Vértices

Carlos Belloso: “Me reconozco un actor que, no contento con hacer un personaje, quiere buscar otro distinto”

El multifacético actor de cine, teatro y televisión recorre sus primeros pasos en el mundo de la actuación y los principales personajes que marcaron su trayectoria, en tanto que analiza los efectos de la pandemia en el ambiente artístico.


Por Pablo Pagés y Marvel Aguilera. Fotos: Dante Fernández.

Alguna vez Greta Garbo dijo sobre su colega Lon Chaney que era “un creador de ilusiones que estimula la imaginación”. No parece casualidad que Carlos Belloso (1963) tenga como máximo referente al “hombre de las mil caras” del cine no sonoro. En cada uno de sus personajes hay un juego que incita la corporalidad donde lo gestual y lo físico construyen un lenguaje particular con su público, ya sea desde la butaca de un pequeño teatro o desde la cena de una mesa familiar en la televisión masiva. Belloso es un actor popular, más allá de cualquier tira o película en la que participe, hay algo en él que conecta con el público: una cercanía de ese Munro rodeado de fábricas y laburantes en su dinámica barrial; una conexión entre la risa y la angustia que emana cada uno de sus papeles, entrañables, tan vívidos, como el “Vasquito” de Campeones o “Donatello” de Culpables. Belloso, como su exponente ideal, trabaja de crear ilusiones, pero no se trata de engaños, sino de un ejercicio por fomentar el acto de la imaginación, de hilar recuerdos entre la nostalgia y lo onírico en la búsqueda de una emoción que trascienda lo perceptible.

Con un registro actoral que puede evocar la ternura incluso en un capo del crimen organizado, Belloso se mueve en la mímesis que aprende de la observación social. De la creatividad impetuosa de Los Melli en el Parakultural a la gran pantalla del prime time televisivo, en esa rueda actoral repleta de máscaras, pero también de identidades reconocibles para su público que lo han convertido en una referencia irrefutable de la representación actoral. El paso de los años, y de tantos personajes, lo sigue encontrando en esta actualidad pandémica, danzando como un buen bailarín en este exótico coliseo que se despliega entre la Avenida Corrientes y las plataformas de streaming.

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¿Cuáles fueron esos primeros pasos en donde empezaste a reconocerte como actor?

Mis comienzos como actor son erráticos, aunque yo sabía que quería ser actor. Después del servicio militar, que me tocó en el ’82 durante el conflicto bélico por las Islas Malvinas, me dije “yo quiero profundizar en el arte, quiero ser actor, quiero pintar, quiero hacer música, todo lo que tiene que ver con el arte, porque me quiero expresar”. Necesitaba expresarme, más en esa época. Y para empezar a actuar hice un curso en el Conservatorio, pero me rechazaron, me dijeron que no servía como actor. Y de ahí hice otro curso -que terminé- en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Pero, básicamente, era en paralelo a trabajar. Tuve un grupo de marionetas, en donde Oscar Muñoz era el director. Eran marionetas con piolines, con las que trabajamos en una obra que se llamó La batalla de las nueve lunas, donde trabajé bastante y paralelamente estudiaba. Después, al mismo tiempo, empecé a trabajar en el Parakultural haciendo pequeñas cosas, un duo que se llamó “Los Melli” con Damián Dreizik. Números solos o integrados a otros grupos. También pintaba, hacía música. El Parakultural era uno de los lugares de un circuito under que había en los ochenta, junto con Cemento, con Mundo Varieté, Porco, Paladium, El Depósito, el Einstein; muchos lugares donde uno podía trabajar actuando, ya sea como actor, performer o simplemente que te pagaran por hacer algo que a veces ni sabíamos qué era.

¿Y tus viejos a qué se dedicaban?

