Literaturas

Leandro Gabilondo: “La cultura popular es la que no pide permiso, por eso molesta tanto, está el pueblo hablando”

Tras la publicación de su primera novela Falta una vida para el verano por la editorial Indómita Luz, el escritor arrecifeño habló de la importancia que da a la literatura y a la cultura popular.


Por Candela Cebrero. Fotos Dante Fernández.

Y si el poema parte de una frase, se podría pensar que su estructura siempre se teje con otros, por eso el autor que imagino no es un autor dominante, es uno más respondiendo en el concierto de esas subjetividades.
Diana Bellessi

Varela Varelita es el bar de siempre del escritor y poeta Leandro Gabilondo: “Cuando llegué a Capital, vivía a la vuelta y venía todo el tiempo. Hoy es uno de mis últimos días acá, porque me vuelvo a mi pueblo, y estar en este bar es una locura”. Leandro ocupa una mesa detrás de una pared con un estante donde se exhiben dos números de la revista “Hablar de Poesía”. El tercer ejemplar está en sus manos. La sonrisa de oreja a oreja. El universo está en armonía. Plagado de un barullo que explota en un monólogo propio en cada mesa, el bar de Palermo vigoriza el diálogo, que se torna íntimo.

¿Cuál fue tu primer encuentro con la poesía y la literatura?

En mi casa de Arrecifes, un pueblo al noroeste de la Provincia de Buenos Aires, no había biblioteca cuando yo era chico. Crecí con la lírica de la cumbia de los noventa. Mi primer arraigo con los versos fue ese. Y en cuanto a la literatura, yo quería escribir eso que escuchaba. A los 12 años leí Deshoras de Cortázar y me acuerdo el día, el momento y la hora. A partir de ahí fue magia. Quería quedarme a vivir en ese instante. Siempre me quedo con la lectura, porque escribir es una circunstancia, pero la sensación de leer no la cambio por nada. Ahí descubrí que no quería hacer otra cosa en mi vida que no sea esto. Desde muy chico sé lo que quiero hacer, lo cual tomo como una virtud, pero también me trajo muchos problemas. A los 22 años estaba enamorado de la lectura, como lo estoy hoy, pero no tenía idea de cómo iba a hacer para estar toda mi vida al lado de ella sin que se convierta en un pasatiempo. Si me acompañaba iba a ser de un modo total.

¿Por qué te atrajo la poesía en particular?

También fue una circunstancia. Quizás fue porque estuve muy rodeado de poesía y de esos versos de la cumbia. La mayoría de mis libros son de poesía, alguien que me lee puede conocer más mi poesía, pero yo todos los días de mi vida estoy craneando una novela. Si hoy me pones un fierro en la cabeza y me das a elegir, prefiero escribir una buena novela.

“Quiero que un pibito esté escuchando Damas Gratis y lea un libro a la par. ¿Por qué no puede pasar eso? ¿Por qué estaría mal?”


Una vez describiste a Arrecifes como una novela de Soriano constante, ¿cómo sería eso?

Me crié leyendo a Soriano y comparto su planeta ideológico, estético, emocional y ético. Él es quien mejor escribió la Provincia de Buenos Aires y sus pueblos. Ningún escritor o escritora de Argentina (salvo Inés Acevedo en Una idea genial y Quedate conmigo) puede escribir mejor los pueblos de Buenos Aires. Son diferentes a todos. El día que alguien lea a Soriano y vaya a Arrecifes, van a entender de lo que hablo.

¿Creés que ser de Arrecifes influyó en tu escritura?

Sí, totalmente. Una vez le pregunté a una amiga: “¿A quién le va a importar esto que escribo?”, a lo que ella me respondió: “Si está bien escrito, a todo el mundo”. Todos tenemos un mundo para contar. Ella, porteña, me dijo que no conocía a nadie del noroeste de Buenos Aires a quien le gusten las cosas que a mí me gustan, y me incitó a que escribiera sobre eso. Me ayudó a superar el miedo que tenía. Nunca me dieron vergüenza mis emociones y siempre confié mucho en lo que amo, aunque no esté bien visto por la “élite del arte”. A partir de ahí entendí que siendo genuino literariamente, me fuera como me fuera, estaría en paz. Ahora soy feliz, me va como quiero que me vaya porque estoy escribiendo lo que yo quiero, no para alguien. Vivo la literatura desde ese lugar. Mi barrio, mi club, el peronismo, son como me crié, y está en mi literatura porque quiero que esté. No me sale de otra manera.

Tu primera novela, Falta una vida para el verano, es una declaración de amistad y amor, pero también un grito de justicia. ¿De dónde surgió esta historia tan particular?

Cuando María y Clara, las dos personas con quienes trabajé la novela, terminaron de leerla me dijeron que era “una historia de amor a la amistad”. Yo no lo había notado, pero a partir de ahí sentí que estaba escribiendo la novela desde que nací. La historia surge de un caso verídico: un chico argentino que fue asesinado por unos rugbiers en Brasil. Desde que me enteré de eso, siempre tuve miedo de que ese chico que murió fuera uno de mis amigos. Tomé eso de base para la ficción que escribí. La amistad para mí es “lo todo”, no hay nada sobre eso. La novela es una oda a la amistad. Hay un pueblo inventado que se llama Domínguez, que no es Arrecifes pero tiene muchas cosas de ahí. En mi cabeza Domínguez tiene 12 mil habitantes, mientras que Arrecifes tiene 40 mil. Y claro que los personajes tienen mucho de mis amigos.

