En su libro publicado por la editorial cordobesa Fruto de Dragón, la autora narra a través de una serie de cartas su viaje por el desierto de Atacama, donde hila conexiones con la memoria del territorio y los sentidos encontrados.
Por Claudia Sobico.
Hay libros que empiezan y se disparan como una flecha hacia un final preciso. Es decir, saben acerca de su recorrido exacto, su velocidad y dirección unívoca. Avanzan y llevan a sus lectoras por una línea recta hacia un blanco o resolución determinada. Otros libros, en cambio, se despliegan como un origami. Están finamente doblados sobre sí mismos, de tal manera que los lectores nos encontramos de repente abriendo pliegues como dimensiones que caben, tal vez, en un sólo renglón, por ejemplo. Entonces detenemos la lectura y nos sumergimos en estado de reflexión o contemplación. El origami no tiene reglas, tiene ética. Es una actividad ociosa y preciosista que centra su atención en el mundo de la naturaleza. Evoca, además, la esperanza, la sanación y la buena fortuna.
Tolvanera, San Pedro de Atacama, publicado por la editorial Fruto de Dragón en julio de 2022, es una de esas bellezas indispensables que me llegó a casa a través del club de lectura Salvaje Federal. Esta crónica escrita por correspondencia narra un viaje a las salinas y el desierto chileno con una minuciosa intensidad que nos arrastra en la lectura como arrastra el viento todo lo quieto, sorpresivamente.
“La experiencia física conjuga el apunamiento, el agua y su reflejo, la sal, la transparencia, la pesadez del cuerpo y su urgencia, la vastedad insoportable de las estrellas”.
Laura Forchetti, su escritora, cuenta que Tolvanera empieza a gestarse en 2017 cuando mira Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán, y nace ahí su deseo de conocer ese escenario. Primero le parece un destino improbable y difícil hasta que en 2019 sucede casi por azar. Dos de sus amigas están a punto de emprender un viaje por tierra al que Laura se suma: micro, polvo y muchos kilómetros desde Bahía Blanca hasta cruzar a Chile por Salta. Destino final: Desierto de Atacama.
“Anotaba todo, lo que pasaba en el afuera y en el adentro. Recopilaba información, datos, nombres. Todo.”
A medida que avanza, la narradora se encuentra tan atravesada por el paisaje que su propio cuerpo se resignifica. La experiencia física conjuga el apunamiento, el agua y su reflejo, la sal, la transparencia, la pesadez del cuerpo y su urgencia, la vastedad insoportable de las estrellas. La percepción se agudiza, su mirada se detiene en lo infinitesimal y también en lo inabarcable, como la existencia y su revelación. La memoria del pueblo atacameño, rituales de vida y muerte conservados en el Museo Arqueológico, la retrotraen a su propia memoria infantil, visitas a cementerios con su tía, la limpieza de las lápidas, la mezcla de recuerdos, alegrías y lágrimas en los pañuelos escondidos en los puños.
El género epistolar es usado casi como una excusa de escritura y adquiere un tinte ficcional porque, aunque la amiga a quien van dirigidas las cartas existe, éstas son imaginarias, nunca enviadas. Laura elige una amiga con su mismo nombre y tiene con ella una especie de conversación con cierto delay en el tiempo y el espacio que la invita a la reflexión: eso que ocurre en el momento de escritura como un juego en tiempo presente. “Era un juego interesante y divertido como si de alguna manera me estuviera escribiendo a mí misma”. Esto está sucediendo. Esta soy. Acá. Ahora.
Laura Forchetti nació y vive en Coronel Dorrego, llanura bonaerense, cerquita del mar. El paisaje de Atacama es muy diferente al que está acostumbrada.
“El apuntamiento te obliga a parar un poco y a pensar el cuerpo. Trataba de traducir la experiencia de los sentidos a medida que iba ocurriendo, como la sequedad, los colores, las texturas, los olores, los sabores de la comida, la gente y sus tonadas. Viajar te hace prestar atención al detalle y quedé maravillada por la luz, el blanco, el azul del cielo, el rosa de los flamencos.”
Para la autora viajar es un deseo y se aprende a viajar prestando atención a las cosas. Un viaje es una invitación a detenerse, adaptarse a tiempos distintos, conectarse con un lugar. Se aprende a no tener todo bajo control, dejar que el azar intervenga y sorprenda. Después del viaje, durante la pandemia, Laura pasó esos textos en limpio y fue buscando información, leyendo sobre plantas, nombres y curiosidades del lugar.
“Para la autora viajar es un deseo y se aprende a viajar prestando atención a las cosas. Un viaje es una invitación a detenerse, adaptarse a tiempos distintos, conectarse con un lugar”.
Como escritora de poesía (Tolvanera representa su primera prosa) el trabajo con la palabra, para Laura, está siempre en el centro. No sólo contempla los diversos sentidos de ella, sino también sus sonidos y pronunciaciones, cómo una palabra impacta el cuerpo de quien dice y escucha.
“Me gusta la palabra almohadilla, es blanda en la lengua. Me gusta la h en el medio, se pega un poco al paladar y hay que dejarla salir como un bostezo. Pero no es solo eso, las almohadillas en las patas de las vicuñas amortiguan el impacto sobre la tierra. Livianas como bailarinas, no apisonan, no apelmazan el suelo. Parte del mecanismo de cuidado y resistencia.”
La autora trabajó como docente de primaria y educación especial. Actualmente, da talleres literarios para infancias, adolescentes y adultos.
Agustina Merro es la editora de Editorial Fruto de Dragón, editorial que nace en Córdoba durante la pandemia. Tolvanera pertenece a una colección de libros de viaje y Juan Lima, artista plástico también de Coronel Dorrego, es quien realizó el trabajo visual interviniendo fotografías tomadas por la autora durante el viaje, dándoles un tono onírico a las imágenes.
La palabra “tolvanera” significa remolino de calor, males y diablos de polvo. “Los viajes son un remolino: algo cambia alrededor.”
Laura Forchetti
Tolvanera
Fruto de Dragón
2022