Mis viejos se dedicaban a cosas muy diversas. Mi mamá era enfermera en la Orden Samaritana de la Cruz Roja. Trabajó en la maternidad Santa Rosa de Villa Martelli, una maternidad muy grande que recibía a toda gente de la zona norte muy carenciada, una maternidad muy conocida en la zona. Y mi mamá tenía un hermoso trabajo, a ella le encantaba el servicio, y la Orden Samaritana de la Cruz Roja era dar todo. A veces por el barrio daba inyecciones y tomaba la presión gratuitamente. Era conocida en el barrio como la enfermera Hortensia, y me daba mucho orgullo acompañarla en esos servicios. Por otro lado, mi viejo era comerciante, carnicero de toda la vida en el barrio. Si tenía algo alternativo, y que cuando llegaba a casa le aliviaba un poco la cabeza, que era armar televisores. Los armaba para el barrio. Le pedían y él los armaba. Compraba los materiales y cobraba la mano de obra, y por un dinero muy bajo los vecinos tenían televisor.

Marvel creo que tampoco lo sabe pero yo (Pablo), al igual que vos, nací en Munro y parecemos tener la misma franja etárea. En mi caso sólo viví un año y tuvimos con mis viejos que rajar a Tandil, a una suerte de exilio interno. ¿Qué significó para vos esa infancia allí y en esa época?

Efectivamente soy de Munro. Una ciudad de trabajo, fabril. Más que nada en Villa Martelli, zona de fábricas. De hecho yo trabajé en una química en Munro, cerca de la estación. Mi infancia fue, digamos, frente al ferrocarril General Belgrano: terraplén, calle de tierra, sauces por muchas cuadras. Yo vivía trepado a los árboles, hacíamos con mis amigos casas ahí, charlábamos horas. Era nuestro modus vivendi. Después, Cine Astral de Munro, Cine Regina, que quedaban en Velez Sarfield. Ahí vi todo el cine del mundo, desde los “Spaghetti” hasta las de Lando Buzzanca, Isabael Sarli, Lawrence de Arabia; vi todo el cine del mundo, y argentino también. Las películas que se estrenaban acá como las de Sandro, las vi en esos cines. El Cine Regina era un poco más petitero. Se estrenó ese cine cuando el cine continuado ya era historia. El Astral era continuado, de las doce del mediodía hasta las ocho y media o nueve. Me la pasaba ahí. En el intervalo salía y comía el pancho y la coca o los famosos caramelos Mumú, que se te pegaban en el paladar. Munro para mí es mi lugar, tengo siempre el aroma, el recuerdo de Munro, que es no es un recuerdo prístino y maravilloso, sino un recuerdo de donde pertenecí y rescato ciertos imaginarios que los vuelco en algunas cosas creativas. Soy un hombre de Munro, en vez de un hombre de mundo.

¿Tuviste en tu familia alguna influencia artística en general o eso se despertó desde otro ámbito?

En mi familia tuve una influencia que fue mi hermana. Tengo dos hermanos, uno que me lleva 18 años, Rubén; y mi hermana María Lucía, que me lleva 15 años. Yo me llevaba mejor con ella y entonces fue mucha influencia para mí de todo tipo, y artísticamente también. Ella leía libros que a mí me interesaban. Estudiaba grafología, que me gustaba y la ayudaba a estudiar. Humanidades. Fisionómica. El estudio del rock, que me ayudó mucho para la composición. Ella siempre hacía cursos, y me interesaba saber lo que había hecho. Igualmente, no fue artista, fue contadora pública. Mi hermano tampoco, fue comerciante, no tuvo nada que ver con el arte. Mis padres tampoco en algún punto, salvo estas influencias de mi madre contando chistes, y mi padre hablándome de temas que me interesaron de más grande. Influencias directas no, pero influencias sí, obviamente.

Tenés un registro en tus personajes marginales muy interesante, ¿por qué crees que se da eso?