No elige las historias. Las encarna” dice Diana Bellessi, autora del epígrafe que abre Falta una vida para el verano. Me remite a tus poemas y cómo surgió la novela…

No lo había pensado, pero es verdad. Yo no elijo las historias, las trabajo. Es algo más catártico, no todo el tiempo positivo… “sí se puede”. Te comen la cabeza como que hay que tener fuerza y yo nunca quiero que la poesía ni la literatura sean eso. Para escribir Falta una vida para el verano estuve 4 años, y la trama de mi próxima novela la estoy pensando hace casi un año. Entonces sí, laburo mucho las historias que se me encarnan.

Sos peronista, ¿eso incluye tus poemas?

Yo soy peronista, todo lo hago desde ahí. Siento y vivo así. Si mi poesía y literatura es o no peronista, lo dirá cualquiera que me lea. Yo vivo en consecuencia, por lo que creo que casi todo lo que hago en mi vida es peronista. Pero lo tendrá que decir otra persona, y ojalá digan que sí, lo es.

Al leer un poema tuyo, se hace fácil sentirse interpelado/a por lo simple que es, ¿te parece que tus poemas “garpan”, en parte, por su simpleza?

Me halaga mucho. No sé si es algo que busco. Yo trabajo así, me gusta así y quiero así. También por eso me conmueven poetas como Diana Bellesi, que si bien parece rebuscada, para mí no. Me gusta mucho Humberto Costantini, Roberto Jorge Santoro y Jimena Arnolfi, también. Y me gustan así. Me sale escribir de esta manera, y me pondría muy mal escribir algo que no soy o donde no me encuentro. A muchos no les gusta, lo critican y está bien. Es un modo, mi modo. Eso sí, donde tenga que ser, lo defiendo a muerte porque yo tengo un argumento de por qué es así y por qué lo hago de esa manera. Estoy seguro de lo que hago, te puede gustar o no, pero yo dejo la vida en eso. Sé el tiempo que me ocupa y lo que siento cuando lo hago.

Se te atribuye una forma de escribir muy popular, ¿para vos qué es “lo popular”?

Me conmueve ese tipo de arte. Soy fanático de Los Redondos, la cumbia, Gilda. Soy enfermo de River. Para mí todo eso tiene mucho valor en mi vida y defiendo la cultura popular en general. Para mí, el sonido de un bombo es magia, me pongo a llorar. Y eso también tiene una crítica, se lo tilda de fácil, de que baja la calidad y también me opongo a eso. Siempre voy a estar en contra de eso. Para mí la cultura popular es la que no pide permiso, por eso molesta tanto, está el pueblo hablando ahí. Pero a lo popular siempre es más fácil pegarle. Yo quiero sacar a la poesía de eso sagrado. Quiero que un pibito esté escuchando Damas Gratis y lea un libro a la par. ¿Por qué no puede pasar eso? ¿Por qué estaría mal? Si se puede llenar el Luna Park para escuchar música, ¿por qué no lo podríamos llenar para leer un libro? Esa es mi lucha.

Tus poemas resaltan la belleza de lo cotidiano, de los lugares comunes.

Para mí no existe lugar común más grande que vivir bastardeando lugares comunes. Claro que existen, pero hay que hurgarlos. El amor y la muerte son lugares comunes, el temas es cómo los abordamos. Correrse o evitar esos lugares es tenerles miedo. Hay que trabajar de manera genuina para restablecer eso. Yo no le tengo miedo a los lugares comunes. Cuando aparecen en mis poemas, los peleo y sigo avanzando.

“No existe lugar común más grande que vivir bastardeando lugares comunes. Claro que existen, pero hay que hurgarlos. El amor y la muerte son lugares comunes, el temas es cómo los abordamos.”


Si “la primera independencia es leer”, ¿escribir qué es?

Es una circunstancia. La más maravillosa circunstancia que pueda existir en el mundo, pero no deja de ser eso. Leer, además de ser la primera independencia, tiene que ser todo el tiempo una oportunidad. Ojalá todo pibe pudiera comer y leer. Para mí, siempre está primero leer porque sin eso no se puede escribir.

En este contexto, Creo que nunca me voy a poder comprar una casa, el título de tu último libro, es un título cargado de realidad, ¿no?

El título es un verso de un poema que está dentro del libro. Cuando terminé el poemario, llevé ese verso como una opción y me dijeron: “Claro, a partir de esto nace todo el resto”. Más allá de ser un poema, es algo que considero y realmente siento. En Abre Cultura, la editorial donde publiqué Creo que nunca me voy a poder comprar una casa, planteaban que ojalá algún día saque con ellos un libro que sea Me pude comprar una casa. Es el contexto en el que estamos y yo no permitiría que la literatura esté fuera de eso. ¿Por qué tendría que estar fuera de la realidad? Yo lo hago aparecer porque me burbujea el pecho de dolor, lucho mucho todos los días para poder levantarme con esto.

¿Qué milita tu poesía?

Milito que en todo espacio donde haya lugar para la poesía, tiene que estar. No la diferencio de la cumbia o del fútbol. Para mí, sagrada es la lectura, nada más. Cuando un peluquero sube sus cortes o un fotógrafo sube sus fotos, nadie dice nada porque está bien. Pero cuando un escritor sube sus textos, se considera autobombo. Está esa idea del que escribe como un iluminado, y es mentira eso. A las personas les molesta que se rompan esos esquemas y que el escritor ande por la calle como uno más.



Leandro Gabilondo
Falta una vida para el verano
Indómita luz

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