Literaturas

Horacio Tarcus: “Los partidos de izquierda siguen siendo estructuras fuertemente patriarcales”

El historiador, docente e investigador es cofundador del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas. Ante la reedición de dos de sus ensayos, La secta política y Militancia y revolución -en coautoría con Laura Klein -, se atreve a interpelar la izquierda en el presente.


Por Marvel Aguilera. Fotos Eloy Rodríguez Tale

Hay un chiste de Slavoj Zizek sobre la izquierda en el que tres rusos comparten la misma celda en la prisión de Lubianka donde fueron condenados por delitos políticos. Al conocerse, el primero le cuenta a los demás: A mí me condenaron a cinco años por oponerme a Popov. De repente, salta el segundo: Ah, entonces la línea debe haber cambiado, porque a mí me condenaron a diez años por apoyarlo. Entonces, sorprendido, dice el tercero: A mí me condenaron a cadena perpetua, yo soy Popov. Más allá de los lugares comunes en la crítica a las organizaciones de izquierda, es interesante poder pensar su línea de acción a partir de la forma en que se constituyen y en la visión que tienen de su metodología política. Hace unos meses, Red Editorial reeditó dos libros claves del repertorio de Horacio Tarcus para entender esas construcciones: La secta política y Militancia y revolución -en coautoría con Laura Klein- donde además de la lectura histórica de la dimensión organizativa de los partidos, y sus mecanismos, simultáneamente se esbozan las críticas necesarias para poder escapar de los dogmas seculares y cerrados en que se desarrollaba aquella militancia de los ochenta. Y que, sin embargo, cuarenta años después, más allá del maquillaje previsible, no ha cambiado de forma sustancial en el escenario político.

A Horacio lo encontramos en el CeDinCi. Una tarde de mucho calor. En la empedrada de Fray Luis Beltrán, donde se escucha el paso alicargado del tren repleto de laburantes. Dice Dolina que en el barrio de Flores “los espíritus obtusos llegaron a descubrir que la razón permite sostener opiniones opuestas con idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaron las horas jugando a discutir”. Esa era un poco la idea con Horacio, jugar a discutir, en tiempos donde las conversaciones parecen filtradas por picadoras de abnegación pírrica o diferencias inexpugnables. Si bien la nota era sobre las izquierdas, paradójicamente empezamos a hablar de las derechas. O, mejor dicho, sobre las estrategias discursivas de las nuevas derechas y su articulación con ciertas usinas ideológicas.


En La secta política partís de un precepto de Marx que dice que lo sectario no tiene que ver con lo vulgar o intolerante sino con la forma que caracteriza a las organizaciones semicerradas que no buscan integración en el movimiento sino orientarlo desde afuera. Me pregunto si esto se puede aplicar al discurso de la izquierda argentina cuyo lema apunta a un manejo de las fuerzas de producción “en manos de los trabajadores” pero que omite la directiva que el partido pretende detrás de eso.

Lo que digo en el libro es que voy a hablar de secta en el sentido sociológico y antropológico del término para que el texto se pueda leer, porque normalmente hay un rechazo en aceptar un discurso sobre el sentido de secta cuando “secta” tiene una innegable connotación peyorativa. Creo que sociológicamente uno puede comprender procesos históricos adonde las sectas proliferan y desde ese punto de vista cumplen una función. Trabajé mucho sobre el siglo XIX: las lecturas de Marx, las disputas con Bakunin, la visión de Bakunin y de muchos otros pensadores; y ciertos usos que se hacían del término “secta” en el siglo XIX. Traté de ver cómo funcionó ese término en el siglo XX. Yo diría que hay momentos, como la década de 1830 o 1840 en Francia o Alemania, donde la emergencia del pensamiento socialista tuvo lugar bajo la forma secta. Otro momento distinto fue el ’68 en Francia, o los movimientos de la década del ’60. Hay momentos en que los movimientos no llegan a articularse y constituirse en forma aceptable, adoptan formas grupusculares. Un primer paso es identificar esos momentos y no condenar la forma secta, la forma partido o movimiento. Son formas flexibles y responden a necesidades históricas. Ahora, bien, yo tomo como disparador, a través de un epígrafe, un fragmento de una carta de Marx donde él se dirige al líder de una de las dos fracciones del movimiento obrero alemán, la fracción inspirada en Ferdinand Lasalle. Y le plantea que a pesar de los méritos y los esfuerzos organizativos de esa corriente, siguen pensando la relación con el movimiento obrero en términos de una exterioridad, donde ya hay un líder preestablecido, adonde Marx llega a decir en un momento: “su corriente sacrificaría cualquier unidad del movimiento obrero en función de disfrutar de su propio movimiento obrero”. Y esto enlaza con el final de la pregunta, porque la secta necesariamente es parte; funciona como una fracción que -para decirlo rápidamente- subordina los intereses generales a los de un pequeño sector. La secta planta bandera, presenta su programa, se autoinstituye como proto-partido, como proto-movimiento, sus propios fundadores se autoconsideran los dirigentes del movimiento, y están dispuestos a sostener un prolongadísimo esfuerzo para que el movimiento se acople a su propio programa, a que los reconozcan como líderes del movimiento. Entonces, ahí cuando las sectas proliferan y hay necesidad de unidad, la secta funciona como un obstáculo. Pudo haber sido necesario y funcional al momento que emergió, pero la lógica de la secta, el tipo de subjetividad militante que produce, juega en contra de cualquier proceso de unificación. Entonces, este problema que señalás de una adscripción o subordinación al movimiento obrero, tiene la mediación del fundador de la secta que cree que ya sabe lo que es el movimiento obrero, su esencia y cuál debe ser su programa. No hay una idea de experiencia, hay una situación de espera en que la masa o la clase se acomode a un programa prefijado. No hay un apoyo a la emergencia de nuevos liderazgos. Ahí hay un problema, la forma partido funciona sociológicamente como secta y por más que invoque la unidad del movimiento obrero -estudiantil o de mujeres- funciona con una lógica fragmentadora y subordinadora. No construye acompañando experiencia, expone e intenta imponer su programa. Cuando tiene poder haciendo algún tipo de fuerza y cuando no lo tiene con fuerza ideológica, buscando su propio reconocimiento. La identidad de la secta es muy fuerte, aunque sea un grupo muy pequeño. Es más, la lógica es que cuanto más pequeño es, mayor es la capacidad de resistirse a una integración más amplia.

