El nuevo periodismo fue un punto de inflexión en el oficio; nació en los años 60s en Norteamérica. Con sus antihéroes Tom Wolfe, Hunter S. Thompson, Joan Didion y Gay Talese, entre otros, se extendió de forma masiva en el mundo. Pero fue quizás en Latinoamérica donde encontró un nicho de cronistas aventureros y valientes.
Por Mercurio Sosa.
Javier Sinay pertenece a esa especie: Publicó en Tusquets los libros Cuba Stone: Tres historias (en coautoría, 2016), Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos (2013) y Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez (Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón, 2009). En 2015 ganó el Premio Gabriel García Márquez de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) por su crónica “Rápido. Furioso. Muerto”, publicada en Rolling Stone. Sus textos han aparecido en los diarios La Nación y Clarín, de Buenos Aires; y en el medio web RED/ACCIÓN. Además fue corresponsal en Sudamérica de El Universal (México) y editor de Rolling Stone (Argentina). Colaboró con las revistas Gatopardo (México), Etiqueta Negra (Perú), Letras Libres (México) y Reportagen (Suiza/ Alemania).
Su último libro Camino Al Este (Tusquets) es una historia de amor, un viaje de 14.953 kilómetros para reencontrarse con su novia que estaba estudiando la ceremonia del té en Kioto, Japón. Cada ciudad recorrida es una crónica. Hay historias de amores dentro de pantallas pornográficas, de amores como consumos culturales. Hay amores enfermizos y crueles en países donde pareciera reinar el civismo, hay sencillez y pureza en los lugares más humildes. Pareciera que los sentimientos florecen en los lugares más desolados; con gobiernos controladores, a ambos lados de las fronteras. Hay padres que ayudan a encontrar pareja a sus hijos, y personas que viven de enamorar a otras. Personas que se enamoran de personajes virtuales, y otras que se enamoran en el tren que los lleva desde una punta de Rusia a la otra.
Haciendo una retrospectiva, ¿en qué momento sentiste que el viaje cambió tu forma de percibir el amor y de vincularte con lo que te rodeaba de una forma diferente?
Creo que hubo dos momentos de quiebre en cuanto a percepción y posición: el primero fue cuando entré a Belarús y el segundo cuando llegué a Mongolia. En el primero de esos dos lugares, Europa occidental había quedado atrás y se abría ante mí el mundo eslavo. Era el primer país, de los que visitaba, que no conocía, y por lo tanto todos mis sentidos se agudizaron y muchas preguntas surgieron. Esa fue mi entrada en el primer Este. En Mongolia entré en el segundo Este: el Lejano Oriente, donde todo es al revés que en Occidente. Justamente, una de las cosas que me preguntaba antes de partir era cómo iba a notarse el degradé cultural (que también afecta al amor) de una punta a la otra del continente euroasiático, y la verdad es que no hay grandes quiebres, sino una mutación lenta que sólo se percibe cuando ya fue completada.
Pienso que cuando uno planea un viaje de tal magnitud, investiga, se contacta con gente. Buscando imágenes de Grodno vi una ciudad pequeña pero hermosa, y sin embargo en la crónica percibo desolación y barro ¿Fueron quizás la falta de registros de tus antepasados o el deseo insatisfecho de encontrar algún nexo identitario los que generaron ese clima?
Es cierto: antes de viajar, investigué mucho. Los lugares que más me sorprendieron fueron una ciudad y un país: Grodno y Rusia. De Grodno me sorprendió la falta de respuestas que me dio a las preguntas que yo tenía sobre mis ancestros; al mismo tiempo que el hallazgo de una respuesta más general sobre la necesidad de moverse que tiene la gente en cualquier época. En cuanto al amor, Grodno y el rabino que oficiaba en su única sinagoga me hicieron pensar un poco en el amor y los mandatos, que no se llevan bien. En Rusia mi llegada fue un poco complicada, porque Moscú es una ciudad acelerada, donde nadie se detiene a ayudarte. Pero a medida que me interné en las provincias rusas, encontré que todo mejoraba. Terminé enamorándome de ese país, que no es tan diferente a algunos sitios argentinos. Rusia es un país multicultural y los rusos, que parecen fríos, también pueden ser hospitalarios y generosos. Como cualquier pueblo, ¿no?
“En Mongolia entré en el segundo Este: el Lejano Oriente, donde todo es al revés que en Occidente.”
Leyendo el libro entendí la frontera como una farsa, como una herramienta que tienen los políticos para reforzar el nacionalismo y ver como distinto al extranjero. ¿Qué pensás respecto a esa identidad?
Creo que la idea del nacionalismo está muy arraigada en todas las culturas, y lo ha estado siempre. Es muy ambigua en su coqueteo con el patriotismo, y por eso prende. No hay país por donde haya pasado yo en este viaje que no tenga un sector fuertemente nacionalista. Viajar es una forma de quitarnos velos de ignorancia y prejuicio, y eso lo hacemos si vamos con los sentidos bien abiertos y dispuestos a hablar con la gente, a mirar cómo vive, a dejarnos impregnar por lo ajeno.
Al haberte reencontrado con Higashi en Kioto, habiendo tomado el té luego del año de estudio, ¿qué sensaciones te trajo ese té?
¡Fue un té muy anhelado! Ese té estuvo cargado de tradición y estuvo hecho con mucha dedicación. Mientras ella lo hacía, en una orilla verde al costado del río Kamo, pude ver que los movimientos de sus manos eran más armoniosos y que manipulaba los objetos (taza de cerámica, cucharilla y batidor, ambos de bambú) con una armonía distinta. El Chado es filosofía, pero también es práctica y disciplina, y eso se nota en los movimientos del cuerpo. Ese té era de un color verde casi fosforescente. Era denso, espumoso y amargo: un gusto muy ajeno al paladar occidental que igual me resulta, y me resultó en ese momento especial, delicioso.
Contaste que acabás de ser padre, ¿es quizás ese el final no escrito del libro, una forma de amor distinta a la explorada en Camino al Este, el fruto de tu amor por Higashi?
¡Muchas preguntas para un bebé de muy poquitos días, jaja! Higashi es su madre, sí. Supongo que este momento es, más que el final no escrito de Camino al Este, el principio de otro libro. Que ya el futuro dirá cuál será. Cabe destacar que este libro narra el amor de una forma distinta, no tiene efectos artificiales, no está escrito con la épica del héroe griego, y la elección de haberlo escrito de esta forma es su mayor virtud, todas las historias son reconocibles, genuinas, detallan la forma de vida del ciudadano del siglo XXI, cómo consume, se vincula y se deja llevar por las emociones más profundas.
Javier Sinay
Camino al Este
Tusquets Editores