La obra dirigida por Ana Lidejover ilustra el ensayo de una pareja de actores que espeja las condiciones sociales de la vida misma. Una pieza donde los márgenes ficcionales se desdibujan y los laberintos se transforman en salvatajes simbólicos.
Por Pablo Pagés y Marvel Aguilera.
Adorno decía que el arte y la filosofía son fenómenos del entrelazamiento de la mímesis y la racionalidad, pero que su diferencia está en la forma en que se manifiesta en cada uno. Porque lo que ponemos en juego a la hora de representarnos la realidad es el vínculo que guardamos con los modos o herramientas que tenemos, el cómo que busca darle un sentido de “verdad” a esa imitación de lo que acontece en el mundo a nuestro alrededor.
¿Pero cuál es la base eidética sobre la que asentamos una caracterización artística? ¿Cuán verdadera es una representación ficcional y cuán falso puede ser un discurso de la llamada “realidad”? ¿Si el arte acaso imita la belleza, cómo se representa un mundo donde todo es a fin de cuentas, una “apariencia”?
En Familia de artistas, la obra dirigida por Ana Lidejover, los márgenes de lo real e imaginario se cruzan en esta suerte de comedia trágica que retrata a una pareja que utiliza la ficción como un tejido estructural de su vida cotidiana. Un trabajo donde el ensayo y la función se combinan bajo los hilos de algo más trascendente: las virtudes y fragilidades del ser como sujeto social.
“Amor, paternidad, juego, mito y catarsis se despliegan a medida que el ovillo o la cáscara existencial se desanda, dando pie a los peligros de lo cotidiano, de la coyuntura como temporalidad abrasiva”.
Sobre el fondo negro de la mise en escene se recortan actor y actriz (Lisandro Penelas y Ana Scannapieco) vestidos de tenues tonos blancuzcos. Emergente entre los recovecos de una niebla cuasi onírica, una música que apela a cierta sonoridad atmosférica invita a pensar en un nuevo génesis. Uno en el cual mujer y hombre se mueven como despertando de un sueño o abriéndose paso al deseo mismo.
Cuando las palabras se hacen presentes en un inicio por intentar comunicación, el hombre comienza a poner de punta a punta un hilo que visiblemente advierte el desarrollo de un laberinto. Uno que los encuentra y los pierde en una búsqueda de identidades “otras”, que terminan siendo parte de lo mismo.
Amor, paternidad, juego, mito y catarsis se despliegan a medida que el ovillo o la cáscara existencial se desanda, dando pie a los peligros de lo cotidiano, de la coyuntura como temporalidad abrasiva.
En contextos actuales donde las metáforas estorban y las subjetividades ganan por el desencaje de “tirar la posta”, la obra creada por Ana Lidejover, Lisandro Penelas y Ana Scannapieco pone en perspectiva la crisis de lo poético y el auge de una racionalidad endogámica.
En esta trama, donde ambos ensayan “el mito de Ariadna y Teseo”, aparecen seres como el Minotauro y se abren las rendijas de un discurso que funciona como la apoteosis de ese círculo del cual no hay escapatoria. Porque el laberinto es, precisamente, la forma que tenemos de construir nuestras relaciones; una vuelta a empezar que ordena las acciones y los sentimientos para evitar el caos.
Borges decía: “El réprobo se confunde con sus demonios, el mártir con quien enciende la pira, la cárcel es, de hecho, infinita”. Acá, en este punto, hablamos de un ida y vuelta bizantino entre hombre y mujer, del que no se sale hasta que una de las partes se propone romper el filtro sentimental hasta llegar a mancillar las condiciones de existencia que sostienen el vínculo.
Lo que sucede en esta pieza se asemeja a lo que plantea Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, la forma del silencio y lo que no se dice pero en definitiva es lo que construye los hilos de significaciones, como si fuese la punta visible de un iceberg, es lo que mantiene las tensiones dramáticas sobre escena.
Pero entre estas confrontaciones van apareciendo remansos de silencios que, con una irremediable ternura, ceden sus lugares de batalla para comenzar a luchar juntos en otra nueva trinchera. Trinchera que no termina de escapar a lo especular y orilla nuevos márgenes de un recoveco infinito.
Finalmente, las pequeñas batallas se subliman y ella comienza a deshacer el laberinto. Entre ambos, nuevamente y hasta la eternidad vuelven con sus mochilas sentimentales a cuestas.
Una iluminación certera, una escenografía muy sencilla y dos brillantes actuaciones dan el resultado de esta obra en la cual uno puede reír y llorar entre la confusión reflejada de nuestra frágil existencia.
Es que el acierto de Familia de artistas está en esa capacidad de mostrar el esqueleto debajo del ropaje llamado “cultura”. Una obra que elige poner en debate al teatro mismo y sus engranajes, muchos de ellos atravesados por vicios y clichés, es cierto, pero también por la voluntad de muchos artistas con ganas de poner en debate lo dogmas que corroen al arte y sus manifestaciones.
Ficha Técnico Artística
Autoría: Ana Lidejover, Lisandro Penelas, Ana Scannapieco
Intérpretes: Lisandro Penelas, Ana Scannapieco
Diseño de arte: Ana Lidejover
Movimiento y trabajo Corporal: Mariana Astutti
Realización de vestuario: Stefi Vasconez
Música: Tomás Lidejover
Diseño de iluminación: Soledad Ianni
Fotografía: Santiago Adur
Diseño gráfico: María Laura Tavacca
Prensa y difusión: Carolina Alfonso
Asesoramiento artístico: Romina Cariola
Asistentes de escena: Camila Sosa y Úrsula Tunes
Asistencia de dirección: Luciana Taverna
Dirección: Ana Lidejover