El primer libro de cuentos de Rogelio Lart construye un lenguaje minucioso y pone a trabajar las suposiciones del lector, jugando con la incomodidad y la inocencia.
Por Marvel Aguilera. Imagen del film “La Ascensión” de Larissa Shepitko
Hay momentos en que los detalles importan, en que el más mínimo cambio hace a las grandes transformaciones. Los relatos de La máquina de matar ilusos de Rogelio Lart son parte de esa lógica, de cómo lo contingente puede ser determinante entre la vida y la muerte, entre el ocaso y las tinieblas, entre el sueño y la vigilia. Personajes atareados en un sistema que los exprime como limones, hasta el hartazgo, y se regodea de sus dudas y miserias. Individuos dando vueltas en la rueda del hastío, como hamsters en una pecera, experimentando un acontecimiento que los pone de cara al precipicio de un nuevo amanecer.
Una esposa desencantada a punto de quedar atrapada en un tanque de agua; una cita a ciegas donde la parca boicotea la llegada del esperado cupido; un detenido en plena dictadura aguardando el impacto final, en medio de un limbo atemporal de recuerdos; un proletario acosado por las presiones del sueño revolucionario soviético, buscando un halo de verdad entre un nubarrón de imposturas. Cada relato construye un escenario donde se atisba, casi por el rabillo de un ojo, la farsa de una realidad construida, como un castillo, sobre cimientos de telgopor.
Lart construye un lenguaje minucioso, donde nada queda al azar. Los movimientos son meticulosos y las imágenes se van construyendo a medida que las palabras hilan sensaciones, colores, hasta gestos. La máquina de matar ilusos pone foco en aquellas personas marginadas del cuadro principal; personajes secundarios que parecen ser parte de un engranaje mayor, como un tornillo corroído por el paso del tiempo, pero cuya presencia sostiene la funcionalidad de un motor.
“Lart construye un lenguaje minucioso, donde nada queda al azar. Los movimientos son meticulosos y las imágenes se van construyendo a medida que las palabras hilan sensaciones, colores, hasta gestos”.
Así, la historia de la joven que no es elegida para la portada de Peperina de Serú Girán por su naturaleza, parece mostrar cómo el mundo por momentos se sostiene mejor montado en las ficciones antes que sobre la fragilidad de lo real, sobre el mito más que en el logos, sobre el marketing más que en la convicción, en la sobre-ideologización por encima de las necesidades de aquellos que dicen representar.
Los relatos, desde Parque Saavedra hasta el interior de una caverna en la prehistoria, están encadenados por una sinergia, con mucho de humor negro, algo de sarcasmo, pero sin duda con un dejo de nostalgia sobre lo que “uno podría haber hecho para que todo sea un poco mejor”. Una culpa por pertenecer a este sistema en donde los ilusos caen, como corderos ante el avance del lobo, tragados por un equilibrio que nunca fue balanceado, sino repleto de extremos y hostilidades.
El fuerte de Lart es el léxico, pero la potencia de los relatos está en la incomodidad que las acciones propician, el pudor ante la inocencia de un mundo repleto de embustes. Todo ello se impregna en relatos que abarcan desde la sensibilidad de la primera persona hasta el ensayo histórico. Todos ellos con la sapiencia de quien maneja los tiempos de la escritura para generar algo más allá que un desenlace. Una sensación lingüística que ponga a trabajar las suposiciones del lector. Porque, a fin de cuentas, los ilusos somos todos. Y toda obra, en mayor o menor medida, se termina de construir en el fragor de la interpelación a los otros: en sus miedos, en sus propios anhelos, en el recuerdo más íntimo, incluso en lo que creemos representar para un mundo que tiene cada vez menos piedad de nosotros.
Rogelio Lart
La máquina de matar ilusos
Paradiso Ediciones
2021