Por Revista Ruda.
El sistema está quebrado y costará encontrar las formas mediatas de cohesionarlo. Los tejidos sociales se resquebrajan cada vez más y el desgaste del pueblo trabajador es una carga muy pesada de cara a un horizonte de posible prosperidad. En ese contexto, bastante pesimista, el juego de representaciones que el escenario político ofrece nos pone ante la inminencia de un abismo sideral, la posibilidad de terminar de romper todo sostén social y económico, planteando una diatriba salvaje de unos contra otros. Una guerra tácita por la supervivencia en medio del caos.
Javier Milei es un anarcocapitalista, un exégeta de la destrucción de todo acto colectivista y social, un agente del caos, pero además es alguien capaz de aliarse con los sectores más oscurantistas de nuestra historia con tal de alcanzar un poder del cual se considera elegido por orden divina. Su posible triunfo en las elecciones, a pesar de la creciente muestra de inconsistencia en su discurso y en las posiciones delirantes de su entorno más cercano, nos pone ante la necesidad de tener que movilizarnos masivamente a defender lo poco que nos mantiene unidos: los derechos conseguidos tras años de lucha y la noción de patria, tan mancillada por la perorata cipaya y extranjerizante que escupe a diario el discurso libertario.
Esta elección lejos está de poner en cuestionamiento los esquemas del capitalismo financiero, por contrario, toda futura acción está doblegada por las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y una deuda ilegítima, jamás revisada por este trágico gobierno que encabezó Fernández, que pone sobre el hombro del pueblo su cobro futuro, como tantas veces en nuestra historia. No obstante, esta elección nos pone ante el desafío de sostener la política como herramienta de transformación social, porque de perderla en manos del mercado, el pueblo en todas sus manifestaciones pasará a ser un actor secundario de su propio destino.
El circo de motosierras, viejos meados y delirios místicos en que se ha transformado la discusión pública en este último tiempo, marca el rumbo desconcertante de un pueblo que vota entre frustraciones económicas, tendencias algorítmicas, y una indiferencia total ante el prójimo, cocinada tras años de un Estado ausente que descuidó a su principal aliado en estas décadas, las mayorías populares. El dicho “perdón, pero yo lo voto igual” seguramente se repite en propios y ajenos, casi como un capricho mántrico por ver un desenlace distinto de una película que siempre es previsible. Sin embargo, la única diferencia que nos abre un país sin Estado es el caos y la ruptura total de toda forma de orden social. Porque aquí no estamos hablando de una u otra empresa estatal privatizada, sino de un dominio feudal sobre nuestro tiempo, maquillado por una libertad relativa que no es otra cosa que el “sálvese quien pueda”.
De lo que se trata en este panorama no es en ver al ministro Sergio Massa como un salvataje, tampoco de instalar campañas del “miedo”, sino de mantener el control sobre nuestras propias vidas; nuestros sentidos culturales, sociales y políticos que hacen a la identidad argentina. Este país, tierra de luchas, conquistas históricas de derechos, y un juicio que puso en la cárcel a los mayores genocidas de la historia reciente, necesita recuperar el amor propio por lo suyo, por esta tierra, por nuestras costumbres, y principalmente por el otro: las personas que a diario trabajan de la noche a la mañana para hacer de esta tierra tan lastimada una patria mejor. Pensar que uno solo es responsable de su destino, es caer en la trampa divisoria de un poder que reina en la fragmentación ajena.
La organización es lo único que ha logrado vencer a la muerte, decía Perón, y en esa organización necesitamos encontrarnos como pueblo para defender nuestra identidad, nuestra memoria, nuestra capacidad de reconvertirnos en una democracia más fortalecida. Porque la Argentina nunca creció de la mano de líderes mesiánicos, sino por el empuje del movimiento trabajador organizado, que puso a fuerza de lucha sus intereses en la agenda pública. Hoy nos urge la necesidad de luchar desde las urnas, en cada voto, en cada escuela de cada rincón del territorio nacional, y si la patria lo demandara en el corto plazo, desde las calles flameando los colores celeste y blanco.
*Foto: Bernardino Avila. Movilización en contra de la aplicación del 2×1 a acusados de crímenes de lesa humanidad en 2017.