“La izquierda no construye hegemonía. No cree en ella. Porque hegemonía incluye no solamente lucha sino persuasión, negociación, construcción institucional, capacidad de gestión”.


¿El problema de la representación de la izquierda argentina con la clase obrera tiene que ver con esta dimensión organizativa o con la construcción que supo realizar el peronismo?

Yo creo que viene de antes, es un fenómeno más universal. De cualquier modo, la emergencia del peronismo y la pérdida de hegemonía de la izquierda sobre la clase obrera refuerza este fenómeno. La secta justamente rechaza la construcción hegemónica. El peronismo es casi un paradigma de construcción hegemónica. Laclau convirtió la emergencia y la construcción del peronismo casi en un epónimo de lo que es construir hegemonía en la política moderna. Y lo hace justamente discutiendo con las fracciones trotskistas, de las que provenía la izquierda nacional, que proponían un programa clasista duro y clásico, de dominación, una clase obrera más imaginaria que real, por sobre los otros sectores de la sociedad. Primero Ramos y después Laclau dicen que la construcción hegemónica es policlasista, el peronismo representa ese gran frente nacional, que hoy está hegemonizado por la burguesía, pero a través de determinada lucha la clase obrera puede llegar a hegemonizarlo, y pasar del peronismo a un socialismo nacional y de ahí a uno revolucionario o internacionalista. Esa experiencia, que es la que en definitiva emprende la izquierda peronista en los años de la resistencia de los ’60 y la que emprenden los Montoneros en los ’70, fracasa. Ese trasvasamiento fracasa por distintos motivos, pero principalmente por la fuerza que tiene esa identidad peronista, que termina neutralizando estos intentos de radicalización. De cualquier modo queda esta lectura de Laclau. Y es reactivada en términos gramscianos de construcción hegemónica, que él mismo aplicó para procesos diversos, desde el kirchnerismo a Podemos, pasando por otros fenómenos. Y en contrapartida, la izquierda no construye hegemonía. No cree en ella. Porque hegemonía incluye no solamente lucha sino persuasión, negociación, construcción institucional, capacidad de gestión. Toda una serie de dimensiones de la política que la izquierda desconoce o que practica en pequeñísima escala, como en la FUBA. Digamos que el contraste entre peronismo e izquierda, que yo ejemplifico como gran capacidad de construcción hegemónica de un lado e incapacidad de construcción hegemónica del otro, vos lo ves en que la izquierda si gana un ramal de un área sindical, en las elecciones siguientes la pierde. Si ganan dos o tres diputados en alguna coyuntura insólita como Salta o Mendoza, a la vuelta siguente la pierden.

De la misma forma que comentaste en el libro la oportunidad derrochada por el morenismo en los ’80, hace unos años, a razón de la buena elección del FIT en 2015, alertabas sobre una nueva posibilidad abierta para la izquierda, que debía decidir si seguía hablándole a un grupúsculo cerrado o se animaba a plantear políticas para los amplios sectores. Bueno, el retroceso de la última elección y el fraccionamiento del movimiento parecen indicar eso que vos preveías.

