Literaturas

Pranzalanz | Los engranajes de un mundo posible

En su último libro de relatos publicado por Dualidad, Christian Kupchik explora geografías que tensionan los límites entre la realidad y la ficción, trazando en ellas historias que simbolizan el tránsito de nuestra existencia.


Por Marvel Aguilera. Foto Dante Fernández

En la orfebrería las uniones son las que constituyen las formas: ensambles que mediante alambres, clavos y el calor sobre las superficies, generan las formas a partir de modelos previamente diseñados sobre madera o arcilla. Es que Pranzalanz (Dualidad) de Christian Kupchik parece moldear sus relatos sobre un fondo reconocido para el bagaje del lector pero a su vez extrañamente ajeno. En ellos conviven historias, geografías y leyendas que exhiben las virtudes más esenciales de la creación literaria en un sentido pleno. La ficción sin límites: falseando datos, jugando con las fronteras imaginarias de los territorios, reinventando orígenes.

Los cuentos -divididos en tres partes: Siete segundos antes del tiempo, Siete pasos después de las ciudades y Finis Terris– nos sumergen en una exploración sin precedentes sobre escenarios que definen síntomas de la condición humana. Los límites en el amor a partir del vínculo entre un gigante y una diosa; un espíritu maligno que a través de un halcón decide poner en prueba la sabiduría de Buda; un hombre que tras apostarse a sí mismo se convierte en esclavo voluntario del triunfador que ve con recelo la fama creciente de su sometido.

Conocido es el ejercicio de literatura cartográfica que supo construir el autor a lo largo de sus obras, pero en Pranzalanz ese mecanismo se amalgama con una fina pericia para unir las latitudes con aquello que se cuenta, es que ni lo uno ni lo otro funcionarían por sí mismos; cada uno de los sitios que corren a lo largo del libro son refugios de esas historias que tensan lo más primario de los vínculos humanos: el bien, el amor, el pecado, la amistad, el destino. Pranzalanz demuestra que, como bien sostenía Leibniz, hay infinitos mundos posibles en donde se dirimen esas verdades que rodean a la humanidad. Mundos, algunos, con ínfimas variaciones, cuasi reconocibles, y otros en donde todo parece distorsionado y aun así podemos reconocernos a través de los actos que allí transcurren.

“Cada una de estas historias son guías de supervivencia para alguien ajeno a las cotidianidades de la tierra. Instrucciones para afrontar la vida más allá de las estructuras que supimos acondicionarnos entre el tiempo y el espacio”.


La mención de Los Engranajes de Akutagawa en el epígrafe de la obra es una pista de ese universo que Kupchik buscar plasmar alrededor de sus relatos, que si bien no se conectan unos con otros, forman parte de una lógica propia. Una conjunción de texturas y aristas que podrían cruzarse para construir nuevos relatos. Una realidad corrida de los parámetros del tiempo y el espacio, donde lo real y lo inventado son piezas inescindibles de un mismo juego. En que en Pranzalanz cielo e infierno se entremezclan y las divinidades son puestas en jaque. Y el tiempo, precisamente, como pronosticaba Adolf Grunbaum y luego ratificaría Borges, es “flexible”. Un tiempo que rompe la creencia común del pasado hacia el porvenir, para pensarse a la inversa con el mismo grado de verosimilitud.

Foto Parque Chas

Cada una de estas historias son guías de supervivencia para alguien ajeno a las cotidianidades de la tierra. Instrucciones para afrontar la vida más allá de las estructuras que supimos acondicionarnos entre el tiempo y el espacio. Ecos de posibles anécdotas o testimonios historiográficos apócrifos. Desde un rumor acaecido sobre la isla de Malta a una historia de obsesiones alrededor de una casa en Parque Chas, Kupchik escribe con la prosa colosal de autor clásico y la impertinencia punk de un autor que no concibe estructuras permanentes. Los cuentos pueden ser minuciosos o espasmódicos, más personales o ajenos. Es que la relatividad está puesta en el lector, en la forma en que la lectura va atravesando el laberinto que plantea la antología, hasta encontrar una camino personal, unívoco.

Pranzalanz parece tener vida propia y no sería insólito pensar que si los cuentos no estuvieran firmados, pudieran ser recopilaciones de historias anónimas, esas que sobreviven de generación en generación. Y ese quizás el mayor mérito del autor, poder consolidar un libro que guarda huellas de su impronta pero que alcanza una forma propia, por momentos sombría y en otros casos luminosa, pero que da cuenta de ese transitar eterno que configura a nuestra existencia. Un camino circular que nos arroja al eterno juego entre el libre albedrío y lo determinado, entre un comienzo y un final que en realidad son parte del mismo origen.



Christian Kupchik
Pranzalanz
Dualidad
2022

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