Mis personajes marginales surgen en realidad de la observación de la calle. Pueden llegar surgir de ese Munro con personas que realmente eran marginales y que recuerdo. Pueden surgir también de la observación de la realidad, que tenían que ver con eso. Y al mismo tiempo, sin la sobre actuación de lo marginal, tratando de llegar siempre a la verdad. Porque un personaje marginal no tiene que necesariamente comerse las “s” y hablar sin dientes. Hay personas marginales que no tienen esas condiciones y pueden llegar a ser marginales. Es muy fácil caer en el estereotipo del marginal, el que se come las “s” o pone cara de malo. Yo me siento un marginal a veces, me siento un poco así. Obviamente que hay un espectro de composición, sé que un marginal va a estar muy distante de algún personaje que habré encarado, por ejemplo con Lucrecia Martel en La niña santa o un doctor en una conferencia en un simposio de un hotel. Ahí hay dos puntas distantes. Tiene que ver con saber que un marginal está distante de algo o un doctor está distante de lo marginal. Pero no hay algo concreto. Si hay cosas que tienen que ver con el texto, que uno tiene que evaluar a la hora de encarar un marginal o un sordomudo o un hombre sin brazos. Es todo un conjunto de variables que uno pone sobre la mesa para hacer el trabajo y en lo previo al asumir un personaje.

¿Te reconocés como un actor que tiene una versatilidad en el registro de sus personajes?

Me reconozco un actor que no contento con hacer un personaje, quiere buscar otro distinto. Entonces esa sería mi versatilidad, si la tengo. Igualmente, soy muy admirador de un actor norteamericano del cine mudo, Lon Chaney. Un actor que siempre tuve en mi ideal. Hay que saber y conocer un poco a Lon Chaney para darse cuenta de que él sí tenía versatilidad, era el hombre de las mil caras como se lo conoció. Un enfermo de la transformación. Ese es el punto más álgido de la actuación audiovisual y a partir de ahí, todos son intentos de ser como el más grande. Reconozco también a otros, como Alec Guiness, Peter Sellers, hay miles de actores que tienen esa impronta de la transformación, podría nombrar varios. Mismo en la escena nacional, nuestro Lon Chaney fue Narciso Ibáñez Menta, un faro de la actuación y la transformación, de la versatilidad; u Homero Carpena, el padre de Nora, que también era un actor que lo tenía como recurso. Más allá de que eran buenos actores, y había una transformación interior, lo acompañaban del exterior: maquillaje, buenas prótesis, buena peluquería. Era una generación muy inspirada en Lon Chaney. Yo prácticamente no tuve la oportunidad de trabajar tanto el maquillaje como hubiera querido. Es también algo delicado, porque en esta época del high definition, más exigente, se nota mucho, y prefiero ser más verdadero que virtuoso del maquillaje. Por eso a veces con una gestualidad puedo llegar a apoyarme en algo muy interior, una actuación que va desde adentro hasta afuera. Desde ahí puedo llegar a poder ser y mostrar algo verdadero que esté emparentado al interior. El exterior con un buen maquillaje puede tener magia, pero con uno malo puede haber un papelón bíblico.

¿Cómo apareció la dupla de “Los Melli” con Damián Dreizik?

Los Melli aparecieron en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Con Damián Dreizik estudiamos juntos, trabajamos también juntos e hicimos poesía. Viviana Tellas hizo una obra de teatro donde necesitaba unos mellizos, nosotros encaramos eso como mellizos pero al mismo tiempo hicimos una juntada de guita para la producción de la obra. Y ella en el Parakultural hizo el primer festival de teatro malo, y Los Melli ahí le pusimos texto, cuando no tenían texto ni parlamento. Entonces ahí surgieron, en el Parakultural recitando poesía nuestra.

“Un personaje marginal no tiene que necesariamente comerse las ‘s’ y hablar sin dientes. Hay personas marginales que no tienen esas condiciones y pueden llegar a ser marginales. Es muy fácil caer en el estereotipo del marginal, el que se come las ‘s’ o pone cara de malo. Yo me siento un marginal a veces, me siento un poco así.”

En Tumberos, interpretaste a Guillermo Marmotta, alias “Willy”, un reo capo de la cárcel de Caseros, un personaje paradigmático en tu trayectoria. ¿Cómo trabajaste ese papel?