Lo primero que escribí fue cuando se rompió el PTS del MAS, que debió ser en el año ’90. El artículo se llamaba “Partido chico o secta grande”, porque yo veía ahí que a la izquierda le resultaba más sencillo crecer en condiciones de clandestinidad que en democracia o libre discusión. Le costaba más crecer cuando en un proceso de politización en el partido se incorporaban una cantidad de elementos nuevos, esos elementos tensan a la secta, porque no tienen esa subjetividad militante, para intentar abrir el partido hacia otras experiencias, sectores populares; entonces ahí, cuando se produce una apertura real y la izquierda tiene éxito en convocar y en sumar militantes, ahí se divide. Porque el núcleo de la secta ve amenazada su identidad, que es una identidad constitutiva. Muchos amigos y compañeros militantes que están ahí en las organizaciones me dicen: vos pensás que nosotros somos incapaces de abrirnos, de ganar amplios sectores. Yo les digo que no es una crítica en sentido personal o en términos de capacidad, porque sin dudas las energías que ponen estos militantes de organizaciones trotkistas y la dedicación son enormes, son los únicos que le disputan un espacio a la burocracia sindical. Mi reconocimiento en ese terreno. Pero la construcción hegemónica, como decía Gramsci, viene después de lo corporativo. Sobre esa base, además, tenés que construir hegemonía. Y yo digo que ahí la estructura secta, estos lazos simbólicos e imaginarios que tienen estos militantes y su propia formación, juegan en contra de cualquier apertura y de un frente de veras. Porque el FIT es una alianza electoral. Bien lo reconoció Altamira hace muchos años, en una entrevista que le hizo el diario La Nación. Él dijo “el FIT no se va a romper porque es un frente oportunista”. Porque es el resultado de una necesidad, por una ley que se promulgó y de la que estuvieron en contra en 2009, que fue la que estableció las PASO. Y que el único modo de llegar al 1.5% era aliándose a personas a las que no se quiere y respeta, y que no creen -esto lo agrego yo- en lo que piensan. Cada uno piensa que la secta son los otros. Entonces, si uno sigue el frente a través de lo que dicen los diversos partidos unos de otros, a través de su prensa o de documentos internos, uno no los votaría, diría “esta gente no cree en un proceso de unidad”.

Si uno lee revistas evangélicas o el Despertad! de los Testigos y lo compara con publicaciones como la Prensa Obrera puede ver una matriz similar en relación a una lógica catastrófica y apocalíptica, donde todo está en crisis, y cómo eso a su vez es la oportunidad para un mundo nuevo, para una revolución que está al caer. El tema es que ese discurso genera una sensación de escozor muy grande, no parece algo que invoque a construir desde lo positivo de la política, desde las transformaciones y la militancia en el sentido creativo y vocacional.

Hace muchos años un dirigente y sociólogo boliviano decía que el trotskismo se había convertido en una suerte de ejército de salvación del marxismo. Es cierto. Pero uno podría decir que el comunismo funcionó como una Iglesia del marxismo. Entonces, el trotskismo funciona como una especie de revolución protestante. ¿Cuál era su idea? Frente a la corrupción de la Iglesia y la traición de los principios de la fe, nosotros volvemos a fundar la fe sobre nuevas bases y volvemos a establecer una relación directa con los textos sagrados, los que han sido profanados. Por eso, ellos proponían una militancia pura, más sencilla y abnegada. Sin los privilegios de ese aparato monstruoso, corrupto, que ha generado tentáculos a nivel internacional, que es la iglesia comunista, que ha tenido a sus héroes y sus mártires, sus Papas, sus bulas; incluso su inquisición con los procesos de Moscú hasta los años ’30. Por eso el trotskismo representa una vuelta a la pureza, pero sin salir de este imaginario religioso. Tiene una enorme dificultad para salir de esta marca de origen, de este modelo de militancia que implica no intervenir en política, porque intervenir en política, como hacen los peronistas u otras corrientes, implica entrar en los riesgos de la negociación, es decir, en volver a constituirse en Iglesia. Entonces la intervención trotskista es de denuncia. Por eso no creen en la gestión, ellos creen que la gestión es hacer reformismo y quedar atrapados en la lógica del capitalismo. Por eso no quieren hacer gestión ni en un centro de estudiantes ni en un pequeño pueblo de Jujuy. Y, justamente, esa capacidad para sostenerse a contracorriente está amparada en una esperanza mesiánica, porque solamente una visión catastrofista del capitalismo puede sostener la fe de una militancia tan abnegada. Si vos ves el discurso trotskista y sobre todo el de Altamira, es un discurso lleno de metáforas homéricas, todo es “¡Esto es una crisis colosal que no tiene precedentes en el capitalismo!”. La mayoría del partido hoy lo deja afuera a Altamira, pero la lógica con la que piensa la política sigue siendo la misma.

