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Blondi | Las elecciones luminosas

La película dirigida por Dolores Fonzi retrata el vínculo de una madre con su hijo e indaga sobre esas decisiones que estamos dispuestos a tomar para sostener nuestra forma de vida.


Por Marvel Aguilera.

Hay una frase popular de Kierkeegard que dice que una vida debe ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante. Esa premisa es la que corre detrás del espíritu de Blondi, la ópera prima de Dolores Fonzi.

Una película sobre los vínculos, pero también sobre aquello que decidimos ser a partir de ellos. Las elecciones que hacemos, lo que estamos dispuestos a arriesgar, lo que ponemos en juego ante cada paso importante de nuestras vidas. Porque todo lo que concebimos en el presente es producto de las raíces de un ayer que aprendimos o no a ver en la distancia.

Blondi (Dolores Fonzi) es una mujer de mediana edad, desprejuiciada, imprevisible, que vive a contracorriente del estereotipo materno. Labura haciendo encuestas ambientales en los barrios, va a recitales de punk noche de por medio, fuma porro en cada resquicio de la casa. Una madre en relación de amistad con su hijo adolescente, Mirko (Toto Rovito). Un pibe compañero, artista, pero que, si bien se mueve desde la sensibilidad que lo caracteriza, funciona como el contrapeso reflexivo de una bohemia que los envuelve a ambos en esa rutina que por momentos parece un loop eterno.

La trama del film corre detrás de la estrepitosa huida de la hermana de Blondi, Martina (Carla Peterson), que decide dejar atrás a su inquietante marido (Leonardo Sbaraglia) y a sus hijos para cambiar su hermética y previsible vida clasemediera, trastocando el ritmo y los ánimos de todos en derredor. La cadencia relajada de Blondi, pero también la de su madre, Pepa. Una Rita Cortese que rompe la pantalla en unas pocas líneas.

“Blondi pone en perspectiva esa libertad que (en muchos sentidos) está dada por el tipo de relaciones que somos capaces de conformar, por los hogares que armamos, por el tiempo que les dedicamos a los que consideramos nuestros”.


Lo que está en debate en la película es algo más que la desfachatez, el acuse de recibo sobre ser o no ser maduro. Se trata del sentido que estamos dispuestos a darle a la noción de libertad. De crecer con lo que elegimos ser.

En medio de un clima social y político donde ser “libre” puede determinar una mirada individualista, desenfrenada, y hasta corrosiva con lo solidario; Blondi pone en perspectiva esa libertad que (en muchos sentidos) está dada por el tipo de relaciones que somos capaces de conformar, por los hogares que armamos, por el tiempo que les dedicamos a los que consideramos nuestros.

Por otro lado, Blondi es una película melómana. Una oda a la nostalgia de los casetes grabados de la radio, de los autos viejos que no dejaban a pata, de los recitales donde se bailaba en vez de grabar con el celular. Mucho de eso resuena en la lógica vintage que atraviesa a buena parte de la juventud porteña: por medio del indie, la moda de décadas pasadas, la dinámica de la juntada en los patios o terrazas de las casas.

En cierta forma, en Blondi, los modelos de familia son puestos en jaque. Ya sea el ánimo de ruptura o la pérdida del control. Lo conservador como lo progresista.

Las relaciones se construyen desde un “vamos” que habla mucho de la falta de pausa que acompasa a nuestra contemporaneidad. Las decisiones, por momentos, son una inercia de un tiempo líquido que no permite mayores mediaciones, que necesita de una adaptación rápida a esa “normalidad” que nos suele dejar fuera de cualquier tipo de introspección.

La estética de la película es uno de los puntos más altos. Es que esta road movie que va detrás de un Renault 18, juega de manera formidable con los colores: la calidez de un hogar no convencional y la frialdad de los espacios forzados; la parsimonia pastel del barrio antiguo, el oscuro retrato de las urbes de ciudad, el tinte intenso de las luces en medio de la música en vivo, los senderos rurales en sepia que reflejan ese ambiente sedado.

La naturalidad de las relaciones con que se desenvuelven lxs protagonistas, funciona como eje de una película que transmite el clima de época de las pequeñas familias.

“Las relaciones se construyen desde un “vamos” que habla mucho de la falta de pausa que acompasa a nuestra contemporaneidad”

Con diálogos que fluyen con humor, con gestos reales, con simpatías y enfados, Blondi, Mirko y Pepa arman ese esquema de complicidad genuina. La comedía surge allí, en ese espejo que logran transmitir. Una química articulada por un guion sólido y el compromiso de las y los actores con personajes sentidos; sin poses, abiertos al disfrute y al dolor en partes compartidas.

El secreto de Mirko, su postulación para estudiar en Barcelona, se presenta como la ruptura de esa mística que el film construye desde un comienzo entre madre e hijo, entre Blondi y Mirko, casi como un dúo de superhéroes que juegan a los disparos entre cada escena. Lo develado, resurge como una luz que en primera instancia ciega el devenir, molesta, pero alivia cuando el brillo se disuade.

Con una autoría compartida entre Fonzi y Laura Paredes, Blondi es un largometraje efectivo, una comedia ingeniosa que aborda el sentido de nuestra existencia a partir de los lazos. Un film en que lo imprevisible abre los interrogantes de la memoria emotiva. Nos reconstruye para afrontar los caminos melancólicos a los que nos suele llevar nuestra mismísima realidad.

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