A más de dos meses del fallecimiento de la escritora y periodista estadounidense que formó parte del new journalism, recorremos lo que nos dejó su obra, un testimonio que dista del sueño americano.
Por Laura Bravo.
“Y con esto no quiero decir una «buena» escritora ni una «mala» escritora, sino simplemente una escritora, una persona que pasaba sus horas de mayor pasión y concentración disponiendo palabras sobre pedazos de papel”.
Joan Didion fue reportera, escritora y guionista. Nació en 1934 en Sacramento (Estados Unidos). Estudió en la Universidad de Berkeley una vez que fracasó su plan de estudiar en Stanford, error del destino del que se jactaría por siempre. Trabajó como crítica cinematográfica y literaria en The New York Times, Esquire, The New York Review of Books, entre otros.
La tradición la menciona en la lista sagrada de reporteros del new journalism. Junto a su marido, el escritor John Gregroy Dunne, formó parte de un grupo de intelectuales cercanos a Hollywood durante la segunda mitad del siglo XX. Fue una prestigiosa autora de crónicas y libros de ficción. No obstante, recién se transformó en best seller internacional con sus dos experiencias de duelo: El año del pensamiento mágico, en el que narra la muerte de su esposo, y Noches azules, el relato de la pérdida de su hija.
Es que el Estados Unidos que testimonia dista bastante del american dream, se trata de una nación agitada por la crisis financiera, por la desigualdad, por la discriminación racial, por el desencanto de sus juventudes.
Lo que quiero decir es una recopilación de doce artículos inéditos en español, la autora los escribe desde su clásico rol de narrador testigo. Leí este libro unos días antes de que Joan Didion muriera, pospuse la reseña para correrme de la obligación del obituario. Tomé apuntes mínimos para no perder las percepciones iniciales de lectura: “énfasis en ritmos e imágenes”, “divertida e inteligente”, “diccionario Oxford”, “profunda y pertinente”, “irónica, tan irónica”.
Algunos de los textos operan como manual de escritura del buen periodista, como un listado de normas básicas para que las frases suenen simples, para que las subordinadas no sean infinitas, para que la combinación y el reemplazo de palabras sean apenas un juego. O quizás, para que reverbere en nosotros la frase que Joan escuchaba en la redacción de Vogue: «Repásalo una vez más, cielo, todavía le falta un poco.»
Releo sus crónicas trazando una comparación imaginaria con mis lecturas infantiles de Claudia, biblia profana de mis tías en la década del ’70, una revista dirigida a mujeres que buscaban su espacio en el mundo del trabajo, abiertas al psicoanálisis, curiosas ante la figura de Salvador Dalí, fascinadas por los viajes de Teté Coustarot a la Isla de Pascua. En las antípodas de Didion, me digo, las tías eran migrantes del interior del país explorando mejores oportunidades en la publicación de moda. Tan cercanas a Didion, corrijo, sabedoras de que el futuro no se acotaba a los mandatos convencionales. Supongo que es solo una coincidencia generacional, pero no la puedo eludir, hay algo en el tono de aquellas notas que me recuerda a Didion.
En El centro cede (Griffin Dunne, 2017), una Joan treintañera observa callada a los visitantes mientras se sirve Coca fría y mastica las almendras que le mandó su madre para las fiestas. “La gente del rock and roll era el sujeto ideal para mí. Viven sus vidas en frente mío”, argumenta; algunos de los sujetos de los que habla: Jim Morrison, Janis Joplin, los Grateful Dead. Es que el Estados Unidos que testimonia dista bastante del american dream, se trata de una nación agitada por la crisis financiera, por la desigualdad, por la discriminación racial, por el desencanto de sus juventudes.
La autora demuestra una enorme sensibilidad hacia las preocupaciones y voces de su tiempo. Traslada a la escritura sus intereses artísticos, su visión de lo alternativo, sus antipatías políticas. Se siente cómoda en su clase social y en la elite a la que pertenece, aunque no por eso es complaciente. La distancia desde la que simula mirar a sus contemporáneos es una ilusión, parece estar más allá de las necesidades cotidianas hasta que menciona, casi al pasar, el precio de la cinta de rayón en un negocio neoyorkino.
Tal vez lo que sobresale en la construcción de los perfiles que aparecen en Lo que quiero decir, es la facilidad con la que Joan desnuda la incidencia que la cultura, la formación religiosa, las obsesiones, las depresiones e incluso la estupidez pueden tener en las vidas de esos personajes. Es que, sin dudas, interpreta como nadie el modo en que esos influjos conscientes e inconscientes se propagan en las biografías con la potencia inocente y convulsiva de una piedra en el agua.