En Militacia y Revolución decías que uno de los puntos flacos de la vieja izquierda era la falta de politización de la vida cotidiana, que implicaba sostener demandas más allá del fin histórico, como la de los movimientos feministas, los derechos de la comunidad homosexual, la juventud. Con el paso del tiempo eso cambió, incluso hoy son parte primordial de su discurso. Sin embargo eso no hizo que su lógica como movimiento se haya transformado, ¿por qué?

Porque creo que lo incorporaron a nivel de discurso pero siguen siendo estructuras fuertemente patriarcales. El tipo de subjetividad militante es patriarcal, antifeminista, homofóbica. Creo que se dieron dos fenómenos, por una lado la izquierda se aggiornó a nivel discurso y entendieron que tenían que poner a mujeres jóvenes como candidatas, pero la estructura del Comité Central, el que no sabemos qué discute cuando se reúne y que es el que fija la línea y lo que van decir esos militantes o esas militantes, como Miryam Bregman, Del Caño y Del Plá, se juntan a puertas cerradas en un lugar secreto, como si estuviéramos en la Rusia de 1898 o de 1903. Entonces, hay una lógica. ¿Por qué ese Comité Central no podría funcionar de modo abierto y con los medios de comunicación disponibles? ¿Qué cosa tan secreta hay que discutir? ¿Las finanzas? Son mínimas, producto de la abnegación de militantes que dan algún departamento que heredan de los viejos o de una tía que falleció. No habría mayor misterio. ¿Quién tiene hoy estructuras clandestinas? Nadie se está preparando para la toma del poder con armas, salvo algún grupo ultramontano. Entonces, esta lógica de poner a militantes jóvenes pero que las decisiones las tomen entre los varones fundadores, choca. Y ahí ni siquiera lo solucionaría una suerte de aplicación interna de lógica paritaria, porque tenés que poner una joven militante feminista al lado de esos líderes partidarios duros, muy curtidos, acostumbrados a dirigir la línea. Es como cuando el PRT dijo “tenemos que dar un giro obrero, porque somos diez pequeño burgueses, e incorprar a diez obreros”.

Lo que decís tiene bastante que ver con la frase de León Rozitchner que usás: militantes con cabezas de izquierda y cuerpos de derecha.

Así es, cabezas de izquierda y cuerpos de derecha. Eso no cambió. Yo diría lo siguiente, la izquierda argentina no fue pionera en las reivindicaciones feministas, LGTB y ambientalistas. Ese discurso vino por otro lado, y la izquierda lo asimiló desde un punto de vista electoral pero no desde lo programático, y menos en su propia estructura y lógica de funcionamiento. A ver, el movimiento socialista internacional fue pionero en este tipo de demandas. Si vos buscás en algún lugar “demanda feminista”, lo vas a encontrar en el movimiento socialista del siglo XIX y principios del siglo XX. Aún dentro de la izquierda el pensamiento fue homofóbico, pero si estás buscando algunas figuras que se salieron de la homofobia y plantearon los derechos de su reconocimiento y emancipación de un orden patriarcal lo encontrás en pensadores de izquierda como Edward Carpenter, Oscar Wilde, en Daniel Legrand. No hay muchísimos pero hay varios. ¿Qué paso entonces? El movimiento socialista y el comunista terminaron expulsando al movimiento feminista y a cualquier movimiento de emancipación de homosexuales, como pasó con el FLH y sus vínculos conflictivos con el PST y con Montoneros. Fijate que buena parte de las fundadoras del feminismo argentino son ex militantes troskas o socialistas, que lo que no lograban hacer dentro de su partido lo hicieron afuera. Yo creo que hay que seguir esas trayectorias y ver que esa bronca con la izquierda tiene antecedentes y precedentes. Hay gente a la que trataron muy mal. Entonces volver a soldar los vínculos con esos movimientos y que ellos entiendan que la lucha de la izquierda por una sociedad emancipada no implica como se pensó en un determinado momento que primero nos vamos a liberar del yugo económico de la explotación asalariada y que después van a venir las otras: la de las mujeres, los homosexuales, los jóvenes y campesinos. Eso no funciona más, esa idea de subordinación, de jerarquización. Es una idea que en el documento interno, el fuerte, el programático de las organizaciones trotskistas, predomina. Es la idea de que el conjunto de los movimientos tiene que aceptar la hegemonía del proletariado y su programa, y sobre esa base al proletariado se lo va a incluir en alguna jerarquía que ya esté establecida. Y hoy nadie acepta esa jerarquía ni ese orden ni esos tempos. Entonces, la asimilación de la izquierda es una asimilación totalmente epidérmica. Asimilar las voces más radicales del feminismo implicaría una reestructuración de las relaciones de poder al interior de las organizaciones. Y los núcleos fundacionales prefieren morir antes que ser reestructurados, ahí no hay deconstrucción. Esas estructuras son muy difícilmente modificables, y la demanda de las militantes feministas hacia la sociedad no es equivalente a una demanda interna. Yo sigo la prensa de las organizaciones de izquierda y leo los documentos internos que llegan y están a disposición. Yo los dispongo a la consulta salvo algún pedido expreso. Pero ahí no veo una discusión que apunte a una reestructuración profunda de las organizaciones, que modifique esa estructura fuertemente patriarcal, que modifique esa subjetividad militante que implica una casi renuncia a tu vida privada y cotidiana. La idea de promoción política: la de ascender en la carrera organizativa, en tanto y en cuánto estás dispuesto a despojarte de tu viejo nombre, de tus viejos amigos, de tus hobbys, de tus entretenimientos; de lo que es tu vida cotidiana, y lo que es la dimensión más lúdica de ella, en función de un ideal de profesionalización.

