El Pregonero

El orden para matar la militancia


Por Marvel Aguilera.

El caos y el terror son las herramientas perfectas para generar un escenario de incertidumbre, donde prime la desesperación y la antipolítica. El asesinato del fotoperiodista Facundo Molares a manos de la Policía de la Ciudad es un crimen de odio. Uno muy grave, que también tiene su raigambre en los discursos que se vienen repitiendo a diestra y siniestra en esta campaña electoral. Spots que alientan la bronca, la indignación, el “aniquilamiento del otro”. La idea de un “orden” pero solo para los más humildes, para los que luchan en las calles, por sus derechos, por el pan de cada día.

Orden entendido como el sometimiento por la fuerza a las condiciones económicas y sociales que busca imponer la oligarquía. El orden de los opresores, de los sectores concentrados que ensanchan la brecha entre los que viven de sus privilegios, y aquellos que sobreviven en medio de la pauperización que ellos mismos impulsaron a través de sus delfines políticos.

La represión y continuada farsa del Gobierno Porteño, que enmarca la muerte de Facundo en un cuadro cardíaco personal, es la extensión de aquella dinámica de disciplinamiento llevada adelante por Gerardo Morales contra los trabajadores jujeños que osaron desafiar su reforma constitucional de negociados con nuestros recursos. El modelo de país que se asoma es el de la obediencia, el del cercenamiento y la violencia política como marca de agua de una sociedad hastiada de perder calidad de vida.

“El modelo de país que se asoma es el de la obediencia, el del cercenamiento y la violencia política como marca de agua de una sociedad hastiada de perder calidad de vida”.


Estamos, quizás, en la antesala de una Argentina que hace tiempo no observamos, una que intenta destruir el espíritu de quienes defienden los derechos adquiridos de las mayorías populares. Es que una Argentina sin militancia es lo que la oligarquía sueña. Y es la que impondrá por las fuerzas de ese “orden”, a través del ajuste que el mercado requiera para sostener su posición dominante.

La politiquería en torno los crímenes que se fueron suscitando en el transcurso de la semana, entre ellos el de Morena en Lanús y el del médico en Morón, nos marcan el corrimiento de los límites morales y humanos. Operaciones vulgares, medios que salpican mierda, chicanas miserables de candidatos en el marco del dolor ajeno. Todo es parte de un incendio provocado a mansalva, en medio de un país que pide a gritos algo de sensatez y tranquilidad de cara a los comicios democráticos.

Todas estas manifestaciones que llaman al caos, son parte de una misma trama que empuja a la sociedad a elegir contra sí misma. A mancillar lo que resta de nuestra soberanía en pos de un supuesto orden, que no es más que la destrucción de la representación democrática: la política.

El pueblo argentino y la militancia silvestre necesitan colmar las calles una y otra vez, es verdad, pero también dar un mensaje masivo a través de las urnas. Porque en su perspectiva apocalíptica: son ellos o nadie. Si es que acaso estamos en un “Estado de excepción”, como define Schmitt la crisis normativa de los Estados, es urgente marcar desde la política el rumbo social que el país necesita, votando masivamente el domingo frente a los escarnios que buscan sembrar que las elecciones no sirven para nada.

Porque cuando reverberan los discursos de que todo es igual y que las elecciones no cambian la brújula social, es cuando es necesario advertir el entramado que anhela debilitar el signo político, para así poder legitimar una gestión que opere desde los dividendos, desde la especulación, desde el más sentido clasista de pertenencia a una elite que nació para dirigir, y que nunca aceptará un pueblo movilizado y consciente de sus derechos que ponga en riesgo ese privilegio.

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