El Pregonero

La Scaloneta | Oda a la representación popular


Por Marvel Aguilera.

Vivimos tiempos marcados por representaciones políticas flacas, construcciones endebles sostenidas por el simulacro del funcionamiento. Por estructuras, organismos y secretarías ficticias que montan un espectáculo vacío, falto de espesor político, carente de contención de las demandas sociales que deberían ser la esencia central de su conformación, el fin único de cada una de sus prácticas. Por momentos, nos sentimos huérfanos de representación, sin escucha, con la bronca de que nadie se la juegue por nosotros, por la felicidad del pueblo.

La selección comandada por el flaco de Pujato, Lionel Scaloni, que sigue haciendo historia en este Mundial de Qatar, parece mostrarnos algo diferente. La idea de que hay una forma aún latente de representación popular. De que todavía es posible hacernos sentir parte. De que todo un pueblo puede ir detrás de una misma ilusión, y de luchar por ella, con goles, con huevos, y también con nuestro aliento.

Es que hay en este equipo albiceleste un espíritu más grande que el de sus individualidades, una dinámica de grupo que puede aunar todas esas características tan propias que nos hacen ser argentos. Que nos invitan a volver a sentirnos orgullosos ante el desamparo y la angustia que la industria mediática y sus esbirros nos escupen cotidianamente acerca de las “bajezas” de haber nacido en este “maldito” país que, según ellos, “no tiene solución”.

“Es que hay en este equipo albiceleste un espíritu más grande que el de sus individualidades, una dinámica de grupo que puede aunar todas esas características tan propias que nos hacen ser argentos”.


Ver la magia de Messi, el temple del Dibu Martínez, la entereza de Otamendi, y el vigor de tantos pibes que hace nada volvían embarrados del potrero, dejando su vida adentro de la cancha, arriesgando el cuerpo en cada pelota y, principalmente, compartiendo la alegría de avanzar con los miles de argentinos que se acercaron a un país lejano (y en muchos aspectos, inhóspito) y con los que en nuestro territorio lo viven tan a corazón abierto, nos vuelve a ilusionar no solo con levantar una copa del mundo más, sino con fortalecer nuestra identidad de pueblo tan bastardeada por años de cipayismo, odio y discursos anti-argentina.

El futbol es cultura, y también es parte de la dinámica política. No caben dudas. Es este un Mundial en donde la mayoría de las potencias europeas, dueñas absolutas de la FIFA, han quedado en el camino, humilladas por los países que históricamente colonizaron salvajemente y que siguen estigmatizando ahora como inmigrantes. Y eso, para ellas, es inaceptable.

Potencias que representan al stablishment responsable de haber transformado el deporte más lindo del mundo en un espurio negocio, repleto de apuestas, dólares en negro y lavado de activos, pero que tildan a los que mantienen viva la esencia del fulbito de “vulgares”, “ordinarios” y “tramposos”. Sin embargo, hay algo que resiste, que no pueden comprar ni tergiversar, que se les escapa como si se comieran una gambeta, y que está en los pies de los pibes que soñaron desde siempre con jugar a la pelota y representar a su patria, sin otra cosa que el amor por los colores de la tierra que los vio nacer.

Los pibes, los Julián, los Enzo, los Molina; que se emocionan al recordar su localidad, las calles donde patearon la primera pelota, los clubes de barrio donde se formaron, esos pibes, hoy nos hacen ver que todavía “somos”.

Que existe un pueblo unido cuando la representación es genuina, legítima, cuando brota pasión de adentro de ella. Esta Scaloneta nos brinda la oportunidad de volver a caminar por el barrio, de abrazarnos con el de al lado, de perder esa vergüenza que tantos años de neoliberalismo nos han metido en la cabeza sobre nuestra identidad popular, para sentirnos hermanos una vez más, familia, parte de este gran pueblo argentino con décadas de lucha a cuestas para alcanzar nuestra libertad, y también nuestra felicidad.

El fútbol siempre ha marcado parte de nuestra vida como argentinos. Nos ha levantado en momentos de crisis social, en medio de angustias personales. Es nuestro propulsor ante la mierda de las injusticias estructurales. También un cable a tierra para volvernos a conectar con nuestros sentimientos, con esa pasión interna que a veces se diseca en medio de esta era tan vacía y frenética.

Pero este equipo, que combina como nadie juego y corazón, es el hecho cultural por excelencia que nos puede unir definitivamente, con las diferencias que haya, pero entendiendo que siempre nuestra soberanía, el ser argentinos, está por encima de todo.

Porque el fútbol también es parte de nuestra patria, nos moviliza, nos enorgullece. Y no se trata solo de poner una bandera en un balcón, unos colores en la cara o compartir un grito de gol con amigos en una pizzería, tiene que ver con sentirnos más juntos, con darnos cuenta de que el pueblo nación está del mismo lado, bancando una camiseta que representa a un equipo que deja todo por nosotros, principalmente, pero que también representa nuestras raíces más profundas, a nuestra cultura popular, a nuestra inquebrantable identidad argentina.

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