A partir de eso, ¿se pueden leer las críticas a los movimientos populares de la pasada década por parte de la izquierda desde el hecho de no haber transformado a esas masas en militantes ideologizados, en esa clase concientizada que ellos pretenden?

Un movimiento político de masas como al que estas organizaciones dicen que aspiran implicaría diversos niveles de compromiso, vos no le podés pedir a todo el mundo que sea Lenin o Tosco. Entonces, el nivel de conciencia y de formación, por más que vos intentes hacerlo, va a ser necesariamente desigual. Yo creo que el problema de estas organizaciones es que tienen una profunda desconfianza a que la incorporación de amplios sectores los lleve a perder el control, esa definición de un programa revolucionario, clarísimo, ya prestablecido por Trotsky en 1938 y que se ha mantenido con algunas adaptaciones. El miedo, en definitiva, es perder el control. Es diluír esa identidad cerrada de la secta en un movimiento de masas que se los va a tragar. Entonces, ahí donde hay una invocación a los movimientos de masas, hay un temor. No hay una satisfacción en decir “han llegado miles de decenas de militantes”. Eso aparece como un riesgo. Por eso cuando es exitosa la plaza del NO que convoca Zamora para enfrentarse a la del SÍ, la de Nestaud en apoyo a las privatizaciones de Menem, lo lleva a él al máximo reconocimiento pero el partido se divide. Esa afluencia masiva, si uno la sigue en los documentos internos, es vista con resquemor. Pensá que si vos te formaste durante 50 años en una lógica en que estás acostumbrado a captar a un compañero mediante una acción molecular, es decir, ¿qué hacemos? ¿Discutimos en la célula que el compañero Marvel tiene inquietudes políticas? Bueno, uno te invita a leer el periódico, otro a tomar un café, otro te melonea para que vengas a un acto, otro te pide un aporte. Entonces te rodean entre cinco militantes y te cooptan. Bien, eso es un modelo molecular de cooptación propio de las condiciones de clandestinidad: te estudian, te rodean, ven si tenés un potencial, si sos inteligente. Eso tiene que ver con pequeñas organizaciones en condiciones de clandestinidad. En condiciones de apertura democrática o movilización o de libre discusión los partidos tendrían que ser de puertas abiertas. Por supuesto, toda organización quiere que no haya infiltrados; puede desconfiar de la incorporación de un movimiento que viene de una experiencia en el peronismo de izquierda y puede querer sostener una discusión con él. Pero ellos lo ven como un riesgo. ¿Qué pasa si un sector importante se decepciona del kirchnerismo dentro de dos años y dice tenemos que ir a un partido orgánico? ¿Qué van a hacer? ¿Cerrar las puertas y que entren de a uno después de confesarlos por haberse equivocado en ser populistas? No hay una política de apertura al amplio sector, hay una política de incorporación uno a uno o dos en dos.

“Yo creo que el problema de estas organizaciones es que tienen una profunda desconfianza a que la incorporación de amplios sectores los lleve a perder el control”.

Pero, ¿es posible seguir haciendo militancia de la forma tradicional después del macrismo y la puesta tecnológica de la big data?

