La película codirigida por Alfredo Martín e Ignacio Verguilla reinterpreta los límites entre el teatro y el cine desde la experiencia más vivida de la creación de una obra y el recorrido sensible de los actores de la compañía.
Por Marvel Aguilera.
Gilles Deleuze decía que el arte genera obras que producen y alteran la vida misma, que son las que impulsan el pensamiento subjetivo de cada uno de los involucrados. Un accionar que no parte de las personas en particular sino del hecho artístico en sí, que es quien empuja la voluntad artística de ellos. Lo que escriben los espejos, el documental de Alfredo Martín e Ignacio Verguilla parece ser parte de ese postulado, generando a través del puente teatral y cinematográfico una experiencia auténtica de percepción sobre el acontecimiento artístico, una búsqueda estética que sobrepasa los límites impuestos por las disciplinas para trazar un continuo que nos hace olvidar las fronteras entre la ficción y la realidad.
Los actores que integran la compañía teatral están comprometidos desde cero con la puesta de la obra “Abandonemos toda esperanza”, una pieza reescrita por Alfredo Martín a partir del texto “En Familia” de Florencio Sánchez. Ellos son parte de un trabajo permanente en el registro de sus interpretaciones actorales que trasciende al propio ámbito teatral; los interpela en su cotidianidad, en cómo viven, en el ejercicio de su pensamiento. El transcurrir de la obra y la separación en actos, también es un corte en su involucramiento, un in crescendo en las emociones que van nucleándose a medida que el estreno de la obra en Andamio 90 se aproxima.
Las imágenes captadas por el lente de la cámara en los ensayos toman otro matiz, parecen exponer lo vívido, aquella tragedia que sobrepasa al propio texto, el drama mismo de la condición humana: los interrogantes de las y los actores, las inquietudes de su director corrigiendo tonos y secuencias de la obra; todo se arremolina en un acontecimiento que pone al espectador en la necesidad de entregarse a lo perceptual, a la poesía de los planos, a las preguntas retóricas que dan pie a las escenas observadas de reojo, como si uno mirara por el rabillo del ojo; a problematizar, a fin de cuentas, lo que nuestros sentidos nos condicionan a experimentar.
“Ellos son parte de un trabajo permanente en el registro de sus interpretaciones actorales que trasciende al propio ámbito teatral; los interpela en su cotidianidad, en cómo viven, en el ejercicio de su pensamiento”.
El silencio sacro de la sala Andamio ’90 en los planos iniciales se va tiñendo, lentamente, a medida que transcurren los ensayos, produciendo una efervescencia que transmite el proceso de creación con sus altos y bajos, con las efímeras pinceladas vistas en la obra que, sin embargo, cada actor trabaja arduamente desde su oficio pero también en la intimidad de su reflexión. Porque lo teatral transita con ellos adonde sea que vayan, los moldea filosóficamente.
El estreno de la obra, como una libación, un ritual de entrega hacia el público pero también hacia el propio colectivo, cierra una ceremonia familiar, íntima y a su vez social. Porque Lo que escriben los espejos está construida desde esa interacción de sus protagonistas con el entorno, con los climas, los ánimos y contingencias que hacen a su propia vida. En esos pequeños detalles está la autenticidad plasmada arriba del escenario de forma colectiva. Porque el arte infunde pensamientos, hace transgredir las normas que nos imponemos para rendirnos a la espontaneidad del hecho, a la creación desde su más arraigada naturaleza.
Alfredo Martín & Ignacio Verguilla
Lo que escriben los espejos
2021