El personaje de Tumberos lo trabajé de una forma extraña, como suelo trabajar yo, que es recibir órdenes de la casualidad. Siempre estoy atento, cuando compongo un personaje, de no solamente saber cómo es, sino cómo lo puedo llegar a componer con lo que veo en ese momento. La serie se desarrollaba en la cárcel de Caseros, y esa cárcel tiene una especie de torreta: un castillo y puerta de hierro muy grande. Me dije, “estoy entrando a un castillo medieval”. Y cuando entré me mostraron las facas, que eran como espadas, con flejes de metal largas. Pensé que iban a ser cortas, pero eran como espadas. [Adrián] Caetano pensaba en caballos. Entonces se me fue armando una especie de visión medieval: caballos, espadas y castillos. Me dije, “¿qué personaje teatral, medieval, encaja dentro de Willy?”, y pensé en Ricardo III, el más cobarde de Shakespeare, que asume el poder con mucha maldad y sanguinolencia, y cambia su reino por un caballo para escapar de ese lugar. “Willy” es un Ricardo III con léxico gauchesco y marginal.

Pol-ka sin lugar a dudas fue una fuente de laburo para mucha gente. En ese lapso encarnaste desde el sordomudo “Donatello” de Culpables a “Quique” de Sos mi vida, entre otros papeles. ¿Qué significó entrar a ese universo Pol-ka más allá de lo económico?

La entrada a Pol-ka significó la popularidad, que la gente me reconozca. Lo primero que hice fue RRD.T., un programa con Carlín Calvo, que ahí me empecé a dar a conocer como actor. Todos pensaban que era bizco y ronco, y en la producción sabían que yo eso lo componía. Eso sirvió para que en Campeones me dieran la tarea de componer un personaje específico, que fue “El vasquito”. Una serie que duró dos años, una cosa impensada en Pol-ka en esa época, una tira diaria. Fue algo increíble. Entré realmente a la casa de la gente con ese personaje. Y después me llamaron para Culpables, una serie un poco más adulta. Tenía que hacer de hipoacúsico, sordomudo, y también ahí el tema de la composición fue dándome resultado. Luego, en la comedia Sos mi vida, con Natalia Oreiro, terminé de cerrar un círculo para mí muy lindo desde lo popular. Porque no sólo me reconocieron acá, sino que tuve la oportunidad de ir a Hungría, a Budapest, y allá me reconocían como “Quique de Sos mi vida”. Porque Natalia Oreiro estaba en esa novela, y ella es sinónimo de éxito detrás de la “cortina de hierro”. Eso fue muy hermoso -más allá de lo económico-, una etapa linda de mi vida.

En el 2008 ganaste un Premio Martín Fierro por su tu actuación en Televisión por la identidad, donde interpretaste al represor y apropiador Luis Falco, que secuestró al recién nacido Juan Cabandié. Esta historia es tremenda y verdadera. ¿Cómo fue el trasfondo de encarnar a ese personaje?

En Televisión por la Identidad efectivamente me gané un Martin Fierro por esa interpretación. Hacía de Luis Falco, que fue el padre apropiador de Juan Cabandié. Fue duro por un lado, pero al mismo tiempo lo trabajé también como algo que sonara más verdadero que maligno. En un punto lo que me planteé fue tratar de descubrir la humanidad que podría llegar a tener este apropiador. Más allá de sus modales y su impronta policíaca abusiva que estaba marcado en el libro, yo buscaba una humanidad. No justificarlo, pero si la posibilidad de que mucha gente se identifique con ciertas cosas y diga “puedo ser un monstruo también”. Lo que quería significar en eso era que lo humano hace más monstruo al monstruo. Porque si caía en un estereotipo, evidentemente iba a ser el monstruito de Monster Inc y yo no quería eso, sino que dijera algo realmente este personaje, que sea verdadero en cuanto a su humanidad, sus errores garrafales, superlativos. Que se diga “que monstruoso puede ser el humano también”. Que no se estuviera viendo un muñeco, sino un ser humano con errores imperdonables. Eso es lo que quise profundizar. Y me hice amigote de Juan Cabandié, no de salir pero de vez en cuando nos llamamos. Él me tiene mucho respeto y obviamente yo lo admiro e igualmente se lo tengo a él. Son esas cosas que te dan los trabajos en televisión. El conocer a personas que empatizás.

La Pandemia nos afectó mucho a todos. ¿Cambiaron para vos las reglas del juego?