Creo que la izquierda está en deuda con las nuevas tecnologías, porque aún está atado a un modelo muy tradicional. Incluso en el caso del PTS, que aparece como el partido más moderno, en el sentido de que tiene un diario digital, un canal y produce contenidos audiovisuales. El problema ahí es que vos podés tener los medios más potentes pero si tu discurso va a 5 mil personas, la capacidad de respuesta no va a exceder esas 5 mil personas. Cuando vos tenés un periódico y vendes 3 mil ejemplares, porque son las personas que están en condiciones de leerlo, y viene alguien que te dice: mirá, te doy plata para editar 50 mil. Yo le diría: me van a quedar 47 mil en el local porque no los voy a poder vender. Ahora, alguien puede pensar que si edita más y los pone en varios kioskos y contrata un gran distribuidor va a tener 50 mil lectores. Pero no los vas a tener, porque tenés un discurso para 3 mil personas. El tema sería en qué medida esos medios te llevan a entender que estás hablando para una minoría, una campaña nacional hablándole a la interna de la izquierda. Tu intención es comerte a la organización de al lado, es darle una lección a Zamora, es integrar al MST y ver si te reditúa. Es un cálculo muy chiquito. Mientras que el peronismo demuestra una extraordinaria vocación de poder y constitución, te guste o no te guste, la izquierda está pensando en cómo supera el 3% de hace unos años. ¿Qué es lo que pasa? Ahí hay una cantidad de funcionarios de toda la vida cuyo éxito es alcanzar ese porcentaje, y están en una interna: Altamira pasándole factura al PO, el PO a Altamira, el MST a Izquierda Socialista, la Izquierda Socialista al PTS. Es de un chiquitaje enorme, no se levanta la cabeza, no hay vocación de poder. Porque tampoco está claro que quisieran construir una candidatura que gane elecciones. No hay un discurso o una estructura para hacerse cargo de un gobierno. Si vos seguís pensando que el único modelo es el de la “Revolución de Octubre”, tu campaña electoral es de agitación y propaganda. Entonces, le estás hablando a la pequeña militancia que eventualmente tomaría el poder. Si el modelo es “no me importan las elecciones” o “no me importa conquistar mayorías porque el partido bolchevique ha demostrado que unos pocos miles de tipos pueden hacerse con el poder”, si considerás que eso sigue vigente, bueno, tenés que esperar que a llegue esa crisis revolucionaria que el conflicto ya está anunciando, prepararte para el asalto al poder y mantener un ejército disciplinado de revolucionarios formados en la lectura de textos clásicos. En el caso de la emergencia de movimientos piqueteros y autonomistas que se acercan al partido, los vas a ver con recelo. Porque vas a pensar que esos tipos al momento del asalto al poder no van a acompañar, porque son reformistas, populistas o nacionalistas, porque son rosqueros, porque no ven la política como la ves vos que sabés que la revolución va a estallar en cualquier momento, que solo tenés que tener el temple y la constancia de mantenerte al pie del cañón. Y cuando llegue la revolución, ya van a ver… Como Lenin le hizo el corte de manga a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios que en el momento del Congreso Panruso de los soviet ellos toman el Palacio de Invierno, y a la madrugada siguiente los otros le dicen “hagamos un gobierno de coalición”. Lenin -también Trotsky- les dice “minga voy a hacerlo, ahora gobernamos los bolcheviques”.

Lo que se nota es un regocijo en la cúpula de las sectas por mantener ese discurso, el de la no lectura. Porque a pesar de las campañas, como la de los “30 mil votos para Bregman”, terminan perdiendo las bancas. Entonces, no se entiende cuál es la lógica de esa lectura. ¿No hay una resistencia funcional ahí?

Si yo soy un inquilino que llega apenas con el alquiler y quiero que en el Congreso Nacional y a nivel Ciudad se sancionen leyes de alquiler que le pongan límites al poder omnímodo de las inmobiliarias, voy a querer alguien que logre construir el consenso suficiente para votar una ley que me proteja. Para denunciar que el problema habitacional no tiene resolución dentro del capitalismo, me leo Engels. Si soy un laburante precarizado, y no llego con la guita, voy a votar a alguien que me ofrezca algo. Entonces, acá debería haber una izquierda que lograra tensar un poco su pensamiento y dijera “yo creo que la solución no está dentro del orden capitalista pero voy a abogar por un ley lo más democrática e inclusiva posible”. Pero la izquierda te dice que eso es reformista y que quien lo hace es un renegado de la revolución, y yo creo que por eso la gente más o menos sensata no los va a votar. Por más que saquen un diario que tenga una gran capacidad tecnológica, y con buenas imágenes, no sintonizan con un sector de la población que tiene necesidades reales, que está dispuesto a salir a la calle a pelearla, pero que necesita gente que los defienda. ¿Cuál es el misterio por el cual la burocracia sindical se mantiene décadas en el poder? La izquierda radical o trotskista no tiene una explicación coherente. La idea es que hay una clase obrera revolucionaria que es traicionada por la burocracia sindical. Sin embargo, a pesar de utilizar métodos patoteriles, fraudes, repartos y prebendas, la denuncia de la burocracia y la lucha que ellos llevan adelante, que es importante, no basta. Es necesario un discurso que proteja a los trabajadores mientras esa revolución no se dé. Ahora, si yo les digo que esa revolución si se da puede tardar años o décadas y quizás no se dé, ellos me van a decir “vos no sos un revolucionario”. El tema es que ninguna clase obrera es revolucionaria per se o como decía Milcíades Peña “ontológicamente revolucionaria”. La clase obrera puede ser revolucionaria en determinadas condiciones históricas. Hoy tenés una clase obrera que no agotó su experiencia con el peronismo, y que el peronismo renueva su agenda y esa clase obrera genera expectativas. Y además tenés amplísimos sectores medios, que son en definitiva de los que la izquierda se nutre. Porque ellos enarbolan un programa obrero en nombre de la clase obrera pero su composición en un 90% proviene de los sectores medios. Entonces tampoco hay una política clara para defender y apuntalar a esos trabajadores que necesitan respaldo, apoyo. Yo comprendo que la legislación no soluciona los problemas de fondo. Reconocer derechos no implica solucionar hechos, pero sin duda a partir ellos vos podés reclamar o apoyarte y enjuiciar, y eso siempre es un respaldo. Me parece que la dialéctica reforma y revolución está desenganchada, porque luchar por reformas no implica renunciar a la revolución. Y la revolución es un proceso que puede estallar. Porque el marxismo no es una ciencia anticipatoria, es un método de análisis. Entonces, la rebelión en Chile nadie se la esperó, la caída de Evo nadie se la esperó, la Revolución Rusa nadie se la esperó. El propio Lenin decía “no vamos a ver nunca el comunismo” y meses después estaba tomando el poder. Por lo tanto, es irresponsable apostar por una revolución inminente aún en este estado de movilización en que está América Latina. Hoy en la Argentina tenés por delante un gobierno democrático, constitucional, adonde la mitad de la población tiene expectativas y la otra quiere ver qué hacés. Y la izquierda tiene que construir una posición superadora del peronismo, no esperar que al peronismo le vaya mal para rasguñar algunos militantes.

