?
La hacemos todos. Yo creo que la literatura nacional está armada por infinidad de autores de distintas épocas, tanto los canónicos como los periféricos, tanto los autores que se han convertido en centrales como en otros de culto. ¿Quién podría atribuirse ser la literatura nacional? La literatura de un país es diversa y me parece que todo el tiempo está en transformación. Incluso el pasado de esa literatura está en transformación. En nuestra época, por ejemplo, desde hace algunos años el feminismo ejerce una fuerza, una energía, a la hora de leer la literatura argentina. Siempre los programas de las materias han sido muy dominados por nombres de hombres, todo muy patriarcal, pero ya en el siglo XIX hubo muchas escritoras argentinas importantes y que son rescatadas, como Eduarda Mansilla, Rosa Guerra y varias más; lo mismo pasa con las autoras del siglo XX y ahora en la actualidad existe cantidad de narradoras extraordinarias. A mí en lo personal siempre me interesó construir una literatura ambientada en un universo propio, que es el universo autobiográfico de Villa Celina, pero que no quedara como un gesto costumbrista o de memorias o algo folclórico, quería aprovechar ese conocimiento, esa experiencia de esa geografía, porque sabía que estaba literaturizando por primera vez una zona que no tenía demasiada presencia en nuestra literatura. Podríamos decir que el conurbano bonaerense tenía muy pocas obras ambientadas en ese lugar. Se puede pensar en Flores Robadas en los Jardines de Quilmes de Jorge Asís, en Lanús de Sergio Olguín, y no mucho más. Los grandes autores, como Borges, Arlt y Marechal, cuando van al conurbano en alguno de sus libros lo hacen generalmente como una excursión y después vuelven, aparece como ese lugar peligroso que narra la literatura argentina desde El Matadero. Siempre el borde de Buenos Aires es el drama de la inseguridad y me parece que yo pertenezco a una generación de autores que hemos narrado el conurbano desde otro punto de vista, que no es el del miedo del porteño, que le tiene miedo a esas puntas de lanza que recortan el horizonte del siglo XIX, que en cualquier momento vienen a saquear o vienen a invadirnos. La Cárcel… es un libro libro atípico que va por afuera y en un punto es más federal, porque los otros son libros muy conurbanos, pero este tiene historias en Ushuaia, Corrientes, Córdoba, etc. En ese sentido es un libro que se interna “tierra adentro”.
“Creo que sí que hay un ‘Borges popular’. Borges no es solamente el escritor de la élite o algo inalcanzable, de hecho tiene sus más sencillos, criollistas, de los arrabales de Buenos Aires, de un viejo Palermo que es como un conurbano de aquella época”.
Lo último, ya más en contexto, ¿cómo ves la situación de la literatura argentina en estos años de macrismo? ¿Qué te parece se puede hacer o esperar de cara al futuro?
Está muy complicado. Yo he hablado con algunas personas y me cuentan que hay muchos autores que tienen contratados libros y que la editorial sigue postergando la salida de ese libro. Yo la verdad tengo mucha suerte de estar en una editorial como Interzona que donde se agota uno de mis libros lo reeditan. Pero en general hay una gran crisis. Me han contado de autores que capaz en un semestre no venden un solo libro. Hay una recesión total. Sin embargo, paradójicamente, nuestra literatura tiene algo de fábrica recuperada. Lo tuvo después de los noventa, del 2001, y lo vuelve a tener ahora. Me parece que en ese sentido la base de la literatura, el under literario, entra en esa energía de la clase trabajadora argentina, que es mutar donde hay crisis, donde ya no tenés laburo, donde ya no hay oportunidades, donde hay inflación, donde ya no se vende nada, vas a la changa, vas al rebusque, te juntas con otros. Y bueno, nuestra literatura tiene tradición cooperativista hace muchos años en las editoriales independientes, en la autogestión. Incluso con los ciclos de literatura, que es una forma de publicación oral muy barata, básicamente te reunís en un lugar y el autor puede leer sus cuentos, sus poemas, y es también una forma de circulación. Ya de forma más reciente aparecen las revistas virtuales, como la de ustedes. Yo dirigí la revista El Interpretador, que fue una de las pioneras de las revistas literarias argentinas en Internet. Internet es una herramienta interesantísima de bajo costo que permite publicar, circular y llegar incluso a lugares alejados. Me parece que la resistencia cultural siempre es contracultural, más allá de que cambien los vientos y venga una época difícil donde el Estado en cultura la verdad que no apoya prácticamente nada. Hasta hace cuatro, cinco años, desde el Ministerio de Cultura se publicaban libros y se organizaban cosas muy interesantes. Por ejemplo, desde el Ministerio de Educación salía la “Colección de Poesía Juan Gelman” que llegó a todas las escuelas, una colección extraordinaria. O sea, la literatura era también una política de Estado. Hoy eso no se ve, pero insisto, siempre la literatura se la rebusca, muda de piel, se autoorganiza para seguir adelante. Lo que pasa en Buenos Aires… en la Argentina, en verdad, porque lo que pasa en otras ciudades, sobre todo en ciudades grandes como Córdoba, Mendoza, Rosario, o lugares como Bahía Blanca que es un pueblo de producción de poesía ya histórico, en todos esos lugares hay un under muy vivo, muchos que escriben, que leen, que arman la editorial, que arman la revista. Estuve tres meses en Alemania este año y ahí lo que pasa es que en seguida vos tenes una beca, pero lo raro es que ahí no tienen un under tan fuerte como el nuestro. Yo creo que el mundo -no sé, la verdad no conozco- pero imagino que capaz en Nueva York, con toda esa historia ligada al arte, a la música, al rock, a la poesía, puede llegar a haber un under como el nuestro. Acá es una cosa extraordinaria, donde todo el tiempo pasan cosas muy interesantes. Somos como un país muy artístico en ese sentido.
Juan Diego Incardona
La cárcel del fin del mundo
Interzona