La pandemia está cambiando mucho las reglas del juego. Después de dos años, actualmente, hay un rebrote inesperado donde mucha más gente corre peligro de contagio. Obviamente que se contrapone con un contagio que puede llegar a ser leve y poco mortal, pero sigue muriendo gente. En teatro es algo muy difícil, que se instalen las ganas de la gente de ir a llenar las salas. Los actores obviamente que tenemos que correr ese carro, porque es la comida de todos los días. Los protocolos en cine y televisión son precarios, hay muchos problemas, muchas producciones que se caen. Cambió una forma. También creo que en algún momento va a ser diferente, ya nos vamos a olvidar de este virus y vendrán otros problemas. Vendrán las inundaciones, que ya las tenemos; las erupciones volcánicas, que ya las tenemos; la lluvia ácida, que aún no la tenemos, pero que es probable que en algún momento la pronostiquen. Yo estoy muy caliente con respecto a eso, porque creo que el cambio climático es un problema del que nos estamos haciendo los boludos de forma atómica. Nos responsabilizan a todos, pero sabemos quiénes son los responsables directos de ese cambio: las grandes corporaciones, que no les importa nada que en África haya hambruna; uno mismo, que quiere mirar para otro lado. La película No mires arriba es una clara demostración de ese comportamiento humano. Es no mirar el problema, porque cuando lo mirás te querés pegar un tiro antes de que te lo peguen a vos o estallar en un terremoto. Pero la pandemia viene a hacer eso también, a darnos cuenta de que el mundo está cada vez peor.

¿Cómo pasaste vos, siendo artista, “la cuarentena”?

La cuarentena yo la pasé tratando de trabajar. Hice una película y una serie en pandemia. Obviamente, con toda la precariedad de hacerlo desde mi casa. Además, estuve muy activo en el instagram. Dibuje mucho. Pinté mucho, que era algo que me debía. Hice mucha música. Hice ventriloquía con mi muñeco Felipe. Desde mis redes pueden ver un poco mi estado en cuarentena.

¿Cómo es tu actualidad desde los proyectos laborales y las expectativas para este año?

Estoy en una comedia en el Multiteatro que se llama “Díganlo con mímica”, dirigida y escrita por Nelson Valente. Con Diego Gentile, Eugenia Guerty, Andrea Politti, David Masajnik, Gabriel Beck. Con la producción de RGB, Gustavo Yankelevich. Es una comedia. Obviamente que quería subir al teatro para hacer comedia, para divertir a la gente, para entretenerla. Era un deseo que tenía fervoroso. Y es una comedia que si bien es pasatista, hay cosas que uno puede descubrir. En este juego del “dígalo con mímica”, en una cena de amigos, el juego le pone un plus corporal a la comedia. Al mismo tiempo, no todos juegan de la misma manera: hay gente que le gusta ganar y gente que no le gusta perder para nada. Y cada uno de los personajes -son tres parejas- entran en un vértigo de emociones y sentimientos. Los resultados de los juegos empiezan a tallar dentro de esas emociones. Hay gente muy decepcionada con lo que está pasando. Y empiezan los reproches y los trapitos sucios a aparecer. No deja de ser una comedia ligera, pero al mismo tiempo uno puede venir a verse, identificarse, y pasarla bien. Después tengo otras cosas por otros caminos, que tienen que ver con una teatralidad un poco más de búsqueda experimental. Estoy experimentando con la estructura de 1984 de Orwell y viendo un Realismo Capitalista de Mark Fisher metido dentro de una distopía muy actual, pero al mismo tiempo descentrada. Eso es para desarrollar, pero yendo desde lo experimental. Este año, además, se estrena “Iosi, el espía arrepentido”, una producción de Amazon realmente increíble, con actores increíbles, que me cuentan dentro del elenco. Debo ser el menos increíble (risas). Hay mucha expectativa porque narra la época menemista, la época de la AMIA, y no deja de ser un entramado policial político, Y es muy interesante. Yo encarno a Kadar, un árabe de esa época. No puedo explicar más, pero ya se va a estrenar.


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