Pensando en una de las posibilidades que la izquierda tuvo de llegar al gobierno, identifico a Zamora después de la crisis del 2001, en cómo se lo mencionaba en las diversas encuestas, en las posibles coaliciones que lo podían llevar a ganar. Es curioso ver cómo veinte años después, ese mismo referente deambula solitario, incapaz de articularse incluso dentro organizaciones similares a su pensamiento.

Mirá, Zamora liquidó un capital político extraordinario, que no tenía que ver tanto con un programa trotskista como sí con el de un militante que se jugó la vida en los años del proceso: defendiendo presos, atendiendo familiares de desaparecidos; que fue capaz de levantar la voz en el Congreso, y que cuando se va de la acción política tiene un trabajo común: se pone a vender libros. Me parece que lo que amplios sectores de la población ven en Zamora es que no es un tipo de aparato, es un tipo público que desacuerda con su organización, se vuelve a su casa y se pone a armar desde abajo una fuerza política que logra sintonizar de algún modo -recordemos que él se va del MST poco después del estallido del 2001- con las críticas a la casta política. Y a Zamora se lo ve claramente por fuera de ese juego. Pero él no fue capaz de armar un Podemos. Y no estaba dicho que no se pudiera organizar; que desde un movimiento social masivo y asambleario y contrario a la política no se pudiera armar una corriente que de algún modo restructurara el regimen político argentino. De hecho, Podemos cambió las reglas del juego, al menos hasta el momento; hay una gran incertidumbre ahora. Pero lo cierto es que es una fuerza política nueva que hizo tambalear el régimen español. Y Zamora no pudo, no supo, no quiso, una mezcla de todo eso. Yo creo que la tentación electoral fue muy fuerte para él. Se convirtió en una figura que aparece en las elecciones, nada más, cada cuatro años. No es capaz de articular con otras corrientes. Cuando para las elecciones de este año el FIT lo convoca, él dice “hay diferencias políticas, lo que nosotros proponemos es un gran debate nacional”. Yo creo que está bien que haya un gran debate, pero él podría haber aceptado integrarse y darlo él, iniciarlo. Porque los demás dicen que no es el momento para eso sino para la unidad. Está bien, pero vos podés puntualizar modalidades de propaganda política, de acción, o después de las elecciones: te vaya bien, mal o regular podés decir “mi balance es éste” y generar un debate público. El tema es que Zamora plantea críticas a las organizaciones de izquierda semejantes a las que yo vengo planteando, pero su estructura es bastante parecida a lo que denuncia, por eso cae a pique su credibilidad. Porque si yo te digo todo esto y pasado mañana lo convoco a mi hijo, a mi pareja, a diez amigos y armo una “orga” y digo “sectas son los demás, yo soy el núcleo de la fundación revolucionaria”, vos vas a decir “estuve hablando hace unos días con Tarcus y ahora piró”. Creo que no estuvo a la altura de sus críticas y se dejó tentar con las encuestas que le decían “mirá el nivel en el que estás”. Yo acompañé hasta cierto punto su experiencia y presencié cuando un montón de militantes troskos le decían “mirá la encuesta de esta mañana Luis”. Es una tentación muy grande la de ese liderazgo, el narcisismo, que te paren en la calle, que te digan “te vamos a votar”. Siempre digo que con la ruptura del MAS distintas fracciones del partido empezaron a funcionar de un modo autónomo. Por ejemplo, Zamora se convirtió en una suerte de candidato sin partido. El PTS se convirtió en una estructura mediática, como si hubiera heredado esa dimensión del morenismo pero con una debilidad de construcción política. Y el MST parece el agitprop del MAS, es un partido con una gran voluntad de movilización, de llevar carteles, pero también con una gran debilidad en el núcleo político. Esas fracciones nunca logran integrarse en un partido único.

