Hoy se cumplen cinco años de la muerte del escritor, performer y pionero del activismo homosexual chileno, Pedro Lemebel. La película documental, dirigida por Joanna Reposi y concluida hace tan solo un año, recorre su obra performática.
Por Laura Bravo.
Escritor, performer, pionero del activismo homosexual chileno, son algunas de las taxonomías posibles para Pedro Lemebel. Este documental recorre la puesta en cuerpo de su obra. “Lo que se llama identidad de género”, dice Judith Butler (1998), “no es sino un resultado performativo que la sanción social y el tabú compelen a dar”. Así, el cuerpo encarna posibilidades culturales e históricas, actúa, dramatiza.
Joanna Reposi se propuso hacer una película sobre la obra visual de Lemebel, perfil que concita su atención de cineasta. Se trata de una reinterpretación del archivo que lleva a cabo junto al protagonista a lo largo de ocho años durante los cuales lo filma de manera intermitente, miran sus fotos de niño, proyectan diapositivas, exploran la narrativa del recobro. La película se termina cuatro años después de la muerte del artista.
Desde 1987 hasta 1997, Pedro Lemebel y Francisco Casas conforman Las yeguas del apocalipsis; entre otras apariciones del dúo se destacan la entrega de una corona de espinas a Raúl Zurita en 1988, A media asta y Refundación de la Universidad de Chile, en la que ingresan desnudos sobre una yegua a la Facultad de Artes junto a las poetas Carmen Berenguer, Nadia Prado y Carolina Jerez. Sobre el final del siglo XX, Lemebel y Casas eligen caminos diferentes.
“Antes del artista, incluso, está el homosexual”, reivindica Pedro, quien se distancia de la palabra gay porque, desde su óptica, no refleja al homosexual pobre chileno. La dictadura de Pinochet presenta un panorama desalentador para el colectivo: torturas y asesinatos en las calles, homofobia, xenofobia. En ese contexto, cada aparición, aunque más no sea un encuentro literario en un bar, es política.
“La actividad performativa de Lemebel evidencia el desencuentro entre él y sus contemporáneos; esto impone que su voz se amplifique recién en el grito de la primavera de 2019. Una voz que no concibe derechos humanos sin mención a las minorías”.
Los actos, a criterio de Judith Butler (1998), tienen una duración temporal dada y son tanto experiencia compartida como acción colectiva donde el acto es el género y el actor. No es un asunto individual, no escapa a la influencia de la norma familiar, no es original porque ha sido ensayado previo a su reproducción como realidad. Pedro se ve de niño en la casa en que transitó su infancia, recuerda el amor de su madre, la bondad de su padre, las primeras metamorfosis solitarias. Vuelve, una y otra vez, a la mirada de los otros en diferentes situaciones. Esa mirada excede lo que despierta su producción artística, es la mirada con la que lo observa su generación, la del señalamiento violento y la prescindible comprensión piadosa.
Una foto lo lleva a Nueva York, al Festival Stonewall donde desfiló con su diadema de jeringas llenas de sangre, pechera de vísceras y una bandera con la leyenda: Chile return AIDS. Era el auge devastador del SIDA, en sus orígenes decodificado como castigo divino a la comunidad homosexual por sectores conservadores. Se conmemoraba el vigésimo quinto aniversario de la Rebelión de Stonewall, resistencia de la comunidad LGTB a una razzia policial que quebraba un ciclo de persecuciones ininterrumpidas en ese bar. Y Pedro estaba allí, con una inscripción que, como se devela en el documental, era incorrecta porque el artista no sabía inglés. La delegación chilena que integraba, portaba un cartel pidiendo el cese de la represión en Chile.
En sus Crónicas de Nueva York, Lemebel se reiría de ese momento, de su rareza india en la escena musculosa, rubia y viril del Greenwich Village. Es en el legendario Stonewall, devenido en tour para homosexuales con dinero, donde refuerza su hipótesis de que lo gay es blanco.
Pero Pedro no quiere hablar sin música. Descarta a Pimpinela, disfruta en cambio de Jeanette, una estrella del pop hispano que vendió millones de discos en los setenta y los ochenta, en particular de Corazón de poeta, corte de difusión del disco homónimo, un derrape de tristeza kitsch que tararea sin cesar.
El rostro del Lemebel, devastado por el cáncer de laringe, luce cansado. No obstante, persisten el uso estético de los gestos y los modos de mirar. En silla de ruedas, fugando de a ratos del hospital, con flores en su regazo e imprescindibles tacos altos, prueba otras formas de ser reina.
En 2014 el tiempo se acorta; entonces, en el frontis del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago lleva a cabo una de sus últimas performances. Líneas de neoprene arden sobre las escalinatas. Lemebel, desnudo en una bolsa marinera, rueda sobre los escalones encendidos. El acting es un homenaje a Sebastián Acevedo Becerra, quien se inmola treinta años antes, en protesta por la desaparición de sus hijos. En varias oportunidades aparece el fuego en la pantalla; en otras performances, en el vestido rojo con el que es proyectado en un edificio.
Todo puede interpretarse, todo puede ser performativo; también son performativos los actos del poder, no más que interpretaciones ante un espectador. Para Herzfeld (2011), hay dos actores: el performer y la audiencia que podría hacer una interpretación distinta a la que se pretende. En este aparente fracaso está la riqueza que revela diferentes socializaciones en una misma cultura. En este sentido, la actividad performativa de Lemebel evidencia el desencuentro entre él y sus contemporáneos; esto impone que su voz se amplifique recién en el grito de la primavera de 2019. Una voz que no concibe derechos humanos sin mención a las minorías.
“¿Tiene miedo que se homosexualice la vida? / Y no hablo de meterlo y sacarlo / Y sacarlo y meterlo solamente / Hablo de ternura compañero / Usted no sabe / Cómo cuesta encontrar el amor / En estas condiciones”, reza un fragmento del Manifiesto (hablo por mi diferencia), que conmueve cada vez que lo leemos porque sobre estas palabras se yergue el peso de la opresión interseccional donde la condición homosexual roza la posibilidad de contraer SIDA, de ser tercermundista, pobre, indio.
No se trata de un documental biográfico, de hecho la literatura solo aparece en la medida que el fluir de la acción lo demanda. Otro tanto sucede con ciertos amigos que denuncian la omisión. Para eso está Google, replicará Reposi. Es que lo que la directora nos ofrece es una búsqueda de verdad y belleza tan condenada al territorio de lo inefable como el mismo Pedro Lemebel.
Lemebel. Una revolución marica
Joanna Reposi Garibaldi
Largometraje documental, 96 min
Dirección y guión: Joanna Reposi.
Investigación: Evelyn Vera y Mónica Fuschini.
Solita Producciones