Hace poco Horacio González abrió un debate a raíz de plantear una posible valorización de la lucha armada en los años setenta. ¿Ves una posibilidad de que se vuelva a discutir y replantear lo ocurrido en esa década? ¿Podría ser un punto de partida para legitimar ciertas prácticas de resistencia dentro del orden democrático que hoy son demonizadas?

Varios planos. Por un lado, creo que lo que quiso hacer González es marcarle la cancha a Alberto Fernández, porque me parece que él y el grupo Carta Abierta quedaron fuera de juego en el armado de Alberto. Eso sobre la coyuntura. Porque González nunca fue un apologista de la violencia revolucionaria ni mucho menos, él viene de la JP Lealtad, de la lealtad a Perón que se deslinda de Montoneros. Entonces es como muy extemporánea la reivindicación de la lucha armada. No se entiende si no es como una intervención frente a este llamado a la unidad y a la conciliación de Alberto Fernández. Pero yendo al núcleo, creo que hubo un debate en la Argentina muy bueno, tal vez el más prolongado, profundo y con mayor participación, sobre la violencia revolucionaria. Es el que se destapa con la famosa carta de Oscar Del Barco. Me parece que ahí ha corrido muchísima tinta, se han armado dos libros con partes de esas intervenciones, pero hay muchísimas más. Y en los últimos veinte años, desde la aparición de La voluntad a hoy, hay una masa de bibliografía con distintas posturas acerca de la experiencia de la lucha armada. Como toda producción, hay cosas buenas, regulares y malas. Hay buenos libros e interpretaciones. Es un debate que va a seguir abierto. Me parece que las formas de violencia que tienen que ver con resistencia frente a poderes corporativos, formas de acción directa, son distintas a la violencia del FAL y Montoneros. Tienen otra fuente de legitimidad. En términos muy generales, uno podría decir “la violencia de los de arriba contra la violencia de los de abajo”. Pero hoy no se sostendría, no quiero decir “en ningún lugar del mundo” porque no sé.

Pero sería imposible que en Chile se hubiera modificado algo sin esta ofensiva popular que se viene dando y que logró al menos un cambio de gabinete y una asamblea constituyente. Después, claro, hay que ver cuáles son los cambios de fondo.

Sin duda. Y hay una fila de militantes que le ponen el cuerpo a los gases lacrimógenos. Yo creo que la sensibilidad política te lleva a entender en qué momentos una rebelión es legítima y puede concitar apoyo popular. Los que sostenían la lucha del 20 de diciembre, y en determinados momentos del 21, eran muy pocos. Después eso se articuló con otras demandas, como la de los ahorristas, y pudo tirar abajo un gobierno. En Chile dió de baja un gabinete y arrancó una Asamblea Constituyente. No hay una fórmula general. He visto conflictos semejantes en Atenas, en el contexto de la crisis griega. Y ahí los militantes ponían el cuerpo en las huelgas, en las movilizaciones y se enfrentaban con una fuerza de seguridad que representaba paradójicamente a un gobierno de izquierda que incumplió sus promesas políticas. Entonces, ahí la legitimidad venía dada por esa contradicción flagrante, en Chile lo mismo. Ahora, también vemos cómo en Bolivia se puede movilizar la derecha. Creo que cuando se rompe de algún modo el pacto democrático donde los representados no se sienten justamente representados, la gente sale a la calle. Lo que dicen los políticos y los periodistas de la derecha “usted habló con su voto”; a ver, yo hablo con mi voto si dentro de las opciones mi palabra tiene un peso y decide algo. Si voto para reproducir un sistema donde mi elección no funciona y las leyes me impiden articularme en otra fuerza política, bueno, voy a salir a la calle. Yo diría que una cosa sería una acción de violencia revolucionaria con vistas a una lógica foquista o de guerra popular prolongada para tomar el poder y otra cosa es un violencia que aparece como defensiva frente a la acción de los pacos o a la acción de gendarmes. Me parece que América Latina tiene esa tradición de resistencia popular, y que solamente esa sensibilidad política del que está en la calle es la que puede entender que un movimiento se está agotando y que es necesario sacar algo en limpio: negociar algo antes de que se diluya y genere una decepción. Entonces, Chile está en ese dilema: hasta dónde tensar la cuerda de la lucha y, al mismo tiempo, arrancar un compromiso de Asamblea Constituyente libre, soberana y preferiblemente convocada por un gobierno de coalición y no por Piñera que no ofrece ninguna de estas garantías.

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